La Guerra Colonial resumen y tema

 

 

 

La Guerra Colonial resumen y tema

 

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La Guerra Colonial resumen y tema

 

LA GUERRA COLONIAL

1.La Guerra de Cuba: Desarrollo del conflicto

1.1Fases de la Guerra

A. Primera Fase (1868-1878)

B. Segunda Fase (1879, "La Guerra Chiquita"

C. Tercera Fase (1895-1898). El final de la Guerra.

 

LA GUERRA COLONIAL

 

  1.La Guerra de Cuba: Desarrollo del conflicto .

 

España durante los siglos XVI y XVII era una gran potencia colonial a nivel mundial y había conseguido crear un gran imperio en America y Oceanía. Mantenía la hegemonía en Europa gracias al oro y la plata que venia de América y que le permitía mantener conflictos exteriores. A partir del siglo XVIII disminuye la cantidad de metales precioso que vienen de las colonias y España pasará a ser un país de segundo orden sustituido por Francia. Durante el siglo XVIII con los Borbones se intentara cambiar la situacion y recuperar el comercio colonial. A partir del siglo XIX la situacion es insostenible y debido a la Guerra de Emancipacion y el Desastre del 98. Como explicaremos a acontinuacion, España pierde los ultimos territorios coloniales tras la guerra con Cuba en la que intervinieron los Estados Unidos, la derrota supuso la firma de la Paz de Paris en la que se renunciaba a Puerto Rico, Cuba y Filipinas lo que planteo una crisis muy grave a nivel politico, social, economico y moral. España llego al siglo XX con una de las mayores crisis de su historia.

 

La Guerra de Cuba puede situarse en la segunda mitad del siglo XIX, aunque es en los ultimos años cuando se intensifica o se encrudece. Podemos distinguir tres fases:

 

             1.1Fases de la Guerra

 

    A. Primera Fase (1868-1878)

 

Se inicia con la guerra de los Diez Años, en Cuba surgieron los primeros movimientos de oposicion al gobierno español liderados por la burguesia criolla que tenia una serie de reivindicaciones:

   -Politicas: Querian que el gobierno de Cuba tuviera representacion de los ciudadanos cubanos ya que todas las autoridades eran españolas.

   -Economicas: Se pedia una reforma fiscal ya que los criollos estaban obligados al pago de fuertes impuestos que reducian el beneficio por su trabajo.

 

Estas peticiones se presentaron al gobierno español que no dio respuesta alguna. Debido a ello estallo el conflicto armado con el Grito de Yara que se termino con la Paz de Zanjon en la que españa hizo promesas de tipo economico y politico a Cuba para calmar la situacion. El gobierno español penso que habia controlado el problema.

 

    B. Segunda Fase (1879, "La Guerra Chiquita"

 

Comenzo cuando los criollos costataron que las promesas anteriores quedaban en nada. Se produjo otro levantamiento con nuevas reivindicaciones, ahora pedian la autonomia. El gobierno español acaba momentaneamente con la insurreccion mediante una dura represion contra los cabecillas del movimiento. La situacion se mantuvo hasta 1895, pero, el malestar y el descontento eran crecientes en Cuba.

 

    C. Tercera Fase (1895-1898). El final de la Guerra.

 

Esta fase terminara con un gran desastre para España porque se infravaloro el potencial militar norteamericano y por la ineptitud de los politicos de la Restauracion.

Desde la Guerra Chiquita España tuvo ocasión de intentar solucionar el problema, pero  los gobiernos del turno no hicieron nada. Fue una oportunidad perdida no transferir la autonomía, lo que supuso una profunda crisis para el país. Las causas fundamentales por las que estalla en 1895 la fase final de la guerra son las siguientes:

 

-Causas políticas. Los gobiernos españoles, tendieron a descentralizar el poder con respecto a Cuba y no fueron capaces de aceptar la presencia criolla en el gobierno cubano o en las cortes españolas.

 

-Causas económicas. España tampoco atendió a las reivindicaciones económicas y mantuvo un fuerte proteccionismo y elevados impuestos.

 

Todo ello hizo que finalmente reclamasen la independencia.

 

 

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La Guerra Colonial resumen y tema

Grito de Yara (1868)

Episodio fundamental de la independencia cubana que tuvo lugar el 10 de octubre de 1868, cuando un grupo de hacendados reunidos en el ingenio de La Demajagua y encabezado por Carlos Manuel Céspedes proclamó la libertad e Independencia de Cuba.

Al día siguiente ocuparon el pueblo de Yara, donde tuvo lugar el primer encuentro armado con los españoles. A esta acción inicial de la Guerra de los Diez Años, se la conoce con el nombre de Grito de Yara. A este movimiento anticolonial se unieron hombres tan destacados como Calixto García y Máximo Gómez. Los insurgentes organizaron un Congreso de la República de Cuba cuya primera medida fue la abolición de la esclavitud y el ingreso en el ejercito independentista de los libertos aptos para el servicio militar. En 1878 el general español Martínez Campos y el general insurrecto Vicente García acordaron el cese de las hostilidades por la Paz de Zanjón, último acto antes de la guerra que definitivamente emancipó a Cuba de España.

Guerra de los Diez Años (1868-1878)

Conflicto bélico, también conocido como guerra larga, que se produjo en Cuba desde el llamado Grito de Yara (1868) hasta la Paz de Zanjón de 1878.

Comenzó cuando los insurgentes (campesinos, hacendados y profesionales al mando de Carlos Manuel Céspedes) tomaron Bayamo y establecieron allí la capital del gobierno revolucionario. Poco después fueron derrotados en Saladillo por las tropas españolas. Hubo otros focos de insurgencia en La Habana y Cuatro Villas. La guerra se extendió pasando por diferentes etapas, incluida una de exterminio y tierra quemada, en la que se dio la orden de fusilar a todos los insurrectos. El general español Valmaseda acabó por organizar una fuerte contraofensiva a la que sólo resistieron los mambís, en Camaguey y el oriente de la isla. El nuevo jefe español, Martínez Campos, logró arrancar de los sublevados una capitulación, y la Paz de Zanjón se pudo firmar en 1878. Sería, con todo, una paz relativa, ya que de inmediato comenzó la Guerra Chiquita.

Pacto de Zanjón (1878)

Acuerdo suscrito el 12 de febrero de 1878, al término de la Guerra de los Diez Años, entre el general Martínez Campos y el Comité Revolucionario de Cuba. En él se acordaba la deposición de las armas por parte de los insurrectos, a cambio de ciertas concesiones políticas hechas por España, como el reconocimiento de Cuba dentro de la misma situación jurídica que Puerto Rico.

Guerra Chiquita o Chica (1878-1895)

Conjunto de tentativas revolucionarias que se produjeron en Cuba desde la Paz de Zanjón (1878), que puso fin a la Guerra de los Diez Años, hasta la definitiva guerra de 1895, la Guerra de Cuba, que acabó con el conflicto hispano-norteamericano y la separación de Cuba de España. También fue llamada Guerra Chica. Empezó cuandoCalixto García, Guillermo Moncada y Antonio Maceo, de acuerdo con los grupos revolucionarios del sur de Estados Unidos y presididos por José Martí, se pusieron al frente de las tropas sublevadas en el oriente de la isla, tras desembarcar en Baracoa en 1879. Al año siguiente finalizaron las operaciones, tras un acuerdo con el general español Polavieja. Otras expediciones insurgentes también fracasarían hasta que en 1895 se pusieron en marcha las operaciones militares definitivas.

Grito de Baire (1895)

Episodio fundamental de la independencia cubana. Fue proclamado el 24 de febrero de 1895 bajo las directrices de José Martí; poco después de su proclamación, el Partido Revolucionario Cubano publicó el Manifiesto de Montecristi. En septiembre de ese año, la Asamblea de la Isla de Cuba proclamó la Constitución de Jimaguayo, nombrando presidente a Cisneros Betancourt. La voladura del acorazado Maine y la intervención de los Estados Unidos traerían el comienzo de la Guerra Hispano-Norteamericana, que finalizaría con la derrota española y la ocupación norteamericana de la isla.

Guerra de Cuba (1895-1898)

Acontecimiento bélico que enfrentó a España con los independentistas cubanos dirigidos por José Martí y apoyados por los Estados Unidos de América.

Antecedentes

La mala política colonial española, que se negaba a reconocer la realidad cubana y cuyos aspectos más significativos fueron la negativa del gobierno español a realizar las reformas que los dirigentes cubanos venían demandando, así como la negativa a abolir la esclavitud, hicieron que se encendiesen de nuevo en la isla los deseos independentistas. Con anterioridad a 1895 la isla se había visto sacudida por otros dos conflictos bélicos: el primero de ellos, la denominada Guerra de los Diez Años, entre 1868 y 1878, y el segundo la Guerra Chiquita, entre 1878 y 1895. Ambos conflictos tuvieron en común la petición de una serie de reformas en la administración colonial que cada vez se revistieron de unos mayores tintes independentistas.

La Guerra

El 24 de febrero de 1895 tuvo lugar el denominado Grito de Baire que supuso el inicio del conflicto bélico y de la consecución de la independencia cubana. Tras unos primeros momentos en los que la insurrección perdió a sus principales jefes y parecía abogada al fracaso, se produjo la llegada a la isla de José Martí y con ello el resurgimiento de los insurrectos. El 6 de mayo Martí fue elegido jefe supremo de los independentistas, Máximo Gómez general en jefe y Antonio Maceo el mando de las fuerzas de las provincias orientales.

El 19 de mayo falleció Martí en el transcurso de un combate, lo que supuso una pérdida irreparable para los independentistas. Martí fue sustituido al frente de la insurrección por Salvador Betancourt.

El gobierno español envió a Cuba a un militar de prestigio que ya antes había desarrollado medidas pacificadoras en la isla, el general Martínez Campos, el cual no pudo llegar a ningún acuerdo con los insurrectos y en 1896 fue sustituido por el general Valeriano Weyler. Weyler realizó una política de guerra total, lo que produjo una serie de éxitos inmediatos para España, pero al mismo tiempo aumentaba el odio de la población hacia la metrópoli.

El asesinato de Cánovas en agosto de 1897 y la subida al poder de Sagasta dio un giro radical a la situación. Ese mismo año Weyler fue sustituido por el general Blanco y en octubre se concedió la autonomía de la isla. Los independentistas ignoraron estas medidas y reclamaron la total independencia.

El 25 de enero de 1898 el gobierno de Estados Unidos envió a La Habana al acorazado Maine bajo la excusa de proteger a los ciudadanos norteamericanos en la isla. El 16 de febrero el acorazado fue volado por los propios norteamericanos que acusaron de ello a los españoles y usaron esto como motivo para entrar en el conflicto en apoyo de la causa independentista. La entrada directa de Estados Unidos en la guerra se produjo en el mes de abril, dando así comienzo la guerra hispano-norteamericana. Pese a que la escusa oficial de Estados Unidos fue la ayuda a los cubanos a ganar la guerra contra la metrópoli, el objetivo final del gobierno de Washington no era otro que asegurar el control norteamericano sobre la isla.

El 10 de diciembre de 1899 finalizó la guerra hispano-norteamericana tras la firma del Tratado de París, por la cual España perdió el archipiélago de las Filipinas y sus ultimas colonias en América, Cuba y Puerto Rico, territorios que accedieron a la independencia.

Cuba, tras treinta años de lucha por la independencia, veía como al dominio español le sucedía el norteamericano y su independencia efectiva se demoraba durante años.

Tratado de París (1898)

Tratado por el que se puso fin al enfrentamiento armado entre España y Estados Unidos, iniciado a raíz del conflicto que enfrentaba a España con su colonia, Cuba, cuya lucha por la independencia se había desarrollado en al menos tres fases desde su inicio en 1868. En virtud de lo previsto en el acuerdo de paz, España perdió el archipiélago de las Filipinas y sus ultimas colonias en América, Cuba y Puerto Rico, territorios que accedieron a la independencia.

La intervención norteamericana

El sometimiento político a España impedía que la isla caribeña pudiera establecer relaciones económicas con autonomía de la metrópoli y en régimen de libertad. Desde Madrid se manejaban los asuntos comerciales y se destinaban las abundantes materias primas de origen cubano para el mantenimiento de las manufacturas textiles y la industria azucarera, principalmente catalana. Esto perjudicaba los intereses económicos norteamericanos en la isla, en aumento desde mediados del siglo XIX y centrados fundamentalmente en torno a la exportación de azúcar, la principal producción cubana.

La debilidad demostrada por el gobierno de Madrid para poner fin a los enfrentamientos con Cuba animó a los Estados Unidos a intervenir en la contienda, para lo cual enviaron en 1898 al acorazado Maine, que fondeó en la bahía de La Habana con la teórica misión de proteger las vidas de los norteamericanos radicados en la isla. La explosión y hundimiento del acorazado en extrañas circunstancias sirvió de excusa para que el presidente norteamericano, William McKinley lanzara un ultimátum al gobierno español, al que conminó en el plazo de tres días a renunciar a su soberanía sobre Cuba.

El final del imperio ultramarino español

La guerra fue desastrosa desde su inicio para España; la flota fue aniquilada en Santiago de Cuba sin que apenas pudiese hacer frente a la potencia de fuego de la poderosa maquinaria bélica norteamericana, lo que facilitó la posterior invasión de tropas norteamericanas en Puerto Rico y Manila (Filipinas). Ante esta situación, el gobierno de Madrid decidió poner fin a la guerra, para lo cual el Duque de Almodóvar del Río, ministro de Estado, envió un telegrama al embajador español en París por el que le encargaba el inicio de las gestiones pertinentes para que Francia actuara de mediadora en las negociaciones de paz, responsabilidad que aceptó el 26 de julio de 1898. Una vez dado el primer paso, el embajador estadounidense en París, Jules Cambon, entregó un memorándum a McKinley para poner fin a la guerra. Las exigencias norteamericanas de renuncia a la soberanía por parte de España seguían manteniéndose y, ante la imposibilidad de continuar el enfrentamiento bélico, Madrid firmó el Protocolo de Washington, que dio inicio el 11 de octubre a las negociaciones de paz, celebradas en la capital francesa. Como representante español acudió Eugenio Montero Ríos, ministro de Gracia y Justicia, mientras que William Rufus Day, secretario de Estado, asumió la defensa de los intereses estadounidenses.

En realidad, más que un acuerdo de paz el Tratado de Paris fue un Diktat impuesto por los Estados Unidos. El 10 de diciembre tuvo lugar su firma, y el 1 de enero de 1899 el general Giménez Castellanos procedió a la entrega formal de Cuba a las autoridades norteamericanas, acto que se repitió poco después en Filipinas. Se ponía término de esta forma a más de cuatrocientos años de presencia ultramarina española.

Incidente del Maine (1898)

Así se denomina al suceso acaecido en la noche del 15 de febrero de 1898, en el puerto cubano de La Habana, cuando, por causas aún no aclaradas, el acorazado estadounidense Maine hizo explosión provocando la muerte de 260 miembros de la tripulación. El suceso desencadenó la entrada de Estados Unidos en el conflicto que enfrentaba a los independentistas cubanos con las tropas españolas y el estallido de la guerra Hispano-Norteamericana, que acabó con la pérdida por parte de España de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, y el nacimiento de Estados Unidos como potencia mundial de primer orden.

El acorazado norteamericano Maine fondeó en el puerto de La Habana el 25 de enero de 1898, oficialmente en misión de paz y amistad. En realidad, la presencia del Maine respondía a la petición del cónsul norteamericano Fitzhugh Lee, quien quería reafirmar la seguridad de los intereses norteamericanos en la isla, intereses que peligraban debido a la Guerra de independencia cubana. Además, desde principios de año, se había producido en Estados Unidos un clima de tensión, alentado por la prensa amarilla, que estaba representada por los periódicos de William Randolph Hearst, Stephen Crane y Joseph Pulitzer.

El acorazado Maine fue botado en 1890 en el arsenal de Nueva York. Su artillería se componía de cuatro cañones de diez pulgadas, seis de seis pulgadas, ocho de una, y muchas piezas más de tiro rápido. Tenía una autonomía de 7.000 millas, cargaba 800 toneladas de carbón, podía desarrollar una velocidad de quince nudos gracias a sus 9.200 caballos y ocho calderas. Era un acorazado de segunda clase, no comparable a los mejores barcos de la marina norteamericana; no obstante, sus 96 m de eslora y seis de calado, su casco acorazado y sus torres blindadas eran más que suficiente para medirse con la anticuada y escasamente armada marina española, cuyo mejor barco en Cuba era el "Alfonso XII", absolutamente inservible.

El Maine, capitaneado por Charles Dwight Sigsbee, contaba con una tripulación de 354 marineros. Fondeó en el puerto de La Habana el 25 de enero, entre el Alfonso XII y el transatlático City of Washington. El capitán concedió permiso para bajar a tierra únicamente a los oficiales, lo cual salvó la vida de la mayoría de ellos.

La explosión se produjo en la noche del 15 de febrero, en la zona de babor donde estaba situado el polvorín de las granadas, y tuvo tal fuerza que el barco quedó totalmente destruido y su tripulación aniquilada; murieron un total de 260 hombres, de los que 230 eran marineros, 28 marines y dos oficiales.

Inmediatamente, la prensa amarilla norteamericana acusó al gobierno español de haber provocado el desastre, en concreto de haber colocado una mina submarina que hizo estallar el acorazado. El suceso del Maine fue el pretexto que necesitaban los intervencionistas norteamericanos para forzar a su presidente, William McKinley, a declarar la guerra a España.

Pese a las peticiones españolas, los Estados Unidos se negaron a realizar una investigación conjunta del suceso, y dificultaron cuanto pudieron las investigaciones de los expertos españoles. En estas condiciones, la teoría de que el hundimiento del buque se había debido a una causa ajena fue cobrando fuerza; al mismo tiempo, la opinión pública estadounidense también se hacía más favorable al intervencionismo, en gran medida gracias a la campaña orquestada por algunos periódicos.

El capitán Sigsbee, que logró sobrevivir al desastre, aseguró, quizás en un intento de eludir sus responsabilidades, que una pequeña embarcación dejó caer una mina al pasar junto al acorazado y luego la detonó mediante un cable eléctrico.

Por su parte, los investigadores españoles llegaron a la conclusión de que la explosión fue debida a un accidente en el interior del barco, probablemente al efecto que el extremo calor del trópico tenía sobre los depósitos de carbón de los barcos de la época, depósitos que no habían sido convenientemente revisados en el buque siniestrado.

La situación empezaba a ser alarmante para el presidente estadounidense, acusado ante la opinión pública de falta de carácter por sus detractores, entre los cuales se contaba el propio Theodore Roosevelt. McKinley, sin tener en cuenta el informe español y presionado por todos, aprobó el 20 de abril una propuesta del Congreso en la que se exigía la inmediata retirada española de Cuba. El gobierno español, temiendo que la retirada de Cuba pusiese en peligro el precario equilibrio político de España, y ante el informe del ministro de Guerra, el cual consideraba imposible una intervención directa de Estados Unidos, rompió relaciones diplomáticas con Norteamérica el 21 de abril, después de haber rechazado un intento de compra de Cuba por parte estadounidense. Estados Unidos declaró la guerra a España cuatro días más tarde.

Los restos del acorazado permanecieron en el puerto de La Habana hasta 1911, fecha en la que el presidente norteamericano William Howard Taft decidió reflotar el Maine para recuperar los cadáveres que aún pudiese haber atrapados en el interior y facilitar la navegación en el puerto cubano. El palo mayor fue enviado al cementerio de Arlington, y lo que quedaba del casco fue hundido a 800 m de profundidad para evitar futuras investigaciones.

En 1976, el almirante Hyman Rickover, jefe de la flota de submarinos nucleares estadounidense, elaboró un nuevo informe con los datos oficiales, pese a lo cual sus conclusiones contradecían la versión norteamericana y daban la razón a los expertos españoles, al señalar como causa de la explosión el carbón transportado como combustible por el Maine.

Tancament de Caixes

Nom amb el qual és conegut el moviment de protesta de comerciants i industrials barcelonins (1899) davant els increments tributaris establerts pel ministre de finances, Fernández Villaverde, per tal de fer sortir el govern del malpàs econòmic que patia per la pèrdua de les darreres colònies, l'any anterior. Malgrat les esperances suscitades inicialment pel govern Silvela-García Polavieja (cristal·litzades en la formació de la Junta Regional d'Adhesions al Programa del General Polavieja), l'actuació del ministre era la negació de les reformes promeses, i singularment del concert econòmic a què hom aspirava per tal de posar terme a l'exagerada contribució catalana a les despeses de l'estat espanyol, abusivament administrat pel centralisme madrileny. La Lliga de Defensa Industrial i Comercial convocà un míting (gener del 1899) que inicià el moviment, però no fou fins a la reunió de la comissió executiva (16 de juliol) que es decidí l'abstenció en el pagament de la contribució, comunicada oficialment el 5 d'agost. Però la negativa a adoptar alhora la decisió de tancar el comerç debilitava aquesta posició, que el govern procurà d'atacar amb tota mena de mitjans. La premsa madrilenya, inicialment comprensiva, atacà ferotgement l'actitud catalana, titllada de separatista i antiespanyola, mentre els partits catalanistes es manifestaven amb intensitat creixent. Alguns gremis de Madrid, Saragossa i València s'adheriren al moviment, però no assoliren gaire ressò. Acabats els terminis de pagament i les pròrrogues, restaven unes 7 000 contribucions per pagar; la delegació de finances de Barcelona exigí a l'alcalde Bartomeu Robert que autoritzés l'entrada d'agents executius als domicilis dels morosos, però aquest s'hi negà, fet que provocà la indignació del govern; el ministre de finances telegrafià una ordre reial a l'alcalde; aquest, forçat, signà, però dimití immediatament. Els comerços tancaren en senyal de protesta (13 d'octubre) enmig d'una gran efervescència ciutadana que dugué el govern a suspendre les garanties constitucionals (24 d'octubre); això decidí M.Duran i Bas, ministre de justícia, a dimitir, fet que llevava el darrer suport reformista al govern. El govern dissolgué la Lliga de Defensa Industrial i Comercial, i el 27 d'octubre el capità general declarà l'estat de guerra, que assimilava la resistència al pagament al delicte de sedició. Foren empresonats cinc comerciants (1 de novembre) i clausurats comerços, amb nous empresonaments (dia 9); això provocà un nou tancament dels comerços. Però la situació era insostenible per als implicats i a la primeria de desembre el moviment s'aturà amb la claudicació, bé que el ressò que havia produït tingué una influència important en el reforçament dels corrents catalanistes i regionalistes.

Céspedes y Borja del Castillo, Carlos Manuel de (1819-1874)

Dirigente independentista cubano, primer presidente de la República Independiente de Cuba, nacido en Bayamo en 1819 y muerto en la Hacienda de San Lorenzo en 1874.

Rico terrateniente de la zona oriental de Cuba, hizo sus estudios en las universidades de La Habana, Madrid y Barcelona, donde se doctoró en Derecho en 1840. En su estancia en España entró en contacto con Prim y junto a él protagonizó una intentona golpista que ocasionó el destierro del general español. En 1844 regresó a Cuba, donde ejerció el derecho y cultivó las letras, hasta que en 1852, con motivo de unas declaraciones independentistas realizadas en el transcurso de una cena, fue encarcelado. A partir de ese momento se convirtió en un ferviente defensor de la independencia de Cuba.

El 10 de octubre de 1868, en su hacienda de La Demajagua, en Manzanillo, concedió la libertad a sus esclavos y declaró la guerra a España. Este suceso, que ha pasado a la historia como el Grito de Yara, fue una muestra de audacia y valentía, pero al tiempo un acto irreflexivo y temerario, ya que Céspedes apenas contaba con un puñado de seguidores. Pese a ello, la acción triunfó debido a los acontecimientos que sufría España en esos momentos, sacudida por la Revolución y por el destronamiento de Isabel II. La consecuencia fue la Guerra de los Diez Años, que convulsionó Cuba desde 1868 a 1878.

El 10 de abril de 1869 convocó la primera Asamblea Constituyente de Cuba en Guáimaro, en la que fue, tras un golpe de fuerza, elegido líder supremo del movimiento independentista y presidente de la denominada República en Armas. La principal medida adoptada por Céspedes fue la supresión de la esclavitud.

La causa de la Revolución, carente de apoyos exteriores y profundamente dividida interiormente, se encaminaba sin remedio hacia la derrota, lo que provocó que incluso antes de ser aniquilada militarmente, el 27 de octubre de 1873 Céspedes fuese depuesto como presidente republicano por una reunión de diputados celebrada en Jijagual. El motivo esgrimido fue la indulgencia del presidente hacia los abusos de su cuñado, el cual dirigía el ejército independentista.

Tras esto, Céspedes se retiró a la hacienda de San Lorenzo, en Sierra Maestra, donde se dedicó a enseñar a los niños de los campesinos. Denunciado por esta actividad ante las tropas españolas, Céspedes prefirió el suicidio a dejarse atrapar. Su cadáver fue enterrado ignominiosamente.

Martí y Pérez, José Julián (1853-1895)

Político y escritor cubano, precursor y líder independentista de su país, nacido en La Habana el 28 de enero de 1853 y fallecido en el campo de batalla de Dos Ríos en 1895, que está considerado un símbolo de la lucha por la libertad de América y cuya memoria es venerada en su país.

Escritor, poeta, periodista, traductor, crítico, diplomático, profesor y empleado comercial, José Martí participó desde muy joven en la liberación de Cuba, por lo que fue apresado y deportado a España, en cuya capital estudió Derecho y Filosofía y Letras. Tras ser autorizado su regreso a Cuba con motivo de la firma de la Paz de Zanjón, en 1878 volvió a ser expulsado de su país debido a sus actividades subversivas. El 5 de enero de 1892 promovió una reunión en Tampa (Florida) a la que asistieron diferentes asociaciones independentistas en el exilio y durante la cual se aprobaron las bases del Partido Revolucionario Cubano. El 29 de enero de 1895 Martí ordenó el inicio de la rebelión contra la dominación española.

Asimismo, Martí, que fue llamado "la voz de América", es uno de los más grandes poetas hispanoamericanos y la figura más destacada de la etapa de transición al modernismo, que en América supuso la llegada de nuevos ideales artísticos. Como poeta se le conoce por Ismaelillo (1882), obra que puede considerarse un adelanto de los presupuestos modernistas por el dominio de la forma sobre el contenido; Versos libres (1878-1882), La edad de oro (1889) y Versos sencillos (1891), esta última decididamente modernista y en la que predominan los apuntes autobiográficos y el carácter popular. En A mis hermanos muertos el 27 de noviembre (1872), publicado durante su destierro en España, Martí dedica sus versos a los estudiantes muertos en una masacre acaecida en aquella fecha. Su única novela, Amistad funesta, también llamada Lucía Jérez y firmada con el pseudónimo de Adelaida Ral, fue publicada por entregas en el diario El latino-Americano entre mayo y septiembre de 1885; aunque en su argumento predomina el tema amoroso, en esta obra de final trágico también aparecen elementos sociales. Entre sus obras dramáticas destacan Adultera (1873), Amor con amor se paga (1875) y Asala. También fundó una revista para niños, La Edad de Oro, en la que aparecieron los cuentos Bebé y el señor Don Pomposo, Nené traviesa y La muñeca negra, y colaboró con diversas publicaciones de distintos países, como La Revista Venezolana, la Opinión Nacional de Caracas, La Nación de Buenos Aires o la Revista Universal de México. Cronista y crítico excepcional, hizo de muchos de sus textos auténticos ensayos, algunos de carácter revolucionario como El presidio político en Cuba (1871) -de gran fuerza lírica-, El Manifiesto de Montecristi o su Diario de campaña. Sus Obras completas (1963-1965) constan de 25 volúmenes.

Vida y obra

Su padre, Mariano Martí, era un sargento de artillería natural de Valencia y su madre, Leonor Pérez, era oriunda de las Canarias. El hogar de José Martí no era pobre pero sí humilde. El trabajo de celador de policía, mal retribuido, obligó a la familia a regresar a Valencia para recuperar la salud del padre y mejorar su situación económica. Sin embargo, dos años después, retornaron a La Habana solicitando el padre ser readmitido en la administración colonial en la que desempeñó distintos empleos: policía para el reconocimiento de buques en Batabanó, celador de policía en Guanabacoa y juez pedáneo en Habánaba. Martí niño acompañó a su progenitor en algunos de estos destinos. Allí conoció una vida diferente a la de la ciudad, pudo apreciar la grandiosidad de la naturaleza y conmoverse con el triste espectáculo de la esclavitud y su tráfico, que su padre, en calidad de juez pedáneo trataba de controlar. Depuesto de su cargo, parten padre e hijo para Belice, viaje del que poco se conoce, pero que supone su primer contacto con nuestra América.

Los primeros estudios los recibió Martí, entre viaje y viaje, en el colegio de San Ancleto, donde conoce a uno de sus mejores amigos, Fermín Valdés Domínguez, y en el San Pablo, donde encuentra al pedagogo, poeta e independentista Rafael María Mendive, una influencia definitiva en su formación. A los doce años, culminada la enseñanza elemental, ingresó en la Escuela de Instrucción Primaria Superior Municipal de Varones, institución que dirigía Mendive, quien, ante las dificultades económicas de la familia, tomó a Martí bajo su tutela, costeando su educación. El maestro pronto percibió las grandes cualidades de su alumno y éste supo comprender lo justo y necesario de una Cuba independiente.

En octubre de 1868, fracasada la Junta de Información, que hubiera posibilitado un nuevo modelo colonial, y en la estela de la revolución democrática que en septiembre había derrocado a Isabel II, estalló en Oriente la guerra. Martí tenía quince años, pero ya era consciente de su deber. Al amparo de la libertad de imprenta que el nuevo capitán general, Domingo Dulce, había decretado edita, con Valdés Domínguez, El Diablo Cojuelo y, en otra de sus primeras aventuras periodísticas, La Patria Libre, en la que se aprecia la mano de Mendive, insertó su drama Abdalá, ?escrito expresamente para la patria?. Ambientado en una región de África imaginaria, un príncipe, en contra del deseo de su madre, conduce a su pueblo a luchar contra el invasor, recuperar la libertad y morir por la patria. Pocos días después, enero de 1869, a consecuencia de los sucesos del Teatro Villanueva, Mendive fue detenido y deportado a España. No acabaría el año sin que su discípulo corriese la misma suerte. Una tarde de octubre, en casa de Valdés Domínguez, Martí y sus amigos se burlaron de un grupo de voluntarios, milicias armadas adeptas al poder colonial, que pasaba por la calle. Esa misma noche, en un registro de la casa, aparece una carta dirigida a un condiscípulo al que calificaban de apóstata por haber ingresado en el ejército español. Las autoridades fueron incapaces de determinar quién era el autor de la correspondencia, por el gran parecido de la letra de Martí y Valdés Domínguez, pero en el juicio Martí asumió toda la responsabilidad, lo que le supuso una condena de seis años de cárcel.

Con diecisiete años conoció el espanto de la prisión del que dará viva descripción en uno de sus primeros trabajos El presidio político en Cuba: ?Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas?. En ellas describe en detalle la vida en la cárcel, el trabajo en las canteras, la crueldad de los carceleros: ?Yo apartaré con vergüenza los ojos de esta España que no tiene corazón? y afirma que, a pesar de los progresos políticos del sexenio, nunca podrá regenerarse ni ser libre mientras mantuviese un sistema penitenciario que es ?la negación viva de todo noble principio y de toda idea que quiera desarrollarse?. No era un problema de política, sino de dignidad humana y una lección que no olvidó en toda su vida. Por presiones de la familia le trasladaron a la finca de José María Sardá, en la Isla de Pinos. De la cárcel salió con una herida inglinal, que lo mortificó el resto de su vida, y con un pedazo de hierro de sus cadenas fundió un anillo que lo acompañó siempre. En enero de 1871 parte deportado a la metrópoli.

En Madrid malvive de distintos empleos y se integra en el ambiente de los exiliados cubanos. Carlos Sauvalle, Manuel Fraga, Calixto Bernal fueron algunos de sus contertulios habituales. Con todos ellos discutió de política y juntos consiguieron que un periódico republicano, El Jurado Federal, reprodujese en sus columnas algunas de sus demandas. Serán sus páginas las que denuncien la detención, el juicio y fusilamiento en noviembre de 1871 de los ocho estudiantes de Medicina, y serán los republicanos, apoyados en las informaciones del exilio cubano, quienes soliciten en las Cortes una investigación sobre lo sucedido. Además de para la política, Martí tuvo tiempo para matricularse en Derecho en la Universidad Central de Madrid, frecuentar el Ateneo (donde se empapó de krausismo) y acudir a la tribuna de las Cortes. Fermín Valdés Domínguez, uno de los estudiantes de medicina encausados que había visto conmutada su pena de muerte por la de destierro, llegó a Madrid a fines de 1872. Para Martí supuso un consuelo moral y económico, pues al amigo le acompaña la fortuna de la familia. Enfermo, se trasladó a Zaragoza, para recuperar la salud y continuar sus estudios de Derecho.

A orillas del Ebro le sorprendió la proclamación de la República, un régimen sin sentido para Martí si no era capaz de conceder la independencia de Cuba: ?Que la República de España sería entonces República de sinrazón y de ignominia, y el gobierno de la libertad sería esta vez Gobierno liberticida?. Su folleto, La República española ante la revolución cubana, fue ampliamente difundido por Madrid y no fueron pocos los políticos republicanos que lo leyeron, aunque sus ideas, según confiesa en carta al líder independentista de Nueva York Néstor Ponce de León, ?no las profesa más que un ministro español?. Sin embargo, lamentó el golpe de estado de Pavía que acabó con la República y ensalzó la rebeldía de los aragoneses que trataron de impedirlo: ?Para Argón, en España / Tengo yo mi corazón / Un lugar todo Argón, / Franco, fiero, fiel, sin saña?. En Zaragoza escribió el drama Adultera, inspirado en un recuerdo de su estancia en Madrid. A fines de diciembre de 1874, licenciado en Derecho y Filosofía y Letras, recibió la noticia de que su familia se había trasladado a México donde vivía de la caridad publica. Tras un breve viaje por Europa con Valdés Domínguez, arribó a México en enero de 1875.

En México entró en el conocimiento de nuestra América. Allí conoció la realidad de las nuevas naciones latinoamericanas, libres del poder colonial, pero esclavas de su pasado; repúblicas de caudillos y oligarcas, donde el indio, marginado, era un estorbo. En la capital azteca recibió la noticia de la muerte de su hermana Ana y con un poema dedicado a su memoria, en el más puro estilo romántico, inauguró su colaboración con la Revista Universal. Gracias a Manuel Mercado, amigo de la familia -para Martí desde entonces ?un hermano?- y bien relacionado con el gobierno de Lerdo de Tejada, consiguió introducirse en la sociedad mexicana. Además de colaborador habitual de la Revista Universal, desarrolló una amplia actividad cultural que le hacía estar presente en el Liceo Hidalgo, en la fundación de la Sociedad Alarcón; traduce a Víctor Hugo y saborea los primeros éxitos literarios con la puesta en escena de su proverbio Amor con amor se paga. Martí se convierte en personaje conocido y apreciado en los círculos políticos, periodísticos y culturales mexicanos. Se le atribuyen distintos romances, propiciados por su fama de poeta, pero será finalmente la cubana Carmen Zayas Bazán con la que se comprometa en matrimonio. En México tampoco se olvidó de Cuba; con Nicolás Azcárate, abogado habanero, compartió el día a día de una guerra que languidecía y discutió largamente sobre el futuro de la isla.

Las dificultades del gobierno de Lerdo de Tejada le recomendaron abandonar México y trasladarse a Guatemala. Con pasaporte mexicano a nombre de Julián Pérez, realizó una breve estancia en La Habana que le sirvió para comprobar por sí mismo la imposibilidad de un triunfo independentista. En Guatemala, las cartas de recomendación del padre de Valdés Domínguez le ganaron el favor del gobierno de Justo Rufino Barrios, y fue nombrado catedrático de Literatura e Historia de la Escuela Normal de Guatemala (dirigida por el cubano José María Izaguirre) y vicepresidente de la Sociedad Literaria ?El Porvenir?. Aunque se enamoró de la hija de un general guatemalteco, la niña de Guatemala, (?Quiero, a la sombra de un ala, / Contar este cuento en flor: / La niña de Guatemala, / La que se murió de amor?), volvió a México para casarse con Carmen Zayas Bazán. Tras publicar en la capital azteca su folleto Guatemala, regresó a ésta y por solidaridad con Izaguirre, que había sido depuesto de la dirección de la Escuela Normal, dimitió de sus cátedras.

Para Martí era tiempo de espera. La firma de la Paz del Zanjón abría un nuevo tiempo político en Cuba y estaba dispuesto a aprovecharlo (para más información sobre este periodo de la historia cubana véase el apartado La Guerra Larga (1868-1878) y la nueva Cuba en la voz Cuba: Historia, Época contemporánea). En julio de 1878 Martí escribe a Manuel Mercado: ?¿He de decir a V. cuánto propósito soberbio, cuánto potente arranque hierve en mi alma? ¿qué llevo mi infeliz pueblo en mi cabeza, y que me parece que de un soplo mío dependerá en un día su libertad? ... No a ser mártir pueril; a trabajar para los míos, y a fortificarme para la lucha voy a Cuba. Me ganará el más impaciente, no el más ardiente. Y me ganará en tiempo: no en fuerza y en arrojo?. El dos de septiembre de ese mismo año desembarcaba a La Habana.

La Paz del Zanjón había puesto fin a diez años de guerra en Cuba. El poder colonial tuvo que ceder ante el empuje criollo y aceptar la representación política en Cortes, diputaciones y ayuntamientos; tuvo que admitir la formación de partidos y un conjunto de libertades mínimas. Diez años de guerra habían servido para que los cubanos lograsen una vía de reforma política dentro de la legalidad del Estado español. Sin embargo, Martí desconfía profundamente del nuevo tiempo político. Consiguió trabajo en los bufetes de Nicolás Azcárate y Miguel Viondi, ambos convencidos autonomistas. En noviembre nacía su hijo y poco después fue nombrado, posiblemente gracias a Azacárate, secretario de la sección de literatura de una de las principales instituciones culturales cubanas, el Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa. Candidato a Cortes por Santiago de Cuba en las elecciones de abril de 1879, sólo obtiene 129 votos: ?[...] unas elecciones que se suponían hechas por los revolucionarios sometidos no enviaran un solo representante al parlamento donde iban a decidirse sus destinos? ¿Qué hubiera sucedido de haber logrado su acta de diputado y haber accedido, de esta manera, a la legalidad constituida? Nunca lo sabremos; lo que conocemos es que pronto comenzó a conspirar con el líder de color Juan Gualberto Gómez y a desafiar en público, incluso delante del gobernador general, la legalidad recién constituida: ?Porque el hombre que clama, vale más que el que suplica: el que insiste hace pensar al que otorga. Y los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan?. Reiniciada la guerra en el Oriente, Martí, sub-delegado en La Habana del Comité Revolucionario de Nueva York, y Gómez fueron detenidos y deportados a la península.

Martí no estaba dispuesto a aceptar el destierro: a fines de octubre llega a Madrid; en diciembre está en París, donde conoce a Sarah Bernhardt y el 3 de enero en Nueva York. Días después pronunció en el Steck Hall su discurso Asuntos cubanos: carta de presentación ante una emigración recelosa del elemento civil. Glosa la Guerra de los Diez Años y propone cómo debía conducirse la revolución futura para obtener el triunfo: ?Esta no es sólo la revolución de la cólera. Es la revolución de la reflexión?; un movimiento con sus normas, democrático, justo: ?Cuando un mal es preciso, el mal se hace. Y cuando nada basta ya para evitarlo, lo oportuno es estudiarlo y dirigirlo, para que no nos abrume y precipite con su exceso? y en el que todos, negros y blancos, libres y esclavos, son necesarios: ?Ellos saben que hemos sufrido tanto como ellos y más que ellos; que el hombre ilustrado padece en la servidumbre política más que el hombre ignorante en la servidumbre de la hacienda; que el dolor es vivo a medida de las facultades del que ha de soportarlo; que ellos no hicieron una revolución por nuestra libertad, y que nosotros la hemos hecho, y la continuamos bravamente ahora, por nuestra libertad y por la suya?; una revolución, en definitiva, con una clara voluntad de triunfo: ?¡Antes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la patria, se unirá el mar del Sur al mar del Norte, y nacerá una serpiente de un huevo de águila!?. La oratoria de Martí convenció a los veteranos: presidente interino del Comité Revolucionario Cubano.

A pesar de todo, la guerra vuelve a fracasar. Martí comprendió que era necesario la unidad de acción, crear un vigoroso movimiento capaz no sólo de obtener la independencia, sino de fundar una república; el momento de una ?tregua fecunda?. Comienza a colaborar con la prensa norteamericana, The Sun y The Hour y a sentir esa especial relación de amor y odio que siempre tuvo con los Estados Unidos; admiración por su sistema de libertades civiles, pero un desprecio hacia una república que denigraba lo ajeno y mostraba ambiciones imperialistas: ?Amamos tanto a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting?.

A principios de 1881, disuelto el Comité Revolucionario Cubano, partió a Venezuela, una escala más en el conocimiento de nuestra América: ?Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino no preguntó dónde se comía ni se dormía sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, sólo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo?. Cartas de presentación de distintos amigos le facilitaron su labor. Conoció al presidente Guzmán Blanco, participó en las sesiones del Club de Comercio, en las que pronuncia discursos que acrecientan su fama, e impartió clases en distintos colegios. Escribe en La Opinión Nacional y funda Revista Venezolana, una revista de literatura, no retórica, y americanista, quizá el mismo espíritu que, en su anterior escala americana, animó a la nonata Revista Guatemalteca. Pero otra vez esa América de caudillos corta el camino de nuestra América. Si en México fue Porfirio Diaz y en Guatemala Justo Rufino Barrios, en Venezuela será Guzmán Blanco el que censurase una revista con criterio propio. En el número dos, una semblanza de Cecilio Acosta, adversario de Guzmán Blanco, provocó que toda la saña del poder se cebase en Martí y su publicación. El último numero de la Revista Venezolana salió el 25 de julio, el 28 de julio, cinco meses después de su llegada, Martí partía rumbo a Nueva York. Un nuevo desengaño; una nueva enseñanza de los que no debe ser una Cuba independiente. A pesar de todo, en la despedida, escribe a su amigo venezolano Fausto Teodoro de Aldrey: ?De América soy hijo: a ella me debo?.

De regreso a Nueva York continúa, bajo seudónimo, su colaboración con La Opinión Nacional, hasta que la tensión política afloja y puede recuperar su firma. Escribe también en La Ofrenda de Oro (N. York), La América (Madrid), La Pluma y El Pasatiempo (Bogotá) y La Nación (Buenos Aires). Traduce para la editorial Apelton y trabaja de empleado comercial en Lyons & Co, pero no olvida su deber político e interviene como miembro del Comité Patriótico Organizador de la Emigración Cubana en Nueva York. En 1882 aparece Ismaelillo, colección de poemas con los que trata de enjuagar la pena de la ausencia del hijo.

Frente al romanticismo de composiciones suyas anteriores, muy influidas por poetas cubanos (Milanés, Heredia, Mendive), con Ismaelillo surge una nueva lírica que plantea controversia entre los críticos. Unos, más preocupados por su estética, consideran los poemas de Martí un antecedente del modernismo. Otros, más atentos a la renovación lírica que supuso, ven en ella la obra fundacional del nuevo movimiento literario. Arte menor, predominio de la seguidilla, recuerdos de villancicos y poemas populares: ?Para un príncipe enano / Se hace esta fiesta. / Tiene guedejas rubias, / Blandas guedejas; / Por sobre el hombro blanco / Luengas le cuelgan. / Sus dos ojos parecen / Estrellas negras: /¡Vuelan, brillan, palpitan, / Relampaguean!?. En el mismo año termina de escribir Versos Libres, que no se publicaría hasta 1913, más de cuarenta composiciones, en endecasílabos, sin rima, ?tajos de mis propias entrañas... [que] van escritos, no en tinta de academia, sino en mi propia sangre?. Ya no es la ausencia del hijo, ahora es más la vida privada rota, pues su mujer no comparte su pasión política (?Aquí estoy, solo estoy, despedazado?), unido a una vida pública, que Martí desea heroica, y que no se encauza: "¿En pro de quién derramaré mi vida??.

En 1884 fue nombrado cónsul interino de Uruguay en Nueva York, cargo al que renunció meses después para poder dedicarse a sus actividades revolucionarias. En octubre, se reunió con Máximo Gómez y Antonio Maceo, los líderes militares de la Guerra de los Diez Años, con los que discutió las posibilidades del independentismo. Martí era partidario de un movimiento fuerte, organizado, con una preponderancia del elemento civil; una insurrección capaz de vencer en la guerra y fundar una república democrática. Otras eran las intenciones de los militares, que Martí no compartía: ?es mi determinación de no contribuir un ápice [...] a traer a mi tierra un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo que ahora soporta [...]. Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento?. No estaba de acuerdo con una aventura personal ?en la que los propósitos particulares de los caudillos pueden confundirse con las ideas gloriosas que los hacen posibles?, considerándolo una traición al pueblo cubano: ?Respetar a un pueblo que nos ama y espera de nosotros, es la mayor grandeza. Servirse de sus dolores y entusiasmos en provecho propio, sería la mayor ignominia?.

Tras dejar clara su opinión se retiró: ?esperar, que es en política... el mayor de los talentos?. Su postura recibió ataques de distintos sectores del exilio, que siempre supo acallar; de la isla llegaban rumores que le situaban próximo al autonomismo, que supo desmentir. Trabaja intensamente en la prensa, traduce, publica por entregas y bajo seudónimo su novela Amistad Funesta, asume de nuevo el consulado de Uruguay y está atento a cuanto ocurre a su alrededor, Escenas norteamericanas. Le conmueve la represión del movimiento obrero, que considera que es consecuencia del desmedido culto a la riqueza, que genera desigualdad, injusticia y violencia: ?No es en los anarquistas donde debe ahorcarse el anarquismo, sino en la injusta desigualdad social?. En febrero de 1887 muere su padre en La Habana. Antes le había visitado en Nueva York. El antiguo militar español había avalado la decisión de su hijo de luchar por la independencia, actitud que nunca compartieron plenamente ni su mujer, ni su madre.

El discurso conmemorativo del 10 de octubre devolvió a Martí al primer plano de la lucha política. Fracasado el plan Gómez-Maceo, retoma la idea de una revolución civil, volver a los orígenes civilistas de la revolución de Yara. Fundó el club patriótico ?Los Independientes?, publicó Vindicación de Cuba, en donde rechazó la posibilidad de la anexión a los Estados Unidos, y defendió a su pueblo de los juicios injustos que habían publicado The Evening Post y The Manufacturer. En 1889, editó el primer número de La Edad de Oro, mensual en el que explica nuestra América a sus niños. Aunque, por falta de financiación, únicamente aparecieron cuatro números, Martí siempre consideró una adecuada educación infantil el mejor camino por el que llegar a ser un adulto de provecho.

La Conferencia de Naciones Americanas (1889) y la Conferencia Monetaria Internacional (1891), ambas auspiciadas por el gobierno estadounidense, le pusieron de manifiesto el peligro del imperialismo. El consulado de Uruguay, al que se habían unido el de Paraguay y Argentina, la representación de Uruguay en la Conferencia Monetaria, sus viajes por el continente, las corresponsalías de distintos periódicos latinoamericanos, en cuyas crónicas diseccionaba la vida en los Estados Unidos, le habían convencido a Martí de la necesidad de la unidad americana para resistir el impulso imperialista norteamericano. La independencia de Cuba, de esta manera, adoptaba una nueva perspectiva: ?impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América?. En enero de 1891 publica, en El Partido Liberal de México, ?Nuestra América?, una arenga a la unión y conocimiento mutuo de los pueblos que viven entre el Bravo y el Magallanes: ?Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea?; que deben tener y defender su propia personalidad, su propia historia: ?La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la historia de los arcontes de Grecia?; y que deben gobernarse de acuerdo a sus necesidades: ?el buen gobernante en América no es el que se sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país [...]. El gobierno ha de nacer del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país?.

En 1891 publica Versos Sencillos que como indica en el prólogo ?le salieron del corazón... en aquel invierno de angustia... [que] se reunieron en Washington, bajo el águila terrible, los pueblos hispanoamericanos?. Frente a los Versos Libres, ahora predomina el sentimiento y la intuición; la patria, el amor, la amistad, la poesía, la humanidad, tratados en cuarenta y seis poemas sin títulos, en cuartetos octosílabos, con una sorprendente variedad de efectos rítmicos y estilísticos, además de un aire popular que, sin duda, han favorecido su adaptación musical: ?Yo soy un hombre sincero / De donde crece la palma, / Y antes de morirme quiero / Echar mis versos al alma?; ?Cultivo una rosa blanca / En julio como en enero / Para el amigo sincero / Que me da su mano franca // Y para el cruel que me arranca / El corazón con que vivo, / Cardo ni oruga cultivo / Cultivo una rosa blanca?.

El fracaso del viaje de propaganda de Maceo por Cuba le convenció de la necesidad de una organización más sólida que aglutinase a todo en el independentismo. En la isla, los autonomistas, hartos de ver aplazadas una y otra vez las reformas, se habían retraído de la vida política. Era el momento de aglutinar, a los veteranos con las nuevas generaciones de independentistas; a los de la isla con los de la emigración; a los de Nueva York, con los de Tampa y Cayo Hueso; a los negros con los blancos (?Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro?). Cualquier cubano que estuviese dispuesto a sacrificarse por su patria sería bienvenido; cualquiera, incluso un español, que quisiese compartir el sueño de una república independiente, justa y democrática (?porque de Cuba sólo se ha de desarraigar el gobierno que la aflige y el vicio que la pudre, no el hombre útil que respete y ayude sus libertades?). Martí sabía lo que necesitaba: un partido y un órgano de prensa que hablase por él. Absorbido por sus trabajos revolucionarios, renunció a todos sus puestos diplomáticos y a la presidencia de la Sociedad Literaria Hispano-Americana. A fines de noviembre partió para Tampa. Allí pronunció dos de sus mejores discursos, ?Con todos y para el bien de todos?, y ?Los pinos nuevos?; discursos de los que convencen a los indecisos y abren la bolsa de los poderosos. Dos días después se redactaron las bases del partido, aprobadas en Tampa el ocho de enero de 1892. El 14 de abril apareció el primer número de Patria y tres días después se proclamó el Partido Revolucionario Cubano a todas las emigraciones cubanas y puertorriqueñas de los Estados Unidos. Martí es elegido delegado.

Conseguido lo más difícil, la unidad, Martí trata de encontrar el momento preciso: ?Cree el Partido Revolucionario que la revolución no se ha de intentar hasta no haber allegado los acuerdos y los recursos necesarios para su triunfo [...]. Y el Partido, sin prisa ni ilusión, allega los recursos indispensables para poner, sobre la colonia expulsa, la República en donde puedan vivir en paz cubanos y españoles [...] el Partido existe, seguro de su razón, como el alma visible de Cuba, harto crecida para no desear empleo sus fuerzas, y sobrado prudente para lanzarse a empresas temerarias?. En los dos años siguientes desarrolló una actividad frenética (?Las manos he tenido ocupadas... en una labor bestial y sin descanso: en ir levantado, hombre por hombre, todo este edificio?): visitó constantemente los clubs de emigrados reclamando dinero, fue a Costa Rica a entrevistarse con Maceo, a Santo Domingo, con Gómez; Haití, Jamaica, México donde le pidió fondos a Porfirio Díaz; Gerardo Castellanos partía con instrucciones secretas para Cuba, mientras que Juan Gualberto Gómez, el delegado en La Habana, preparaba el alzamiento; en la isla los ánimos se alteraban y ya se habían producido algunas intentonas (Purnio, Lajas y Ranchuelo), todas fracasadas y ajenas al control del Delegado. España había hecho su última oferta política, la reforma descentralizadora de Antonio Maura, pero a principios de enero de 1895, ésta, que tantas esperanzas había levantado, languidecía. Los Estados Unidos habían modificado los aranceles y la producción azucarera no encontraba mercado. Era el momento de los independentistas; la coyuntura que Martí aguardaba.

El plan, Plan de Fernandina, consistía en hacer coincidir el desembarco de tres expediciones en tres puntos distintos, con la insurrección general de la isla. Una delación de última hora, frustró el plan y las expediciones fueron retenidas por las autoridades norteamericanas. A pesar de todo, el 29 de enero Martí firmó la orden de alzamiento y al día siguiente se dirigió a Santo Domingo al encuentro de Gómez. El 24 de febrero estalla la guerra; un mes después redacta y firma con Gómez el Manifiesto de Montecristi, síntesis de lo debía ser la guerra y la futura república: ?La guerra no es contra el español [...] y la república será un tranquilo hogar para cuantos españoles de trabajo y honor gocen en ella de la libertad?; consciente de evitar los errores las independencias latinoamericanas que habían desembocado en ?repúblicas feudales o teóricas?, mientras que Cuba volvía ?a la guerra con un pueblo democrático y culto, conocedor celoso de su derecho y del ajeno? que no concibe la segregación racial: ?Sólo los que odian al negro ven en el negro odio?.

Con Gómez desembarcó en Cuba el 11 de abril; saltaba de la ?trinchera de ideas?, a la realidad de la guerra. La tropa, que se iba incrementando día a día, reconocía en su persona al líder natural. Sin embargo, los jefes militares, sobre todo Maceo, recelaban del exceso de civilismo que Martí deseaba imprimir a la guerra. El cinco de mayo se reunía con Maceo y Gómez en La Mejorana; querían que volviese al exilio, le creían más útil organizando que combatiendo. Para Martí era el momento de demostrar: ?ya estoy todos los dias en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber?.

Días después, el diecinueve de mayo, entró por primera vez en combate. Gómez le ordenó que permaneciese en la retaguardia, pero Martí, únicamente acompañado por su asistente, atacó y cayó herido de muerte; el hombre que había puesto en jaque a España resultaba un fácil blanco para su ejército. A los cuarenta y tres años, apenas vivió nueve años en la tierra a la que entregó su vida, desaparecía el hombre, que en palabras de Juan Ramón Jiménez era como un ?Quijote cubano, [que] compendia lo espiritual eterno y lo ideal español?. Moría en su guerra, aquella que él había preparado y de la que los militares le excluían: ?Yo evoqué esta guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar?. No era un suicidio, ni una inmolación, la última cabalgada era un deber, el ejemplo moral de haber sabido dar la vida por la patria, tanto en la tribuna, ?trinchera de ideas?, como en la manigua. Y era, en última instancia, la necesidad de afirmar el poder civil en una república que se comenzaba a fundar. ?En mí sólo defenderé lo que yo tengo por garantía o servicio de la Revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento ni me agriaría mi oscuridad?. Moría el hombre, nacía el mito.

Maceo Grajales, Antonio (1845-1896)

Dirigente independentista cubano, nacido en Santiago de Cuba el 14 de junio de 1845 y muerto en Punta Brava el 7 de diciembre de 1896. Fue uno de los principales caudillos de la guerra de la independencia cubana, sin duda el más destacado desde el punto de vista militar por sus victorias frente a los españoles. Junto a José Martí, es considerado uno de los héroes nacionales de Cuba.

Perteneciente a una familia humilde, su padre, Marcos Maceo, era un emigrante oriundo de Venezuela; su madre, Mariana Grajales, era cubana de origen dominicano. Su infancia y su primera juventud transcurrieron en Santiago de Cuba y sus alrededores, donde, entre otros oficios, fue cuidador de caballos. En 1868 contrajo matrimonio con María Cabrales y, unos meses después, se unió al movimiento insurgente después de que Carlos Manuel Céspedes proclamara la independencia de Cuba en el célebre "grito de Yara". El 25 de octubre de 1868 se incorporó, junto a sus hermanos José y Justo, al grupo de rebeldes comandado por Juan Bautista Rondón en la finca La Delicia, donde luego le seguirían su padre y otros miembros varones de la familia Maceo.

Pronto se hizo célebre entre las tropas mambises por su valor y sus dotes como estratega. El 26 de enero de 1869 fue nombrado comandante y, al año siguiente, se convirtió en segundo de Máximo Gómez, líder militar del movimiento. En 1872, cuando desempeñaba el grado de coronel, fue nombrado general de división. Posteriormente combatió en las campañas de Camagüey y fue jefe de la región militar de Oriente. Resultó herido varias veces en combate, lo que aumentó su prestigio entre los revolucionarios, que comenzaron a llamarle el "titán de bronce". Sin embargo, algunos líderes nacionalistas blancos desconfiaban de su creciente influencia, ya que temían que el sector negro tomara las riendas del movimiento independentista.

Después de que Tomás Estrada Palma (presidente de la República en armas) y el general español Arsenio Martínez Campos firmaran en 1878 la paz del Zanjón, que puso fin a la primera guerra de la independencia o Guerra de los Diez Años, Maceo se puso al frente del sector independentista que se negó a asumir los acuerdos de paz, por considerar que éstos no se ajustaban a sus objetivos esenciales, es decir, la total independencia de Cuba y la abolición inmediata de la esclavitud. Tras entrevistarse con Martínez Campos en Baraguá para tratar de llegar a un acuerdo, Maceo tomó el camino del exilio, al igual que otros muchos independentistas. Recaló primero en Jamaica, para pasar en 1879 a Haití y luego a Santo Domingo, desde donde partió de nuevo hacia Cuba para unirse a la insurrección preparada por Calixto García y Guillermo Moncada. La intentona insurreccional -conocida como Guerra Chiquita- fracasó y Maceo tuvo que regresar a Jamaica.

Posteriormente se estableció en Honduras, donde ejerció como comandante del ejército hondureño en Tegucigalpa, Omoa y Puerto Cortés. En 1883, la caída de su protector, el presidente hondureño Marco Aurelio Soto, le forzó a marchar a Estados Unidos. Al año siguiente, Maceo se entrevistó en Nueva York con José Martí, quien pretendía aunar a los distintos grupos nacionalistas para organizar un movimiento de masas que acabara con la dominación española en Cuba. A partir de entonces, Maceo se entregó a una ardua campaña para recaudar fondos a fin de emprender una nueva insurrección. Finalmente, los exiliados consiguieron poner en marcha una expedición -conocida como fernandina- para invadir Cuba desde tres frentes distintos. Sin embargo, sus tropas fueron rápidamente derrotadas. Maceo se estableció entonces temporalmente en Panamá, donde trabajó en las obras del Canal y regentó un pequeño negocio comercial. En febrero de 1890 visitó clandestinamente Santiago de Cuba, para pasar luego a Jamaica y, de allí, a Costa Rica, donde existía una importante colonia cubana.

Maceo movilizó a sus compatriotas en Nicoya (Costa Rica) para organizar la explotación de una colonia agrícola, a la que dieron el nombre de La Mansión. En ella cultivaron tabaco, caña de azúcar, algodón, cacao y café, en régimen de cooperativa. En Costa Rica, Maceo volvió a encontrarse con José Martí, que trataba de coordinar las fuerzas de los distintos jefes independentistas en el exilio (Calixto García en Nueva York, Máximo Gómez en Santo Domingo) para emprender una nueva sublevación. Se acordó que Martí, desde Nueva York, señalaría el momento preciso en que Maceo partiría hacia Cuba para iniciar el ataque. El 24 de febrero de 1895 estallaron los primeros motines independentistas en la isla y, un mes después, Maceo partió de nuevo hacia su patria. Junto a otros veinticinco hombres, salió de Puerto Limón en un paquebote inglés que les desembarcó en Baracoa el 1 de abril, después de una grave disputa con la tripulación en la que resultó muerto el capitán del barco. Nada más pisar tierra, los rebeldes sufrieron el ataque de un destacamento español en las cercanías de Duaras, lo que les obligó a replegarse hacia Cuchillos Quibiján. El día 11 llegaron a Cuba Martí y Gómez, que se reunieron con Maceo el día 5 del mes siguiente en la finca La Mejorana para organizarse políticamente y establecer un plan de campaña. Éste consistía básicamente en conquistar Oriente para después invadir la parte occidental de la isla a través de la trocha o línea entre Morón y Júcaro. Ya en esta reunión se pusieron de manifiesto las importantes diferencias que separaban a Maceo y Martí. Éste deseaba reducir el poder de los generales para establecer un gobierno civil que se pusiera al frente del movimiento insurreccional, a lo que Maceo se resistía.

La sublevación sufrió un duro revés al morir Martí el 19 de mayo en un enfrentamiento con tropas españolas en Dos Ríos. El 19 de septiembre, Gómez y Maceo se reunieron en Jimaguayá. Maceo recibió el mando de las operaciones en occidente y ambos caudillos acordaron nombrar presidente de la República en armas a Salvador Cisneros y promulgar una constitución provisional, que fue redactada en este mismo encuentro. El 22 de octubre, Maceo inició en Las Mangas de Baraguá una marcha que habría de llevarle de un extremo a otro de la isla, en dirección este-oeste. El 22 de enero de 1896 llegó con sus hombres a la población de Mantua, en la provincia occidental de Pinar del Río, tras haber recorrido toda la isla en tres meses, con un ejército improvisado y escasamente armado, engrosado en el camino por multitud de patriotas. Las tropas de Maceo fueron hostigadas sin descanso por los españoles durante su avance, pero, tras realizar una maniobra de falsa retirada, Maceo consiguió desorganizar la defensa española y penetrar en la zona occidental. El éxito de la insurrección, que se extendía ya a todo el país, forzó la sustitución del gobernador Martínez Campos por el general Valeriano Weyler, quien emprendió una durísima represión contra el movimiento nacionalista. Weyler consiguió atajar el avance de Maceo y Gómez en las provincias occidentales mediante un ataque continuo de las fuerzas de caballería, las cuales lograron mantener separados a los dos cuerpos del ejército insurgente. Maceo se adentró en la provincia de Pinar del Río, mientras Gómez retrocedía hacia Camagüey. Weyler dirigió al grueso de su ejército contra el primero, intentando rechazarle hacia Oriente.

Hostigado sin descanso, Maceo tuvo que batirse continuamente en retirada, pero trató de reunirse con las fuerzas de Gómez en las inmediaciones de La Habana. El 4 de diciembre de 1896 consiguió pasar en un bote la trocha de Mariel-Majaná, guarnecida por 12.000 españoles, para internarse con un grupo reducido de hombres en la provincia de La Habana, donde sufrió una serie de reveses frente a los españoles, muy superiores en número. Al frente de unos dos mil hombres, se trasladó a Punta Brava, en un nuevo intento por reunirse con Gómez. Al atardecer del 7 de diciembre, su campamento fue atacado por sorpresa por una columna de 480 soldados españoles dirigida por el comandante Francisco Cirujeda. Tras varias horas de lucha, los españoles consiguieron ganar posiciones y Cirujeda lanzó un ataque frontal contra el centro de las fuerzas cubanas, donde se encontraban Maceo y su Estado Mayor. Maceo fue alcanzado por dos impactos de bala que le provocaron la muerte instantánea. Muchos de los oficiales cubanos resultaron heridos o muertos, pero los insurgentes lograron recuperar el cuerpo de Maceo y retirarse. Su desaparición significó un duro golpe para el independentismo cubano, pero la rebelión continuó al mando de Gómez.

Gómez, Máximo (1836-1905)

General cubano, nacido en Bani (República Dominicana) el 18 de noviembre de 1836 y fallecido en La Habana el 17 de junio de 1905. Célebre revolucionario y militar con excelentes cualidades, luchó en las tres guerras de la Independencia de Cuba dentro del Ejército Libertador y fue nombrado ciudadano cubano por nacimiento en agradecimiento a los servicios prestados a la isla de Cuba durante más de treinta años.

Procedente de una familia acomodada, recibió la mejor educación posible teniendo en cuenta que residía en una pequeña población. En 1855 se alistó en un regimiento de caballería que luchaba contra la invasión haitiana a la República Dominicana. Al ser evacuado su país por los españoles, se vio envuelto en una guerra civil que le obligó a salir de la isla y a dejar allí todas sus posesiones. En ese momento se trasladó a Santiago de Cuba, a un pueblo cercano a Bayamo, en donde trabajó como agricultor para sacar adelante a su madre y a sus dos hermanas.

Empezó a conocer a los cubanos que en ese momento estaban conspirando por la independencia cubana. En 1868 se unió al ejército sublevado del líder revolucionario Carlos Manuel de Céspedes con el grado de sargento; pero el 18 de octubre de ese mismo año el general lo ascendió a Mayor General. Al año siguiente siguió dirigiendo a los ejércitos insurrectos y se puso al frente de una división que tenía que operar en Holguín.

A principios de 1870 luchó en una serie de combates donde consiguió varias victorias gracias a su capacidad de organizar emboscadas. Ese mismo año murió el General Mármol, a quien sustituyó en el cargo de Primer Jefe del distrito de Cuba. En 1871 combatió en varias ocasiones contra el entonces coronel Martínez Campos, y llegó a invadir Guantánamo.

En 1872, por una cuestión de protocolo con el General Céspedes, que era el presidente de los revolucionarios, y a pesar de gozar de mayor prestigio, tuvo que ser destituido por un año, tiempo que permaneció retirado en la montaña junto a varios de sus hombres.

De nuevo como jefe del ejército, en diciembre de 1873 obtuvo una brillante victoria en Palo Seco que supuso la muerte del coronel español Vilches, lo que le valió la fama y el temor de sus enemigos a partir de entonces.

En 1875 combatió en Camagüey de las Villas y fue herido, aunque no de gravedad. Una vez recuperado de sus lesiones volvió al campo de combate, y en octubre del año siguiente fue nombrado Secretario de la Guerra, cargo en el que se mantuvo hasta en final de la insurrección. Al firmarse la paz de Zanjón, se trasladó a Jamaica y luego a Honduras, donde fue nombrado general de división del ejército del país. Allí coincidió con los principales jefes revolucionarios cubanos y en 1885 se marchó a Estados Unidos para preparar la siguiente revolución cubana. En 1892 se unió a José Martí, líder del Partido Revolucionario Cubano. En 1895, tras el grito de Baire y Gómez como General Jefe del Ejército Libertador, los revolucionarios cubanos invadieron de nuevo su patria con intención de conseguir la independencia.

En esta ocasión volvieron a ponerse de manifiesto las dotes de Máximo Gómez como estratega militar. En concreto, su invasión al occidente de la isla de Cuba, ejecutada junto a Antonio Maceo, su lugarteniente, es hoy por hoy una de las mejores hazañas de la historia militar.

Cuando el Gobierno español entregó el dominio de la isla a Estados Unidos, Gómez, frustrado, permaneció con su ejército en el campamento y mostró su intención de no moverse hasta obtener la promesa de los americanos de que iban a constituir la República de Cuba y entregar recursos económicos a sus soldados. Los americanos, al comprobar la influencia de Máximo Gómez en el pueblo cubano, decidieron acceder a sus demandas a través de unos emisarios que enviaron al campamento. En cuanto se hizo efectiva la garantía, licenció a su ejército y se marchó a La Habana, donde fue recibido bajo el clamor popular. Pero la Asamblea constituida según la Constitución del Gobierno Revolucionario consideró que se había excedido en sus funciones y le destituyó de su cargo, aunque sólo fue a título nominativo porque todos los cubanos siguieron considerándole como el generalísimo de las fuerzas cubanas.

En 1916, el gobierno cubano decidió construir un monumento a la memoria de Máximo Gómez, que se situó en el Parque de Colón de Cuba. Máximo Gómez también desarrolló su faceta de escritor. Sus trabajos, entre los cuales destaca el titulado Recuerdos a mis hijos (1881), versan sobre las campañas militares en las que participó.

Cisneros Betancourt, Salvador (1828-1914)

Político cubano nacido en Camagüey el 10 de febrero de 1828 y fallecido en La Habana el 28 de febrero de 1914. Hijo de una acomodada familia, heredó el título de marqués de Santa Lucía. Partidario de la independencia para su país, fue presidente del mismo en dos ocasiones.

Su origen aristocrático le dejó incontable riqueza, que gastó en la causa de la independencia de Cuba, hasta el punto de perder incluso su título nobiliario. Estuvo envuelto en la Guerra de los Diez Años (1868-78), durante la cual liberó a sus esclavos y puso sus bienes al servicio de la causa cubana. Actuó como líder del gobierno civil establecido por los revolucionarios.

Siendo miembro de la Asamblea Constituyente de Guáimaro en 1869, fue elegido para formar parte de la Cámara de Representantes; cuando el presidente Céspedes fue cesado en 1873, se nombró a Cisneros Presidente de la República en Armas. Durante la Guerra de Independencia, el presidente provisional fue José Martí que, sin embargo, no disfrutó de demasiado poder ya que las decisiones eran más bien tomadas por los militares que ordenaban los ejércitos revolucionarios.

Tras la intervención de Estados Unidos, Cuba consiguió la ansiada independencia del gobierno español y los cubanos organizaron una Convención Constitucional para formar el nuevo gobierno. En ese momento, Cuba estaba siendo invadida por los americanos, y el General americano Wood mantenía el control de la Isla. Los políticos cubanos se plantearon la disyuntiva de integrar la Enmienda Platt en la constitución cubana o no hacerlo. En esta situación, Cisneros mostró su conducta revolucionaria impugnando la Enmienda Platt. Desde su cargo de delegado de la Asamblea constituyente (1900-01), analizó uno a uno los artículos de dicha enmienda y mostró los perjuicios que ocasionaría a Cuba si se llegaba a implantar, a la vez que destapaba sus contradicciones internas.

Fue elegido presidente de la primera Cuba Republicana que dirigió desde 1895 hasta 1897. Como político, propuso y defendió la jornada de ocho horas, el derecho a la huelga y la igualdad de derechos para la mujer, entre otras cosas. Al terminar su mandato como presidente de Cuba se retiró definitivamente de la vida política.

Weyler y Nicolau, Valeriano (1838-1930)

Militar español, nacido en Palma de Mallorca en 1838 y muerto en Madrid en 1930. Sus primeros pasos en el ámbito castrense los dio en el Colegio de Infantería de Toledo y, en 1861, una vez terminados los estudios militares, fue nombrado capitán del Estado Mayor. Dos años más tarde pidió el traslado a Cuba, donde participó en la campaña de Santo Domingo, que le mereció la Laureada de San Fernando por sus muchos méritos. En 1868, ya con el rango de coronel, volvió a Cuba para dirigir el Batallón de Cazadores de Valmaseda.

Con la proclamación de la Primera República, Weyler luchó contra los carlistas. Derrotó a Santés en diciembre de 1873, lo que le valió el ascenso a mariscal de campo. Durante la Restauración su ascensión prosiguió, fue nombrado teniente general y se le adjudicó la Capitanía General de Canarias, que ocupó durante el período comprendido entre 1878 y 1883. Años más tarde, en 1888, dirigió la Capitanía General de Filipinas, hasta 1893. En su vuelta a España sirvió en Cataluña, tratando de sofocar los numerosos atentados anarquistas que se producían en aquella ciudad.

Cuando la guerrra de independencia cubana se estaba enquistando para el gobierrno canovista, se pensó que Weyler era la figura idónea para mandar las tropas allí destacadas, de forma que, en 1896, llegó a la isla para sustituir al fracasado Martínez Campos. Weyler era muy severo, obstinado, serio, inteligente en la batalla y, sobre todo, inhumano. Su figura respondía a lo que mandaba la situación: en una guerra de guerrillas se necesitaba alguien que entrase a sangre y fuego, que llevase a cabo una guerra total. Personalmente, era puritano en exceso, capaz de hacer lo más grandes sacrificios por llevar a cabo su labor. Se trataba a sí mismo como un soldado raso, sin concederse los privilegios que tenían los oficiales; contrariamente a la tradición castrense, no fumaba ni bebía licores fuertes. En su personalidad, se podían encontrar tremendas contradicciones. Era cruel y despiadado con las personas pero, al mismo tiempo, amaba tanto a los caballos, que incluso mantenía una caballeriza en Madrid en la que evitaba que fueran conducidos al matadero. Weyler tuvo mucho predicamento entre los oficiales más jóvenes y ambiciosos.

En los planes de Weyler estaba acabar con la insurrección en dos años. Su primer objetivo en la isla era aislar al rebelde Maceo, al que consideraba el más peligroso para los intereses españoles al tener este el apoyo de los negros. De esta manera fortificó una línea que atravesaba la isla de norte a sur. Su siguiente paso iba a ser la división de Cuba en sectores. Para que la caballería fuera más eficaz, Weyler la repartió mejor. Además, cambió el sable reglamentario por el machete, más útil en la sierra cubana. Trató de que los batallones de cada posición fueran autosuficientes. En el campo redujo el número de puestos militares, por lo que las poblaciones pequeñas fueron defendidas por guarniciones de voluntarios. Estos voluntarios en muchos casos eran contraguerrilleros cubanos. Pero su gran legado en la isla, y lo que le valió su fama de sanguinario, fue la concentración de toda la población en las zonas militares. Estos fortines que reunían a la población tenían como objetivo la defensa. El abastecimiento de estos nuevos núcleos de población se hizo mediante zonas especiales de cultivo. Al poco tiempo de la llegada de Weyler a Cuba, este la había convertido en un enorme campo de concentración. Esto lo completó con promulgación de diversos decretos que regulaban la movilidad de las personas. Los delitos de traición fueron castigados con el fusilamiento; todas las comunidades del este de la isla fueron intensamente registradas; otorgó poderes judiciales a los jefes militares para llevar a cabo juicios sumarísimos contra toda persona que no observara sus decretos. Weyler tenía claro que, si se seguía con severidad su política, la riqueza agrícola de la isla quedaría totalmente aniquilada, por lo que los rebeldes tendrían que rendirse.

Su plan de aislar a Maceo fue un fracaso. La presencia de Weyler hizo, además, que la Junta de Nueva York decidiera mandar más material y armas a la isla en apoyo de los insurgentes. Además, la prensa norteamericana se encargó de que todo el mundo conociera las atrocidades que el general español estaba llevando a cabo. Tanto el sensacionalista Journal, de Hearts, como el World de Pulitzer publicaron toda clase de artículos, muchos de los cuales estaban falseados, de tal forma que pronto se conocería a Weyler como el Carnicero. A pesar de toda esta campaña, Weyler no se amilanó y, el 21 de octubre de 1896, ordenó la concentración de todos los habitantes de Pinar del Río que vivían en en exterior de los fortines españoles. De no cumplir en ocho días esta orden toda persona que transitase en el exterior sería considerada rebelde y fusilada; se prohibió el comercio de alimentos de una población a otra, salvo permiso expreso del mando español, y, asimismo, se requisó todo el ganado de la isla.

Cuando en octubre de 1897 el Partido Liberal, encabezado por Sagasta, llegó al poder, una de sus primeras decisiones fue retirar de la posición cubana a Weyler, quien no sólo tenía mala prensa en Estados Unidos, sino también en España. A partir de esos momentos desempeñó diversos puestos en la estructura militar en España; fue nombrado ministro de Guerra durante el período comprendido entre 1901 a 1905, y en 1907. En 1905, ya en posesión de dicho cargo, no obedeció las órdenes del gobierno, ante los continuos ataques que estaba sufriendo el ejército por los numerosos escándalos de corrupción. Los oficiales no estuvieron tranquilos hasta que el rey les garantizó que defendería sus intereses. En 1909 fue el general que estuvo al mando de la represión llevada a cabo en Barcelona conocida como la Semana Trágica. El 23 de enero de 1910 fue ascendido al rango de Capitán General. En 1916 se hizo cargo de la Jefatura del estado Mayor Central del Ejécito, pero en 1925, con la dictadura de Primo de Rivera, y por su abierta oposición a éste y a su régimen, dimitió de su cargo e incluso tomó parte activa en la sanjurjada que trató de derrocar al dictador.

Martínez Campos, Arsenio (1831-1900)

Militar de carrera y político español, presidente de Gobierno en el año 1879. Nació en Segovia, el 14 de diciembre de 1831, y falleció en Zarauz, mientras veraneaba, el 23 de septiembre de 1900.

Después de una rápida carrera militar en la Academia del Estado Mayor, en 1854 fue nombrado miembro del Estado Mayor, en cuya escuela más tarde sería profesor. Ascendió al grado de comandante del Arma de Caballería. Fue destinado al frente de Aragón, con las tropas mandadas por el general Dulce, para reprimir los brotes carlistas. En 1860 fue enviado a África, para luego ser destinado en la expedición que, junto a Francia e Inglaterra, envió España a México, durante el gobierno de Benito Juárez. En 1869 luchó, por primera vez, contra los insurrectos cubanos. Permaneció en la isla hasta el año 1872, desarrollando una brillante campaña que le valió el ascenso a brigadier.

Debido a su fama, con la proclamación de la I República, en 1873, se le confió el mando de una de las brigadas catalanas para reprimir un nuevo brote carlista. La campaña no obtuvo los resultados deseados, debido a la gran indisciplina y baja moral que reinaba entre los soldados. El presidente de la República, Salmerón, le puso al mando del ejército valenciano, desde donde Martínez Campos reprimió con contundencia los levantamientos cantonalistas de Cartagena y Alicante.

La caótica situación política en que se encontraba España desde la implantación de la I República le impulsó a conspirar en favor de don Alfonso, hijo de la destituida reina Isabel II, en el exilio. Logró, tras superar diversos obstáculos, proclamarlo rey de España en Sagunto, el 29 de diciembre de 1874. El éxito del golpe convirtió a Martínez Campos en el militar más prestigioso de la Restauración canovista. Al poco tiempo, el 24 de enero de 1875, logró poner fin a la tercera guerra carlista, gracias a un conjunto de rápidas operaciones por Cataluña. Sus brillantes servicios fueron premiados con el ascenso a capitán general, concedido el 27 de marzo de 1876. En noviembre del mismo año, el Gobierno le confió el ejército de operaciones en Cuba, sustituyendo al general Jovellar. En su nuevo periplo cubano, adoptó una política de guerra humanista y conciliadora, ya que fue consciente de lo difícil que resultaría hacerse con la situación por medio del uso exclusivo de las armas. Dictó generosas ordenanzas a favor de los desertores, exigió un trato humano y digno para los isleños insurrectos vencidos, liberó incluso a muchos prisioneros, etc. Al mismo tiempo, Martínez Campos desplegó una gran actividad militar que acabó por hacer ceder a los jefes insurrectos, los cuales abandonaron pronto las armas y firmaron la Paz de Zanjón, el 28 de febrero de 1878.

Con la firma de esta paz, el prestigio de Martínez Campos subió, si cabe, aún más, lo que provocó que, a su regreso a España, el rey Alfonso XII le encargase la formación de Gobierno, tarea que llevó a cabo con elementos del partido conservador. Martínez Campos, además de ostentar la presidencia, se hizo cargo de la cartera de Guerra. Sin embargo, una declaración en la que aseguró que, si de él dependiera, decretaría la total libertad para los negros, le colocó en una postura incómoda por lo que tuvo que renunciar a su cargo y pasarse a las filas del Partido Liberal, liderado por Mateo Práxedes Sagasta, en cuyo primer gobierno del año 1881 volvió a ocuparse de la cartera de Guerra. A la muerte del rey Alfonso XII, en noviembre de 1885, Martínez Campos fue el mediador entre Cánovas del Castillo y Sagasta en el Pacto del Pardo, por el que se estableció el turno pacífico en el poder entre los partidos liderados por ambos.

El 26 de noviembre de 1893, encendida de nuevo la guerra en torno a Melilla, fue nombrado general en jefe del ejército español en África, y luego embajador extraordinario ante el sultán magrebí, con el que se entrevistó, en enero de 1894, logrando firmar un tratado de paz que puso fin al contencioso africano.

Su última acción militar la realizó otra vez en Cuba, al subir al poder, en 1895, Cánovas del Castillo, quien le mandó a la isla en vista de la gran dureza que adquirió el nuevo brote rebelde cubano. El Gobierno español confió, una vez más, en la gran experiencia del general Martínez Campos y en las grandes dotes humanistas que desplegó en la anterior confrontación isleña. Pero sus esfuerzos no se vieron coronados por el éxito, ya que los insurrectos, poseídos por un gran espíritu independentista y contando con la ayuda inestimable de los Estados Unidos, hicieron caso omiso a todas las propuestas de paz lanzadas por Martínez Campos. Con la amargura producida por el fracaso de su misión, Martínez Campos regresó a España; fue sustituido por el general Valeriano Weyler. Una vez en España, fue nombrado presidente del Supremo de Guerra y Marina, con lo que reanudó su vida política hasta su muerte, en Zarauz, el 23 de septiembre de 1900.

Si como político Martínez Campos no tuvo la suficiente habilidad para triunfar, como militar sí tuvo el acierto de saber unir las armas con la labor diplomática, con lo que pudo poner fin a varios conflictos que estaban sangrando al país, como la guerra carlista y la insurrección cubana.

 

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