Ciencia, Tecnología y Sociedad : conceptos básicos resumen

 

 

 

Ciencia, Tecnología y Sociedad : conceptos básicos resumen

 

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Ciencia, Tecnología y Sociedad : conceptos básicos resumen

 

Ciencia, Tecnología y Sociedad : conceptos básicos: la Ciencia

Índice:

1. El nacimiento de la ciencia moderna (siglo XVII):

1.1. Características

1.2. Época y estructura social

1.3. Imagen del mundo:                      

*observación (telescopio)

*disociación (Mumford, Heisemberg, Bachelard)

*formalización -cuantificación (Galileo - Newton)

*secularización

*mecánica (la sustancia cede paso a la relación): cantidad frente a  cualidad (no hay lugares privilegiados)

*nuevos conceptos de espacio y tiempo.

1.4. Valores sociales dominantes: Influyen y determinan la imagen del mundo:

libertad, igualdad, racionalismo por convicción, empirismo por transacción (Locke y Descartes como las dos caras de una misma moneda)

2.             El método científico.

3.             Elementos del método científico.

3.1.          Observación y experimentación.

3.2.          Cuantificación.

3.3.          Deducción.

3.4.          Contrastación de hipótesis.

4.             Objetivos del método científico.

5.             El concepto de ciencia pura o ciencia básica en nuestra época.

 

Textos

Actividades

Bibliografía.

 

1. Qué es la ciencia

 

"La ciencia, como su nombre indica, es, en primer lugar, conocimiento. Convenimos en que es conoci­miento de un determinado género, un conocimiento que busca leyes generales relacionando hechos particulares. Gradualmente, sin embargo, el aspecto de la ciencia como conocimiento es desplazado a segundo término por su carácter de poder manipulador. Por conferirnos la ciencia ese poder manipulador es por lo que tiene más importancia social que el arte. La ciencia como persecución de la verdad es igual pero no superior al arte. La ciencia como técnica, aunque puede tener poco valor intrínseco, posee una importancia práctica a la que no puede aspirar el arte. La ciencia como técnica tiene una consecuencia, cuyas derivaciones aún no están del todo a la vista, a saber: que hace posibles y aun necesarias nuevas formas de la sociedad humana. Ya ha modificado profundamente las formas de las organizaciones económicas y las funciones de los Estados; comienza a modificar la vida de la familia, y es casi seguro que haga lo mismo en un grado mucho mayor en un futuro no muy distante" .

 

La ciencia existe desde hace mucho tiempo como una actividad humana. Los babilonios se preocupaban ya de ese fenómeno peculiar que atemorizaba a los hombres y les hacía sentirse perseguidos por una Madre Naturaleza hostil: los eclipses. La descripción que hacían los babilonios de ese fenómeno puede llamarse, más o menos, científica, ya que se fundamentaba en un rudimentario conocimiento de las trayectorias de los cuerpos celestes y de su casual interposición. La que ya no era tan científica era la explicación que daban: los eclipses eran provocados por los dioses para castigar la maldad de los hombres.

 

Los "conocimientos" de los egipcios en el ámbito de la meteorología, periodicidad de las estaciones, etc., les permitie­ron llevar a cabo la primera gran revolución tecnológica de la historia de la humanidad: la aparición de la agricultura. Ese acontecimiento produjo una gran conmoción social: la posesión de la tierra comenzó a ser algo codiciado porque era un elemento de producción de bienes y riquezas; la agricultura permitió el sedentarismo de los pueblos y mayores comodidades; estableció la división social del trabajo; propició la aparición de instituciones que desde entonces no sólo no han desaparecido sino que se han potenciado (el Estado, etc.); facilitó, además, la aparición de nuevas actividades necesarias, como la economía, para regular el intercambio y posesión de bienes.

 

Un momento crucial en el desarrollo de la cultura humana tiene lugar en Grecia, con la aparición de la filosofía. Sin embargo, referido a la civilización griega, es imposible disociar la ciencia de la filosofía. Ambas son una y la misma cosa: un intento de describir y explicar el mundo de forma que, por primera vez, los aspectos racionales de la explicación dominan sobre los elementos mitopoyéticos, es decir, realizados en forma de mito.

 

Desde entonces, y durante bastantes siglos, han existido figuras intelectuales a las que, a pesar de nuestra manía clasificadora, no hemos sabido "etiquetar" como científicos o filósofos. Figuras como Tales, Pitágoras, Aristóteles, Platón, Leucipo, Epicuro, los megáricos-estoicos, los alejandrinos, han sido científicos o filósofos o ambas cosas a la vez.

 

Sin embargo, y hasta el siglo XVII, la ciencia fue una actividad que tuvo pocas repercusiones en la vida y pensamiento de la gente corriente, e incluso en muchos de los dirigentes políticos y sociales. Un gran mecenas de la ciencia como Carlomag­no era analfabeto. En los comienzos del Renacimiento, el 99% de la población rural europea era analfabeta; en las ciudades, sólo el 50% de los habitantes sabían leer y escribir.

 

La ciencia como fuerza importante comienza con Galileo; existe, por tanto, desde hace algo más de trescientos años. Pero sólo desde fines del XVIII y comienzos del XIX se ha convertido en factor decisivo que determina la vida cotidiana de todo el mundo. En ese breve período de tiempo, para bien o para mal, ha causado mayores cambios que los ocurridos en los cinco mil años anteriores de la vida de los hombres. Es, además, absurdo suponer que la ciencia ha agotado sus posibilidades y nada nos permite asegurar que en el siglo XXI la ciencia no proporcionará cambios tan revolucionarios en los modos de vida como los propiciados en los siglos XIX y XX.

 

Es pues en el siglo XVII cuando tiene lugar un acontecimien­to que se suele llamar "Revolución Científica" y que marca la aparición de la ciencia moderna. La "hazaña" se lleva a cabo en el seno de la física y consiste, a grandes rasgos en lo siguien­te.

 

Para los griegos, en general, la física partía de dos supuestos básicos no discutidos:

a) La Tierra es el centro del Universo.

b) la Tierra es el lugar de la generación y de la corrupción (es decir, del nacimiento y la muerte, o sea, del movimiento).

 

De acuerdo con ello, el Universo estaba estructurado en dos zonas heterogéneas: La primera de ellas, la zona de las esferas (circulares) supraluna­res, que era el reino de la quietud, perfección, orden, eterni­dad, inmaterialidad; porque para los griegos el movimiento era signo de imperfec­ción y la quietud, signo de perfección. Solo la quietud, el reposo, era un "estado" de los cuerpos, el movimiento era una alteración de ese estado; no era propiamente un "estado" de los cuerpos. La segunda zona, la de las esferas sublunares, era el reino de la materia, la imperfección, el desorden.

 

Así pues, tres elementos básicos configuraban el Universo griego: la heterogeneidad de sus partes, la sola existencia de movimientos circulares y el geocentrismo.

 

Los griegos no intentaban tanto descubrir lo que realmente sucedía en el Universo, cuanto dar explicaciones racionales de lo que aparentemente era éste, de acuerdo con sus hipótesis previas. Así, cuando surgía un fenómeno que contradecía sus hipótesis, en vez de rechazar éstas - al quedar refutadas - y buscar otras, intentaban explicar dicho fenómeno recurriendo a la invención de hipótesis auxiliares "ad hoc" que lo hiciese concordar con  la hipótesis previa. Un ejemplo: las estrellas eran seres eternos e inmuta­bles, es decir, inmóviles porque eran perfectos; cuando en tiempo de Aristóteles un pastor descubrió que todas las estrellas giraban con movimientos circulares en torno a la única estrella inmóvil, la Estrella Polar, intentaron salvar las apariencias justificando que si las estrellas (perfectas) describían un movimiento circular es porque éste era, a su vez, perfecto. Un libro moderno de física incluye clasificaciones del movimiento, pero no dice si un movimiento es más bonito, simpático o perfecto que otro. Las valoraciones afectivas están hoy fuera de la física .

 

La física griega, sobre todo la de Aristóteles, era una teoría altamente elaborada, pero era cualitativa y no cuantitati­va, es decir, no cuantificaba resultados ni demostraba hipótesis; no era confirmable ni refutable por medio de la experiencia; no era una teoría científica en el sentido moderno del término, pues nada podía decidirse objetivamente acerca de su grado de verdad o falsedad, lo cual no quiere decir que no fuera un esfuerzo intelectual de gran estilo y digno de admiración cuando menos.

 

El primer supuesto griego (La Tierra es el centro del Universo) sería refutado por un monje polaco, Nicolás Copérnico, en un libro publicado en 1543:  Acerca de las revoluciones de las órbitas celestes.

 

El segundo supuesto griego (los movimientos de los cuerpos celestes son circulares) sería refutado por Kepler, coetáneo de Galileo, al afirmar en obras como De Harmonices mundi y Mysterium Cosmographicum  que los movimientos de los planetas son elípticos y que el Sol ocupa uno de los focos de la elipse (Las leyes de Kepler serían demostradas matemáticamente por Newton).

 

Por último, la idea griega de la heterogeneidad del Universo fue rebatida por Galileo, quien afirmó que planetas y estrellas son de la misma naturaleza material que la Tierra y que existe la fuerza de la gravedad mediante la cual un cuerpo ejerce y sufre a la vez una fuerza de atracción a distancia sobre los demás cuerpos celestes (Gilbert, en un libro titulado De Magnete, es decir,  Acerca de los imanes, publicado en 1.600,  había afirmado que la Tierra era un gran imán que atraía los cuerpos).

 

Respecto de las ideas anteriores parece digno de tener en cuenta el paralelismo entre ciertas convicciones o vigencias sociales  y algunas ideas imperantes en torno a la concepción del mundo en cada época.  Si, por ejemplo, en la cultura griega los hombres no son iguales por nacimiento, sino que su naturaleza es distinta y hay hombres libres y esclavos por nacimiento, esa misma heterogeneidad se transfiere al Universo, donde hay zonas privilegiadas y zonas "tenebrosas y sombrías".  Las primeras son las zonas supralunares, habitadas por las estrellas; son el reino de la perfección, la quietud, la armonía y el orden, mientras las zonas sublunares, la zona de los cuerpos materiales es el lugar de la generación (nacimiento) y corrupción (muerte), es el lugar del movimiento y, por tanto, de la imperfección.

 

En la época burguesa, el descubrimiento y cultivo de nuevos valores por esa clase burguesa , tiene también su influencia en las concepciones mundanas. Si todos los hombres somos iguales por nacimiento, esa igualdad "puede" ser transferida a los planetas, que no se dividirán ya en zonas heterogéneas, sino que ocuparán todos un universo entendido como una zona homogénea susceptible de descripciones no ya cualitativas, sino cuantitativas, no en términos de sustancia, sino de relaciones mutuas entre los cuerpos, sometidas a la causalidad física como la atracción de la gravedad.

 

El telescopio permite asegurar que la Luna es de la misma naturaleza que la Tierra y que todo los cuerpos del Universo obedecen a la misma ley, la ley de la gravedad.  Esta extrapolación  es resultado de la nueva visión del mundo, pero a la vez condiciona y facilita la expresión de ese mismo mundo.  Si todos los cuerpos mundanos obedecen a comportamientos parecidos en iguales circunstancias, es posible ya comprobar ese comportamiento sometido a "reglas" y construir leyes que no son más que expresiones de ese comportamiento regular de los fenómenos.

 

Precisamente, el telescopio es un ejemplo vivo de cómo el proceso técnico incide en el científico y viceversa .  Un principio físico como el de la naturaleza y propiedades de las lentes es aprovechado para fabricar un "arte-facto" que variaría radicalmente la percepción mundana de nuestra especie.

 

Hemos señalado que la mentalidad antigua tendía a confundir lo aparente con lo real, de manera que lo más lejano, las estrellas, al aparentar ser perfectas - por inmóviles -, en realidad lo eran. Desde esta perspectiva, el universo parecía extenderse únicamente a lo que abarcaba la vista.  Así, diversos sistemas filosóficos aventuraron que la Tierra era plana y flotaba sobre las aguas, que era un cilindro, que la azul bóveda celeste era cristalina, que el universo medía 2.000 radios terrestres, que la  Tierra estaba quieta y los cuerpos celestes giraban a su alrededor, y así sucesivamente.

 

Hubo en la cultura griega y alejandrina esbozos notables de disociar lo aparente de lo real y realizaciones científicas de primer orden: el heliocentrismo pitagórico continuado por Aristarco, la medición del radio terrestre por Eratóstenes o la distancia de la Luna por Hiparco, los trabajos de Arquímedes, etc. Pero en una ciencia basada en la observación a través, fundamentalmente, de los ojos, el descubrimiento de un ojo de un ojo más potente haría variar las ingenuas opiniones sobre la naturaleza del universo : eso fue el telescopio.

 

Un artilugio así no sólo varió las opiniones acerca del Universo, sino la propia actitud del científico ante la realidad.  Desaparece la observación en su versión ingenua.  En efecto: si un aparato como este telescopio ha hecho variar mi percepción de lo real, ¿cómo puedo asegurar que otro telescopio más potente no me ofrecerá otra imagen distinta de esa misma realidad?; además, esta variación de la percepción de "lo grande", ¿no tendrá correlato en la observación y percepción de "lo pequeño"?, es decir, ha variado la percepción humana de lo macroscópico y lo microscópico.  ¿Qué ha pasado?, ¿ha variado la realidad?, ¿ha variado "mi percepción" de lo real?; entonces, ¿qué es lo real?, ¿existe lo real con independencia de lo que percibo?, ¿es lo real lo que yo capto?.

 

En último término, lo que queremos decir es que nuestra percepción de lo real va ligada al ámbito de lo que es nuestra experiencia posible. Pero el con­cepto de experiencia ha variado sustancialmente a lo largo de la historia. Por ejemplo, los siete colores del espectro se producen al refractarse un rayo de luz en un prisma de espato de Islandia. No se percibe a simple vista la existencia de radiaciones por debajo del rojo (infrarrojos) o por encima del violeta (ultravioletas) y sin embargo existen porque producen efectos que se pueden medir; es decir, el ámbito de la experiencia se ha ampliado hasta aquello que "no se ve" pero cuyos efectos se constatan. Aun más, hoy se dice que el electrón es "observable", pero nadie le ha visto; incluso nadie ha sido capaz de señalar un lugar fijo para él..., porque ese lugar no existe; al menos esa es la tesis de Heisem­berg, de la que luego hablaremos, y que cuando fue referida a Einstein por el propio Heisemberg mereció la despec­tiva respuesta de que Dios no jugaba a los dados, lo cual mereció, a su vez, la respuesta de Bohr según la cual “no es asunto nuestro prescribir a Dios cómo tiene que regir el mundo” .

 

Parece posible afirmar que el concepto de experiencia es bor­roso, móvil y que por eso nuestro concepto de lo que es lo real también es móvil.  El propio Heisemberg afirma que Einstein “me hizo notar que incluso el concepto de observación es problemático.  Toda observación - argumentaba - presupone que entre el fenómeno a observar y la percepción sensorial que finalmente entra en nuestra conciencia exista una relación unívoca y conocida.  Pero de esta relación solo podríamos estar seguros si conociésemos las leyes de la naturaleza que la determinan.  Ahora bien, cuando es preciso poner en duda esas leyes - como sería el caso de la moderna física atómica - entonces el concepto de observación pierde también su claro significado.  Entonces es la teoría la que determina lo que puede observarse” .

 

Pongamos un último ejemplo. Si considera­mos la mesa en la que estoy estudiando, veremos que me apoyo con toda confian­za en ella sin temor de que, como dice Forges, sea una mesa "fláccida"; es decir, la mesa parece sólida y sostiene firmemente lo que sobre ella hay. Pero tengamos en cuenta que la mesa es de madera; que la madera es celulosa en un 60-70%; que la celulosa es el hidrato de carbono de mayor complejidad, compuesto por carbono, oxígeno e hidrógeno; que cada uno de sus átomos está compuesto de subpartículas entre las cuales cabría afirmar, según el modelo atómico de Bohr, que hay parecidas distan­cias, proporcionalmen­te, a las que hay entre el sol y los planetas y que, entonces, existe más "vacío" que "materia".

 

Al margen de que después de este razonamiento empiece a desconfiar de la capacidad de sustentación de la mesa, la pregunta que surge es ésta: ¿cuál es la "realidad" de la mesa?, ¿su aparente solidez? , ¿su "lógico" vacío?. La cosa se puede complicar más si nos acercamos a un concepto relativamente reciente en la historia de la física: la tesis de que, por ejemplo, en una mesa hay más "vacío" que "materia" viene avalada por el increíble hallazgo de un físico que hoy tiene unos 55 años, que es paralítico desde que acabó su carrera universitaria y que tiene grandes dificultades con el habla: Stephen Hawking, cuya historia es un ejemplo de voluntad. Pues bien, Hawking descubrió "agujeros negros".

 

Dicho en términos vulgares, si tuviéramos una máquina suficien­temente potente para romper las fuerzas que mantienen cohesionadas las partículas atómicas, es decir, si pudiéramos "comprimir", "apla­star", una mesa y "expulsar" el vacío de los intersticios de sus átomos, obtendríamos una partícula de materia "sólida", infinitamente pequeña de tamaño, pero con el mismo peso que la mesa.

 

Resulta que cuerpos de esa naturaleza parecen existir en el espacio y Hawking les llamó "agujeros negros"; en realidad, parecen ser estrellas de neutrones, estrellas "sóli­das", de un peso específico de miles de millones de toneladas por centímetro cúbico, lo cual sig­nifica que generan unos campos gravitatorios tan terribles, en proporción a su masa, que son auténticos "sumideros" espaciales que tragan todo lo que se les acerca por sus inmediaciones; ni siquiera la luz escapa a su efecto gravitatorio de atracción.

 

Según Hawking, un "agujero negro" es el fantasma de una estrella fundida que ha colapsado por su propio peso, comprimién­dose hasta formar un punto de densidad infinita y volumen cero. En esas regiones del espacio se vienen abajo las leyes normales de la física y el concepto de tiempo pierde todo su sentido. ¡ Pero bueno!, habría que pregun­tar­se, ¿es que hay leyes "no­rmales" y leyes "anormales" en la física?, o, ¿más bien se confir­ma con ello que nuestro concep­to de realidad va variando en la medida en que se amplía el ám­bito de nuestra experiencia posible?.

 

En realidad, la enseñanza de lo anterior es la siguiente:  la ciencia estudia "lo observable" mientras no nos empeñemos en definir a qué llamamos "lo observable".  Es más, la ciencia intenta estudiar lo objetivo, pero no intentemos definir qué es "lo objetivo".

 

Jacques Monod parte de una consideración previa: el postulado base del método científico es que la Naturaleza es objetiva y no proyectiva. Tal postulado de objetividad de la Naturaleza cumple hoy la misma función que el principio de uniformidad de la Naturaleza en el siglo XVIII.

 

Cuando se afirma que la Naturaleza es objetiva y no proyec­tiva se está queriendo afirmar que los mecanismos internos, reglas de comportamiento, etc., de los cuerpos que hay en el universo deben poder ser descritos en términos de sus componentes materiales formulados matemáticamente. Eso pretendían Galileo, Newton, Einstein, etc. Es decir, se parte del supuesto de que los cuerpos materiales son teleonómicos, se autorregulan en su comportamiento, compor­tamiento que les viene dado por las propias características de su estructura material.

 

Así,  una proteína reproducirá invariantemente su estructura (en virtud del segundo principio de termodinámica) unos 600 millones de veces, mutando estadísticamente en una sola ocasión. Tal mutación la atribuye Monod al azar. Pues bien, el postulado de objetividad se limita al hecho de que en tal fenómeno no puede captarse más que un proceso teleonómico, cuantificable, etc. Una visión "proyectiva" de la naturaleza atribuiría tal proceso a una causa exterior al propio mundo que infundiría una teleología, una finalidad extrínseca a ese fenómeno de la replicación de las proteínas y a cualquier otro fenómeno cósmico.

 

La diferencia entre teleonomía y teleología radica en que un comportamiento teleonómico es el comportamiento de un organismo según leyes intrínsecas a la propia estructura interna de ese organismo (un coche no puede dar leche, una vaca no tiene 5 velocidades sincronizadas).

 

La explicación teleológica del compor­tamiento de un organismo o de un fenómeno es diferente a lo anterior en que aquí se atribuye el comportamiento a la influencia o acción de una causa exterior, cuya existencia no es empírica y, por tanto, no comprobable. Al margen de que se puede creer en la existencia de causas teleológicas, el postulado de la objetividad impone una austera censura a la ciencia: sólo admitir aquello que se puede comprobar, y suspender el juicio, o al menos relegarlo a la categoría de hipótesis, cuando no haya explicaciones relevantes para un fenómeno. Ejemplos los hay abundantes en la historia de la ciencia: los pitagóricos, guiados por la supuesta perfección de la "Tetraktys" (la década, el número 10) aunque sólo veían 9 planetas, creyeron que, en pro de la armonía, debía haber 10 planetas. Al décimo le bautizaron con el nombre de Antitierra y explicaron que no era visible por estar al otro lado del sol.

 

Por el contrario, cuando Newton se encontró con el inexplicable fenómeno de la coplanariedad de las órbitas del sistema solar, no intentó encontrar una explicación "teleológica" de tal hecho; simplemente, se confesó incapaz de explicarlo.

 

Por tanto, consideremos la observabilidad y la objetividad como dos postulados cuyo resultado es  adobar el conocimiento con un determinado grado de relatividad.  En los tiempos de la escuela de Gotinga, afirmaba Bohr que, evidentemente, el lenguaje humana no bastaba para describir los procesos del interior del átomo; que se trataba de un campo de la experiencia que escapa a la contemplación directa, y que como toda comprensión y comunicación entre los físicos descansa en el lenguaje, no cabía por el momento pensar en ninguna solución.

 

Nuestro conocimiento de la realidad viene hoy así regido por el llamado principio de indeterminación y por las relaciones de incertidumbre: no hay ya una variable independiente, la realidad objetiva, y una variable dependiente, el espectador; dicha creencia propició la aparición de la física determinista de Newton. Hoy se acepta que tanto el observador como la realidad observada son dos variables depen­dientes y que la interferencia de ambas produce incer­tidumbre.

 

La única misión de la ciencia sería la de ir disminuyendo la extensión de esas áreas de incer­tidumbre, pero este objetivo modesto contrasta con la antigua creencia de una naturaleza que estaba situada "ahí", siempre de la misma manera y para cuyo conocimiento bastaba con abrir los ojos.   Como afirma el propio Heisemberg,  "la noción de realidad objetiva de las partículas elemen­tales se ha disuelto en forma muy sig­nificativa, y no en la niebla de alguna noción nueva de la realidad, oscura o todavía no comprendida, sino en la trasparente claridad de una matemática que describe, no el compor­tamiento de las partículas elementales, pero sí nuestro conocimiento de dicho compor­tamien­to. El físico atómico ha tenido que echar sus cuentas sobre la base de que su ciencia no es más que un eslabón en la cadena sin fin de las contraposiciones del hombre y de la Naturaleza, y que no le es lícito hablar sin más de la naturaleza en sí.

 

La ciencia natural presupone siempre al hombre, y no nos es permitido olvidar que, según ha dicho Bohr, nunca somos sólo espectadores, sino siempre tam­bién ac­tores en la comedia de la vida" .

 

Compárese la complejidad y convencionalismo de estas actitudes y de esta perspectiva científica con la propia de los griegos que hemos contemplado como "pre - historia" de Galileo.  A tal extremo podía llevar en la época medieval y renacentista el "imperialismo" del argumento de autoridad sobre el poder irrefutable de la observación y los hechos que merece la pena relatar una anécdota reveladora de las dificultades por las que atraviesa toda innovación. Cuando Galileo construyó el telescopio a imitación del que se contaba que había construido Lippershey, lo forró de terciopelo rojo y a falta de otras diversiones mejores organizó una demostración en regla con unas cuantas eminencias de la época.  Observaron todos que la Luna tenía "arrugas como la cara de una mujer vieja" y que, por tanto, era de la misma naturaleza que la Tierra y que no había dos zonas heterogéneas en el mundo.  Cuentan las malas lenguas que un aristotélico que contempló esta nueva imagen de la Luna - no se sabe si fue el posterior Simplicio que protagonizó los Dialoghi galileanos - exclamó: ¡ Maravilloso invento es éste; estaría por creer lo que veo si Aristóteles no hubiese afirmado lo contrario !.

 

Con Galileo y sus congéneres surge así una nueva mentalidad en los siglos XVII y XVIII, que podríamos llamar "laica", la cual tendrá su reflejo en las llamadas revoluciones burguesas que dan al traste con el Antiguo Régimen, tal como ya se había anunciado:  " ¡Qué contraste, qué brusco cambio!.  La jerarquía, la disciplina, el orden que la autoridad se encarga de asegurar, los dogmas que regulan la vida firmemente: eso es lo que amaban los hombres del siglo XVII. Las trabas, la autoridad, los dogmas, eso es lo que detestan los hombres del siglo XVIII, sus sucesores inmediatos. Los primeros son cristianos, y los otros anticristianos; los primeros creen en el derecho divino, y los otros en el derecho natural; los primeros viven a gusto en una sociedad que se divide en clases desiguales; los segundos no sueñan más que con la igualdad. Ciertamente, los hijos suelen criticar a los padres, imaginándose que van a rehacer un mundo que sólo los esperaba a ellos para hacerse mejor; pero los remolinos que agitan a las generaciones sucesivas no bastan para explicar un cambio tan rápido como decisivo. La mayoría de los franceses pensaban como Bossuet; de repente, los franceses piensan como Voltaire: es una revolución" .

 

Por otro lado, la nueva mentalidad burguesa es capaz de disociar - separar, distinguir, abstraer - algunos elementos del Todo cósmico para "analizarlo" como un elemento diferente.  El objeto de la ciencia no es ya el Cosmos griego como un "Todo Ordenado" opuesto al Caos; la pretensión es más modesta: disociar sistemas que pertenecen al todo, analizarlos por separado y describirlos en función de sus componentes mecánicos, expresando matemáticamente los resultados obtenidos.  La realidad la constituyen así multitud de sistemas que darán lugar en un futuro inmediato (siglos XVIII y XIX), a distintas ciencias o partes de las nuevas ciencias.

 

El problema del movimiento en Aristóteles responde a necesidades de la Física y la Metafísica.  En Galileo, Kepler, Huyghens, Newton, el problema pasa a ser puramente físico.  Basta comparar la clasificación del movimiento que hace Aristóteles.  Hay movimiento natural y violento, hay movimiento cuantitativo, cualitativo, sustancial, de alteración y local.  Para Galileo, solamente este último merece la consideración de problema científico y su estudio constituye un nuevo objeto científico que funda la física moderna. El resto de los movimientos de Aristóteles simplemente desaparece de los libros de física.

 

Las aportaciones de Copérnico, Kepler y Galileo, así como las de otros científicos de la época, fueron reelaboradas en 1.687 por Newton en forma de síntesis global, constituyendo el sistema de gravitación universal, mediante el cual se daba una explicación matemática de cualquier fenómeno o movimiento relativo a los cuerpos celestes.

 

Así pues, la diferencia entre la física griega y medieval por un lado, y la que comienza en el Renacimiento por otro, estriba en que ésta última no pretende ya salvar las apariencias, es decir, dar razón de lo que aparece, sino describir realidades, aunque como dice Bachelard, muchas veces los descubrimientos científicos se hagan en contra de lo que aparentemente sucede. Al contrario que Aristóteles, Galileo pretende describir el Universo en términos de relaciones entre fenómenos observables. Su deseo es comprobar la regularidad con que un fenómeno se produce. Si tal regularidad es constante y medible, ello constituye una ley. El nuevo espíritu científico que surge entonces lo plasma el propio Galileo de manera clara en unas líneas de su obra "Il Saggiatore" (El calibrador):   "la filosofía está escrita en ese grandioso libro que está con­tinuamente abierto ante nuestros ojos (lo llamo Universo). Pero no se puede descifrar si antes no se comprende el lenguaje y se conocen los caracteres en que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático, siendo sus caracteres triángulos, círculos y figuras geométricas. Sin estos medios es humanamente im­posible comprender una palabra; sin ellos, deambulamos vanamente por un oscuro laberinto".

 

Esta perspectiva científica de Galileo suponía una ruptura clara con el aristotelismo y una opción decidida por la única física matemática que se había practicado en la antigüedad: la de Arquímedes. Para cumplir con sus propósitos, Galileo, y después de él todos los científicos, necesitaba un nuevo camino de acercamiento a la realidad. Tal camino lo constituye el nuevo método que la ciencia pone en práctica.

 

2.- El método científico

La ciencia aspira a un conocimiento verdadero de la realidad (el conocimiento falso, como tal, no existe, sino que constituye lo que se llama error); para ello debe fundamentarse en razonamientos correc­tos, es decir, formalmente válidos, y en resultados precisos. El rigor lógico y la precisión matemática son inevitables; es más: son las señales distintivas de lo que se suele llamar ciencia con respecto a otras actividades intelectuales humanas; es lo que pretende el método científico.

 

La aparición del método científico en la Europa del siglo XVII no es fruto de la casualidad, sino de un conjunto de factores políticos, culturales y sociales concretos, de los cuales, algunos de los más relevantes son el auge de la comunidad burguesa europea y el naciente culto a la razón humana.

 

El surgimiento del método científico va unido a tres grandes figuras que lo propiciaron : Galileo, Bacon y Descartes, es decir, un italiano, un inglés y un francés, respectivamente. Si Bacon fue el impulsor de la experimentación y Descartes proporcionó la nueva geometría necesaria, más completa que la euclidiana, Galileo es el prototipo de "científico moderno" completo en cuanto a su personalidad, espíritu crítico y polémico, práctica científica, etc. Su idea del método va ligada a la época en que fue estudiante de la Universidad de Padua.

 

Esta Universidad era fiel reflejo del liberalismo veneciano: en ella enseñaban los mejores profesores de Europa, gozando de una total libertad intelectual. Pocos años antes de que allí estuviera Galileo, había destacado Vesalio, primer gran tratadista de Anatomía; compañero de Galileo sería Harvey, quien se licenció como médico en 1.602, descubriendo, con Miguel Servet, la circulación de la sangre.

 

La originalidad del método practicado en Padua radicaba en la aplicación de las matemáticas y el rigor lógico a los datos empíricos (experimentales): es  lo que denominamos "formalización".

 

Trataremos ahora de esquematizar los elementos del método científico, teniendo en cuenta que se trata de una esquematización, de una simplificación idealizada y que en la realidad la tarea del laboratorio es mucho más complicada y, desde luego, mucho más manchada del  barro habitual de la convivencia humana que lo que el aislamiento de un "sancta sanctorum" de la investigación hace suponer .

 

3. Elementos del método científico.

La investigación científica es un proceso unitario en el que está inmerso de lleno el investigador, quien no se preocupa de seguir una a una las etapas que ahora vamos a enumerar. Toda clasificación es artificial y, en cierto modo, arbitraria, pero facilita la comprensión de las cosas. Eso pretendemos al enumerar los elementos del método científico.

 

3.1. Observación y experimentación.

"Basta que hablemos de un objeto para creernos objetivos. Pero en nuestro primer acer­camiento el objeto nos señala más que nosotros a él, y lo que creíamos nuestros pen­samien­tos fundamen­tales sobre el mundo, muchas veces no son otra cosa que confiden­cias sobre la juventud de nuestro espíritu. A veces nos maravi­llamos ante un objeto elegido; acumulamos hipótesis y sueños; formamos así convic­ciones que tienen la apariencia de un saber. Pero la fuente inicial es impura: la evidencia primera no es una verdad fundamental. De hecho, la ob­jetividad científica no es posible si, de an­temano, no se ha roto con el objeto inmediato, si no se ha rehusado la seducción del primer acer­camiento, si no se han detenido y refutado los pensamien­tos nacidos de la primera observación" .

 

En la investigación científica se comienza por observar. La observación es la mera constatación de lo que pasa alrededor sin que ello implique ninguna acción perturbadora o modificadora de la realidad por parte del observador, quien, en esta función, desempeña un papel fundamentalmente pasivo. Puede decirse que, salvo excepciones, hasta el siglo XVII los científicos fueron, sobre todo, observadores.

 

Convertir la observación en la actividad más importante de la inves­tigación científica revela una actitud peculiar ante el mundo: la actitud de que el mundo, la realidad, está ahí, fuera del observador, como algo que existe desde siempre de la misma manera, y que tiene una, y sólo una interpretación.  Para interpretar la realidad, además, basta abrir los ojos y mirar: el mundo se nos aparecerá tal como es. Es una actitud eminente­mente ingenua.

 

La consecuencia más grave de esta actitud, con vistas a la ciencia, es que no proporcionó a los científicos elementos suficientes para disociar lo aparente de lo real. Es lo que sucedería, por ejemplo, al individuo que desde su nacimiento ha usado siempre gafas de cristales verdes. Para él la realidad sería verde y estaría en perpetua disputa con el que hubiese utilizado desde siempre gafas de cristales azules y lo viese todo azul.

 

Como veremos, la ciencia moderna, más precavida, sólo se atreve a afirmar que no hay una sola imagen de la realidad, y que el conocimiento de la realidad está en función de los elementos que se utilizan para ello. Así pues, en la ciencia antigua lo aparente se tomaba como real, y era suficien­te.

 

La única excepción a esta actitud la constituyen los alquimistas medievales, verdaderos introductores de la experimen­tación científica en su obsesiva y porfiada búsqueda de la piedra filosofal, a cuyo contacto todo se transfor­maría en oro.

 

El siglo XVII asiste al surgimiento de una nueva actitud científica, la del experimentador. Su gran impulsor fue Francis Bacon. Para él la ciencia era inútil si no ayudaba a transformar la realidad y facilitar mejores condiciones de vida a los hombres. Este espíritu baconiano desembocaría, un siglo después, en la revolución industrial.

 

Experimentar es una actividad que sigue a la observación. Consiste en provocar a voluntad un fenómeno variando las circunstancias iniciales para estudiar las variaciones finales, posibilitando así tanto la descripción correcta de los fenómenos como su explicación y el hallazgo de sus causas. Experimentar es, a diferencia de la observación, algo activo: el experimen­tador obliga a los fenómenos a que se produzcan y muestren sus interioridades. Pero, además, la experimentación nunca suele ser ciega, sino que está guiada por suposiciones previas (lo que denominaremos hipótesis) que hacen que, en general, toda investigación experimental sea "dirigida". Un experimento reproduce los elementos esenciales del fenómeno en con­diciones controladas y simplificadas a voluntad del experimentador y en función de los supuestos o hipótesis que éste quiere comprobar (contrastar).

 

Pero es que, además, existen experimentos "ideales", es decir, ni realizados ni realizables materialmente, y que no por ello dejan de ser científicos. Quizá el ejemplo más genial, en los comienzos de la ciencia moderna, sea el llevado a cabo por Galileo para descubrir el "principio de inercia".  Este principio afirma que todo cuerpo tiende a perpetuarse en su "estado" de movimiento o reposo mientras no haya una fuerza exterior que lo altere. La "idealización" del experimento consistía en la dificultad de encontrar realmente un cuerpo en movimiento sobre el que no actuase ninguna fuerza, y que, por tanto, estuviese libre de cualquier tipo de rozamiento. La empresa era difícil para la mente humana, porque había sido justamente el rozamiento quien había mantenido oculta la validez de las leyes de la dinámica (estudio del movimiento teniendo en cuenta las causas que lo producen). Galileo limitó sus consideraciones a los movimientos locales, es decir, a regiones del espacio relativa­mente pequeñas respecto a las dimensiones terrestres, para después ampliar conceptualmente dichas parcelas hasta el infinito; entonces el movimiento rectilíneo y uniforme se convertía, correctamente, en una legítima "idealización", una pura geometría del movimiento.

 

Por otro lado, el problema de la observación y la  experimentación nos conduce a un problema previo y de no fácil solución: dilucidar qué es lo objetivo, la base empírica de la ciencia.

 

“Las palabras objetivo y subjetivo son términos filosóficos cargados de una pesada herencia de usos contradictorios y de discusiones interminables y nunca concluyentes.  El empleo que hago de estos términos no es muy distinto del kantiano.  Kant utiliza la palabra objetivo para indicar que el conocimiento científico ha se de justificable, independientemente de los caprichos de nadie: una justificación es objetiva si en principio puede ser contrastada y comprendida por cualquier persona.  Si algo es válido para quienquiera que esté en el uso de razón, entonces su fundamento es objetivo y suficiente.  Ahora bien, yo mantengo que las teorías científicas no son nunca enteramente justificables o verificables, pero que son, no obstante, contrastables.  Diré, por tanto, que la objetividad de los enunciados científicos descansa en el hecho de que pueden contrastarse intersubjetivamente .

 

Este asunto no es independiente del de la búsqueda del papel de la filosofía. Según B. Russell, no sería otro que propiciar la discusión sobre problemas, algunos de los cuales son susceptibles de ser objetivados en un determinado momento, surgiendo así un nuevo objeto científico y, por tanto, una ciencia nueva .

 

El Círculo de Viena cree que la filosofía debe proceder científicamente, prescindiendo de la metafísica, es decir, debe aclarar el significado de términos y enunciados, prescindiendo de los que no lo tienen; la filosofía ha de ser “lógica de la ciencia”  (lo que luego se conocerá como contexto de la justificación) e investigar la sintaxis lógica del lenguaje científico.  El campo de la filosofía es el de la representación de los objetos, es decir, el campo del lenguaje y de la lógica.  El intento extremo llegaría a ser el ideal de la ciencia unificada a través de un lenguaje, el fisicalismo, que sería refutado, entre otros, por Nagel en lo referente a la biología.  Con posterioridad surge el concepto de contexto del descubrimiento al que luego aludiremos.

 

3.2. Cuantificación.

Cuantificar es reducir a medida matemática determinados aspectos de los fenómenos y sus relaciones entre ellos. Una formula como S = ½ a t² no es más que la cuantificación de un fenómeno físico observable: el espacio recorrido en caída libre por un móvil con velocidad inicial 0, es igual al producto de la aceleración por el cuadrado del tiempo de caída partido por 2.

 

Se puede observar que la tarea de cuantificar no es otra que la de simbolizar, es decir, traducir a lenguaje formal enunciados del lenguaje natural que, a su vez, son enunciados acerca de hechos. El lenguaje formal mencionado en este caso es  la matemática. Así puede quedar claro que las matemáticas no son una ciencia de la materia, no tratan de hechos, sino que son una ciencia formal, el lenguaje en que las ciencias empíricas expresan sus resultados.

 

3.3. Deducción

En los cálculos, después de la simbolización o formalización,  se puede proceder a la deducción, es decir, a la aplicación de reglas de transformación a enunciados simbolizados, para realizar inferencias deductivas. Si una regla de transformación válida se aplica de manera correcta a una proposición se obtendrá otra proposición válida. Al final de un cálculo se obtienen proposiciones que son verdades demostradas en ese cálculo, teoremas del mismo Si en el punto de partida se encuentra un axioma, el cálculo será axiomático; si el punto de partida es una premisa cualquiera, estaremos dentro del cálculo de la deducción natural construido por Gentzen a partir de 1934.  Las demostraciones de teoremas de la física o de leyes, en general, no son otra cosa que el resultado de llevar a cabo deducciones formalmente válidas, lo cual es el cometido fundamental de la Lógica que es la ciencia de los principios de la inferencia formalmente válida.

 

3.4. Contrastación de hipótesis.

Una hipótesis no es más que la suposición de que un cierto fenómeno puede deberse a tal causa o debe ser de cual naturaleza. Son conjeturas formuladas para dar razón de los hechos. Algunas veces son meras ocurrencias, presagios, adivinaciones, presenti­mientos, etc. Ejemplos abundan en la historia de la ciencia; citemos dos anécdotas no contradichas por sus autores: la caída de una manzana sobre la cabeza de Isaac Newton cuando éste dormitaba (evidentemente debajo de un manzano) le sugirió la pregunta de por qué si la Luna no estaba colgada de una rama, como la manzana, no se precipitaba sobre la Tierra. La segunda anécdota se refiere al hallazgo de la peculiar estructura de la molécula de benceno a cargo de Kekulé: el benceno no respondía a las características de los hidrocarburos lineales (saturados e insaturados); la estructu­ra cíclica de su molécula le fue sugerida por las caprichosas fluctuaciones de las llamas del fuego que contemplaba en su hogar .

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Con todo no puede olvidarse que, según Adam Smith, las teorías científicas tienen su origen en el intento por parte de la mente de aligerar las tensiones y la intranquilidad que producen los hechos inesperados. Creo que era Carroll quien decía que un mundo absolutamente matematizado podría parecer como un cuento de Shakespeare narrado por un imbécil.

 

En cualquier caso, tampoco puede olvidarse la incidencia de la serendipia en los descubrimientos científicos, aunque las ocurrencias accidentales sólo acaecen a los que tienen el terreno abonado por la teoría y los conocimientos previos - Pasteur decía que el azar sólo favorece a las mentes preparadas -.

 

En otras ocasiones, la repetición de determinados fenómenos en circunstancias parecidas puede llevar a sugerir una causa de esos fenómenos: esta hipótesis sería posterior a la contemplación de los hechos. También puede ser que partiendo de datos o fórmulas matemáticas ya comprobadas, se llegue mediante procesos deductivos, como los men­cionados en el apartado anterior, a otras fórmulas matemáticas de las que podemos afirmar que serán formalmente válidas, es decir, lógicamente posibles, pero nos queda por saber si son realmente verdaderas, es decir, si responden a los hechos.  Es el caso de la fórmula deducida por Newton

 

Tal fórmula, expresión de la gravitación universal, era lógicamente verdadera, formal­mente verdadera, porque había sido correc­tamente deducida. Pues bien, Newton afirmaba que este mundo lógicamente posible creado por las inferencias deductivas de la lógica y la matemáti­ca debía poder ser contrastado con el mundo real, con el mundo efectivamente experimentado.

 

En realidad, sea cual sea el proceso de formulación de hipótesis, éstas no valen de nada, es decir, no pasarían de ser meras conjeturas sin valor, si no son contrastadas empíricamente. Por tanto, contrastar un hipótesis es comprobar si aporta una solución al problema planteado.

 

Si afirmamos que la contrastación de una hipótesis debe ser empírica, lo que estamos diciendo es que no hay otro medio de comprobación que la experimentación. Lo que sucede es que no todos los experimentos son de la misma naturaleza, ni igual de sencillos. El texto sobre Semmelweiss que figura al final de estas líneas (TEXTO I) es un ejemplo sencillo de contrasta­ción. Más complicado es comprobar, por ejemplo, la hipótesis de la expansión continua de las galaxias mediante el cumplimiento del efecto Doppler (completado por Fizeau) según el cual, la luz emitida por las galaxias va desplazándose hacia el rojo en el espectro, lo cual es efecto de su alejamiento continuo de la Tierra.

 

En el caso de la fórmula de Newton, se requiere, en primer lugar, la interpretación de dicha fórmula, es decir, la traducción a lenguaje natural de sus símbolos y la relación que hay entre ellos. Así, F es la fuerza de atracción de dos cuerpos cualesquiera; m y m' sus masas; d, la distancia entre ellos; K, la constante de gravitación, medida muy exactamente por Cavendish 100 años después de Newton.

 

Hay que mencionar, sin embargo, algo peculiar que sucede en la contrastación de hipótesis. Enunciar una hipótesis , H, cualquiera, significa que H es verdadera; en consecuencia, también lo serán determinados acontecimien­tos, A, predichos por la hipóte­sis. Se pueden presentar entonces dos casos:

1)

H  ®  A

          Ø A

 

2)

H ® A

         A

 

Ø  H

 

 

?

El primer caso es concluyente: si afirmamos que si se da H entonces se da A, y no se da A, es que tampoco se da H. Este razonamiento tiene una forma lógica conocida: el modus tollens (MT), que constituye la forma más radical de falsación de una hipótesis.

 

El caso 2) es distinto. Que se de el acontecimiento A, predicho por H, significa que H es verdadera de momento, pero puede no serlo siempre. H es causa suficiente para que se de A, pero no es condición necesaria, pues A se puede dar por H o por otra razón cualquiera. En este segundo caso afirmar que la conclusión es H sería caer en la falacia de afirmación del consecuente, es decir, "afirmaríamos demasiado", y ya se sabe que desde las reglas aristotélicas del silogismo, "la conclusión debe llevar siempre la peor parte".

 

La consecuencia es que hay una asimetría clara entre la falsación y la verifica­ción de una hipótesis. Basta un caso en que una hipótesis no se cumpla para que tal hipótesis quede refutada.  Si ese caso cumple con la hipótesis, no por eso queda verificada, sino sólo confirmada de momento. El carácter relativista  afecta hoy a cualquier enunciado científico, desde el punto de vista lógico. Por otro lado, sirve también para poner de manifiesto las diferencias existentes entre las inferencias inductivas y las inferencias deductivas en lo relativo al grado de verdad de las proposiciones.

 

4. Objetivos del método científico.

El método científico persigue objetivos sencillos en teoría pero difíciles en la práctica. Podríamos decir que una investiga­ción científica pretende una descripción correcta del fenómeno, teniendo buen cuidado de disociar lo aparente de lo real.  Tal descripción debe ser la base de una aclaración convincente de la causa de los hechos. Cuando un descubrimiento científico cumple estos dos requisitos se dice que posee relevancia explicativa. La precisión que debe tener toda descripción y explicación de fenómenos pretende conseguirlo la ciencia a través del lenguaje formal en que expresa sus resultados. Esa era, además, la meta perseguida con la construcción de cálculos, tal como vimos antes. El método científico intenta, en consecuencia, garantizar la obtención de resultados verdaderos; para ello impone una condición imprescindible: el requisito de la contrastabilidad. Al final de estas líneas se incluye un texto de un periodista español del siglo XVIII, Luis García del Cañuelo (TEXTO II), que es buen ejemplo de explicación relevante y de la que es ir­relevante; de lo que es una explicación contrastable y de la que no lo es.

 

Antes hablábamos de las hipótesis auxiliares (ad hoc) que los griegos invocaban para salvar las apariencias; justamente, su defecto principal es que no eran contrastables. La ciencia moderna no tiene ningún interés en salvar una hipótesis; lo que pretende, dice Popper, es precisamente lo contrario: lanzada una hipótesis, hay que intentar refutarla, falsarla. Si resiste las pruebas, puede ser aceptada como verdadera... mientras no se demuestre lo contrario.

 

El objetivo final de la ciencia es establecer leyes y teorías científicas. Una hipótesis pasa a ser ley si, sometida a contrastación, no resulta falsada, refutada, sino confirmada. Debe ser, además un enunciado estrictamente universal, de la forma "Todo lo que es A es B"; expliquemos esto:  Los enunciados son numéricamente universales cuando son comprobables en todos los casos posibles en un lapso breve de tiempo; por ejemplo, " todos los hombres que habitan la Tierra tiene una estatura inferior a los 6 metros"; verificar un enunciado es comprobarlo en todos los casos posibles. La utilidad de estos enunciados numéricamente universales es escasa para la ciencia porque poseen poco alcance explicativo. Por el contrario, los enunciados estrictamente universales, valiosos para la ciencia, se refieren a un número ilimitado de casos posibles no observados todavía. Algunos ejemplos anteriores son de esta naturaleza: "Las galaxias están en continua expan­sión", "todos los cuerpos del Universo son pesados", etc.

 

Pero la ciencia no se conforma con el establecimiento de leyes sino que pretende llegar a formular teorías. Una teoría científica es un sistema de leyes cuya función es explicar y fundamentar las regularidades descritas por las leyes, pero desde un nivel superior. Por ejemplo, la ley que describe los movimientos de la Luna en torno a la Tierra es, a su vez, un caso particular de otra ley superior, la ley de la gravitación universal formulada por Newton, que, también a su vez, es consecuencia de una ley más amplia, la relatividad, descubierta por Einstein, referente a la estructura del espacio y del tiempo.

 

Una teoría permite, igualmente, predecir fenómenos que no se conocen cuando se formula dicha teoría. Es el caso del descubrimiento moderno de algunos planetas de nuestro sistema solar, cuya presencia era necesaria para explicar  los movimien­tos del resto de los planetas de nuestro sistema. Otro caso es el de los "huecos" dejados por Mendeleiev en su primer sistema periódico de los elementos, "huecos" que serían posteriormente rellenados por los descubrimientos de elementos nuevos.  Las teorías científicas actúan muchas veces como "modelos" (patterns) de descubrimiento.

 

5. Ciencia básica y ciencia aplicada.

El ideal teórico de la ciencia griega ha quedado en el recuerdo desde hace muchos siglos.  El viejo ideal de la contemplación como aspiración máxima del intelecto humano, dejando para los esclavos el trabajo práctico quedó en el baúl de los recuerdos ante las posibilidades técnicas que permitían la aplicación práctica de los descubrimientos científicos y su utilización para obtener riqueza.

 

Los propios pioneros de la revolución científica tenían que dedicar parte de sus esfuerzos a fabricar "artilugios" que, una vez vendidos, les permitieran seguir dedicándose a su pasión investigadora. Galileo, por ejemplo, fabricó y vendió un compás militar y no es un ejemplo perdido en aquél panorama.

 

Hoy no existen mecenas como antes, sino programas de investigación ligados a intereses concretos de la industria civil o militar.  Cuando no existen intereses de este calibre, la propia comunidad científica se inventa sus propios niveles de aspiración, como veremos después, al hablar de la sociología de la ciencia .  Un caso típico es la llamada "carrera hacia el Nobel" cuyo ejemplo arquetípico es Watson en su desesperado intento por la prioridad en el descubrimiento de la estructura del ADN .

 

Se hace necesario establecer una cierta distinción entre conceptos como los de ciencia básica, ciencia aplicada, técnica, tecnología, etc., así como contribuir a esclarecer las relaciones de la ciencia que ya no es una actividad desarrollada desde una torre de marfil, sino en interacción profunda con todas las instituciones sociales.

 

La investigación básica, lo que se llama la ciencia “pura”, había comenzado a partir del deseo humano de comprensión de la realidad; lo que Aristóteles llamaría la “admiración”.  Pero inmediatamente surge la posibilidad de la aplicación del conocimiento, su utilidad.

 

“Para constituir o reforzar un sistema científico - técnico capaz de participar vigorosamente en el desarrollo nacional es indispensable empezar por distinguir sus componentes, que son la ciencia básica o pura, la ciencia aplicada y la técnica...La física cuántica es un ejemplo típico de ciencia básica o pura.  Otros ejemplos son la física clásica y la física relativista, la cosmología y la química teórica, la teoría de la evolución y la biología molecular, la genética y la neurofisiología, la fisiología de las funciones mentales y la teoría del aprendizaje, la teoría de la movilidad social y la historia económica. Por cierto, que estas investigaciones han encontrado aplicación, restringida o amplia, inmediata o a largo plazo...  No obstante, ninguna de ellas fue emprendida por motivos prácticos: todas fueron motivadas por el deseo de comprender el mundo. Si la investigación iniciada por mera curiosidad da frutos prácticos, tanto mejor (o peor). Si no los da en seguida, tal vez los dé más adelante. Y si no los da nunca, al menos contribuye a realizar una de las metas del hombre, que es conocer el mundo y en particular conocerse a sí mismo. Al fin y al cabo, la investigación desinteresada es una de las características que nos distinguen de los demás animales. Renunciar a ella es deshumanizarse.  Una vez que se dispone de algún conocimiento básico se puede tener la esperanza de aplicarlo. Por ejemplo, la genética es hoy día la base de la fitotecnia, uno de los motores del progreso agrícola, y la biología molecular ya permite diseñar, producir y explotar bacterias que sintetizan moléculas útiles a la medicina (por ejemplo, insulina)” .

 

Parte de la investigación aplicada se aplica a objetivos de interés tecnológico, “pero los términos técnica y tecnología son ambiguos. En castellano, dentro de su ambigüedad, se suelen utilizar como sinónimos. En la literatura especializada se tiende a reservar el término "técnica" para las técnicas artesanales precientíficas, y el de tecnología para las técnicas industriales vinculadas al conocimiento científico. Por otra parte, los filósofos, historiadores y sociólogos de la técnica se refieren con uno u otro término tanto a los artefactos que son producto de una técnica o tecnología como a los procesos o sistemas de acciones que dan lugar a esos productos, y sobre todo a los conocimientos sistematizados (en el caso de las tecnologías) o no sistematizados (en el caso de muchas técnicas artesanales) en que se basan las realizaciones técnicas. Por último, el concepto de técnica se usa también en un sentido muy amplio, de forma que incluye tanto actividades productivas, artesanales o industriales, como actividades artísticas o incluso estrictamente intelectuales (como la técnica para hallar la raíz cuadrada)” .

 

El propio Manual de Frascati precisa dichos conceptos: “Se distinguen tres tipos de I + D: investigación básica o fundamental, investigación aplicada y desarrollo experimental, consistiendo la investigación básica en trabajos de tipo teórico o experimental encaminados a adquirir nuevos conocimientos acerca de los fundamentos de los fenómenos, sin que se haya previsto una aplicación particular de los mismos.  La investigación aplicada es también investigación original pero está dirigida hacia un objetivo práctico y el desarrollo experimental comprende los trabajos sistemáticos basados en conocimientos existentes, adquiridos mediante investigación  o experiencia y dirigidos a la producción de materiales nuevos, estableciendo nuevos procesos, sistemas o mejoras de los ya existentes.  Esta clasificación, aunque es muy interesante para la política científica, es muy difícil de establecer, ya que, tal como han sido definidos, parece que los tres tipos de investigación deben sucederse escalonadamente, mientras que en la práctica suelen realizarse en el mismo centro, por las mismas personas y en ambas direcciones” .

 

La relación entre técnica y tecnología es profunda y va estrechamente ligada a modos de vida, usos y costumbres. "La superideología moderna identifica la tecnología con ciencia aplicada. Y ésta no es más que teoría que se aplica. La pregunta debería ser, de inmediato, a qué se aplica dicha teoría. Los filósofos suelen hablar en este punto de la realidad o la naturaleza. Lo bien cierto es que un mero recorrido por las páginas de la historia de la tecnología muestra a las claras que esa aplicación se efectúa siempre sobre una técnica previa. La diferencia entre una técnica y una tecnología es, precisamente, que la primera controla o canaliza eventos, sin que exista una explicación (en el sentido estricto de este término) de las causas que los producen. Piénsese, por ejemplo, en todas las técnicas que, a lo largo de períodos dilatadísimos, nos han suministrado productos de la fermentación (pan, yogur, queso, vino...) sin que se conociera (científicamente) qué la producía. El desarrollo de la microbiología y su teoría de la fermentación ha permitido convertir esas técnicas en tecnologías. Las tecnologías son técnicas que inciden sobre causas que han sido explicadas. La tecnología, así, depende de la existencia previa de técnicas. Desde esta perspectiva, la ciencia no aparece como un ámbito del conocimiento objetivo, incontaminado de lo físico o lo psíquico, que habita en un mundo especial y que, a veces, encuentra aplicaciones. Para que haya una aplicación ha de existir una técnica cuya función trate de mejorarse, indagándose las causas de los eventos que dicha técnica controle. Conocida científicamente la causa, se podrá mejorar la producción técnica del efecto. Esa indagación de causas se traducirá en propuesta de hipótesis teóricas" .

 

Los propios autores señalan su influencia en la industria: "Una tecnología es el resultado de aplicar alguna teoría científica a una técnica.  Las técnicas controlan o canalizan entidades o procesos naturales (por ejemplo, la fermentación) sin conocimiento de causas eficientes (por ejemplo, sin conocer la existencia de microorganismos que producen enzimas).  Las teorías científicas explican entidades o procesos, o lo que es lo mismo: los dilucidan atendiendo a sus causas efìcientes.  Las tecnologías detectan o controlan entidades o procesos explicados por teorías científicas.  La modernidad ha aspirado a llevar la tecnología a todos los ámbitos. En particular, desde el siglo XVIII,  la ha intentado aplicar sistemáticamente al sector industrial" .

 

Algunos llegan a establecer la distinción entre ciencia básica y ciencia aplicada en función de la duración del período en que se obtienen resultados: "La diferenciación entre la investigación fundamental y la investigación aplicada se basa en la finalidad del trabajo (en la básica el objetivo suele ser la publicación y en la aplicada puede dar lugar a patentes) así como en ciertos aspectos institucionales. Sin embargo, esa diferenciación es dificultosa en la práctica, sobre todo situándose dentro de una misma institución; existe una frontera muy poco definida ya que su contenido, los métodos, su organización, etc... son iguales. A veces se diferencian, en función del plazo para la obtención de resultados, identificando investigación a largo plazo (5 años o más) como investigación fundamental y la investigación de períodos de maduración más cortos como investigación aplicada" .

 

Es curioso señalar la continua transferencia y uso indistinto entre términos como ciencia e investigación. Por otro lado, el sistema  tecnológico es un producto social: es una especie de demiurgo entre las leyes de la naturaleza  y la estructura económica y social, lo cual contribuye a la ambigüedad de su concepto y significado. " Puede resultar interesante la definición de tecnología como una forma de conocimiento que se orienta hacia el fortalecimiento o la sustitución de una determinada actividad humana ,ya que permite integrar ciertas formas tecnológicas que por su naturaleza no se representan en "forma material", pero que inciden directamente sobre los modos de organización: el conocimiento, la cultura, la técnica de una organización y las características técnicas de un sistema social.  La tecnología se puede concebir entonces como una forma de conocimiento que se fundamenta tanto en la ciencia como en otro tipo de saberes más comunes; pero el resultado no es la aplicación de un conocimiento ya elaborado, sino la transformación en un sistema de pensamiento propio" .           

 

Este intento de definir, conceptualizar y delimitar la ciencia , la técnica y la tecnología  tiene mucho de convencional, como toda clasificación; en la realidad son aspectos de un "continuum" que llevan a cabo las mismas personas en idénticos lugares. " La biotecnología, la física nuclear, la informática, disciplinas con las que nos hemos ido encontrando, muestran con claridad la interrelación que existe entre ciencia y tecnología... La distinción entre 'ciencia pura' y 'ciencia aplicada' procede sobre todo del siglo XIX. Entonces era más fácil, aunque no siempre posible (recordemos los casos de la física del electromagnetismo y la química orgánica), distinguir entre los desarrollos de carácter teórico, dirigidos casi siempre hacia un fin concreto, y la ciencia predicada como un fin en sí misma, algo así como una contemplación racional de la naturaleza, independiente de sus posibles aplicaciones.

 

Desde finales del siglo XIX, se ha impuesto cada vez con más fuerza uno de los rasgos con los que algunos caracterizan el capitalismo tardío: la 'cientifización de la técnica'. Siempre se ha registrado en el capitalismo una presión institucional dirigida a elevar la productividad del trabajo por medio de la introducción de nuevas técnicas. Ahora bien, las innovaciones dependían de inventos esporádicos, que no tenían un carácter organizado. Pero esto ha variado en la medida en que el progreso científico y el técnico han ido, a lo largo del presente siglo, quedando asociados, alimentándose mutuamente. La frontera que separaba a la ciencia de sus aplicaciones se ha hecho cada vez más borrosa. Las industrias y los gobiernos han reconocido la 'utilidad de la investigación inútil'; la ciencia aplicada trabaja cada vez más con principios básicos. Y además está el hecho de que la ciencia pura depende, asimismo, cada vez con mayor intensidad, de instrumentos de gran refinamiento y complejidad tecnológica. El telescopio Hubble, con el que esperamos avanzar sustancialmente en el conocimiento científico del universo y en el que por el momento se llevan invertidos más de 2.000 millones de dólares, es, por encima de todo, un prodigio de la técnica. Como también lo son los gigantescos aceleradores de partículas" .

 

Las implicaciones e interacciones económicas y sociales entre ambas son cada vez más intensas y relevantes a la simple vista. " Ciencia y tecnología se encuentran en la actualidad muy próximas, es más, conscientemente próximas (los sacerdotes y funcionarios babilonios o egipcios que hacían ciencia ‑astronomía o matemáticas‑, para establecer calendarios o controlar cosechas no tenían conciencia clara de qué era la ciencia; hoy sí la tenemos).  Y en pocos lugares se puede observar semejante proximidad como en la biotecnología, para muchos la tercera gran revolución tecnológica de este siglo, después de la energía nuclear y de las tecnologías de información y comunicación (ya en la actualidad, el 18 % del mercado farmacéutico depende de la biotecnología), y según algunas estimaciones, en los países occidentales las aplicaciones de la biotecnología a diversos sectores representan casi un 20 % del producto nacional bruto).

 

Es del mundo de la empresa, delde los negocios y del mercado de trabajo de donde procede el mayor estímulo para muchos de los proyectos científico‑tecnológicos actuales (recordemos, en este sentido, que los ochenta fueron unos años en los que muchos gobiernos, respondiendo a urgentes problemas laborales y económicos que tenían planteados, impulsaron fuertemente nuevas tecnologías, las de naturaleza biológica entre ellas). Y, si de ese mundo procede una parte importante del estímulo para el avance científico, a él también habrá que asignarle su cuota de responsabilidad en la felicidad o sufrimiento que nos proporcione la ciencia" .

 

La revolución científica del siglo XVII significa justamente esa frontera entre la consideración de la ciencia como una actividad pura, teórica y desinteresada y la de la ciencia como instrumento de poder. Quizás sea F. Bacon, filósofo de la revolución  industrial ,  el punto de inflexión en ese camino.

 

El propio Bacon afirma: “Además vale la pena tomar nota de la fuerza, la virtud y las consecuencias de los inventos, especialmente manifiestas en aquellos tres inventos deconocidos de los antiguos y cuyo origen, aunque reciente, es oscuro e ignoto: me refiero a la imprenta, la pólvora y la brújula.  Estas tres cosas han cambiado la faz del mundo y las condiciones de la vida humana...  Ellas han causado innumerables cambios, de forma que ningún imperio, ninguna secta, ninguna estrella parece haber ejercido mayor eficacia y mayor influjo sobre las cosas humanas del ejercido por esos inventos mecánicos” . Lo que Bacon afirmaba de estos tres inventos se ha podido afirmar posteriormente de la máquina de vapor, el raíl del tren, el petróleo, la energía atómica, el “chip”, etc. Cabe suponer que en el futuro podrá seguirse afirmando de ulteriores inventos aun desconocidos.

 

Las afirmaciones de Bacon resaltan el fundamento de la nueva mentalidad que influirá no sólo en la ascendente burguesía, sino en pensadores como Marx.  Al fin y al cabo, la tesis XI sobre Feuerbach - "los filósofos se han limitado a contemplar el mundo, cuando lo que hace falta es transformarlo" - no es más que un remedo de la afirmación de Bacon.

 

Desde esta perspectiva difícilmente se concibe hoy la investigación sin su correspondiente proyecto de desarrollo, lo que suele llamarse I + D. "El inventor contemporáneo no necesita saber mucha ciencia, pero tampoco puede ignorarla, puesto que lo que suele llamarse principio de un invento moderno es una propiedad o ley descubierta en alguna investigación científica, ya básica, ya aplicada. Por ejemplo, el principio del avión a reacción es el principio newtoniano de la igualdad de la acción y la reacción y el principio de los antihistamínicos es la relación antígeno - anticuerpo descubierta por los inmunólogos.  Lo característico del inventor no es que sabe mucho, sino que explota al máximo lo que sabe. Tiene gran imaginación y, casi siempre, gran sentido práctico.

 

El invento es el primer eslabón de una nueva técnica o de una nueva etapa en una técnica establecida. Luego del invento viene el desarrollo, etapa en la que naufraga la mayor parte de los inventos. Es preciso construir un prototipo, o bien producir un puñado de semillas de una nueva variedad, o unos gramos de una nueva droga, o un plan detallado de una nueva organización. Una vez producidos estos artefactos es preciso ponerlos a prueba para ver si sirven.

 

Los inventos que sobreviven la etapa de !a prueba se someten a la segunda etapa del desarrollo, a saber, el diseño de su producción en escala mediana o grande.. No es de extrañar que la mayor parte del presupuesto de investigación y desarrollo se vaya en las etapas de desarrollo. La regla empírica es esta: por cada diez dólares del presupuesto total de I + D, un dólar se dedica a la investigación básica; dos dólares, a la aplicada, y siete dólares, a la investigación técnica y el desarrollo.

 

Si el nuevo artefacto, producto o procedimiento resulta eficaz y promete ser de provecho, sea para la empresa, sea para el público, se pone en producción. Esta etapa requiere nuevas innovaciones técnicas, tanto en lo que respecta al proceso productivo cuanto en lo que se refiere a la organización y financiación.

 

Finalmente viene el proceso de comercialización o distribución del producto o servicio. También aquí pueden intervenir técnicas fundadas sobre ciencias aplicadas. Y también aquí la innovación no es resultado automático de la aplicación rutinaria de conocimientos ya adquiridos" .

 

En estos proyectos de I + D se reflejan claramente las interacciones de los diversos intereses de los grupos sociales. "El desarrollo sistemático de nuevas tecnologías a través de programas de I+ D es una característica fundamental del entramado científico - tecnológico de la sociedad de nuestros días. Un programa de I+ D es un plan de acción cuyo objetivo es promover la investigación científica, el diseño y la evaluación de tecnologías. El supuesto básico que subyace a un programa de I + D es que el desarrollo del conocimiento científico y tecnológico en un área determinada aumenta las posibilidades de diseño de nuevas tecnologías de interés para los fines que persigue el grupo social (empresa, país, gobierno, etc.) que patrocina el programa. En la actualidad, la mayor parte de la investigación científica y la mayor parte de la innovación tecnológica se producen a través de programas de I + D. En un programa de I + D se combinan decisiones políticas, actividades de investigación científica y de diseño tecnológico y procesos de evaluación interna y externa... Un programa de I + D responde siempre a unos objetivos de desarrollo social o económico. Éstos a su vez se determinan en función, por una parte, de las necesidades y deseos o fines del grupo social; por otra, en función de los recursos científicos y tecnológicos previamente disponibles... La determinación de un objetivo condiciona la elaboración de un programa de I + D, que implica tres tipos de actividades: actividades de investigación, actividades de desarrollo (diseño de sistemas, fabricación de prototipos) y actividades de evaluación (evaluación previa de factibilidad e idoneidad, y evaluación a posteriori de eficiencia y de impacto o de consecuencias" .

 

Una característica esencial de los proyectos de I + D  es su creatividad e innovación .  Por otro lado, la tecnología no es una actividad uniforme.  Al igual que existen ciencias sociales y ciencias de la materia, existen distintas ramas de la tecnología. “Las ramas de la tecnología:

Materiales:

- Físicas (ingeniería civil, eléctrica, electrónica, nuclear y espacial)

- Químicas (inorgánica y orgánica)

- Bioquímicas (farmacología, bromatología)

- Biológicas (agronomía, medicina, bioingeniería)

Sociales

- Psicológicas (psiquiatría, pedagogía)

- Psicosociológicas (psicologías industrial, comercial y bélica)

- Sociológicas (sociología y politología aplicadas, urbanismo, jurisprudencia)

- Económicas (ciencias de la administración, investigaciones operativas)

- Bélicas (ciencias militares)

Conceptuales:

- informática (computer sciences)

Generales:

- Teorías de sistemas (teoría de autómatas, teoría de la información, teoría de los sistemas lineales, teoría del control, teoría de la optimización, etc.)” .

 

Por otro lado, el nivel de objetividad de las teorías científicas y las reglas tecnológicas varía considerablemente. “Sólo la investigación pura y aplicada puede estimar el valor veritativo de las teorías y la eficiencia de las reglas tecnológicas. A diferencia del científico, el técnico y el práctico no contrastan teorías, sino que las usan con finalidades no cognoscitivas” .

 

De ello se deriva que su riqueza y potencialidad son muy diferentes. “Consideradas desde el punto de vista práctico, las teorías tecnológicas son más ricas que las teorías científicas en el sentido de que, lejos de limitarse a dar cuenta de lo que puede ocurrir, ocurre, ocurrió u ocurrirá, sin tener en cuenta lo que hace el que toma las decisiones, ellas se ocupan de averiguar lo que hay que hacer para conseguir, evitar o simplemente cambiar el ritmo de los acontecimientos o su desarrollo de un modo predeterminado. En cambio, desde un punto de vista conceptual las teorías tecnológicas son claramente más pobres que las de la ciencia pura: son siempre menos profundas, porque el hombre práctico, al que se dedican, se interesa principalmente por los efectos brutos que ocurren y que son controlables a escala humana: lo que quiere saber ese hombre es cómo puede conseguir que trabajen para él las cosas que se encuentran a su alcance, y no cómo son realmente las cosas de cualquier clase. Consiguientemente, el investigador aplicado procurará esquematizar su sistema, siempre que ello sea posible, como caja negra: preferirá tratar variables externas (input v output), considerará todas las demás, en el mejor de los casos, como variables intermedias útiles y manejables, pero sin alcance ontológico, e ignorará todos los demás niveles. Precisamente por eso - o sea. porque sus hipótesis son superficiales -, no resultan más a menudo peligrosas las supersimplificaciones y los errores con que trabaja” .

 

TEXTOS

Texto 1. Carl Hempel, Filosofía de la ciencia natural, trad. de A. Deaño, Alianza, Madrid 1973, p. 16-20 (resumen):

 

"Un caso histórico a título de ejemplo"

Ignaz Semmelweiss, físico de origen húngaro realizó entre 1844 y 1848 ciertos trabajos sobre la fiebre puerperal. Como médico de la Primera División de Maternidad del Hospital General de Viena se sentía angustiado porque un alto porcentaje de mujeres que habían dado a luz en su División, contraía una seria y con frecuencia fatal enfermedad conocida como fiebre puerperal o fiebre de sobreparto. En esos años una media del 8 % de madres murieron en su División por esa enfermedad contra un 2 % que solían morir en otras divisiones. Para resolver el problema empezó por examinar varias explicaciones del fenómeno  corrientes por aquella época; rechazó algunas que se mostraban incompatibles con los hechos establecidos; a otras las sometió a contrastación.

 

Una opinión ampliamente aceptada atribuía las olas de fiebre puerperal a influencias epidémicas que se describían vagamente como cambios atmosférico - cósmico - telúricos. Pero !cómo - argüía Semmelweiss - podían esos cambios haber infectado durante años su División respetando las otras! y ¿cómo compaginar que mientras la fiebre asolaba su División no se producían en Viena casos de ella?. Las epidemias de cólera no eran tan selectivas. Por otro lado, muchas mujeres sorprendidas por el parto en plena calle adquirían la fiebre en menor proporción que las mujeres de su sala.

 

Según otra opinión, el hacinamiento podía ser la causa de las fiebres pero el hacinamiento de mujeres era mayor de hecho en otras Divisiones del Hospital que en la suya. Semmelweiss descartó igualmente las posibles diferencias de dieta alimenticia y de cuidados generales, ya que ambos eran idénticos en todo el Hospital.

 

La primera comisión creada para resolver el problema apuntó que la frecuencia de muertes por fiebre podría deberse a los reconocimientos a poco cuidadosos a que los estudiantes de medicina sometían a las pacientes en sus prácticas hospitalarias. Semmelweiss refutó tal afirmación señalando que: a) las lesiones producidas durante el parto son mucho mayores que las derivadas de un reconocimiento poco cuidadoso. b) los estudiantes hacían prácticas en todas las Divisiones del Hospital pero en su sala moría muchas más mujeres; c) cuando a raíz de dicho informe se redujo el número de estudiantes en prácticas no por ello disminuyó el número de muertes.

 

Se acudió a varias explicaciones psicológicas. Una de ellas mencionaba que el sacerdote del Hospital cuando portaba los últimos auxilios para una moribunda siempre tenía que atravesar la División Primera. Se sostenía que ello producía un efecto terrorífico que debilitaba a las pacientes y las hacía más propicias a contraer la enfermedad, cosa que no ocurría en otras Divisiones. Se le insinuó al sacerdote que pasara por otro lugar...pero la mortalidad no disminuyó. A Semmelweiss se le ocurrió aferrándose a todas las posibilidades, que las mujeres de su sala yaciesen de lado, como las de otras Divisiones y no boca arriba como en la suya. La mortalidad se siguió mostrando renuente a disminuir.

 

Finalmente, en 1847, la casualidad dio a Semmelweiss la clave para la solución. Un colega suyo, Kolletschka, recibió una herida penetrante en un dedo, producida por un escalpelo de un estudian­te con el que estaba practicando la autopsia de un cadáver, y murió mostrando en la agonía los mismo síntomas que las mujeres con fiebre puerperal. Dado que el colega no había tenido un hijo, la enfermedad no debía estar relacionada con el parto sino con algo ajeno y posterior a él.

 

Por aquella época aún no se había descubierto el papel de los microor­ganis­mos en las infecciones, pero Semmelweiss comprendió que la materia cadavérica que el escalpelo del estudiante había introducido en la corriente sanguínea de su compañero había sido la fatal causa de la enfermedad; llegó a la conclusión de que ésa había sido también la causa de las muertes de las mujeres de su sala.

 

El y su equipo solían pasar reconocimiento a las parturientas de su sala inmediatamente después de realizar prácticas de autopsia y lavándose las manos de manera superficial. Puso a prueba tal posibilidad: se debía poder prevenir la fiebre puerperal destruyendo quí­micamente el material infeccioso adherido a las manos. Dictó una orden por la que se exigía los estudiantes lavarse las manos con una solución de cal clorurada antes de reconocer a ninguna enferma. La mortalidad por fiebre puerperal de su sala descendió a los mismos porcentajes que los de las otras salas.

 

Con esta hipótesis que luego contrastó , explicaba Semmelweiss, de paso, el hecho de la baja mortalidad por parto callejero y el de las otras salas de su Hospital, porque en ninguno de estos casos eran atendidas las mujeres después de hacer prácticas de autopsia. De igual modo explicaba que los recién nacidos que adquirían la fiebre puerperal fuesen hijos de mujeres atendidas por él o sus ayudantes. Posteriormente, un día que él y sus ayudantes exploraron a una paciente aquejada de cáncer cervical ulcerado y después reconocieron a otras doce mujeres de la sala, once de éstas contrajeron fiebre puerperal. Semmelweiss amplió su hipótesis: la infección podía producirse no sólo por materia cadavérica, sino también por materia pútrida proveniente de organismos vivos".

 

Actividades sobre el texto 1

1. El texto ofrece una aproximación simple pero útil a los conceptos de observación y experimentación. ¿Puedes precisar las semejanzas y diferencias entra ambas?.

2. Intenta hacer una tabla de presencias y ausencias al estilo de Bacon con las posibles causas de la fiebre puerperal.

3. ¿Pueden coincidir el descubrimiento de la causa de un fenómeno  con el descubrimiento de la naturaleza de dicha causa?. ¿Qué sucede en el texto de Hempel?.

4. Explica qué elementos del método científico utiliza Semmelweiss en su investigación sobre la fiebre puerperal y qué resultados obtiene.

5. Intenta exponer y “justificar" todos los argumentos posibles en favor de la tesis de que la Tierra es el centro del Universo y de el Sol es el centro del Universo. Es decir, analiza quién tiene razón en la disputa entre Aristóteles y Galileo.

6. Investiga los principios científicos que se han utilizado para algunas de las aplicaciones industriales más extendidas hoy en nuestra vida, por ejemplo, la fabricación de yogur, vacunas, cohetes espaciales, películas como Parque Jurásico o Babe, el cerdito valiente, la fabricación y utilización de ordenadores y multitud de ejemplos que puedes seleccionas y estudiar (Aplícalo a dos o tres casos)

 

Texto 2.

Cañuelo,Luis G. del, "La congoja de no poder hacerme entender de aquellos bárbaros", apud José Segovia, España en el pensamiento ilustrado, Bruño, Madrid, 1991, pág. 227-236 (resumen)

 

Relata Cañuelo que se quedó dormido cierto día y soñó que naufragaba en una isla habitada por salvajes. Cuando vuelve en sí después de un desmayo observa que está rodeado de salvajes quienes le llevan a presencia del cacique, el cual comienza a examinar su persona y objetos con mucha curiosidad, delante del resto de la tribu. El propio Cañuelo continúa así el relato:

 

Nada de lo que llevaba sobre mí quedo por examinar. Todo le causó admiración, pero sobre todo mi reloj, que no acertaba a soltar de sus manos, principalmente después que del modo que pude le expliqué el uso de aquella máquina. Volviéndose entonces a uno de los que más cerca estaban de su persona se lo alargó, como pidiéndole explicación de aquel prodigio.

 

Debía de ser alguno de sus sabios, el cual, habiéndole mirado desdeñosamente, "este reloj", dijo con voz grave y pausada, "fue hecho de algo, por que de la nada, nada se hace; y este algo, aunque era capaz de la forma de reloj, carecía, no obstante, de ella, porque si la tuviera actualmente, claro está que ya sería reloj. Estando, pues, indiferente para recibir varias formas, que contenía todas en potencia y apetecía con apetito de deseo vino el relojero y le unió la forma de reloj, con lo que quedó hecho el reloj. De manera que tres cosas concurrieron a su formación: el no ser de reloj, como término abandonado; el ser de reloj, como término adquirido; y el sujeto que pasó de aquel no ser a este ser; que es decir, materia, forma y privación. Mas inmediatamente que estuvo formado se fue con Dios la privación y quedaron solas la materia y la forma del reloj, que desde entonces son sus únicos principios constitutivos. La materia es aquel sujeto del cual, per­maneciendo en el reloj se hizo el reloj, y en el cual vendrá por fin a parar si se deshace; es una cosa que no es qué, ni cuál, ni cuánto, ni nada de aquello porque se determina el ser del reloj, o para decirlo más breve y claramente, es una cosa de la cual pudo hacerse el reloj. Y como antes apetecía la forma de reloj con un apetito de deseo la apetece ahora con un apetito de complacencia. Esta forma es el acto de la materia o aquello por lo que el reloj es reloj; y no fue criada por el relojero, sino educida de la potencia pasiva de la materia, en la cual estaba contenida. Unidas, pues, por el relojero esta materia y esta forma in­mediatamente, y en cuanto la una es acto de la otra, y ésta sujeto de aquella, forman un compuesto que no es mera colección de ambos, sino un tercer género de cosas, que se llama reloj; el cual señala las horas porque tiene una virtud indicati­va de ellas".

 

Quedó el cacique muy satisfecho de esta explicación, y todo el mundo aplaudió con grandes demostraciones su vasto saber y profundo conocimiento de relojería.

 

Sólo hubo uno que, habiendo considerado con mucha atención el reloj por largo rato, gritó: "¡ Oh, amigos, yo creo haber descubierto el artificio de esta máquina. Sin duda hay aquí dentro algún cuerpo comprimido o violentamente arrollado, que a la manera de nuestros arcos cuando tiramos de la cuerda forcejea por extenderse o recobrar su primera y natural situación, y venciendo lentamente la resisten­cia que le opone algún otro cuerpo, comunica su movimiento a alguna ruedecita construida de una materia dura y compacta. Esta debe estar armada en su circunferencia de unos a manera de dientes en cierto número, los cuales, encajando en los de otras ruedecitas, que también deben ser en número proporcionado, le hacen dar a cada una su vuelta en determinado tiempo y llevar consigo esta aguja y esta flechita que señalan las horas. Sin duda que la que lleva  a la una tiene más dientes que la que lleva a la otra, y en eso consiste en que gire ésta con menos rapidez que aquélla".

 

Rióse mucho el sabio al oír esta explicación y los demás difirieron de modo a su autoridad, que el autor fue altamente silbado y tratado de todos con el mayor desprecio. Iba ya el infeliz a ser víctima de furor, cuando intenté decir a todos que su explicación era sumamente correcta... pero me despertó la congoja de no poderme hacer entender de aquellos bárbaros.

 

Actividades sobre el texto 2.

 

1. Dos características importantes de toda hipótesis científica son la relevancia explicativa y el requisito de la contrastabilidad.  ¿Cómo se reflejan ambas en las explicaciones del brujo y el "heterodoxo"?.

2.  A partir del texto explica la diferencia entre causalidad física y metafísica.

3. Cada texto escrito que pertenece a un ámbito distinto del saber intenta explicar la realidad de manera diferente. Analiza estas diferencias en textos literarios, religiosos, poéticos, políticos, etc.

 

Texto 3.

 

D. J. S. Price, Hacia una ciencia de la ciencia, Ariel, Barcelona, 1973, 39-41

 

La siguiente lista, que incluye una serie de tiempos de duplicación medibles y calculados, demuestra lo rápidamente que el crecimiento de la ciencia y la tecnología  ha superado al de la población y al de las instituciones no científicas:

 

100 años:

Entradas en los diccionarios biográficos  nacionales

 

50 años:

Número de obreros.

Población.

Número de universidades

 

20 años:

Renta nacional bruta.

Descubrimientos importantes.

Físicos importantes.

Número de elementos químicos conocidos

Precisión de los instrumentos.

Número de alumnos que ingresan en colegios universitarios por 1.000 habitantes.

 

15 años:

Bachilleres en Artes y en Ciencias.

Revistas científicas.

Miembros de institutos científicos.

Número de compuestos químicos conocidos.

Número de resúmenes de publicaciones científicas de todos los campos

 

10 años:

Número de asteroides conocidos.

Publicaciones sobre teoría de determinantes.

Publicaciones sobre geometría no euclidiana.

Publicaciones sobre rayos X.

Publicaciones sobre psicología experimental.

Número de teléfonos en los Estados Unidos.

Numero de ingenieros en los Estados Unidos. 

Velocidad de los transportes.

Kilovatios/hora de electricidad.

 

5 años:

Número de llamadas telefónicas transoceánicas.

Permeabilidad magnética del hierro.

 

1 año y medio:

Millones de electrón-voltios de aceleradores de partículas.

 

Actividades sobre el texto 3.

  • Explica brevemente la conclusión más importante que extraes del texto de Price.
  • Price es uno de los fundadores en este siglo de una ciencia nueva: la sociología de la ciencia.  ¿Cuál te parece que es su objeto y su método?.
  • La aceleración en el proceso de descubrimiento científico repercute  de manera muy importante en muchas facetas de la vida y la cultura humanas: señala las repercusiones que te parecen más importantes en la tecnología y en el mercado de empleo.

 

Texto 4.

Steve Woolgar, Ciencia: abriendo la caja negra, Anthropos, Barcelona, 1991, pág. 30-31

 

Puede decirse que la organización social de la ciencia ha atravesado tres grandes etapas: amateur, académica y profesional. En el período amateur (situado aproximadamente entre 1600 y 1800), la ciencia se desarrolla fuera de las universidades, alejada del gobierno y de la industria, tal y como hoy conocemos estas instituciones. Los que participaban en ella eran profesionales económicamente independientes que se reunían de manera informal y cuyo principal rol social quedaba al margen de sus interese científicos. Estos amateurs desarrollaron rápidamente medios para comunicarse entre sí, y el intercambio epistolar     pronto dio paso a - o fue sustituido por - la aparición de revistas científicas. Los involucrados en estas redes sociales de amateurs se consideraban a sí mismos como personas interesadas en la «filosofía natural», siendo la especialización algo extraño entre ellos. La fase académica (1800-1940) queda caracterizada por la necesidad de que los nuevos miembros de la comunidad científica tengan una mayor y más prolongada formación técnica (para poder así enfrentarse al incremento del conocimiento científico), por la necesidad de recursos y puestos adecuados para sustentar la dedicación completa a la incipiente literatura científica y por la creciente especialización de los científicos. Como resultado de todo ello, el trabajo científico tiende a acabar centrándose en la investigación básica desarrollada en el seno de las universidades. La profesión científica se organiza progresivamente según patrones disciplinares especializados, y la preparación de los nuevos miembros de la comunidad científica se convierte en parte de las obligaciones del científico. A pesar de que la ciencia fue subvencionada de forma creciente con fondos públicos, no se permitía que las universidades o los gobiernos interfirieran directamente en la libertad académica de los científicos. Consecuentemente, el conocimiento científico fue casi por completo dirigido por el momentum interno de la comunidad científica. Aunque la investigación no planificada ha seguido desarrollándose en las universidades, la investigación científica se ha hecho actualmente tan costosa - especialmente por lo que al capital invertido se refiere - que sólo puede mantenerse con los fondos de un gobierno central. De ahí el creciente interés e influencia de los patrocinadores no - científicos en el progreso de la ciencia. De forma cada vez mayor, el trabajo científico se juzga según su valía con respecto a la prosperidad económica y la seguridad. El aumento gradual de los esfuerzos científicos directamente relacionados con los intereses industriales corre paralelo a la creciente importancia dada a la aplicabilidad y utilidad de la ciencia: las firmas más importantes cuentan con laboratorios de investigación y desarrollo situados en sus propias instalaciones. Además, la regeneración, después de la guerra, de la conciencia sobre la relación entre ciencia y sociedad - en su más amplio sentido - también ha reavivado el interés por el impacto de la ciencia «en la sociedad».

 

Actividades sobre el texto 4.

1. Haz un resumen de aproximadamente 4 líneas (un 10 % de extensión) con tu propio léxico del texto anterior.

 

Texto 5.

Un potente ordenador muestra capacidad de razonamiento en demostraciones matemáticas (GINA KOLATA, Nueva York, El País, 26 de diciembre de 1996)

 

Los ordenadores son muy rápidos cuando se trata de ejecutar cálculos matemáticos. Pero a la hora de encontrar soluciones creativas para complicados problemas matemáticos, nada ha podido vencer a la mente humana, hasta ahora. Un programa de ordenador hecho en el Argonne National Laboratory (EE UU) ha presentado una demostración matemática que sería considerada creativa si se le hubiera ocurrido a un ser humano. La máquina ha puesto, por vez primera, un pie en las matemáticas puras, un campo descrito a menudo como una forma de arte más que como una ciencia.

 

Algunos investigadores señalan que las consecuencias de este avance son profundas, al mostrar lo poderosos que pueden llegar a ser los ordenadores al razonar por sí solos, reproducir los destellos de razonamiento lógico o incluso de genio de las mejores mentes humanas.

 

Anteriormente, los ordenadores habían dado soluciones a hipótesis matemáticas pero fáciles de resolver. En esta ocasión, la diferencia es que la máquina ha resuelto una hipótesis que dejó sin respuesta a algunos de los mejores matemáticos durante 60 años. Y lo ha logrado con un programa diseñado para razonar, no para resolver un problema específico. El programa es muy diferente de los de ajedrez, por ejemplo, diseñados para manejar un único problema: los movimientos de una partida.

 

«Es un signo de poder, de capacidad para razonar», señala Larry Wos, jefe del proyecto del ordenador inteligente en Argonne, logrado por su colega William McCune. Wos vaticina que este éxito puede marcar el principio del fin de la investigación matemática tal y como se realiza ahora, ya que, a la larga, puede liberar a los matemáticos para que se centren en descubrir nuevas hipótesis.

 

El resultado también podría poner en cuestión la noción de razonamiento creativo por la posibilidad de que los ordenadores tomen un camino paralelo para alcanzar las mismas conclusiones que los grandes pensadores humanos. Puede ser que, dado que nadie sabe cómo razonan los humanos, el enorme estallido de creatividad que aparentemente surge como un chispazo de las mentes de los genios sea producto de una labor febril y oculta a nivel inconsciente, similar a la de un ordenador.

 

Stanley Burris, matemático en la Universidad de Waterloo (Canadá), afirma que este resultado ha supuesto «el primer avance verdadero en la demostración automatizada de teoremas» y demuestra que «la frontera que separa lo mecánico de lo creativo es muy delgada».

 

Robert Boyer, un científico de computación de la Universidad de Texas en Austin, dice: «Creo que es el resultado en la demostración automatizada de teoremas más notable en los últimos 30 años y es claramente una forma de razonamiento informático». Pero añade, «no quiero concederle excesiva importancia». Es mejor, afirma, pensar en un ordenador «tan sólo como un colega más, que a veces sirve de ayuda, pero a menudo, no».

 

Las demostraciones de McCune están relacionadas con una hipótesis que «no tiene aplicaciones», señala. Su programa de ordenador ha demostrado que un conjunto de tres ecuaciones es equivalente a un álgebra de Boole, ese conjunto de normas, conocido por generaciones de estudiantes, que rige las asociaciones, los complementos y las intersecciones entre conjuntos.

 

El problema fue planteado por primera vez en los años treinta por el matemático Herbert Robbins, quien trabajó en el asunto durante un tiempo y luego lo transmitió a uno de los más famosos expertos en lógica matemática de este siglo, Albert Tarski, de la Universidad de Stanford. Tarski, ya fallecido, trabajó en el problema, le dedicó un libro y lo planteó a colegas.

 

Burris dice que Tarski le presentó el problema a principios de los años setenta. Mientras tanto, los expertos en computación intentaban descubrir si podían hacer que las máquinas razonasen. Wos empezó a trabajar en el razonamiento automatizado en los años sesenta, y los investigadores estaban divididos respecto a cómo abordar este asunto.

 

Algunos creían que la clave era explicar cómo razonan las personas y después crear programas que imitasen el proceso. Wos discrepaba. «Nadie sabe cómo razonan los humanos», afirma. «Cuando preguntas a los matemáticos que han demostrado un teorema cómo lo han hecho, te contestan: 'Bueno... di un montón de vueltas por casa y estuve leyendo algunos periódicos y pensando...».

 

Wos y sus compañeros siguieron otro diferente. «No nos preguntamos qué hace la gente cuando piensa, sino que nos planteamos cómo explicar a un ordenador de qué trata un determinado problema, cómo conseguir que llegue a conclusiones que se derivan inevitables y lógicamente de hipótesis y que, a partir de ahí, demuestre teoremas».

 

Empezaron a escribir programas en los que el ordenador suponía que una hipótesis era falsa y a continuación examinaba las conclusiones. Si encontraba una contradicción, era una prueba de que la hipótesis era verdadera. El ordenador también suponía que la hipótesis era verdadera y seguía los mismos pasos, buscando contradicciones que demostrasen que era falsa.

 

Para evitar que la máquina se perdiese en largas comprobaciones, los investigadores añadían estrategias, como pasar por alto todos los supuestos que contuviesen más de cien símbolos. Wos explica: «Yo era jugador de póker y de bridge. Un buen embaucador utiliza estrategias, descubre cuál es la debilidad de uno y la ataca. No se limita a intentar engañarte aleatoriamente».

 

Los programas de Wos pronto fueron capaces de encontrar demostraciones de problemas matemáticos básicos. «A veces, podíamos hacer los problemas mejor que los estudiantes y, en algunas ocasiones, muy de vez en cuando, mejor que los profesores», dice. Durante más de 16 años, se dedicó a problemas de libros de texto de matemáticas y los matemáticos solían decirle: «¿Por qué haces lo que ya sabemos? ¿Por qué no nos das algo nuevo?». En 1979, Wos conoció el problema de Robbins e intentó solucionarlo con programas cada vez más avanzados pero sin éxito. McCune se unió al grupo en 1984.

 

El pasado 2 de octubre, McCune introdujo la hipótesis de Robbins en un nuevo programa de razonamiento automatizado que había escrito, llamado EQP (demostrador de ecuaciones) y salieron resultados sorprendentes. McCune intentó que el ordenador perfeccionase la demostración, arrancó el programa el 15 de noviembre y diez días después lo logró. McCune ha comprobado su demostración por ordenador y a mano; independientemente lo han hecho Burris y, por su lado, Mark Stickel, del Instituto de Investigación de Standford.

 

Stanley Burris explica que la demostración matemática, tal y como salió del ordenador, «era muy difícil de interpretar». «La máquina dice: 'llegué a ese paso a partir de dos pasos anteriores', pero no incluye todos los detalles».

 

Wos afirma que la demostración será publicada en la revista The Journal of Automated Reasoning y en Internet. McCune dice que está contento: «En cierto sentido, tengo la sensación de que el ordenador ha sido creativo». Sin embargo, añade que no le interesa mucho especular sobre las implicaciones filosóficas de su trabajo. «Simplemente trabajo con los problemas e intento resolverlos».

 

A Wos, por el contrario, le encanta reflexionar sobre el significado y el futuro del razonamiento humano y predice que, en unas cuantas décadas, los ordenadores podrían ser tan ágiles razonando como lo son ahora calculando. «Quiero decir a la gente que si llegamos a tener éxito y conseguimos proporcionar procesadores portátiles de ideas igual que ahora hay calculadoras de bolsillo, podríamos mejorar increíblemente la vida de las personas», afirma Wos.

 

Actividades sobre el texto 5.

  • ¿De qué trata el texto anterior?
  • ¿Cuál es su objetivo?
  • ¿Qué repercusiones tiene para la vida humana?
  • ¿Qué es una demostración por reducción al absurdo?.
  • ¿Puede pensar una máquina?
  • ¿Qué es un procedimiento algorítmico y qué es un procedimiento heurístico?.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

José Segovia, España en el pensamiento ilustrado (Ciencia, Tecnología y Sociedad en la España del siglo XVIII), Bruño, Madrid, 1992

Gaston Bachelard, "La formación del espíritu científico", Siglo XXI, Buenos Aires, 1972

John D. Bernal, "Historia social de la ciencia" 2 t., Península, 1968

M. Bunge, Técnica y producción, El País, 20-6-82.

“       “                     Invención y desarrollo,      “      21-6-81

“       “         Acoplamiento del sistema cognoscitivo con el sistema económico, El País, 22-6-82

B. Farrington, "Ciencia y filosofía en la antigüedad", Ariel, Barcelona, 1971

Carl Hempel, "Filosofía de la ciencia natural", Alianza, Madrid, 1973

Tomas S. Kuhn, "La estructura de las revoluciones científicas", F.C.E., Méjico, 1971

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John Ziman, "La credibilidad de la ciencia", Alianza, Madrid, 1981.

 

http://www.telefonica.net/web2/pinoalto/unidades/2unidadctslaciencia.doc

B. Russell,  La perspectiva científica, Ariel, Barcelona, 3ª  ed., 1971, p. 8-9.

Un magnífico ejemplo de análisis de este tipo de valoraciones extracientíficas lo constituye el libro de Gaston Bachelard, Psicoanálisis del fuego, Alianza, Madrid, 1966.

No hay que olvidar que los valores dominantes de la nueva cultura burguesa son la libertad frente a toda coacción interna y externa, la igualdad jurídica ante la ley , el racionalismo  por convicción - caso de Descartes -y el empirismo  por transacción - caso de Locke -. Paul Hazard, en La crisis de la conciencia europea (editorial Pegaso, Madrid) señala que el siglo XVII es racionalista por convicción y empirista por transacción. Al fin, Descartes y Locke son dos caras de la misma moneda.

Isaac Asimov, Historia del telescopio, Alianza, Madrid, 1986.

Werner Heisenberg, Encuentros y conversaciones con Einstein y otros ensayos, Alianza, Madrid, 1979, p. 125.

Íbid., p. 123.

Jacques Monod, El azar y la necesidad, Seix Barral, Barcelona, 1971.

Werner Heisenberg, op. cit., cap. 5.

Eric Hobsbawm, Las revoluciones burguesas, Guadarrama, 2 t., Madrid, 1974

Paul Hazard, La crisis de la conciencia europea (1680-1715), Pegaso, Madrid, 3ª educación., 1975, p. XI.

Así lo han mostrado, por ejemplo, Bruno Latour y Steve Woolgar en La vida en el laboratorio. La construcción de los hechos científicos, Alianza, Madrid, 1995; lo mismo manifiesta de modo explícito la obra autobiográfica de James Watson, La doble hélice, Salvat, Barcelona, 1968.

Gaston Bachelard, Psicoanálisis del fuego, Alianza, Madrid, 1966, p. 7 - 8.

K. R. Popper,  La lógica de la investigación científica, Tecnos, Madrid, reimp. 1967, p. 43.

B. Russell, Los problemas de la filosofía , Labor, Madrid, 7ª  ed.,   1981, pág. 130.

"Serendipia" es un neologismo que traduce al término inglés "serendipity", "facultad de hacer descubrimientos afortunados e inesperados por accidente", según la definición del Diccionario de Oxford, donde aparece a partir de la edición de 1974.  El término fue acuñado por Walpole en 1754 después de leer un cuento de hadas, Los tres príncipes de Serendip, el antiguo nombre de Ceilán (Sri Lanka): se refería al descubrimiento accidental de cosas no buscadas.

 

Cf. nota 11.

Mario Bunge, Técnica y producción, El País, 20-6-82.

M. A. Quintanilla, Tecnología: un enfoque filosófico, Fundesco, Madrid, 1989, p. 33.

La medición de las actividades científicas y técnicas. Manual de Frascati. 1980,  (OCDE), CDTI, Madrid, 1981, p. 46. Cf. etiam, Langdon Winner, Tecnología  autónoma. La técnica incontrolada como objeto del pensamiento político, Gustavo Gili, Barcelona, 1979,  p. 14 y ss.

J. Sanmartín, S. H. Cutlife, S. L. Goldman, M. Medina  (eds.), Estudios sobre sociedad y tecnología, Anthropos, Barcelona, 1993, p. 234-235.

Íbid., p. 42-43

M. Gómez Uranga et alii, El cambio tecnológico hacia el nuevo milenio, FUHEM/Icaria, Madrid, 1992, p. 91-93.

Íbid., p. 12.

J. M. Sánchez Ron, ¿El conocimiento científico, prenda de felicidad?, apud J. Nadal (comp.), El mundo que viene, Alianza, Madrid, 1994.  p.239‑240.

Íbid., p. 233 - 234.

Tal es la opinión de Benjamín Farrington en su obra Francis Bacon, filósofo de la revolución industrial, Ayuso, Madrid, 1971.

Francis Bacon, La gran restauración, Alianza, Madrid, 1985, p. 184.

Mario Bunge, Invención y desarrollo, El País, 21-6-82.

M. A. Quintanilla, op. cit., p. 112-114.; cf.  etiam, J. Sanmartín et alii, op. cit., p. 305 - 307.

Manual de Frascati..., op. cit., p. 54.

Mario Bunge, Epistemología, Ariel, Barcelona, 1981, p. 207.

Mario Bunge, La investigación científica, Ariel, Barcelona, 1983, p. 691.

Íbid., p. 686.

 

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