Las Cruzadas resumen

 


 

Las Cruzadas resumen

 

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Las Cruzadas resumen

 

Las Cruzadas

 

Lo que más ha honrado la razón humana es la

locura de las cruzadas.

 

Leon Bloy

 

Introducción

 

Orleáns, septiembre de 2001. Un coloquio internacional se desarrolla debido a la iniciativa del grupo de investigación Gerson, surgido del CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas). Tema del encuentro: «¿Ha sido la Edad Media cristiana?». Según los organizadores, «las fuentes medievales darían una visión de la Edad Media más religiosa de lo que fue en realidad». Estaríamos, pues, «prisioneros de un efecto óptico, debido ampliamente al monopolio intelectual que ejercieron las élites religiosas». Deseamos buena suerte a los historiadores en busca de una Edad Media no religiosa: no existe. La época medieval creía en Dios; no sólo lo atestiguan los archivos, sino los humildes oratorios y las macizas catedrales, los millares de pueblos que llevan el nombre de un santo patrón. Y las cruzadas.

En el momento de la descomposición política que sigue al Imperio romano, cuando las invasiones arrollan, los obispos se levantan en defensa de la ciudad. Entre el siglo V y el VIII, rezando, predicando y construyendo, los monjes evangelizan Europa occidental: Irlanda, país de Gales, Escocia, Bretaña, Inglaterra, Germania. Hacia el año 496 (la fecha es incierta), el bautismo de Clodoveo, primer jefe germano convertido, marca una pauta. El rey franco es cristiano como lo serán el emperador carolingio y los soberanos de Francia, Gran Bretaña, España o Italia . Antes de que se dibujen las fronteras nacionales, Europa es cristiana: esta fe le confiere una comunidad de civilización. En la Edad Media están ligados lo temporal y lo espiritual. Aunque se esté formando la nación, aunque los Capetos preserven su independencia frente al Papa, la idea moderna de laicidad es inconcebible.

Lucien Febvre, al estudiar a Rabelais, ha demostrado que el ateísmo era imposible para los hombres del Renacimiento . Es todavía más cierto para la época anterior. Ahora bien, esta fe medieval, que no es la fe del carbonero ya que también es la de Santo Tomás de Aquino, esta fe medieval es objeto de desprecio, desde el Siglo de las Luces. Rousseau, Voltaire, Víctor Hugo o Michelet se han burlado de su oscurantismo. Sin duda, la devoción en la Edad Media se manifiesta con mucha ingenuidad. Se veneran reliquias de una autenticidad dudosa; iglesias diferentes pretenden albergar los restos del mismo santo. Las personas que se ríen de ello actualmente (y que admiraban antaño a un país en el que la tumba de Lenin se ofrecía a la piedad de los fieles) omiten sin embargo mencionar que estos abusos fueron combatidos por el Papa, los obispos, los abades, el clero.

A fin de ilustrar el aturdimiento de la población medieval, se cita a menudo el ejemplo del terror del año 1000. El inconveniente es que no existe ningún documento que atestigüe tal pánico colectivo. Jean Favier nos relata que, hacia 960, un sacerdote parisino anunciaba el fin del mundo para el año 1000; en 985, el abate Fleury rechazaba esas inquietudes recordando que nadie sabía «ni el día ni la hora»; en 1048, el clérigo Raoul le Glabre contará el temor de sus contemporáneos a propósito de una pluviosidad excepcional . ¿El terror del año 1000? Otro mito. En 1999, un gran modisto también predijo el fin del mundo para el año 2000. ¿Oscurantista el siglo XX?

Las estructuras sicológicas del universo medieval no son las nuestras. La Edad Media adora a Dios y teme al diablo. Lograr la salvación sobre la tierra para escapar a la condenación representa una meta mucho más importante que la vida misma. Todo ser vive con relación al cielo y al infierno. La Virgen y los santos interceden por los hombres. La Iglesia, que transmite la palabra divina, es la salvaguardia del dogma. Nadie —salvo los herejes— pretende discutir los artículos del credo. Las demás religiones son erróneas, nadie tiene dudas al respecto. El Renan anticlerical, en sus Souvenirs d’enfance et de jeunesse [Recuerdos de infancia y juventud], lamenta tanta seguridad: «Un peso colosal de estupidez ha aplastado el espíritu humano. La espantosa aventura de la Edad Media, esta interrupción de mil años en la historia de la civilización, procede menos de los bárbaros que del espíritu dogmático de las masas».

¿Dogmatismo? Sí, la Edad Media es dogmática: la palabra dogma (del griego dogma, que significa creencia) no tiene nada peyorativo. La libertad de conciencia es una noción que no sólo es desconocida: es ininteligible. Puesto que la verdad no se divide, la libertad religiosa es incomprensible. Y toda Europa occidental comparte esta certeza. Si no se tienen presentes estos elementos, no se puede comprender la cruzada.

 

Una respuesta a la expansión militar del Islam

 

No hace tanto que, en los libros escolares de historia, las cruzadas se beneficiaban todavía de una imagen favorable. En la versión católica, era la epopeya de la salvaguarda de los Santos Lugares. En la versión republicana (y colonial), esta expedición hacía irradiar la cultura francesa más allá de los mares. Entre los cristianos, el tema roza con el arrepentimiento. Y entre los humanistas, se consideran las cruzadas como una agresión perpetrada por occidentales violentos y codiciosos contra un islam tolerante y refinado. Se sustituye una leyenda negra por una leyenda dorada.

            El profesor Riley-Smith explicó que la interpretación que ha desprestigiado y despreciado las Cruzadas es fruto de las obras de sir Walter Scott (1771-1832) y de Joseph Francois Michaud (1767-1839). El escritor escocés Scott representó a los cruzados como «intemperantes, dedicados a asaltar rudamente a musulmanes más avanzados y civilizados», mientras que el escritor e historiador francés Michaud alimentó la opinión de que «las Cruzadas eran expresión del imperialismo europeo» .

            Desde la edad media el significado de la palabra cruzada se extendió para incluir a todas las guerras emprendidas en cumplimiento de un voto, y dirigidas contra infieles, ej. contra mahometanos, paganos, herejes, o aquellos bajo edicto de excomunión. Las guerras emprendidas por los españoles contra los moros constituyeron una cruzada incesante del siglo XI al XVI; en el norte de Europa se organizaron cruzadas contra los prusianos y lituanos; el exterminio de la herejía albigense se debió a una cruzada, y, en el siglo XIII los papas predicaron cruzadas contra Juan Lackland y Federico II. Además, la literatura moderna ha abusado de la palabra aplicándola a todas las guerras de carácter religioso, como, por ejemplo, la expedición de Heraclio contra los persas en el siglo VII y la conquista de Sajonia por Carlomagno.

            La idea de la cruzada corresponde a una concepción política que se dio sólo en la Cristiandad del siglo XI al XV; esto supone una unión de todos los pueblos y soberanos bajo la dirección de los papas. Por esta razón, la palabra cruzada es posterior a las primeras cruzadas: se fecha muy al principio del Siglo XIII. Los cruzados hablaban de peregrinación, de tránsito, de viaje a ultramar. Se debe a que el primer objetivo de la cruzada es religioso: se trata de seguir los mismos pasos de Cristo. En cuanto se convierte, en el siglo IV, el emperador Constantino da a conocer los lugares donde ha vivido Jesús. De la misma manera que ir a Tierra Santa equivale a obtener el perdón de los pecados, Belén, Nazaret y Jerusalén pasan a ser metas de peregrinación. El origen concreto de la palabra remonta a la cruz hecha de tela y usada como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte en esas iniciativas. Escritores medievales utilizan los términos crux (pro cruce transmarina, Estatuto de 1284, citado por Du Cange s.v. crux), croisement (Joinville), croiserie (Monstrelet), etc.   

            Todas las cruzadas se anunciaron por la predicación. Después de pronunciar un voto solemne, cada guerrero recibía una cruz de las manos del papa o de su legado, y era desde ese momento considerado como un soldado de la Iglesia. A los cruzados también se les concedían indulgencias y privilegios temporales, tales como exención de la jurisdicción civil, inviolabilidad de personas o tierras, etc. De todas esas guerras emprendidas en nombre de la Cristiandad, las más importantes fueron las Cruzadas Orientales, que son las únicas tratadas en este artículo.

            Desde fines del siglo IV no había habido ninguna ruptura en su comunicación con Oriente. Desde el primer período cristiano colonias de sirios habían introducido las ideas religiosas, arte, y cultura de Oriente en las grandes ciudades de Galia y de Italia. Los cristianos occidentales a su vez viajaron en grandes cantidades a Siria, Palestina, y Egipto, sea para visitar los Lugares Santos o para seguir la vida ascética de los monjes de la Tebaida o del Sinaí. Aun existe el itinerario de un peregrinaje de Burdeos a Jerusalén, que data de 333; en 385 San Jerónimo y Santa Paula fundaron los primeros monasterios latinos en Belén. Ni siquiera la invasión bárbara pareció desalentar el ardor por las peregrinaciones a Oriente. El Itinerario de Santa Silvia (Etheria) muestra la organización de esas expediciones, que eran dirigidas por clérigos y escoltadas por tropas armadas. En el año 600, San Gregorio el Grande (590-604) hizo erigir un hospicio en Jerusalén para el alojamiento de los peregrinos, envió sus designios a los monjes del Monte Sinaí , y, aunque la condición deplorable de la Cristiandad Oriental después de la invasión árabe hizo esta comunicación más difícil, de ninguna manera cesó.

            Lanzados a la conquista del mundo para extender la fe de Mahoma, los árabes toman Jerusalén en el 638. Se tolera a los cristianos de Palestina. Sin embargo, se les reduce a la condición de dhimmi se les autoriza a practicar su culto, siempre y cuando lleven signos distintivos y paguen un impuesto especial, la dyizya. Pero les está prohibido construir nuevas iglesias, lo que, a la larga, les condena. Las peregrinaciones europeas pueden continuar, con la condición de pagar un tributo, especialmente para acceder al Santo Sepulcro. Sin embargo, ya desde el siglo VIII anglosajones sufrieron las más grandes dificultades para visitar Jerusalén. El viaje de San Willibaldo, obispo de Eichstädt, tomó siete años (722-29) y proporciona una idea de las variadas y severas tribulaciones a las que los peregrinos eran sometidos .

            Después de su conquista de Occidente, los Carolingios trataron de mejorar la condición de los latinos establecidos en Oriente; en 762 Pipino el Breve entró en negociaciones con el Califa de Bagdad. En Roma el 30 de noviembre de 800, el mismo día en el que León III invocó el arbitraje de Carlomagno, embajadores de Haroun al-Raschid entregaron al rey de los Francos las llaves del Santo Sepulcro, el estandarte de Jerusalén, y unas preciosas reliquias ; esto fue un reconocimiento del protectorado franco sobre los cristianos de Jerusalén. Que se edificaron iglesias y monasterios pagados por Carlomagno es certificado por una especie de censo de los monasterios de Jerusalén de 808 . En 870, al momento del peregrinaje de Bernardo el monje , esas instituciones eran todavía muy prósperas, y se ha demostrado con abundancia que se enviaban limosnas periódicamente de Occidente a Tierra Santa.

            En el siglo X justo cuando el orden político y social de Europa estaba más perturbado, caballeros, obispos, y abades, actuando por devoción y gusto de la aventura, estaban acostumbrados a visitar Jerusalén y orar en el Santo Sepulcro sin ser vejados por los mahometanos. De repente, en 1009, Hakem, el Califa fatimí de Egipto, en un ataque de locura ordenó la destrucción del Santo Sepulcro y de todos los establecimientos cristianos en Jerusalén. Por años después de esto los cristianos fueron cruelmente perseguidos . En 1027 el protectorado Franco fue derrocado y reemplazado por el de los emperadores bizantinos, a cuya diplomacia se debió la reconstrucción del Santo Sepulcro. Incluso se cercó el barrio cristiano con un muro, y unos comerciantes Amalfi, vasallos de los emperadores griegos, construyeron hospicios para peregrinos en Jerusalén, ej. el Hospital de San Juan, cuna de la Orden de los Hospitalarios.

            En vez de disminuir, el entusiasmo de los cristianos occidentales por el peregrinaje a Jerusalén pareció más bien aumentar durante el siglo XI. No solos príncipes, obispos, y caballeros, sino aun hombres y mujeres de las más humildes clases emprendieron la jornada santa . Ejércitos enteros de peregrinos cruzaron Europa, y en el valle del Danubio se establecieron hospicios donde podían completar sus provisiones. En 1026 Ricardo Abad de Saint-Vannes, condujo 700 peregrinos a Palestina con gasto de Ricardo II, duque de Normandía. En 1065 más de 12.000 alemanes que cruzaron Europa bajo el mando de Günther, obispo de Bamberg, en su camino a Palestina tuvieron que buscar refugio en una fortaleza en ruinas, donde se defendieron contra una banda de beduinos . Así es evidente que a fines del siglo XI la ruta de Palestina le era bastante familiar a los cristianos occidentales que tenían al Santo Sepulcro como a la reliquia más venerada y estaban listos a afrontar cualquier peligro para visitarlo. El recuerdo del protectorado de Carlomagno aun vivía, y un rastro de él se encuentra en la leyenda medieval del viaje de este emperador a Palestina .

            Pero, después la situación empeoró con la aparición de los turcos. Bajo la influencia de una civilización refinada, árabes y persas, los antiguos dueños del Islam oriental, hacía tiempo que habían perdido su combatividad primera. Por el contrario, los turcos, raza militar por excelencia, endurecidos por siglos de nomadismo y de miseria en las ásperas soledades de la Alta Asia, iban a aportar al mundo musulmán una fuerza nueva. El día que en 1055 –fecha memorable en la historia de Asia- el jefe de una de sus hordas salida de la estepa kirguiza, Togrul-beg el Seldyucí, entró en Bagdad y se impuso al califa árabe como vicario temporal y sultán –superponiendo así al imperio árabe un imperio turco- y con él los turcos se convirtieron en la raza imperial del mundo musulmán, todo cambió .

            El ascenso de los turcos seleúcidas, sin embargo, comprometió la seguridad de los peregrinos e incluso amenazó la independencia del imperio bizantino y de toda la Cristiandad. En 1070 Jerusalén fue tomada, y en 1091 Diógenes, el emperador griego, fue derrotado y hecho cautivo en Mantzikert. Asia Menor y toda Siria se volvieron la presa de los turcos. Antioquía sucumbió en 1084, y para 1092 ni una de las grandes sedes metropolitanas de Asia permanecía en posesión de los cristianos. Aunque separados de la comunión de Roma desde el cisma de Miguel Cerulario (1054), los emperadores de Constantinopla suplicaron por la ayuda de los papas; en 1073 se intercambiaron cartas sobre el asunto entre Miguel VII y Gregorio VII. El papa seriamente contempló el liderar una fuerza de 50.000 hombres a Oriente para restablecer la unidad cristiana, repeler a los turcos, y rescatar el Santo Sepulcro. Pero la idea de la cruzada constituía sólo una parte de este magnífico plan . El conflicto sobre las Investiduras en 1076 obligó al papa a abandonar sus proyectos; los emperadores Nicéphoro Botaniates y Alejo Comneno eran desfavorables a una unión religiosa con Roma: finalmente la guerra estalló entre el imperio bizantino y los Normandos de las Dos Sicilias.

Para un cristiano de la Edad Media, hacer una peregrinación era un acto corriente. A unas leguas de su casa, a un santuario donde se veneraba alguna reliquia; más lejos, cuando se requiere una penitencia especial; muy lejos, con una meta excepcional. El dejar de tener la facultad de ir a orar sobre la tumba de Cristo no se puede soportar. La cruzada responde en primer lugar a una exigencia práctica y moral: liberar los Santos Lugares.

Sandoval demuestra en su obra como las Cruzadas fueron ejercicios de defensa de un Islam expansivo y opresivo, que ocupaba por la fuerza tierras de civilización cristiana, desde mucho antes que muchos países europeos. En el siglo VII, los musulmanes han ocupado Palestina y Siria: en el siglo VIII, han aniquilado la cristiandad de África del Norte y luego invadido España y Portugal. En el siglo IX, han conquistado Sicilia. Constantinopla todavía planta cara frente al peligro turco. A pesar del cisma de 1054, a pesar de las diferencias teológicas, nunca se han cortado los puentes entre Roma y Bizancio. En 1073, el emperador Miguel VII pide ayuda al papa Gregorio VII, llamamiento reiterado en 1095 por Alejo I Comneno a Urbano II. La cruzada es una respuesta a la expansión militar del islam, una réplica a la implantación de los árabes y de los turcos en las regiones cuyas ciudades han sido cuna del cristianismo en tiempos de San Pablo y sede de los primeros obispados. Regiones en las que, en lo sucesivo, los fieles de Cristo estarán perseguidos.

En España, la Reconquista ha empezado hacia 1030. Toledo es reconquistada a los moros en 1085, pero ya al año siguiente, los almorávides, venidos de Marruecos, lanzan una nueva ofensiva. En respuesta al llamamiento de Urbano II, caballeros franceses prestan auxilio a los ejércitos de Aragón, Castilla y Portugal. En 1095, numerosos participantes provenzales o de Languedoc en la primera cruzada ya habían luchado en España.

En las Dos Sicilia, los normandos desembarcaron en 1040 luchando contra los árabes allí establecidos. La historia del establecimiento de estos asombrosos aventureros en Italia meridional desde hacía más de un siglo no había sido, en definitiva y en muchos aspectos, más que una cruzada anticipada, cruzada tan llena de provechos como de heroísmo, pues conquistaron el país tanto contra los árabes como contra los bizantinos. Y hasta muy recientemente todavía, en 1072, el jefe normando Roberto Guiscard no había conseguido expulsar de Palermo a los últimos árabes. Así  pues estos normandos representaban la vanguardia de la latinidad contra el infiel y contra el hereje griego al mismo tiempo. Por lo demás, ya habían atravesado el canal de Otranto con el fin de perseguir al bizantino hasta los Balcanes, antes de rechazar a los árabes a Asia. De 1081 a 1085, Roberto Guiscard y su hijo Bohemundo llevaron la guerra a pleno territorio bizantino, conquistaron una parte del Espiro y de Macedonia y llegaron con sus armas desde Durazno hasta las tierras de Salónica. La muerte de Roberto provocó su retirada, pero Urbano II halló en ellos unos auxiliares dispuestos a partir. Para Bohemundo, heredero del sueño oriental de su padre Roberto Guiscard, la cruzada, a la que se va a unir gozosamente, no será más que volver a emprender, bajo un pretexto piadoso, la expedición fallida de 1081.

            El Origen de las Cruzadas remonta pues directamente a la condición moral y política de la Cristiandad Occidental en el siglo XI. En aquel tiempo Europa estaba dividida en muchos estados cuyos soberanos estaban absortos en tediosas y fútiles disputas territoriales mientras el emperador, en teoría la cabeza temporal de la Cristiandad, gastaba su energía en disputas sobre Investiduras. Solo los papas habían mantenido una justa noción de unidad cristiana. Ellos veían a que grado los intereses de Europa eran amenazados por el imperio Bizantino y por las tribus mahometanas, y solo ellos tenían una política extranjera cuyas tradiciones se formaron bajo León IX y Gregorio VII (1073-1085). La Iglesia se ve empujada por el impulso de la reforma gregoriana y Europa, bajo la influencia de los monjes de Cluny, se cubre de monasterios (40.000 fundaciones entre el siglo IX y el XV). Todo ello aumentó el prestigio del romano pontífice ante todas las naciones cristianas; por tanto nadie sino el papa podía inaugurar el movimiento internacional que culminó en las Cruzadas.

A pesar de su derrota final, las cruzadas ocupan un lugar muy importante en la historia del mundo. Esencialmente obra de los papas, estas Guerras Santas antes que nada ayudaron a fortalecer la autoridad pontifical; ofrecieron a los papas la oportunidad de interferir en las guerras entre príncipes cristianos, mientras que los privilegios temporales y espirituales que otorgaron a los cruzados virtualmente hicieron de estos últimos sus súbditos. Al mismo tiempo ésta fue la razón principal por la cual tantos gobernantes civiles se negaron a unirse a las cruzadas. Se debe decir que las ventajas así adquiridas por los papas fueron por la seguridad común de la Cristiandad.

 

La primera cruzada: un arrebato de fe

 

            Fue el Papa Urbano II quien asumió los planes de Gregorio VII y les dio una forma más definida. Una carta de Alejo Comneno a Roberto, conde de Flandes, registrada por los cronistas, Guibert de Nogent y Hugues de Fleury , parece dar a entender que la cruzada fue instigada por el emperador bizantino, pero esto se ha probado falso , Alejo sólo había querido enrolar quinientos caballeros flamencos en el ejército imperial . El honor de iniciar la cruzada se ha atribuido también a Pedro el Ermitaño, un solitario de Picardía, quien, después de un peregrinaje a Jerusalén y una visión en la iglesia del Santo Sepulcro, fue a ver a Urbano II y fue comisionado por él para predicar la cruzada. Sin embargo, aunque testigos oculares de la cruzada mencionan su predicación, no le atribuyen el papel tan importante que le asignan mas tarde varios cronistas, ej. Alberto de Aix y sobre todo Guillermo de Tiro . La idea de la cruzada se atribuye principalmente al Papa Urbano II (1095), y los motivos que lo llevaron actuar son claramente mostrados por sus contemporáneos: «Observando el enorme daño que todos, clero o pueblo, causaron a la fe cristiana. . . a la noticia de que las provincias rumanas habían sido tomadas de los cristianos por los turcos, conmovido con compasión e impulsado por el amor de Dios, cruzó las montañas y descendió en la Galia» . Por supuesto es posible que para aumentar sus fuerzas, Alejo Comneno haya solicitado ayuda en Occidente; sin embargo, no fue él sino el papa quien incitó al gran movimiento que llenó a los griegos de ansiedad y terror.

Con este fin, Urbano II efectúa en 1095 una gira de predicación en Francia. En Clermont, durante un concilio regional, el soberano pontífice predica ante obispos y abades. El 27 de noviembre de 1095, hace un llamamiento a la cristiandad. En Tierra Santa, explica el Papa, «los turcos extienden su dominio continuamente. Muchos cristianos han caído bajo sus golpes, muchos han sido reducidos a la esclavitud. Esos turcos destruyen las iglesias; asolan el reino de Dios». Urbano II exhorta entonces a «socorrer a los cristianos» y a «expulsar a este pueblo nefasto». A los que se enrolen en esa aventura, el Papa les promete una indulgencia plenaria y la seguridad de sus bienes, emplazados bajo la protección de la Iglesia. Renueva esa promesa en Limoges, Angers, Tours, Poitiers, Saintes, Burdeos, Toulouse y Carcasona:

 

            « ¡Que vayan pues al combate contra los infieles —un combate que merece la pena emprender y que merece terminarse en una victoria— los que se dedicaban a las guerras privadas y abusivas en perjuicio de los fieles!

            ¡Que sean en adelante caballeros de Cristo los que no eran más que bandidos. Que luchen ahora en buena ley contra los bárbaros los que combatían contra sus hermanos y parientes!

Éstas son las recompensas eternas que van a conseguir los que se hacían mercenarios por un miserable salario: trabajarán por un doble honor aquellos que se fatigaban en detrimento de su cuerpo y de su alma. Estaban aquí tristes y pobres; estarán allá alegres y ricos. Aquí eran los enemigos del Señor; allá serán sus amigos»

 

La llamada de Urbano II, la orden de movilización europea de 1095, llegaba en su momento oportuno. Si hubiera sido lanzada algunos años antes, si los ejércitos de la cruzada hubieran alcanzado Asia no en 1097, como iban a hacerlo, sino siete u ocho años antes, cuando el gran imperio turco unitario de los seldyucíes estaba todavía en pie, el éxito habría sido, sin duda, mucho menos seguro. Pero en el momento en que Urbano levantaba a Europa contra Asia, el sultán seldyucí Meliá-Chah acababa de morir (15 de noviembre de 1092) y su imperio, como en otro tiempo el imperio de Carlomagno, había sido repartido, en medio de extenuantes luchas de familia, entre sus hijos, sus sobrinos y sus primos. Los hijos del gran sultán solo habían conservado Persia, cuyas provincias seguirían disputándose todavía durante varios años. Sus sobrinos –dos hermanos también enemigos entre sí- se habían hecho reyes de Siria, el primero en Alepo, el segundo en Damasco. Y Asia Menor, desde Niceas a Iconio, formaba un cuarto reino turco bajo un segundón seldyucí. Todos estos príncipes, a pesar de su parentesco, estaban demasiado divididos entre sí para formar un bloque contra un contra un peligro exterior. Llega la cruzada, se enfrentan a ella aisladamente y, en vez de ayudarse a tiempo, se hacen derrotar uno tras otro .

Sin duda, Urbano II conocía los detalles de todas esas disputas, pero estaba informado por los peregrinos y no podía ignorar lo principal de ellas. En todo caso, hay que reconocer que, para la realización de su gran proyecto, la hora se presentaba especialmente oportuna. Al sobrevenir en un Islam en pleno desconcierto, en medio de una disolución del imperio, la cruzada se iba a beneficiar de las mismas ventajas que en otro tiempo aprovecharon en Occidente las invasiones normandas en plena decadencia carolingia .

El Papa se ha dirigido a los nobles y a los caballeros, gentes de guerra capaces de emprender la expedición. Pero los predicadores han transmitido la llamada de Urbano II en la ciudad y en el campo. Y es el pueblo el que primero lo oye. A principios de 1096 se pone en marcha con fervor. Hay testimonios de pueblos enteros que toman la ruta de Oriente. Esta cruzada popular, compuesta por gente humilde procedente de Normandía, Picardía, Lorena, Auvernia, Languedoc o Provenza, está guiada por jefes improvisados, Pedro el Ermitaño y Gautier Sans-Avoir. Los del norte siguen el Danubio, los demás pasan por los Alpes y la llanura del Po. Todos se reúnen en Macedonia. El 1 de agosto de 1096, están en Constantinopla. Desde el siglo V a la ciudad también se la conoce como la Nueva Roma. Cercada por grandiosas murallas, esta capital cosmopolita es la ciudad más hermosa del mundo. Cuando ven surgir a esta tropa de pobres miserables salidos del otro extremo del continente, los habitantes se preguntan si estos hermanos cristianos son amigos o invasores. Ana Comneno, la hija del emperador Alejo I, es testigo ocular de la escena: «Era el Occidente entero, todas las naciones bárbaras que habitaban el territorio situado entre la otra ribera del Adriático y las Columnas de Hércules, todo eso era lo que emigraba en masa, caminaba con familias enteras y marchaba sobre Asia atravesando Europa de una punta a otra». Mantenida fuera de la ciudad, la columna atraviesa el Bósforo. Pero el 10 de agosto, esta tropa mal armada y mal organizada es masacrada por los turcos. Los supervivientes no reemprenderán la marcha más que cuando llegue la otra cruzada, la de los barones.

En Europa se han formado cuatro ejércitos. ¿Cómo han sido reclutados? Nadie lo sabe con exactitud. La expedición de 1096 procede de una iniciativa pontificia. En el siglo XI, la situación del papado es inestable. En Alemania y en Italia del norte, la querella por las investiduras enfrenta a la Iglesia con el Imperio debido al nombramiento de los obispos y abades: numerosos obispados acatan al antipapa Clemente III, nombrado por el emperador Enrique IV. La cruzada no ha sido pues predicada en Italia, ni tampoco en Alemania. En Francia, Urbano II entra en conflicto con el rey: uno de los objetivos del concilio de Clermont ha sido también proclamar la excomunión de Felipe I, habiendo éste repudiado a su mujer para casarse de nuevo. Los barones de la primera cruzada son, pues, originarios de países de obediencia pontificia.

            Godofredo de Bouillon, duque de Baja Lorena a la cabeza del pueblo de Lorena, los alemanes, y los franceses del norte, siguió el valle del Danubio, cruzó Hungría, y llegó a Constantinopla el 23 de diciembre de 1096. Los provenzales (se denomina así a los señores de todos los países en los que hablaba la lengua de oc), bajo el mando de Raimundo de San-Gilles, conde de Toulouse, han preferido Italia del norte e Iliria; les acompaña Adhémar de Monteil, el legado pontificio. Normandos y franceses, que siguen a Robert Courteheuse, duque de Normandía, a su cuñado, Etienne de Blois, han bajado hasta el sur de Italia; han atravesado el Adriático en barco para llegar a Albania. En cuanto a los normandos de Sicilia, guiados por Bohémond de Tarento y su sobrino Tancréde, también han desembarcado en Albania.

            Cruzando el imperio bizantino, consiguieron llegar a Constantinopla el 26 de abril de 1097. La aparición de los ejércitos cruzados en Constantinopla creó la más grande inquietud, y provocó los futuros e irremediables malos entendidos entre los cristianos griegos y los latinos. La invasión no pedida de estos últimos alarmó a Alejo, quien trató de prevenir la concentración de todas esas fuerzas en Constantinopla transportando a Asia Menor cada ejército occidental en el orden de su llegada; además, él trató de arrancar de los jefes de la cruzada la promesa de que restaurarían al imperio griego las tierras que iban a conquistar. Después de resistir a las súplicas imperiales durante el invierno, Godofredo de Bouillon, confinado en Pera, aceptó al fin tomar el juramento de fidelidad. Bohemundo, Roberto Courte-Heuse, Esteban de Blois, y los otros jefes cruzados sin dudar hicieron la misma promesa; Raimundo de St-Gilles, sin embargo, permaneció firme. Un total de 30.000 hombres están reunidos en Constantinopla en mayo de 1097. No hablan todos el mismo idioma, pero siendo numerosos los franceses, se les llama a todos francos.

            Después de vencer a los turcos en la batalla de Dorilea el 1 de julio de 1097, los cristianos entraron en las mesetas altas de Asia Menor. Sin cesar hostigados por un implacable enemigo, agobiados por el extremo calor, y abatidos bajo el peso de sus armaduras de cuero cubiertas de placas de hierro, sus sufrimientos eran casi intolerables. Al penetrar en Asía, se apoderan de Nicea, y en la noche del 2 de junio, 1098, los cruzados tomaron Antioquía por asalto. Al mismo día siguiente fueron sitiados dentro de la ciudad por el ejército de Kerbûga, ámel de Mosul. Plaga y hambre cruelmente diezmaron sus rangos, y muchos de ellos, entre otros Esteban de Blois, escaparon bajo cubierto de la noche. El ejército estaba al borde del desaliento cuando de repente se reanimó su valor por el descubrimiento de la Lanza Santa, resultado del sueño de un sacerdote provenzal llamado Pedro Bartolomé.

            No fue sino hasta abril, 1099, que empezó la marcha hacia Jerusalén, Bohemundo quedo en posesión de Antioquía mientras que Raimundo tomó Trípoli. El 7 de junio los cruzados empezaron el sitio de Jerusalén. El año anterior, los egipcios han arrebatado la ciudad a los turcos. Serán ellos, pues, los que tengan que hacer frente al choque. Un primer asalto fracasa el 13 de julio. Después de una procesión general que los cruzados hicieron descalzos alrededor de las murallas de la ciudad entre insultos y encantamientos de hechiceros mahometanos, el ataque comenzó el 14 de julio, 1099. Al día siguiente los cristianos entraron en Jerusalén por todos lados y asesinaron a sus habitantes sin consideración de edad ni sexo. Es la avalancha. Los cronistas evocan un río de sangre subiendo «hasta los corvejones de caballos». La represión es hiperbólica: no hay que interpretarla literalmente, como esos libros escolares que dan un número de víctimas superior a la población de Jerusalén.

Sin embargo, la matanza está comprobada. La leyenda negra ve ella la prueba del salvajismo de los cruzados. No obstante, los francos se han portado como todos los soldados de la época, y especialmente como sus enemigos. El 10 de agosto de 1096, 12.000 «miserables» de la cruzada popular fueron rematados por los turcos. El 4 de junio de 1098, ante Antioquía, los turcos y los árabes pasaron por el filo de la espada hasta el último combatiente de la guarnición cristiana de la fortaleza del Puente de Hierro. Poco después hicieron mismo con los musulmanes de una pequeña ciudad que había  entrado en tratos con los cruzados. El 26 de agosto de 1098, cuando se apoderaron de Jerusalén, los egipcios liquidaron a los turcos que defendían la ciudad. ¿Acaso son selectivos los sentimientos de indignación en la leyenda negra?

            En la película de Riddley Scott sobre las Cruzadas El Reino de los Cielos, el señor del Krak de los Moabitas elude el salir a cubrir la retirada de los lugareños al interior del castillo ante la llegada del enemigo musulmán. De ese modo, por contraste, se luce inverosímilmente el protagonista que es el único que presenta batalla para proteger “al pueblo” ¡cargando con los escudos colgados a la espalda! Sin embargo, los señores medievales cuidaban de proteger a sus campesinos no sólo por su deber de caballeros cristianos, que alguno se creería, sino al menos por simple interés: toda la riqueza de los nobles la constituían sus tierras y los que las cultivaban, generando sus rentas. Riddley Scott, buscando siempre hacer del conjunto de los cruzados unos desalmados, los convierte en desalmados tan crueles y estúpidos que no pasan de malvados de parodia.

Se mata. Se saquea también. De nuevo, los cruzados no hacen más que amoldarse a las costumbres de su tiempo. Reflejo de la naturaleza humana, consideran que tienen derecho a una gratificación como recompensa de su hazaña, ¡Hay que imaginarse lo que podía representar, en el siglo XI, un viaje a pie o a caballo desde Auvernia o Lorena hasta Palestina! Miles de kilómetros por un itinerario incierto, a través de regiones hostiles, afrontando el hambre y la sed, para dirigirse a un país que los cruzados desconocen totalmente. Para la gente del pueblo, es la aventura absoluta. Para los señores, el riesgo era el mismo, pero más costoso, pues tenían que mantener con su propio dinero a sus compañías y a los pobres que les seguían. Al contrario de lo que se cree, muchos se arruinaron durante la cruzada, habiendo tenido que endeudarse o vender bienes raíces para equiparse. En Occidente, grandes extensiones estaban todavía en barbecho. Y estas tierras eran más accesibles que el lejano Oriente. Según Jacques Heers, «el afán de lucro y las especulaciones mercantiles no estuvieron con toda certeza en el origen de la cruzada» .

Por lo tanto no es la sed de bienes materiales la que ha empujado a los primeros cruzados: es la devoción. Tal empresa suponía la ruptura total con las propias costumbres, la renuncia al universo familiar. «Dios lo quiere», exclamaban. Este grito es un acto de fe. «La cruzada —afirma Jean Richard— fue para innumerables cristianos la ocasión de vivir su fe, no en la facilidad sino con la prueba del sufrimiento y de la muerte» . Los primeros cruzados eran penitentes cuya motivación inicial era de orden espiritual. Lo temporal venía después.

            En este sentido, en la película de Riddley Scott sobre las Cruzadas El Reino de los Cielos la primera falacia va con los primeros metros de película, para marcar el tono. Apenas hecha la oscuridad un letrero en la pantalla afirma que en el siglo XII Europa estaba sumida en la represión, y en la pobreza y que por eso la gente emigraba a Tierra Santa en busca de riquezas. Sin embargo el siglo XII conoció una gran expansión demográfica y económica de Europa y en ningún momento existió un movimiento de colonización de Tierra Santa, sólo peregrinaciones o refuerzos temporales, de cuya exigüidad se quejaron siempre los cristianos de los reinos latinos.

            Igualmente, en la misma película se demuestra que si la falacia de los textos es más concretable, la que dejan las imágenes, inasible, es mucho más peligrosa. Se presenta el Calvario como una ladera pelada en pleno siglo XII. Desde los tiempos de Santa Elena (siglo IV) hubo templos cristianos en el Santo Sepulcro, y los cruzados erigieron inmediatamente de apoderarse de Jerusalén el complejo monumental que hoy se conserva. Cuando el protagonista pregunta por el lugar donde murió Cristo (¡que era el centro religioso y político del Reino, su perla y razón de ser!), y medita sobre un pedregal solitario, se está negando a los cruzados su tarea constructiva (la inmensa mayoría de los monumentos cristianos de la Tierra Santa de hoy provienen de la época cruzada) y su capacidad artística y, muy sutilmente, se insinúa la disociación entre Cristo y su memoria, semiolvidados por la Iglesia y los cruzados, de espaldas hasta a su recuerdo físico.

            De hecho, la principal tesis de la película, enunciada en el discurso más solemne, es que todas las religiones son básicamente iguales, que la disputa por la diferencia de Fe o por la posesión de Jerusalén no tiene sentido, y que lo que importa cuidar es de las personas, es decir: de salvar su vida: móvil de supervivencia que explica la resistencia primero y la capitulación después de Jerusalén. Pretende establecer que las creencias son equiparablemente nefastas y que la mejor posición moral y humana es el cristianismo sin Cristo, la elevada moral sin por qué de la que es ejemplo nuestro personaje. La Iglesia histórica no sólo es innecesaria como depositaria del mensaje de Cristo (que no es sólo enseñanza, sino sobre todo Redención y Salvación), sino opuesta a Él.

 

Las ocho cruzadas: la buena simiente y la cizaña

 

Habiendo cumplido su peregrinaje al Santo Sepulcro, los caballeros eligieron como señor de la nueva conquista a Godofredo de Bouillon, quien se llamó a sí mismo Defensor del Santo Sepulcro. Tuvieron entonces que rechazar un ejército egipcio, que fue derrotado en Ascalón, el 12 de agosto, 1099. Godofredo de Bouillon murió en Jerusalén el 18 de julio, 1100. Su hermano y sucesor, Balduino de Edesa, fue coronado rey de Jerusalén en la Basílica de Belén el 25 de diciembre, 1100. En 1112 con la ayuda de Noruegos bajo el mando de Sigurd Jorsalafari y el apoyo de flotas genovesa, pisana, y veneciana, Balduino inició la conquista de los puertos de Siria, que completó en 1124 con la captura de Tiro.

Se han creado otros estados cristianos: el principado de Antioquía, el condado de Edesa, el condado de Trípoli. Ahora bien, no figuraba su fundación en los planes primitivos del Papa.

 

            Todo el país oriental de los latinos estaba dividido en cuatro principados. El primero al Sur, era el reino de Jerusalén, que tenía sus comienzos en el arroyo que se encuentra entre Biblos y Beirut, ciudades marítimas de Fenicia, y su fin en el desierto, más allá de Daron, que mira hacia Egipto. El segundo principado, hacia el Norte, era el condado de Trípoli, desde el mencionado arroyo hasta el arroyo que se encuentra entre Maraclea y Valenia. El tercero era el principado de Antioquía, que se encontraba entre este arroyo y Tarso de Cilicia. El cuarto era el condado de Edesa, que desde el bosque llamado Marrim se extendía hacia Oriente, más allá del Éufrates .

 

            Estos pequeños estados eran, por así decir, la propiedad común de toda la Cristiandad y, como tal, estaban subordinados a la autoridad del papa. Además, los caballeros franceses y comerciantes italianos establecidos en las recientemente conquistadas ciudades pronto predominaron. La autoridad de los soberanos de estos diferentes principados estaba restringida por los dueños-de-feudos, los vasallos, y los sub-vasallos que constituían la Corte de Lieges, o Suprema Corte. Esta asamblea tenía total autoridad en asuntos legislativos; ningún estatuto ni ley se podía proclamar sin su acuerdo; ningún barón podía ser privado de su feudo sin su decisión; su jurisdicción se extendía por encima de todos, incluso el rey, y también controlaba la sucesión al trono. Una Corte de Burgueses tenía jurisdicción similar sobre los ciudadanos. Cada feudo tenía un tribunal igual compuesto de caballeros y ciudadanos, y en los puertos había policía y cortes mercantiles.

            La autoridad de la Iglesia también ayudaba a limitar el poder del rey; las cuatro sedes metropolitanas de Tiro, Cesarea, Bessan, y Petra estaban sujetas al Patriarca de Jerusalén, de la misma manera siete sedes subordinadas y un número de abadías, entre ellas el Monte Sión, el Monte de los olivos, el Templo, Josafat, y el Santo Sepulcro. A través de ricas y frecuentes donaciones el clero se volvió el más grande dueño de propiedades del reino; también recibió de los cruzados importantes propiedades en Europa.

A pesar de las antes mencionadas restricciones en el siglo XII el rey de Jerusalén tenía un gran ingreso. Los impuestos aduanales establecidos en los puertos y administrados por nativos, los peajes impuestos a las caravanas, y el monopolio de ciertas industrias eran una fecunda fuente de ingresos. Desde un punto de vista militar todo vasallo debía un servicio de tiempo ilimitado al rey, aunque éste estaba obligado a indemnizarlos, pero para llenar las líneas del ejército era necesario enrolar nativos que recibían una anualidad a vida (fief de soudée). De esta manera se reclutó la caballería ligera de los Turcoples, armados a la manera Sarracena. En total estas fuerzas eran poco más de 20.000 hombres, y aún así los vasallos poderosos que las comandaban eran casi independientes del rey.

            Finalmente, en las ciudades, se dividió el poder público entre los ciudadanos nativos y los colonos italianos, genoveses, venecianos, pisanos, y también los marselleses a quienes, a cambio de sus servicios, se les dio poder supremo en ciertos distritos en pequeñas comunidades autogobernadas que tenían sus cónsules, sus iglesias, y en las orillas sus granjas, utilizadas para el cultivo de algodón y caña de azúcar. Los puertos sirios eran visitados regularmente por flotas italianas que obtenían allí las especias y sedas traídas por caravanas de Extremo Oriente. Así, durante la primera mitad del siglo XII los estados cristianos de Oriente estaban completamente organizados, y aun eclipsaron en riqueza y prosperidad a la mayor parte de los estados occidentales.

Todas las cruzadas posteriores a la de 1096 no tendrán otra finalidad que no sea la de reforzar o socorrer los estados latinos implantados en Oriente, Jacques Heers comenta: «El acto de fe que fue el principal resorte de las cruzadas desde 1095, a saber, el deseo de afianzar la seguridad de la peregrinación al Santo Sepulcro, estuvo siempre en el origen de estos compromisos. Pero, poco a poco, se impusieron también otras preocupaciones, otras ambiciones que conllevaban gestiones más complejas e incluso desviaciones» .

            Las Cruzadas no fueron un «ejemplo de imperialismo» sino un intento de los occidentales de defender los Santos Lugares y Jerusalén, afirma Jonathan Riley-Smith, profesor de la Universidad de Cambridge. Así lo sostuvo Smith, uno de los mayores historiadores en el mundo sobre el argumento, en una mesa redonda, organizada por la Universidad Europea de Roma (UER) sobre el tema Las Cruzadas, entre mito y realidad. En el encuentro participaron veintidós expertos de varias universidades europeas, que previamente se reunieron en el Centro Nacional de Investigaciones de Roma (CNR), para debatir sobre las nuevas perspectivas de investigación en este tema, respecto a las órdenes militares (templarios, hospitalarios, teutones, etc.) .

            Además, la Cruzada entendida como «guerra santa» contra los musulmanes, también sería según Franco Cardini una exageración. «En realidad --subraya el profesor-- lo que interesaba en las expediciones al servicio de los hermanos en Cristo, amenazados por los musulmanes, era la recuperación de la paz en Occidente y la puesta en marcha de la idea de socorro a los correligionarios lejanos. La Cruzada significaba reconciliarse con el adversario antes de partir, renunciar a la disputa y a la venganza, aceptar la idea del martirio, ponerse a sí mismos y los propios haberes a disposición de la comunidad de los creyentes, proyectarse en un experiencia a la luz de la cual, por un cierto número de meses y quizá de años, se pondría el seguimiento de Cristo y la memoria del Cristo viviente en la tierra que había sido el teatro de su existencia terrena en el culmen de la propia experiencia».

Después del impulso místico, se inicia otra lógica, de carácter político y militar. He ahí por qué el término genérico de cruzadas es engañoso. Recubre acontecimientos repartidos a lo largo de dos siglos (de 1095 a 1270) y determinados por circunstancias en las que los intereses terrenales pesaban enormemente: tanto peor para la leyenda dorada de la cristiandad en marcha.

Muchos peligros, por desgracia, amenazaban la prosperidad de los estados latinos. En el sur los Califas de Egipto, en el este los turcos seleúcidas de Damasco, Hama y Alepo, y en el norte los emperadores bizantinos, ávidos de realizar el proyecto de Alejo Comneno de tener a los estados latinos bajo su poder. Además, en presencia de tantos enemigos en los estados cristianos faltaban cohesión y disciplina. La ayuda que recibían de Occidente era demasiado dispersa e intermitente. Sin embargo esos caballeros occidentales, aislados en medio de mahometanos y forzados, debido al tórrido clima, a llevar una vida muy diferente de aquella a la que estaban acostumbrados en casa, desplegaron valentía y energía admirables en su esfuerzo por preservar las colonias cristianas.

            El profesor Franco Cardini recuerda la contribución de San Bernardo de Claraval (1090-1153) que contra la caballería laica, como aquella del siglo XII formada por gente ávida, violenta y amoral, propuso la constitución de «una nueva caballería» al servicio de los pobres y de los peregrinos. La propuesta de San Bernardo era revolucionaria, una nueva caballería hecha de monjes que renunciase a toda forma de riqueza y de poder personal y que incluso en la guerra aprendiese que al enemigo se lo puede incluso matar, cuando no haya otra opción, pero que no se le debe odiar. De aquí la enseñanza de no odiar ni siquiera en la batalla .

            Sin embargo, en la película de Riddley Scott sobre las Cruzadas El Reino de los Cielos se puede ver a los predicadores de Mesina, repitiendo como una salmodia que matar infieles no es pecado sino la vía de la salvación. ¡Pues no! Lo que la Iglesia predicó fue que la defensa de la Fe, y de Tierra Santa una vez liberada, eran una obra buena, y que los sufrimientos padecidos por ella se aplicaban como penitencia propiciatoria de indulgencias. Es la casuística musulmana la que no reconoce como mártir sino al que muere por su fe, sólo tras haber derramado sangre enemiga.

            A partir de la toma de Jerusalén, caballeros o pobres, los peregrinos vuelven masivamente a Europa. Los establecimientos latinos no serán colonias de repoblación: los francos que permanecen ahí estarán aislados. Para paliar la falta de efectivos, y proteger los principados cristianos y las peregrinaciones procedentes de Occidente, se fundaron órdenes de monjes-soldados: los Hospitalarios en 1113, los Templarios en 1118.

            Los Hospitalarios, que al principio cumplían su deber en el Hospital de San Juan fundado por los antes citados comerciantes de Amalfi, y fueron organizados luego por Gerardo du Puy como una milicia que podía luchar contra los Sarracenos (1113); y los Templarios, nueve de quienes en 1118 se congregaron con Hugues de Payens y recibieron la Regla de San Bernardo. Estos miembros, ya sea caballeros de la nobleza, alguaciles, empleados, o capellanes, pronunciaron los tres votos monacales pero era sobre todo para la guerra contra los Sarracenos a lo que se comprometían. Siendo favorecidos con muchos privilegios espirituales y temporales, fácilmente ganaron reclutas entre los hijos más jóvenes de casas feudales y adquirieron tanto en Palestina como en Europa una considerable propiedad. Sus castillos, construidos en los principales puntos estratégicos, Margat, El Krak, y Tortosa, eran ciudadelas fuertes protegidas por varios cercos concéntricos. En el reino de Jerusalén estas órdenes militares virtualmente formaron dos comunidades independientes.

            Ante estas noticias, Luis VII de Francia, la reina Leonor de Aquitania, y un gran número de caballeros, conmovidos por las exhortaciones de San Bernardo, se enrolaron bajo la cruz (Asamblea de Vézelay, 31 de marzo de 1146). El Abad de Claraval se convirtió en el apóstol de la segunda cruzada y concibió la idea de instar toda Europa a atacar a los infieles simultáneamente en Siria, en España, y más allá del Elba. Al principio encontró una fuerte oposición en Alemania. Finalmente el emperador Conrado III accedió a su deseo y adoptó el estandarte de la cruz en la Dieta de Spira, el 25 de diciembre de 1146. Sin embargo, no había el entusiasmo que predominó en 1095. Los sufrimientos soportados por los cruzados mientras cruzaban Asia Menor les impidió el avanzar a Edesa. Se contentaron con acosar Damasco, pero fueron obligados a retirarse al cabo de varias semanas (julio, 1148). Esta derrota causó gran descontento en Occidente; además, los conflictos entre los griegos y los cruzados sólo confirmaron la opinión general de que el imperio bizantino era el obstáculo principal al éxito de las Cruzadas.

            Cuando el Rey de Jerusalén Amaury murió en 1173, dejando el poder real a Balduino IV, el Leproso, un niño de trece años, el reino de Jerusalén estaba amenazado por todos lados. Al mismo tiempo dos facciones, conducidas respectivamente por Gui de Lusiñan, cuñado del rey, y Raimundo, conde de Trípoli, competían por el poder. Balduino IV murió en 1184, y fue pronto seguido a la tumba por su sobrino Balduino V. A pesar de una viva oposición, Gui de Lusiñan fue coronado rey, el 20 de julio de 1186. Aunque la lucha contra Saladino estaba ya en marcha, fue desgraciadamente conducida sin orden ni disciplina. Saladino invadió el reino de Jerusalén y, aunque Gui de Lusiñan reunió todas sus fuerzas para rechazar el ataque, el 4 de julio de 1187, el ejército de Saladino aniquiló el de los cristianos en las orillas del Lago Tiberíades. El rey, el gran maestro del Templo, Renaud de Châtillon, y los hombres más poderosos del reino fueron hechos prisioneros. Después de matar a Renaud con sus propias manos, Saladino marchó sobre Jerusalén. La ciudad capituló el 17 de septiembre, y Tiro, Antioquía, y Trípoli fueron los únicos lugares en Siria que permanecieron en poder de los cristianos.

            En la película de Riddley Scott sobre las Cruzadas El Reino de los Cielos se ha escogido, deliberadamente, el momento en que los cruzados mostraron mayor cúmulo de defectos: la crisis del Reino de Jerusalén que llevó a su destrucción por Saladino en la batalla de Hattin, para dejarnos una impresión subconsciente de las cruzadas en su conjunto; conjunto el de las Cruzadas que puede presentar gestas y personajes verdaderamente generosos y brillantes.

            Además, a la única figura cristiana respetable del guión, al rey de Jerusalén Balduino IV (1174-1185), que sobrellevó su lepra con heroísmo cristiano, se le niega su prestigio militar. El que había vencido a campo abierto y en gran inferioridad a Saladino en Mont Gisard también le forzó a retirar su ejército en varias ocasiones, incluso ya al borde de la muerte, pero sin que mediara nunca un parlamento equívoco. Pues a ese valiente y caballeroso rey se le presenta sugiriendo al protagonista que elimine al marido de su hermana para desposarla. Claro que a su sucesor, Guido de Lusignan, se le presenta asesinando por propia mano, delante de la corte reunida, nada menos que a un parlamentario enemigo ¿cabe algo más aberrante?

            Las noticias de la caída de Jerusalén causaron gran consternación en la Cristiandad, y el Papa Gregorio VIII se esforzó en poner fin a todas las disensiones entre los príncipes cristianos. El 21 de enero de 1188, Felipe Augusto, rey de Francia, y Enrique II, Plantagenet, se reconciliaron en Gisors y tomaron la cruz, iniciando la tercera cruzada. El 27 de marzo en la Dieta de Mainz, Federico Barbarroja y un gran número de caballeros alemanes hicieron un voto para defender la causa cristiana en Palestina. En Italia, Pisa hizo la paz con Génova, Venecia con el rey de Hungría, y Guillermo de Sicilia con el imperio bizantino. Además, una armada escandinava de 12.000 guerreros navegando por las costas de Europa, al pasar por Portugal, ayudó a recuperar Alvor de los mahometanos. El entusiasmo por la cruzada era de nuevo de un alto nivel; pero, en cambio, la diplomacia y los planes de reyes y príncipes tenían cada vez más importancia en su organización.

            Era, además, la primera vez que se unían bajo un solo jefe todas las fuerzas mahometanas; Saladino, mientras se predicaba la guerra santa, organizó contra los cristianos algo así como una contra cruzada. Federico Barbarroja, que fue el primero en prepararse para la empresa, y a quien los cronistas atribuyen un ejército de 100.000 hombres, salió de Ratisbona, el 11 de mayo de 1189. Como de costumbre, la marcha a través de Asia Menor fue muy difícil. Con la idea de reabastecerse en provisiones, el ejército tomó Iconium por asalto. A su llegada a la región de Taurus, Federico Barbarroja trató de cruzar el Selef (Kydnos) a caballo y se ahogó. En seguida, muchos príncipes alemanes regresaron a Europa; los otros, conducidos por el hijo del emperador, Felipe de Suabia llegaron a Antioquía y prosiguieron luego a San Juan de Acre. Fue delante de esta ciudad que al fin todas las tropas cruzadas se reunieron.

            Este heroico sitio duró dos años. En la primavera de cada año llegaban refuerzos de Occidente, y una verdadera ciudad cristiana surgió fuera de las murallas de Acre. Pero los inviernos fueron desastrosos para los cruzados, cuyas líneas eran diezmadas por enfermedades traídas por las inclemencias de la estación lluviosa y la falta de comida. Saladino vino a ayudar a la ciudad, y comunicó con ella por medio de palomas mensajeras. Máquinas lanza misiles (pierrières), impulsadas por poderosas maquinarias, fueron utilizadas por los cruzados para demoler las murallas de Acre, pero los mahometanos también tenían artillería poderosa. Este sitio famoso había durado ya dos años cuando Felipe Augusto, rey de Francia, y Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra, llegaron a la escena.

            La llegada de los reyes de Francia e Inglaterra delante de Acre provocó la capitulación de la ciudad, el 13 de julio de 1191. Pronto, sin embargo, la disputa de los reyes francés e ingles estalló de nuevo, y Felipe Augusto dejó Palestina, el 28 de julio. Ricardo fue entonces el jefe de la cruzada, y, para castigar a Saladino por no cumplir con las condiciones del tratado dentro del tiempo estipulado, mandó matar a los rehenes mahometanos. Luego, pensó atacar Jerusalén, pero, luego de engañar a los cristianos durante las negociaciones, Saladino trajo muchas tropas de Egipto. La empresa falló, y Ricardo compensó sus reveses con brillantes pero inútiles hazañas que hicieron su nombre legendario entre los mahometanos. Después de una última expedición para defender Jaffa contra Saladino, Ricardo declaró una tregua y embarcó para Europa, el 9 de octubre de 1192, pero no llegó a su reino inglés hasta después de haber sufrido una humillante cautividad en las manos del duque de Austria, quien vengó de esta manera los insultos que se le hicieron frente a San Juan de Acre.

En los muchos intentos hechos para fundar los estados cristianos los esfuerzos de los cruzados se habían dirigido solo hacia el objetivo por el que la Guerra Santa había sido instituida; la cruzada contra Constantinopla muestra la primera desviación del propósito original. Para quienes trataban de lograr sus fines arrancando la dirección de las cruzadas de las manos del papa, este nuevo movimiento era, por supuesto, un triunfo, pero para la Cristiandad fue una causa de confusión. Apenas había sido elegido papa Inocencio III, en enero, 1198, cuando inauguró una política para el Oriente que siguió a lo largo de todo su pontificado. Subordinó todo lo demás al rescate de Jerusalén y a la reconquista de la Tierra Santa. En sus primeras Encíclicas convocó a todos los cristianos a unirse a la cruzada e incluso negoció con Alejo III, el emperador bizantino, tratando de convencerlo de reintegrar la comunión con Roma y utilizar sus tropas para la liberación de Palestina.

Durante un torneo en Ecry-sur-Aisne, el 28 de noviembre de 1199, el conde Teobaldo de Champaña y un gran número de caballeros tomaron la cruz, iniciando la cuarta cruzada; en Alemania del sur Martín, Abad de Pairis, cerca de Colmar, atrajo muchos a la cruzada. Parecía, sin embargo, que, desde el principio, el papa perdió el control de esta empresa. Sin ni siquiera consultar a Inocencio III, los caballeros franceses, que habían elegido a Teobaldo de Champaña como su jefe, decidieron atacar a los mahometanos en Egipto y en marzo, 1201, concluyeron con la República de Venecia un contrato para el transporte de tropas en el mediterráneo.

Sin embargo, los cruzados reunidos en Venecia no podían pagar la cantidad exigida por su contrato, así, a manera de intercambio, los venecianos sugirieron que ayudaran a recuperar la ciudad de Zara en Dalmacia. Los caballeros aceptaron la propuesta, y, después de unos días de sitio, la ciudad capituló en noviembre, 1202. Pero fue en vano que Inocencio III instó a los cruzados a salir para Palestina. Habiendo obtenido la absolución por la captura de Zara, y a pesar de la oposición de Simón de Montfort y una parte del ejército, el 24 de mayo de 1203, los jefes ordenaron la marcha sobre Constantinopla. Ellos habían concluido con Alejo, el pretendiente bizantino, un tratado por el cual éste prometía obtener el retorno de los griegos a la comunión con Roma, dar a los cruzados 200.000 marcos, y participar a la Guerra Santa. El 23 de junio la flota de los cruzados se presentó delante de Constantinopla.

Las tropas de Alejo III intentaron una infructuosa salida, y el usurpador huyó, después de lo cual Isaac Angelus fue liberado de prisión y se le permitió compartir la dignidad imperial con su hijo, Alejo IV. Pero aunque éste último hubiera sido sincero habría sido incapaz de respetar las promesas hechas a los cruzados. Después de unos meses de tediosa espera, aquéllos de entre los cruzados acuartelados en Galacia perdieron paciencia con los griegos, que no sólo se negaban a respetar su acuerdo, sino que incluso los trataban con abierta hostilidad. Los cruzados latinos se prepararon a asediar Constantinopla por segunda vez. Por un tratado concluido en marzo, 1204, entre los venecianos y los jefes cruzados, se pusieron de acuerdo por adelantado para compartir los despojos del imperio griego. El 12 de abril de 1204, Constantinopla fue tomada por asalto, y al día siguiente comenzó el cruel pillaje de sus iglesias y palacios. Obras maestras de la antigüedad, amontonadas en lugares públicos y en el Hipódromo, fueron completamente destruidas. Clérigos y caballeros, en su avidez por adquirir famosas e inestimables reliquias, tomaron parte en el saqueo de las iglesias. Los venecianos recibieron la mitad del botín; la parte de cada cruzado fue determinada según su grado de barón, caballero, o alguacil, y la mayor parte de las iglesias de Occidente se enriquecieron con los ornamentos despojados de las de Constantinopla. El 9 de mayo de 1204, un colegio electoral, constituido por prominentes cruzados y venecianos, se congregó para elegir un emperador. Al fin Balduino, conde de Flandes, fue elegido y solemnemente coronado en Santa Sofía. Constantinopla y el imperio fueron divididos entre el emperador, los venecianos, y el jefe de los cruzados.

Ante las noticias de estos eventos tan extraordinarios, en los que no había tenido ninguna influencia, Inocencio III se plegó como en sumisión a los designios de la Providencia y, en el interés de la Cristiandad, se decidió a obtener lo mejor de la nueva conquista. Su principal objetivo fue acabar con el cisma griego y poner las fuerzas del nuevo imperio latino al servicio de la cruzada. Por desgracia, el imperio latino de Constantinopla estaba en una condición demasiado precaria para proporcionar cualquier apoyo material a la política papal. El emperador era incapaz de imponer su autoridad a los barones.

El hermano y sucesor del emperador Balduino, Enrique de Flandes, dedicó su reino (1206-16) a interminables conflictos con los búlgaros, los lombardos de Tesalónica, y los griegos de Asia Menor. A pesar de eso, consiguió fortalecer la conquista latina, formo una alianza con los búlgaros, y estableció su autoridad incluso sobre los propietarios feudales de Morea (Parlamento de Ravena, 1209); sin embargo, lejos de conducir una cruzada en Palestina, tuvo que solicitar ayuda de Occidental, y fue obligado a firmar tratados con Teodoro Lascaris e incluso con el sultán de Iconium. Los griegos no se reconciliaron con la Iglesia de Roma; la mayor parte de sus obispos abandonaron sus sedes y se refugiaron en Nicea, dejando sus iglesias a los obispos latinos nombrados para reemplazarlos. Los conventos griegos fueron reemplazados por monasterios cistercienses, por comanderías de Templarios y Hospitalarios, y por capítulos de canónigos. Con raras excepciones, sin embargo, la población nativa permaneció hostil y tomó a los conquistadores latinos como extranjeros.

            Inocencio III decidió (1207) entonces organizar una nueva cruzada sin tomar en cuenta la opinión de Constantinopla. Las circunstancias, sin embargo, eran desfavorables. En lugar de concentrar las fuerzas de la Cristiandad contra los mahometanos, el papa los desbandó proclamando (1209) una cruzada contra los albigenses en el sur de Francia, y contra los Almorávides de España (1213), los paganos de Prusia, y Juan Lackland de Inglaterra. Al mismo tiempo ocurrieron estallidos de emoción mística semejantes a los que habían precedido la primera cruzada. En 1212 un joven pastor de Vendôme y un joven de Colonia reunieron miles de niños a quienes les propusieron conducirlos a la conquista de Palestina. El movimiento se extendió a través de Francia e Italia. Esta Cruzada de los Niños llegó por fin a Brindisi, donde comerciantes vendieron a muchos de los niños como esclavos a los moros, mientras que casi todos los demás morían de hambre y agotamiento.

El 25 de julio de 1215, Federico II, después de su victoria sobre Otón de Brunswick, tomó la cruz en la tumba de Carlomagno en Aquisgrán. El 11 de noviembre de 1215, Inocencio III inauguró el Cuarto Concilio De Letrán con una exhortación a todo los fieles para participar en la quinta cruzada, cuya salida se fijó para 1217. Al momento de su muerte (1216) el Papa Inocencio pensó que se había iniciado un gran movimiento.

En Europa sin embargo, la predicación de la cruzada encontró gran oposición. Los príncipes temporales se oponían fuertemente a la perdida de jurisdicción sobre los súbditos que tomaban parte en las cruzadas. Absortos en intrigas políticas, eran reacios a enviar tan lejos las fuerzas militares en las que dependían. Rápidamente, en diciembre, 1216, se le concedió a Federico II la primera moratoria en el cumplimiento de su voto. La cruzada tal como se predicó en el siglo XIII ya no fue el gran movimiento entusiasta de 1095, sino una serie de empresas irregulares e intermitentes. Los cruzados llegaron a San Juan de Acre en 1217, pero se limitaron a incursiones en territorio musulmán, después de lo cual Andrés de Hungría regresó a Europa. Recibiendo refuerzos en la primavera de 1218, Juan de Brienne, rey de Jerusalén, se decidió a ejecutar un ataque en Tierra Santa pasando por Egipto. Los cruzados en acuerdo llegaron a Damietta en mayo, 1218, y, después de un asedio marcado por muchos actos de heroísmo, tomaron la ciudad por asalto, el 5 de noviembre, 1219. En lugar de aprovechar esta victoria, desperdiciaron más de un año en disputas inútiles, y no fue sino hasta mayo de 1221, que salieron para el Cairo. Rodeado por los sarracenos en Mansura, el 24 de julio, el ejército cristiano fue derrotado. Juan de Brienne fue obligado a comprar la retirada con la entrega de Damietta a los sarracenos. Entretanto el emperador Federico II, que debía ser el jefe de la cruzada, se había quedado en Europa y continuaba a importunar al papa con nuevos aplazamientos de su salida.

Gregorio IX, elegido papa el 19 de marzo, 1227, exigió a Federico el cumplir con su voto para que iniciara la sexta cruzada. Por fin, el 8 de septiembre, el emperador embarcó pero pronto regresó; por consiguiente, el 29 de septiembre, el papa lo excomulgó. Sin embargo, Federico se hizo a la vela de nuevo el 18 de junio, 1228, pero en lugar de conducir una cruzada solo ejecutó un juego diplomático. Persuadió a Malek-el-Khamil, sultán de Egipto, que estaba en guerra con el príncipe de Damasco, y concluyó un tratado con él en Jaffa, en febrero, 1229, según el cual Jerusalén, Belén, y Nazaret serian regresadas a los cristianos. El 18 de marzo de 1229, sin ninguna ceremonia religiosa, Federico asumió la corona real de Jerusalén en la iglesia del Santo Sepulcro. Al volver a Europa, se reconcilió con Gregorio IX, en agosto, 1230. El pontífice ratificó el Tratado de Jaffa, y Federico envió caballeros a Siria a que tomaran posesión de las ciudades y obligar a todos los señores feudales a rendirle homenaje.

            Europa estaba ahora amenazada por un desastre más doloroso. Después de conquistar Rusia los mongoles bajo la dirección de Gengis Kan se presentaron en 1241 en las fronteras de Polonia, derrotaron al ejército del duque de Silesia en Liegnitz, aniquilaron el de Béla, rey de Hungría, y llegaron al Adriático. Palestina sufrió las consecuencias de esta invasión. Los mongoles habían destruido el imperio musulmán de Kharizm en Asia Central. Las noticias de esta catástrofe crearon un gran revuelo en Europa, y en el Concilio de Lyon (junio-julio, 1245) el Papa Inocencio IV proclamó la séptima cruzada, pero la falta de armonía entre él y el emperador Federico II predestinó el pontífice a la desilusión. Excepto por Luis IX, rey de Francia, que tomó la cruz en diciembre, 1244, nadie mostró ninguna buena voluntad para conducir una expedición a Palestina. Informado que los mongoles estaban bien dispuestos hacia la Cristiandad, Inocencio IV les envió Giovanni di Pianocarpini, un franciscano, y Nicolás Ascelin, un dominicano, como embajadores. Pianocarpini estuvo en Karakorum el 8 de abril, 1246, el día de la elección del gran khan, pero nada resultó de este primer intento de crear una alianza con los mongoles contra los mahometanos. Sin embargo, cuando San Luis, que salió de París el 12 de junio de 1248, había llegado a la Isla de Chipre, recibió allí a una embajada amical del gran khan y, en retorno, le envió a dos dominicanos. Alentado, quizás, por esta alianza, el rey de Francia decidió atacar Egipto. El 7 de junio de 1249, tomó Damietta, pero fue sólo seis meses más tarde que marchó sobre el Cairo. El 19 de diciembre su avanzada, comandada por su hermano, Roberto de Artois, empezó imprudentemente a combatir en las calles de Mansura y fue exterminado. Al rey mismo le cortaron la comunicación con Damietta y lo hicieron prisionero el 5 de abril de 1250. San Luis negoció y fue puesto en libertad a condición de entregar Damietta y pagar un rescate de un millón de besantes de oro. Se quedó en Palestina hasta 1254; negoció con los ámeles egipcios por la liberación de prisioneros; mejoró el equipo de las fortalezas del reino, San Juan de Acre, Cesarea, Jaffa, y Sidón; y envió a fray Guillermo de Rubruquis como embajador al Gran Kan. Entonces, a la noticia de la muerte de su madre, Blanca de Castilla, que había actuado como regente, volvió a Francia.

            Sin mas ayuda de fondos de Occidente, y desgarradas por desórdenes internos, las colonias cristianas debieron su salvación temporal a los cambios en la política musulmana y a la intervención de los mongoles. Los venecianos sacaron a los genoveses de San Juan de Acre y trataron la ciudad como territorio conquistado; en una batalla en la que cristianos lucharon contra cristianos, y en la que pelearon Hospitalarios contra Templarios, 20.000 hombres perecieron. Por venganza los genoveses se aliaron con Miguel Paleólogo, emperador de Nicea, cuyo general, Alejo Strategopulos, no tuvo ningún problema para entrar en Constantinopla y derrocar al emperador latino, Balduino II, el 25 de julio de 1261.

La cuestión de una cruzada seguía discutiéndose en Occidente, pero excepto entre hombres con una visión religiosa, como San Luis, ya no se le daba ninguna seriedad al asunto entre los príncipes europeos. Veían la cruzada como un instrumento político, que se utilizaba sólo cuando servía sus propios intereses. Para impedir la predicación de una cruzada contra Constantinopla, Miguel Paleólogo le prometió al papa trabajar por la unión de las iglesias. En un parlamento tenido en París, el 24 de marzo, 1267, San Luis y sus tres hijos tomaron la cruz, iniciando la octava cruzada, pero, a pesar de su ejemplo, muchos caballeros se opusieron a las exhortaciones del predicador Humberto de Romans. Escuchando los informes de los misioneros, Luis se decidió a ir a Tunicia, cuyo príncipe esperaba convertir al cristianismo.

Los cruzados, entre quienes estaba el príncipe Eduardo de Inglaterra, llegaron a Cartago el 17 de julio, 1270, pero la peste se declaró en su campamento, y el 25 de agosto, San Luis murió por la peste. Carlos de Anjou, hermano de San Luis, concluyó entonces un tratado con los mahometanos, y los cruzados reembarcaron. Solo el príncipe Eduardo, decidido a cumplir su voto, salió para San Juan de Acre; sin embargo, después de unas razias en territorio sarraceno, concluyó una tregua con Baybars.

El campo estaba ahora despejado para Carlos de Anjou, pero la elección de Gregorio X, quien era favorable a la cruzada, de nuevo frustró sus planes. Mientras los emisarios del rey de las Dos Sicilias atravesaban la península balcánica, el nuevo papa esperaba la unión de las iglesias Occidental y Oriental, evento que se proclamó solemnemente en el Concilio de Lyon, el 6 de julio, 1274; Miguel Paleólogo prometió tomar la cruz. El 1 de mayo de 1275, Gregorio X realizó una tregua entre este soberano y Carlos de Anjou. Entretanto Felipe III, rey de Francia, el rey de Inglaterra, y el rey de Aragón hicieron el voto de ir a Tierra Santa. Por desgracia la muerte de Gregorio X llevó estos planes a la nada. Miguel Paleólogo no había podido realizar la unión del clero griego con Roma, y en 1281 el Papa Martín IV lo excomulgó. Entretanto Miguel Paleólogo quedó como amo de Constantinopla, y la Tierra Santa fue dejada sin defensa.

            El 5 de abril de 1291, el ámel mameluco Malek-Aschraf, hijo y sucesor de Kelaoun, se presentó delante de San Juan de Acre con 120.000 hombres. Los 25.000 cristianos que defendían la ciudad ni siquiera tenían un comandante supremo; no obstante resistieron con heroico valor, llenaron las brechas de las murallas con estacas y sacos de algodón y lana, y comunicaron por mar con el rey Enrique II, quien les llevó ayuda de Chipre. Sin embargo, el 28 de mayo, los mahometanos ejecutaron un ataque general, penetraron dentro la ciudad, y sus defensores escaparon en sus navíos. La más fuerte oposición fue presentada por los Templarios, la guarnición de cuya fortaleza resistió diez días más, sólo para ser completamente aniquilada. En julio de 1291, los últimos pueblos cristianos en Siria capitularon, y el reino de Jerusalén cesó de existir.

            De todas formas, esta división es arbitraria y excluye muchas expediciones importantes, entre ellas las de los siglos XIV y XV. En realidad las Cruzadas continuaron hasta fines del siglo XVII, la cruzada de Lepanto ocurrió en 1571, la de Hungría en 1664, y la cruzada del duque de Borgoña a Candía, en 1669. Y una división más científica se basaría en la historia de las colonias cristianas en Oriente. Además, en la obra de Sandoval, hay un capítulo que está consagrado a la última Cruzada (en el sentido estricto y técnico del término), con que el Papa Pío IX (1846-1878) llamó a los cristianos para que acudiesen en defensa de la Roma amenazada por los revolucionarios italianos, y se cerró con la heroica defensa de la Porta Pía por parte de los zuavos pontificios.

 

La Cruzada del siglo XIV y la invasión otomana

 

            La pérdida de San Juan d'Acre no llevó los príncipes de Europa a organizar una nueva cruzada. Los pensamientos de los hombres estaban de hecho, como de costumbre, dirigidos hacia el Este, pero en los primeros años del siglo XIV la idea de una cruzada inspiraba principalmente los trabajos de teóricos que veían en ella los mejores medios para reformar la Cristiandad. El tratado de Pierre Dubois, funcionario legal de la corona en Coutances, De Recuperatione Terræ Sanctæ , se parece al trabajo de un soñador, aunque algunas de sus opiniones son verdaderamente modernas. El establecimiento de la paz entre príncipes cristianos por medio de un tribunal de arbitraje, la idea de hacer un príncipe francés emperador hereditario, la secularización del Patrimonio de San Pedro, la consolidación de las Ordenes de Hospitalarios y Templarios, la creación de un disciplinado ejército cuyos diferentes cuerpos deberían tener un uniforme especial, la creación de escuelas para el estudio de lenguas orientales, y el matrimonio mixto de doncellas cristianas con sarracenos eran las ideas principales que él propuso (1307).

            En cambio los escritos de hombres de mayor actividad y más grande experiencia sugerían métodos más prácticos para efectuar la conquista de Oriente. Persuadidos que la derrota cristiana en Oriente era principalmente debida a las relaciones mercantiles que las ciudades italianas Venecia y Génova continuaban a tener con los mahometanos, estos autores deseaban el establecimiento de un bloqueo comercial que, en unos años, ocasionaría la ruina de Egipto y causaría que cayese bajo control cristiano. Con este propósito se recomendó que una gran armada fuera preparada al costo de los príncipes cristianos para efectuar una labor de vigilancia en el mediterráneo y prevenir el contrabando. Éstos eran los proyectos presentados en las memorias de Fidentius de Padua, un franciscano ; en las del rey Carlos II de Nápoles ; Jacques de Molay ; Enrique II, rey de Chipre ; Guillaume d'Adam, arzobispo de Sultanieh ; y Marino Sanudo, el veneciano . También Carlos II insistió en la consolidación de las órdenes militares.

            San Francisco de Asís, y Raimundo Lulio habían esperado sustituir la cruzada bélica por una conversión pacífica de los mahometanos al Cristianismo. Raymundo Lulio, nacido en Palma, Isla de Mallorca, en 1235, empezó (1275) su Gran Arte, que, por medio de un método universal para el estudio de lenguas orientales, equiparía a los misioneros para entrar en polémicas con los doctores mahometanos. El mismo año él predominó sobre el rey de Mallorca para fundar el colegio de estudios superiores de la Santísima Trinidad en Miramar, donde los Frailes Menores podrían aprender las lenguas orientales. Él mismo tradujo tratados catequéticos al árabe y, después de pasar su vida viajando por Europa tratando de convencer a papas y reyes a sus ideas, sufrió el martirio en Bougie, donde había empezado su trabajo de evangelización (1314). Entre los mahometanos esta propaganda encontró dificultades insuperables, mientras que los mongoles, algunos de los cuales eran todavía miembros de la iglesia nestoriana, lo recibían de buena gana.

            Muchas otras memorias, sobre todo la de Hayton, rey de Armenia , consideraban que una alianza entre los cristianos y los mongoles de Persia era indispensable al éxito. De hecho, desde fines del siglo XIII muchos misioneros habían penetrado en el imperio mongol; en Persia como en China, su propaganda floreció. Durante el pontificado de Juan XXII (1316-34) se establecieron misiones franciscanas y dominicanas permanentes en Persia, China, Tataria y Turkestán, y en 1318 se creó el Arzobispado de Sultanieh en Persia. Llevando así a una alianza entre mongoles y cristianos contra los mahometanos, la cruzada habría producido el efecto deseado. En fin, la contemplada alianza con los mongoles nunca se realizó totalmente.

            A principios del siglo XIV el desarrollo futuro del Cristianismo en Oriente parecía asegurado. Por desgracia, sin embargo, los cambios internos que ocurrieron en Occidente, la disminución de la influencia política de los papas, la indiferencia de los príncipes temporales a lo que no afectaba directamente sus intereses territoriales hicieron inútiles todos los esfuerzos para el restablecimiento del poder cristiano en Oriente. Los papas obraron para asegurar el bloqueo de Egipto prohibiendo el intercambio comercial con los infieles y organizando un escuadrón para prevenir el contrabando, pero los venecianos y genoveses en provocación enviaron sus navíos a Alejandría y vendieron esclavos y provisiones militares a los mamelucos. Además, no se pudo efectuar la consolidación de las órdenes militares. Por la supresión de los Templarios en el Concilio de Viena, 1311, el rey Felipe el Justo asestó un cruel revés a la cruzada; en lugar de dar a los Hospitalarios la inmensa riqueza de los Templarios, la confiscó. La Orden Teutónica habiéndose establecido en Prusia en 1228, en Oriente quedaron solo los Hospitalarios. Después de la captura de San Juan de Acre, Enrique II, rey de Chipre, les había ofrecido refugio en Limassol, pero allí se encontraron en muy estrechas circunstancias. En 1310 tomaron la Isla de Rodas, que había llegado a ser una guarida de piratas, y la hicieron su morada permanente.

            En 1392 Carlos VI que había firmado un tratado de paz con Inglaterra, parecía haber sido ganado para la cruzada justo antes de volverse loco. Pero el momento de las expediciones a la Tierra Santa había pasado, y de allí en adelante la Europa cristiana fue forzada a defenderse a sí misma contra las invasiones otomanas. En 1369 Juan V, Paleólogo, fue a Roma y abjuró el cisma; de allí en adelante los papas trabajaron valientemente para preservar los restos del imperio bizantino y los estados cristianos en los Balcanes. Habiéndose vuelto amo de Serbia en la batalla del Kosovo en 1389, el sultán Bajazet impuso su soberanía sobre Juan V y obtuvo posesión de Filadelfia, la última ciudad griega en Asia Menor. 

 

 

 

 

La Cruzada en el siglo XV

 

            Un inesperado evento, la invasión por Timur y los mongoles, salvó Constantinopla por el momento. Aniquilaron el ejército de Bajazet en Ancyra, el 20 de julio, 1402, y, dividieron el imperio otomano entre varios príncipes, reduciéndolo a un estado de vasallaje. Los gobernantes occidentales, Enrique III, rey de Castilla, y Carlos VI, rey de Francia, enviaron embajadores al mongol Timur , pero las circunstancias no eran favorables, como lo habían sido en el siglo XIII. La rebelión nacional en China que derrocó a la dinastía mongol en 1368 había dado por resultado la destrucción de las misiones cristianas en Extremo Oriente; en Asia Central los mongoles se habían convertido al mahometismo, y Timur mostró su hostilidad a los cristianos tomando Smyrna a los Hospitalarios.

            Las guerras civiles que estallaron entre los príncipes otomanos dieron unos años de respiro a los emperadores bizantinos, pero Murat II, habiendo restablecido el poder turco, sitio Constantinopla de junio a septiembre de 1422, y obligó a Juan VIII, Paleólogo a pagarle tributo. En sus cartas a Bedford, el regente, y al duque de Borgoña, Juana de Arco aludió a la unión de la Cristiandad contra los sarracenos, y la creencia popular expresada en la poesía de Christine de Pisan era que, después de liberar Francia, la doncella de Orleans guiaría a Carlos VII a Tierra Santa. Pero esto era sólo un sueño, y las guerras civiles en Francia, la cruzada contra los husitas, y el concilio de Constanza, impidieron el tomar cualquier acción contra los turcos.

            Al mismo tiempo se reanudaron negociaciones por la unión religiosa que facilitaría la cruzada entre los emperadores bizantinos y los papas. El emperador Juan VIII vino en persona a asistir al concilio convocado por el Papa Eugenio IV en Ferrara, en 1438. Gracias a la buena voluntad de Bessarión y de Isidoro de Kiev, los dos prelados griegos que el papa había elevado al cardenalato, el concilio, que se transfirió a Florencia, estableció la armonía en todos los puntos, y el 6 de julio, 1439, se proclamó solemnemente la reconciliación. La reunión fue mal recibida por los griegos y esto no llevó a los príncipes occidentales a tomar la cruz.

            Mehmet II, que sucedió a Murat en 1451, se preparaba a sitiar Constantinopla cuando, el 12 de diciembre, 1452, el emperador Constantino XI decidió proclamar la unión de las iglesias en presencia de los legados papales. La esperada cruzada, sin embargo, no se produjo; y cuando, en marzo, 1453, las fuerzas armadas de Mehmet II, 160.000, rodearon completamente Constantinopla, los griegos tenían sólo 5.000 soldados y 2.000 caballeros occidentales, comandados por Giustiniani de Génova. A pesar de esta seria desventaja, la ciudad resistió durante dos meses contra el enemigo, pero en la noche del 28 de mayo, 1453, Mehmet II ordenó un ataque general, y después de una desesperada batalla, en la que pereció el emperador Constantino XI, los turcos entraron en Constantinopla por todas partes y perpetraron una matanza espantosa. Mehmet II pasó a caballo por encima de montones de cadáveres y montado entró a la iglesia de Santa Sofía, y la transformó en una mezquita.

            La captura de la Nueva Roma fue la más espantosa desgracia sufrida por la Cristiandad desde la toma de San Juan de Acre. Sin embargo, la agitación que las noticias de este hecho causaron en Europa fue más aparente que genuina. Felipe el Bueno, duque de Borgoña, dio un espectáculo alegórico en Lille en el que la Santa Iglesia solicitaba la ayuda de caballeros que pronunciaban los votos más extravagantes delante de Dios y un faisán (sur le faisan). Æneas Sylvius, obispo de Siena, y San Juan Capistrano, el franciscano, predicaron la cruzada en Alemania y Hungría; las Dietas de Ratisbona y Francfort prometieron ayuda, y se formó una liga entre Venecia, Florencia, y el duque de Milán, pero nada se obtuvo de ella.

            Después, en 1480, Mehmet II dirigió un triple ataque contra Europa. En Hungría Matías Corvino resistió a la invasión turca, y los Caballeros de Rodas, dirigidos por Pedro d'Aubusson, se defendieron victoriosamente, pero los turcos consiguieron tomar Otranto y amenazaron con conquistar Italia. En una asamblea que se tuvo en Roma y presidida por Sixto IV, los embajadores de los príncipes cristianos otra vez prometieron ayuda; pero la situación de la Cristiandad habría sido en verdad crítica si no hubiera sido por la muerte de Mehmet II que ocasionó la evacuación de Otranto, en tanto que el poder de los turcos disminuía por varios años a causa de las guerras civiles entre los hijos de Mahoma.

 

Modificaciones y supervivencia de la idea de la Cruzada

 

            A partir del siglo XVI solo los intereses de los estados influenciaban la política europea. Así a los estadistas la idea de una cruzada les parecía anticuada. El Papa León X hizo supremos esfuerzo por restablecer la paz indispensable a la organización de una cruzada. El rey de Francia y el emperador Carlos V prometieron su cooperación; el rey de Portugal sitiaría Constantinopla con 300 barcos, y el papa conduciría la expedición. Justo en ese momento hubo problemas entre Francisco I y Carlos V; esos planes por consiguiente fallaron completamente. Los jefes de la Reforma eran desfavorables a la cruzada, y Lutero declaró que la guerra contra los turcos era un pecado porque Dios los había hecho “Sus instrumentos para castigar los pecados de Su gente”. Por consiguiente, aunque la idea de la cruzada no se perdió totalmente de vista, tomó una forma nueva y se ajustó a las nuevas condiciones.

            Los Conquistadores, que desde el siglo XV habían salido a descubrir nuevas tierras, se consideraron como los auxiliares de la cruzada. El Infante Don Enrique, Vasco de Gama, Cristóbal Colón, y Albuquerque llevaron la cruz en su pecho y, cuando buscaban los medios de rodear África o de llegar a Asia por rutas del este, pensaron en atacar a los mahometanos por detrás; además, contaban con la alianza de un fabuloso soberano que se decía era cristiano, el Preste Juan. Los papas, también, alentaban con fuerza esas expediciones.

            Por fin, allí estaba como la reliquia respetable de un pasado glorioso la Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, fundada en el siglo XI y que continuo a existir hasta la revolución francesa. A pesar de los esfuerzos valerosos de su gran maestro, Villiers de l'Isle Adam, los turcos los habían expulsado de Rodas en 1522, y habían tomado refugio en Italia. En 1530 Carlos V les obsequió la isla de Malta, admirablemente situada desde un punto de vista estratégico, de donde podían ejercer vigilancia sobre el mediterráneo. Se obligaron a prometer dejar Malta a la recuperación de Rodas, y también a hacer la guerra a los piratas de Berbería. En 1565 los Caballeros de Malta resistieron un furioso ataque de los turcos. También mantuvieron un escuadrón capaz de hacer huir a los piratas de Berbería. Reclutados entre los más jóvenes hijos de las familias más nobles de Europa, poseían inmensos patrimonios en Francia y en Italia, y cuando la revolución francesa estalló, la orden rápidamente perdió terreno. Se le confiscó la propiedad que poseía en Francia en 1790, y cuando, en 1798, el directorio emprendió una expedición a Egipto, Bonaparte, de pasada, se apoderó de la isla de Malta, cuyos caballeros se habían puesto ellos mismos bajo la protección del Zar, Paulo I. La ciudad de Valetta se rindió a la primera llamada, y la orden se desbandó; sin embargo, en 1826 fue reorganizada en Roma como una asociación caritativa.

            Por otra parte, entre las potencias de Europa la Casa de Austria, que dominaba Hungría, donde era directamente amenazada por los turcos, y que tenía supremo control del mediterráneo, se dio cuenta de que sería para su ventaja el mantener un cierto interés en la cruzada.

            En el mediterráneo, Génova y Venecia vieron su monopolio comercial destruido en el siglo XVI por el descubrimiento de continentes nuevos y de nuevas rutas marítimas hacia las Indias, mientras que su poder político era asimilado por la Casa de Austria. Sin dejar que los cruzados los estorbaran en sus empresas continentales, los Habsburgos soñaban de obtener el control del mediterráneo paralizando a los piratas de Berbería y deteniendo el progreso de los turcos. Cuando, en 1571, la isla de Chipre fue amenazada por los otomanos, que cruelmente masacraron las guarniciones de Famagusta y Nicosia, luego de que estas ciudades se habían rendido de acuerdo a términos pactados, el Papa Pío V consiguió formar una liga de potencias marítimas contra el sultán Selim, y obtuvo la cooperación de Felipe II por haberle otorgado el derecho a los diezmos de la cruzada, mientras que él mismo equipó algunas galeras. El 7 de octubre, 1571, una armada cristiana de 200 galeras, con 50.000 hombres bajo el mando de Don Juan de Austria, se enfrentó con la flota otomana en los estrechos de Lepanto, la destruyó completamente, y liberó a miles de cristianos. Esta expedición tuvo el carácter de una cruzada. El papa, considerando que la victoria había salvado a la Cristiandad, para conmemorarla instituyó la fiesta del Santo Rosario, que se celebra el primer domingo de octubre.

            Sin embargo, en la época de Francisco I y para mantener el equilibrio del poder en Europa frente a la Casa de Austria, los reyes de Francia no habían dudado en entrar en tratados de alianza con los turcos. Pero cuando, en 1683, Kara Mustapha avanzó sobre Viena con 30.000 turcos o tártaros, Luis XIV no respondió, y fue a Juan Sobieski, rey de Polonia, a quien el emperador debió su seguridad. Éste fue el esfuerzo supremo hecho por los turcos en Occidente. Agobiados por las victorias del príncipe Eugenio a fines del siglo XVII, se volvieron de allí en adelante una potencia pasiva.

            Cuando, en el siglo XVII, Francia reemplazó España como la gran potencia mediterránea, se esforzó, a pesar de los tratados que la ligaban con los turcos, a defender los últimos restos de fuerzas cristianas en el Oriente. En 1669 Luis XIV envió al duque de Beaufort con una armada de 7.000 hombres a la defensa de Candía, una provincia veneciana, pero, a pesar de algunas brillantes salidas, sólo consiguió retrasar su captura por unas semanas. Sin embargo, la acción diplomática de los reyes de Francia con respecto a los cristianos Orientales que eran súbditos turcos fue más eficaz. El régimen de Capitulaciones, establecido bajo Francisco en 1536, renovado bajo Luis XIV en 1673, y Luis XV en 1740, garantizó a los católicos la libertad religiosa y la jurisdicción del embajador francés de Constantinopla. A todos los peregrinos occidentales se les autorizó el acceso a Jerusalén y al Santo Sepulcro, que se confió al cuidado de los Frailes Menores. Tal fue el modus vivendi finalmente establecido entre la Cristiandad y el mundo mahometano.

 

Una intolerancia compartida

 

Las cruzadas han causado una enorme confrontación entre Oriente y Occidente, que no sólo se ha traducido en términos militares. Los dos siglos de presencia franca comprenden también períodos de paz y de coexistencia entre cristianos y musulmanes. En nuestros días, debido al multiculturalismo imperante, este encuentro de dos civilizaciones ha dado lugar a un mito. En aquel entonces Oriente estaba más avanzado que Occidente en algunos campos, como la astronomía o las matemáticas; los cruzados descubrieron allí la naranja y el limón. ¿Acaso esto justifica la descripción de los europeos como gente siempre grosera y brutal frente a unos orientales siempre delicados y pacíficos?

Es cierto que se produjeron influencias mutuas. A los francos establecidos o nacidos en Oriente después de la cruzada se les llama «potros». Estos hombres desarrollan una cultura particular, nacida del alejamiento de la madre patria y de la cohabitación con el islam. Uno de ellos, Foucher de Chartres, muerto en Jerusalén en 1127, redactó una historia de la primera cruzada en la que evoca a sus semejantes: «Nosotros, que éramos occidentales, nos hemos vuelto orientales. Hemos olvidado los lugares de origen; varios de entre nosotros los ignoran o jamás han oído hablar de ellos». En el reino de Jerusalén, los musulmanes pagan un impuesto a los francos. Se tolera su culto. En 1183, Ibn Dyubayr, musulmán de España, atravesó los estados cristianos para ir de peregrinación a La Meca. Dejó un relato de su viaje: «Sobre su territorio, los cristianos hacen pagar a los musulmanes una tasa que se aplica con total buena fe. Los mercaderes cristianos, a su vez, pagan en territorio musulmán por sus mercancías; su buen entendimiento es perfecto y se observa la equidad en toda circunstancia».

Pero las treguas no serán jamás duraderas. La existencia de los reinos francos ha sido corta (menos de un siglo, salvo para el principado de Antioquía) y pronto se han visto reducidos a una estrecha franja costera. Considerando las grandes líneas de su historia, nos es forzoso constatar que estos estados, de espaldas al mar, han estado constantemente a la defensiva. Si el mundo musulmán no hubiera estado tan dividido —también él presa de luchas nacionales, tribales y religiosas— la aventura de los estados latinos de Oriente habría sido todavía más breve. En cuanto un territorio era reconquistado por los musulmanes, los cristianos asumían de nuevo su estatuto de dhimmi, bastante comparable al estatuto de los musulmanes en los principados cristianos, aunque en éstos nunca se prohibió la construcción de mezquitas. En Oriente, en ninguna parte se ve tolerancia, en el sentido que le damos en la actualidad. Laurent Theis asegura: «Ya no creemos hoy en día, a pesar de ciertos relatos edificantes, que se haya producido un verdadero intercambio cultural entre cristianos y musulmanes, en el siglo XII, en el Próximo Oriente» .

Por supuesto, las cruzadas no han constituido un enfrentamiento entre bloque y bloque. Los cristianos, al igual que los musulmanes, estaban divididos: han combatido cristianos contra otros cristianos, musulmanes contra otros musulmanes Se han visto incluso tribus musulmanas aliarse con los cruzados, y algunos cristianos orientales preferir estar al servicio de los príncipes musulmanes. Queda el hecho, sin embargo, tal como lo hemos dicho, de que las cruzadas son una respuesta al desarrollo del islam. Y la expansión musulmana nunca se ha realizado con delicadeza.

 

            Al ver la ciudad [de Acre] tomada por los nuestros y a un gran número de los suyos muertos, Saladino consternado no esperó ya conservar las otras plazas, hizo destruir por lo tanto las murallas de las ciudades marítimas, es decir, Porfiria, Cesarea, Ascalón, Gaza y Varón. El rey Ricardo reconstruyó Jope y la fortificó. Más tarde Saladino le puso sitio. El monarca entonces se dirigió al mar en una galera al mismo tiempo que su ejército lo seguía por tierra no sin grandes dificultades. Socorrió de este modo a los sitiados y obligó al ejército de los sarracenos a retirarse. Mientras éstos, llenos de confusión, huían con su príncipe ante los nuestros, hubiera sido fácil reconquistar no sólo el reino de Jerusalén sino también una gran porción de su territorio si el enemigo del género humano, celoso de los inmensos éxitos de los cristianos, no hubiera llegado a «sembrar cizaña». (Mt., 13, 15). Despertó rivalidad y discordia entre los reyes; suscitó querellas entre los príncipes e hizo que «erraran en lugares incultos donde no hay camino», persiguiendo su propia gloria y su interés personal y no los de Jesús; destrozándose y detestándose cubrieron de gran confusión al pueblo cristiano. Sus resentimientos, sus odios y discordias llegaron a tal extremo que casi siempre, cuando el rey de Francia realizaba el asalto a una ciudad, el rey de Inglaterra prohibía a los suyos que participaran en él y toda vez que él podía seducir, por medio de promesas o de presentes, a príncipes y barones de Francia, así lo hacía para atraerlos a su partido. Además, el rey de Francia, extremadamente perturbado e inquieto, sobre todo a causa de una enfermedad que lo minaba, dejó en su lugar al duque de Borgoña con parte de su ejército y se retiró inmediatamente después de la toma de Acre. Se condujo con poca prudencia, publicando demasiado pronto su partida. Puesto que se dice que Saladino nos hubiera entregado de buen grado el territorio que nos pertenecía antes, si los reyes hubieran aparentado que querían realizar de común acuerdo una invasión a su país y que vivían en buena inteligencia

 

Se presenta ahora a Saladino como un soberano liberal. Es verdad que este hombre inteligente fue un adversario caballeroso: Dante, en La divina comedia le rinde homenaje. Y relativamente tolerante, ya que detuvo el brazo de los fanáticos que quisieron derribar el Santo Sepulcro. Dicho esto, practicó sin escrúpulos la yihad. Algunos quisieran reducir esta palabra a su sentido árabe (esfuerzo supremo, tendencia hacia un objetivo) borrando su sentido común de «guerra santa». Según Cécile Morrisson: «La yihad no desemboca, como la cruzada, en la elección entre conversión o muerte —ofrecida a los musulmanes vencidos durante las primeras cruzadas—, ni en la intolerancia de derecho, si no en la intolerancia de hecho, de los estados cruzados con respecto a los musulmanes» . Contrarrestemos esa visión idílica con el relato de la toma de Jerusalén redactado por Imad ad-Din, secretario de Saladino: «Íbamos hacia la Jerusalén rebelde para someterla: para acallar el ruido de las campanas cristianas y hacer resonar la llamada islámica a la oración, para que las manos de la fe expulsaran a las de los infieles, para purificarla de las suciedades de su raza, de las inmundicias de esta humanidad inferior, para reducir su espíritu al silencio dejando mudos sus campanarios». Cuando es capturado el rey de Jerusalén, Guy de Lusignan, es tratado con consideración. Pero Renaud de Chátillon, los hospitalarios y los templarios son exterminados, al igual que las tropas turcas aliadas de los francos. En cuanto a los cautivos cristianos incapaces de pagar un rescate, son esclavizados. A menos que elijan otra alternativa: la conversión al islam o la muerte. ¿Saladino tolerante?

            En la película de Riddley Scott sobre las Cruzadas El Reino de los Cielos de Saladino se ocultan ciertos pequeños detalles para magnificar una caballerosidad que ciertamente existió: así, que los cristianos de Jerusalén pudieron dejarla libremente porque permitió que se pagara un rescate colectivo por ellos, o que los caballeros de las órdenes militares capturados en Hattin fueron asesinados a sangre fría (algunos dicen que fueron repartidos entre ciertos musulmanes para que cada cual determinase su género de muerte). Más aún, se inventa a un Saladino en la Jerusalén conquistada recogiendo del suelo y reponiendo una cruz enjoyada, oportunamente abandonada en la evacuación y olvidada por los saqueadores. ¿Creerá alguien al ver esa película que no ya Bin Laden, sino el más moderado de los inmigrantes musulmanes, va a reponer de pie lo que para ellos es un ídolo?

Con ciertos historiadores, la moda orientalista reina igualmente cuando se trata de Constantinopla —el saqueo de 1204 vuelve como un sino antiguo destinado a agudizar la mala conciencia occidental. «Aunque separados por la religión, los bizantinos se sienten más próximos a los musulmanes que a los occidentales», sostiene Georges Tate . De hecho, es a la inversa. Rémi Brague ha demostrado que los bizantinos quedaron fascinados, en el plano religioso, por el islam, debido a su concepción teocrática del poder . En cambio, desde la conquista de Siria por los árabes en 636, en el plano militar Bizancio no ha hecho más que resistir a los musulmanes, quienes, por otra parte, en el siglo XII no ven la cruzada como un elemento nuevo, sino como la prolongación de las guerras con Bizancio, por lo que designan a los primeros cruzados con el nombre de rûm, es decir, bizantinos.

En 1453, Constantinopla cae en manos de los turcos. Mohamed II dedica la basílica de Santa Sofía al culto musulmán: el edificio seguirá siendo una mezquita, aunque en el futuro sea transformado en museo, En 1526, la victoria de Mohács dará Hungría a Solimán el Magnífico. En 1529, los otomanos asedian Viena. En 1571, la batalla naval de Lepanto marca un freno a su ofensiva, detenida de nuevo en 1683, durante el segundo asedio de Viena. Durante cuatro siglos, Europa central y balcánica vive bajo la amenaza turca. Recordarlo no es mencionar un fantasma de cruzado sino enunciar un hecho. Escribe René Grousset: «Hacia 1090 el islam turco, habiendo expulsado casi totalmente a los bizantinos de Asia, se prepara para pasar a Europa. Diez años más tarde, no sólo Constantinopla se verá liberada, no sólo la mitad de Asia Menor será devuelta al helenismo, sino que Siria y Palestina pasarán a ser colonias francas. La catástrofe de 1453, que parecía inminente en 1090, se verá retrasada tres siglos y medio» . El balance de las cruzadas es también este respiro concedido a los cristianos de Oriente.

            Según Riley-Smith, «la teoría de guerra se justificaba teológicamente en una sociedad que se sentía amenazada». Por este motivo, afirmó, no debe escandalizar «ni que el Papado reconociera a las órdenes militares ni que al menos cinco concilios se pronunciaran en favor de las Cruzadas y que dos, el IV Concilio de Letrán (1215) y el Concilio de Lyón (1274), publicaran las constituciones Ad Liberandam y Pro Zelo Fidei, dos documentos que definieron el movimiento cruzado». «Es difícil ahora imaginar --precisó Riley-Smith-- la intensidad del amor que se sentía entonces por los Santos Lugares y Jerusalén: la preocupación suscitada por la herejía y los asaltos físicos contra la Iglesia; el miedo de los occidentales a los invasores musulmanes, capaces de llegar al centro de Francia en el siglo VIII, y a Viena en los siglos XVI y XVII». «Esto permite explicar --concluyó-- por qué, durante cientos de años, papas, obispos y una mayoría de fieles consideraron que combatir en las Cruzadas era el mejor arma defensiva que tenían y una forma popular de devoción; y esto puede haber oscurecido a sus ojos el hecho de que en realidad se podía confiar poco en ello» .  

En 1983, el novelista libanés Amin Maalouf acusa a las cruzadas de haber provocado una fisura irremediable entre dos mundos: «Está claro que el Oriente árabe ve siempre en el Occidente un enemigo natural Contra él, todo acto hostil, ya sea político, militar o petrolífero, no es más que una revancha legítima. Y no se puede dudar que la ruptura entre estos dos mundos procede de las cruzadas, sentidas por los árabes, todavía hoy en día, como una violación» , ¿Las cruzadas una violación? No se sirve a la paz en el mundo cuando se enarbola esta expresión. Pues siempre será posible replicar que son los musulmanes, al invadir tierras cristianas, los que han violado los primeros.

Son embargo, Europa es ampliamente deudora de las cruzadas por el mantenimiento de su independencia. Además, las cruzadas tuvieron consecuencias en las que los papas nunca habían soñado, y que fueron quizás las más importantes de todas. Restablecieron el tráfico entre el Occidente y Oriente, que, después de haber estado interrumpido durante varios siglos, se reanudó entonces con una energía aun más grande; fueron una manera de sacar a los caballeros occidentales de las profundidades de sus provincias respectivas, introducirlos en los más civilizados países asiáticos revelándoles así un mundo nuevo, y regresarlos a sus tierras natales llenos de ideas nuevas; fueron instrumentales en extender el comercio de las Indias, del que las ciudades italianas por mucho tiempo tuvieron el monopolio, así como el de los productos que transformaron la vida material de Occidente. Además, desde fines del siglo XII, el desarrollo de la cultura general en Occidente fue el resultado directo de esas Guerras Santas. En fin, es con las cruzadas que debemos asociar el origen de las exploraciones geográficas hechas por Marco Polo y Orderico de Pordenone, los italianos que llevaron a Europa el conocimiento de Asia y China continentales.

Tampoco se sirve a la paz civil al decir esto. Unos «documentos pedagógicos» editados por la Biblioteca Nacional de Francia, proponen este ejercicio para las clases de segundo : «A través del conjunto de estos documentos, demuestra en qué representa la yíhad una respuesta de los musulmanes a la violencia de las cruzadas y por qué es para ellos un deber religioso» . Cuando las sociedades europeas se ven confrontadas con la situación inédita de la presencia de una fuerte minoría musulmana en el seno de la población, es peligroso enseñar así el pasado, abriendo al islam unos derechos y un crédito que se deben a las víctimas. Es también practicar la amnesia histórica. En la Edad Media, la práctica totalidad del pueblo francés era cristiano. ¿Es un delito?

 

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Empleamos los nombres de estos países por comodidad, pero no debemos olvidar que, incluso al final de las cruzadas, las naciones occidentales no estaban aún constituidas. Los estados orientales que se evocan más abajo tampoco tenían las fronteras actuales.

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Ver Hagenmeyer, Peter der Eremite, Leipzig, 1879.

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Ibidem.

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Segundo equivale a cuarto de ESO, según el sistema escolar español. (N. de la T.)

www.classes.bnf.fr

 

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Autor del texto: Leon Bloy

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Las Cruzadas resumen

IGLESIA CATOLICA Y CIVILIZACION

 

LECCIÓN # 12

CRUZADAS:  ¿DEFENSA O ATAQUE?

 

 

1.         Y las Cruzadas.  ¿Recuerdan las Cruzadas en los estudios de Historia?  ¿Qué fueron las Cruzadas?

 

            Las Cruzadas fueron una serie de campañas militares impulsadas por el papado con el objetivo específico de recuperar el territorio de Tierra Santa, que había sido invadido por los musulmanes.

 

            Las Cruzadas se libraron durante un período de casi 200 años, entre 1095 y 1291.

 

            Las Cruzadas fueron expediciones emprendidas en cumplimiento de un solemne voto para liberar los Lugares Santos de la dominación musulmana.  

 

            Por eso, los cruzados tomaron votos y se les concedió una indulgencia.

 

            Después de pronunciar un voto solemne, cada guerrero recibía una cruz de las manos del Papa o de su legado, y era desde ese momento considerado soldado de la Iglesia.

 

            El origen de la palabra se remonta a la cruz hecha de tela y usada como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte en esas iniciativas.

 

            El Papa Urbano II oficialmente declaró la Primera Cruzada el 27 de Noviembre de 1095 con la expresa intención de defender la cristiandad.  Se proponía liberar los territorios de la cristiandad que habían sido invadidos por los musulmanes y liberar a los cristianos del Medio Oriente, que se encontraban oprimidos.   

 

2.         ¿Las Cruzadas fueron un acto de ataque o un acto de defensa?

 

            El Historiador Riley-Smith de la Universidad de Cambridge, especialista en el tema de las Cruzadas,  afirma que las Cruzadas fueron un intento de los occidentales de defender los Santos Lugares y Jerusalén.

 

            Riley-Smith escribe al respecto:  «Es difícil ahora imaginar la intensidad del amor que se sentía entonces por los Santos Lugares y Jerusalén:  la preocupación suscitada por la herejía y los asaltos físicos contra la Iglesia, el miedo de los occidentales a los invasores musulmanes”. 

 

            El temor era genuino.  Este historiador nos recuerda que los musulmanes tenían tanto poder y deseos de penetrar el occidente europeo, que habían sido capaces de llegar al centro de Francia en el siglo 8, y posteriormente hasta Viena en los siglos 16 y 17.

 

            «Esto permite explicar --concluyó-- por qué, durante cientos de años, Papas, Obispos y una mayoría de fieles consideraron que combatir en las Cruzadas era el mejor arma defensiva que tenían».

 

            En un encuentro de expertos que tuvo lugar en Roma en el 2006, el profesor Riley-Smith explicó que la interpretación que ha desprestigiado a las Cruzadas es fruto de las obras del escocés Sir Walter Scott (1771-1832), quien representó a los cruzados como asaltantes rudos que atacaban a musulmanes más avanzados.  Otro crítico fue el francés Joseph Francois Michaud (1767-1839), quien pintó a las Cruzadas como expresión del imperialismo europeo.

 

            Según Riley-Smith, la idea de que la Cruzada fuera una empresa colonialista tomó más fuerza sólo hace cincuenta años. 

 

17.       ¿Cómo está la crítica a las Cruzadas en este momento?

 

            Recientemente ha habido inclusive algún film que presenta a las Cruzadas con un sesgo de crítica no objetiva e históricamente inexacta. 

 

            Con motivo de este film, el historiador Thomas Woods presenta unos puntos de vista sobre las Cruzadas que son importantes, para clarificar si fueron operaciones de ataque o de defensa.

 

            Puntualiza en su análisis que en ningún momento los cruzados llegaron a ningún sitio cercano a Arabia, el corazón del Islam.  Pero, gracias a la crítica interesada, mucha gente piensa que las Cruzadas fueron un intento de invasión de los Cristianos al mundo musulmán, para tratar de convertir a sus habitantes.

 

            Tan incierta es esta crítica a las Cruzadas, que durante los años posteriores a la Primera Cruzada, la cual tuvo como resultado la ocupación de Jerusalén por parte de los Cristianos, la mayoría de la población siguió siendo musulmana.

 

            Así que el pensar que los Cristianos invadieron a los Musulmanes para forzarlos a convertirse es una idea absurda. 

 

            Thomas Woods hace otra afirmación sumamente interesante.  El sostiene que si en el siglo 18 se le hubiera preguntado a algún musulmán sobre las Cruzadas, éste no hubiera tenido idea de lo que se le estaba preguntando.  Para los Musulmanes, las Cruzadas fueron algo de tan poca importancia que ni siquiera las tomaron mucho en cuenta.

 

            Los Musulmanes de esta época han tomado conciencia de las Cruzadas, debido a las críticas que los occidentales han hecho a las mismas.

 

            Estas precisiones no tienen como finalidad ocultar aspectos despreciables e inexcusables de las Cruzadas.  En general, fueron iniciativas poco exitosas y en ellas hubo errores y muchas atrocidades de parte de todos, como suele suceder en cualquier guerra.

 

18.       ¿Cuáles eran los escenarios para el momento de inicio de las Cruzadas?

 

            En 1095, sin contar con el apoyo de ningún gobernante civil, el Papa Urbano II, hizo un llamado a los Cristianos de occidente para asistir a sus hermanos de oriente. 

 

            Hemos visto en lecciones anteriores que durante dos milenios, la influencia de la Iglesia en nuestra civilización ha sido determinante y ha estado relacionada con proyectos de paz:  las universidades, las ciencias, los derechos humanos, el derecho internacional, las leyes económicas, el ejercicio de la caridad, el arte y la arquitectura, etc. 

 

            Sin embargo, la Iglesia también estimuló a los españoles a expulsar a sus invasores Islámicos que habían conquistado su territorio por la fuerza a partir del siglo 8 y que estuvieron ocupando España por un período de 700 años.  (La reconquista de España comenzó a comienzos de siglo 11 y concluyó definitivamente con los Reyes Católicos, Fernando e Isabel en 1492, el mismo año del descubrimiento de América).

 

            Los Musulmanes invasores de la Península Ibérica no pudieron seguir penetrando Europa Occidental, más hacia el norte en la actual Francia, porque fueron detenidos en Tours, al sur de París, por Carlos Martel y sus guerreros francos en la Batalla de Poitiers-Tours, en 732.

 

            En el caso de las Cruzadas, la postura de la Iglesia fue prestar ayuda a los Cristianos de oriente que estaban sometidos a una ocupación similar.  De eso exactamente se trataron las Cruzadas:  de defenderse ante los invasores.

 

19.       ¿Cómo, entonces, comenzaron las Cruzadas?

 

            Parecería –si se mira superficialmente- que el comienzo de estos enfrentamientos haya sido entre de 1096 a 1099, cuando tuvo lugar la Primera Cruzada, por un período de 3 años, en respuesta al llamado del Papa Urbano II en 1095.

 

            Pero bien analizado el problema, el comienzo sucedió mucho antes, siglos antes, el siglo de la muerte de Mahoma en 632.  Durante ese lapso de 100 años, los Musulmanes expandieron su religión a la fuerza, por toda Arabia, dentro del Oriente Medio, que incluía a Irán, Irak, Líbano, Palestina y Siria, además de Egipto, el norte de África y, como hemos visto, también atravesaron el Estrecho de Gibraltar para ocupar la Península Ibérica en territorio europeo.

 

            Para el siglo 11 los musulmanes habían conquistado gran parte del Asia Menor.  Cuando conquistaron Palestina llevaron a cabo atrocidades contra los Cristianos, destruyendo iglesias y asesinando a los fieles.

 

            Y ya para fines del siglo 11 la inestabilidad en Tierra Santa era tal, que las peregrinaciones a Jerusalén y a los Santos lugares eran expediciones que comportaban grandes riesgos.

 

            Es así como la finalidad de la Primera Cruzada fue ayudar a los Cristianos de oriente y a liberar del poder de los Musulmanes a Tierra Santa –que había sido totalmente cristiana.

           

20.       ¿Y estos territorios no eran musulmanes?

 

            ¡De ninguna manera!  Pero hay la tendencia a olvidar que estos territorios eran centros importantísimos del Cristianismo cuando fueron invadidos por los Musulmanes. 

            Cuando hoy se piensa en Siria y Egipto, se olvida que en el siglo 7 eran centros cristianos. 

 

            La ciudad de Antioquía, en Siria, al sur de la actual Turquía, fue un centro vital del Cristianismo.  Fue allí donde los seguidores de Jesús  fueron llamados cristianos por primera vez (Hech 11, 26).  Tan importante era esta ciudad que, al expandirse el cristianismo, Antioquía fue una de las sedes de los cuatro patriarcados originales (diócesis metropolitanas de más relevancia).  Las otras tres fueron Roma, Constantinopla y Alejandría

 

            ¡Quién no recuerda a San Ignacio de Antioquía, Obispo de esa ciudad siria, uno de los más renombrados Padres de la Iglesia!  Ejerció su episcopado en el siglo 1 y fue ordenado Obispo de manos de San Pedro y San Pablo.  Sus escritos sobre la Eucaristía son de gran relevancia, incluso para los conversos de nuestros días.  «...para ser trigo de Dios, molido por los dientes de las fieras y convertido en pan puro de Cristo» (Ad Rom. 4, 1), escribió camino a su martirio antes de ser lanzado a las fieras en Roma a comienzos del siglo 2.

 

            También se olvida que la ciudad de Alejandría en Egipto fue otro centro cristiano importante, por cierto cuna del monaquismo oriental.

 

21.       ¿Cuál es la verdad sobre las Cruzadas?   

 

            Para derribar los mitos sobre las Cruzadas y mostrar la verdad sobre ellas, nos basaremos las reflexiones de dos Historiadores actuales:  Thomas Madden de la Universidad de San Luis (USA) y autor del libro Breve Historia de las Cruzadas  y del Dr. Paul F. Crawford de la Universidad de Pennsylvania (USA). 

 

           

Mito número 1:

Las Cruzadas eran guerras de agresión contra un mundo musulmán pacífico que no las había provocado.

 

            Esta afirmación es completamente errónea. Desde los tiempos de Mahoma, los musulmanes habían intentado conquistar el mundo cristiano. Y habían obtenido éxitos notables. Tras varios siglos de continuas conquistas, los ejércitos musulmanes dominaban todo el norte de África, Oriente Medio, Asia Menor y gran parte de España.

 

            En otras palabras, a finales del siglo 11, las fuerzas islámicas habían conquistado dos terceras partes del mundo cristiano;  Palestina, la tierra de Jesucristo;  Egipto, donde nace el cristianismo monástico; Asia Menor, donde San Pablo había plantado las semillas de las primeras comunidades cristianas. 

 

            Las agresiones provenían, por tanto, de la parte musulmana.  Lo que quedaba del mundo cristiano no tenía más remedio que defenderse, para no sucumbir totalmente a la conquista islámica, que pretendía también adueñarse de Europa.

 

 

Mito número 2:

Los cruzados aparentaban tener intenciones piadosas y lo que les interesaba era conquistar tierras y obtener riquezas. 

           

            La mejor muestra de que la conquista no era la finalidad de las Cruzadas es que, tras los éxitos espectaculares de la Primera Cruzada, con la conquista de Jerusalén y de gran parte de Palestina, prácticamente todos los cruzados volvieron a casa.  Sólo una mínima parte se quedó para consolidar y gobernar los nuevos territorios.

 

            Por más que los cruzados hubieran podido soñar con grandes riquezas en las opulentas ciudades orientales, lo que se sabe es que casi ninguno logró siquiera recuperar los gastos. 

 

            Pero es de hacer notar que no eran el dinero y la tierra el motivo para lanzarse a la aventura de una cruzada.  De veras pensaban que iban a expiar los pecados y ganarse la salvación mediante las buenas obras en una tierra lejana.

 

            Afrontaban gastos y fatigas porque creían que, yendo a socorrer a sus hermanos cristianos en Oriente, estaban acumulando tesoros para el Cielo.

 

            Lejos de ser una empresa materialista, la cruzada era impráctica en términos mundanos, pero considerada valiosa para el alma.

 

            Por cierto, el nombre de cruzada es posterior al momento en que estaban teniendo lugar, ya que los cruzados medioevales se consideraban y se llamaban peregrinos, que realizaban actos de justicia en su viaje hacia el Santo Sepulcro. 

 

            Esto se ve claramente en el hecho de que la indulgencia que recibían como cruzados, estaba relacionada canónicamente con la indulgencia de peregrinación.

            Sobre las verdaderas motivaciones de los cruzados, el historiador Paul Crawford indica que "con lo complicado que puede ser para la gente actual creer, la evidencia sugiere fuertemente que la mayoría de los cruzados estaban motivados por el deseo de agradar a Dios, expiar sus pecados y poner sus vidas al servicio del 'prójimo', entendido en el sentido cristiano".

 

            De hecho el Papa Urbano II le planteó dos metas a los cruzados, metas que continuaron vigente por varios siglos:

 

            1ª.        Rescatar a los cristianos del este, que se encontraban esclavizados, prisioneros de los musulmanes y recibiendo innumerables torturas.

 

            2ª.        La liberación de Jerusalén y otros sitios que habían sido hechos santos por la vida de Cristo.

 

Mito número 3:

Cuando los cruzados conquistaron Jerusalén en 1099, masacraron a todos los hombres, mujeres y niños de la ciudad.

 

            Ciertamente es verdad que muchas personas en Jerusalén encontraron la muerte después que los cruzados conquistaran la ciudad. Pero con relación a esto se debe considerar lo que significaba en ese momento de la historia que una ciudad fuera sitiada.

 

            El principio moral aceptado en todas las civilizaciones europeas o asiáticas de esa época era que una ciudad que se había resistido a la captura y había sido tomada por la fuerza, pertenecía a los vencedores. Y esto no incluía sólo los edificios y los bienes, sino los habitantes.  Por esta razón, cada ciudad o fortaleza tenía que sopesar cuidadosamente si podía permitirse resistir a los sitiadores.  Si no, era más sabio negociar los términos de la rendición.

 

            En el caso de Jerusalén, los invasores intentaron defenderla hasta el último momento.  Y cuando la ciudad cayó, fue saqueada.  Se dio muerte a muchos habitantes pero otros muchos fueron rescatados o liberados.

 

            Hay que observar que en las ciudades musulmanas que se rindieron a los cruzados, la gente no fue atacada.  Se incautaban sus propiedades y se les dejaba libres de profesar sus creencias religiosas.

 

            Sin embargo, hay que saber que las Cruzadas –de hecho- fueron guerras.  Como todo acto de guerra, la violencia fue brutal, además de haber ocurrido percances, errores y crímenes.

 

Mito número 4:

Las cruzadas eran una forma de colonialismo medieval revestido de apariencia religiosa.

 

            La finalidad última de los estados cruzados era defender los santos lugares en Palestina, especialmente Jerusalén, y proporcionar un ambiente seguro para los peregrinos cristianos que visitaban aquellos lugares.  Sólo eso.

 

            Los Estados Cruzados, fundados tras la primera cruzada, no eran nuevos asentamientos de católicos en un mundo musulmán, en forma de colonias. La presencia católica en los estados cruzados era siempre muy reducida, en general inferior al 10% de la población.

 

Mito número 5:

Las cruzadas se hicieron también contra los judíos.

 

            Ningún Papa ha lanzado jamás una cruzada contra los judíos. 

 

            Sin embargo, entre los errores y percances de las Cruzadas está una persecución brutal a judíos en Renania (zona alemana del río Rin), hecha por una banda dispersa de la Primera Cruzada, que consideraban a los judíos como enemigos de Cristo y, por tanto, objetivos legítimos de la guerra, igual que los musulmanes.

 

            La Iglesia condenó fuertemente estos asesinatos, que no formaban parte de las metas de las cruzadas.

           

            Lamentablemente estos ataques a los judíos de Renania continuaron en la Segunda Cruzada, a pesar de los esfuerzos y las advertencias de uno de sus líderes, el monje cisterciense San Bernardo.  Al no ser escuchado, San Bernardo tuvo que apersonarse él mismo para hacer cesar las masacres, deteniendo al monje cisterciense que las causaba y devolviéndolo a su monasterio.

 

            El Papa Urbano II y los Papas sucesivos condenaron enérgicamente estos ataques contra los judíos.  Los obispos locales y los otros eclesiásticos y laicos trataron de defender a los judíos aunque con poco éxito.

            Pero hay que insistir que estas desviaciones del movimiento no eran el objetivo de las cruzadas.

 

Mito número 6:

Los cruzados le enseñaron a los musulmanes a odiar y atacar a cristianos.

 

            Aclara Paul Crawford, que nada está más alejado de la verdad.  El historiador señala que "hasta hace muy poco, los musulmanes recordaban las cruzadas como una instancia en la que habían derrotado un insignificante ataque occidental cristiano".

 

            Precisa el Dr. Crawford:  "no fueron las cruzadas las que le enseñaron al Islam a atacar y odiar a los cristianos … fue Occidente quien enseñó al Islam a odiar las Cruzadas.  La ironía es grande".

 

            La primera historia musulmana sobre las cruzadas no apareció sino hasta 1899.  Por ese entonces, el mundo musulmán estaba redescubriendo las cruzadas.  El problema es que  "lo hacía con un giro aprendido de los occidentales".

           

            La ironía es más grande aún cuando se puede inferir que esta visión que Occidente enseñó al Medio Oriente, fue lo que originó la postura de Osama Bin Laden y la formación Al Qaeda.  Se llegó a tener una perspectiva de las cruzadas tan extraña que pudo permitir a Bin Laden considerar a todos los judíos como cruzados (¿?) y a las cruzadas como una estrategia permanente de parte de occidente contra el Islam.  ¡Insólito!

 

Mito número 7

La finalidad de la Cuarta Cruzada era saquear la ciudad de Constantinopla, de mayoría Ortodoxa.

 

            La invasión de Constantinopla en 1204 no fue parte de las metas de la Cuarta Cruzada.  Pero el hecho fue que los cruzados invadieron y saquearon esta ciudad.

           

            Los cruzados, camino a Tierra Santa, se desviaron con la finalidad de apoyar a un pretendiente al gobierno de ese imperio, a cambio de  que éste le diera apoyo económico para la cruzada.  Los cruzados cumplieron, pero el emperador pretendiente no pudo cumplir.  Entonces los cruzados atacaron y saquearon la ciudad cristiana más importante del mundo.

 

            A pesar de haber sido condenados por el Papa Inocente III en su momento, las heridas entre la Iglesia Católica y la Ortodoxa causadas por este brutal ataque, han continuado hasta el presente.

 

            Constantinopla era un bastión de la cristiandad que defendía a Europa del avance de las fuerzas musulmanas.  Esta Cruzada causó un daño fatal a este bastión oriental.  Los Turcos Otomanes terminaron conquistándola para siempre en 1453.

 

            Juan Pablo II, 800 años después de la Cuarta Cruzada, expresó su tristeza por esos eventos.  “Es trágico que los asaltantes, quienes partieron para asegurar el libre acceso de los cristianos a Tierra Santa, se voltearon contra sus hermanos en la fe.  El hecho de que eran cristianos latinos, causa gran pesar a los católicos” (JPII 2001).  “Cómo no podemos compartir a ocho siglos de distancia, el dolor y el disgusto” (JPII 2004). 

 

            Por fin en Abril de 2004, en el aniversario 800 de la captura de Constantinopla, el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, aceptó formalmente las disculpas del Papa:  “El espíritu de reconciliación es más fuerte que el odio … Es un hecho que aquí se cometió un crimen hace 800 años … El espíritu de reconciliación de la resurrección nos impulsa a la reconciliación de nuestras iglesias”.  

 

22.       ¿Y los musulmanes llegaron a invadir el continente europeo?

 

ESPAÑA:

            En el año 711 los musulmanes cruzaron el Estrecho de Gibraltar y capturaron la Península Ibérica.

 

            La reconquista de España duró 7 siglos y culminó cuando los Reyes Católicos retomaron Granada en enero de 1492. 

 

FRANCIA:

 

            Veinte años más tarde invadieron Francia y la podrían haber conquistado si no hubiesen sido vencidos por Carlos Martel en el año 732 en la Batalla de Poitiers, al sur de París.

 

EUROPA ORIENTAL:

            En el siglo 16 conquistaron la zona de Belgrado (actual Serbia), Hungría, Transilvania (parte de Rumania), y Moldavia (entre Bulgaria y Ucrania).

AUSTRIA:

 

            Y llegaron hasta Viena en 1529, la sitiaron, pero el ataque fue rechazado.  Si este sitio hubiera tenido éxito, Alemania era el siguiente objetivo.

 

            Intentaron sin éxito un nuevo ataque a Viena  en 1532.

 

            Aún se produjo un segundo sitio en Viena en 1683.  Fuerzas cristianas trataban inútilmente de resistir.  Un Sacerdote Capuchino, el Venerable Marco da Aviano, enviado por el Papa al Emperador, aconsejó que todas las insignias imperiales llevaran la imagen de la Madre de Dios.  (Por cierto  desde entonces las banderas militares austríacas mantendrían la efigie de la Virgen a lo largo de dos siglos y medio, hasta que Hitler las hizo retirar).

 

            Y ante este nuevo sitio de Viena, tuvo lugar el milagroso triunfo cristiano.  Al amanecer del 12 de septiembre de 1683, el venerable Marcos de Aviano, tras haber celebrado Misa, en la que sirvió de monaguillo el propio rey, bendice al ejército cerca de Viena:  65.000 cristianos se enfrentan en una batalla campal contra 200.000 otomanos. 

 

            La batalla dura todo el día y terminó con la victoria del ejército cristiano:  éste sufre solamente 2.000 pérdidas contra las más de 20.000 del adversario.  El ejército otomano se da a la fuga en desorden, abandonando todo el botín y la artillería.

 

            Por este triunfo milagroso el Papa Inocencio XI, instaura la Fiesta del Santísimo Nombre de María el 12 de septiembre.

 

LA BATALLA DE LEPANTO:

            Parecía como si el Islam pudiera lograr su objetivo de conquistar al mundo cristiano en su totalidad.

 

            Los musulmanes ya habían arrasado con la cristiandad en el norte de África, en el medio oriente y otras regiones.

 

            España y Portugal se había librado después de casi 8 siglos de lucha. Pero la amenaza se cernía una vez más sobre toda Europa.  Los turcos se preparaban para dominarla y acabar con el Cristianismo.

 

            El Papa San Pío V trató de unificar a los cristianos para defender el continente.  Por fin se ratificó la alianza en mayo del 1571. La responsabilidad de defender el cristianismo cayó principalmente en Felipe II, rey de España, los venecianos y genoveses.

 

            Se declaró al Papa como jefe de la liga, Marco Antonio Colonna como general de los galeones y Don Juan de Austria, generalísimo.  El ejército contaba con 20,000 buenos soldados, además de marineros. La flota tenía 101 galeones y otros barcos más pequeños.

 

            El Papa envió su bendición apostólica y predijo la victoria.  Ordenó además que sacaran a cualquier soldado cuyo comportamiento pudiese ofender al Señor. 

 

            San Pío V, miembro de la Orden de Santo Domingo, y consciente del poder de la devoción al Rosario, pidió a toda la Cristiandad que lo rezara y que hiciera ayuno, suplicándole a la Santísima Virgen su auxilio ante aquel peligro.

 

            Poco antes del amanecer del 7 de Octubre la Liga Cristiana encontró a la flota turca anclada en el puerto de Lepanto.

 

            Los turcos poseían la flota más poderosa del mundo, contaban con 300 galeras, además tenían miles de cristianos esclavos de remeros.

 

            Los cristianos estaban en gran desventaja siendo su flota mucho más pequeña, pero poseían un arma insuperable: el Santo Rosario.  En la bandera de la nave capitana de la escuadra cristiana ondeaban la Santa Cruz y el Santo Rosario.

 

            Al comienzo de la batalla, el viento y las condiciones favorecían al ejército turco.  Mientras tanto, miles de cristianos en todo el mundo dirigían su plegaria a la Santísima Virgen con el rosario en mano, para que ayudara a los cristianos en aquella batalla decisiva.

 

            Don Juan dio la señal de batalla enarbolando la bandera enviada por el Papa con la imagen de Cristo crucificado y de la Virgen, y se santiguó. Los generales cristianos animaron a sus soldados y dieron la señal para rezar.  Los soldados cayeron de rodillas ante el crucifijo y continuaron en esa postura de oración ferviente hasta que las flotas se aproximaron.

 

            Los turcos se lanzaron sobre los cristianos con gran rapidez, pues el viento les era muy favorable.  Pero el viento que era muy fuerte, se calmó y comenzó a soplar en dirección favorable a los cristianos.  El humo y el fuego de la artillería se iba sobre el enemigo, casi cegándolos y al fin agotándolos. 

 

            La batalla duró desde alrededor de las 6 de la mañana hasta la noche, cuando la oscuridad y aguas picadas obligaron a los cristianos a buscar refugio.

 

            El Papa Pío V, desde el Vaticano, no cesó de pedirle a Dios, con manos elevadas como Moisés.  El Papa estaba conversando con algunos Cardenales, pero de repente los dejó, se quedó algún tiempo con sus ojos fijos en el cielo y, cerrando el marco de la ventana, dijo:  "No es hora de hablar más, sino de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas".

 

            Este hecho fue cuidadosamente autenticado e inscrito en aquel momento y, después, en el proceso de canonización de Pío V.

 

            Las autoridades pudieron comparar el preciso momento de las palabras del Papa Pio V con los registros de la batalla y encontraron que concordaban de forma precisa.

 

            Pero la mayor razón de reconocer el milagro de la victoria naval es por los testimonios de los prisioneros capturados en la batalla.  Ellos testificaron con una convicción incuestionable de que habían visto a Jesucristo, San Pedro, San Pablo y a una gran multitud de Ángeles, espadas en manos, luchando contra los turcos, cegándolos con humo.  

 

            Los cristianos lograron una milagrosa victoria que cambió el curso de la historia. Con este triunfo se reforzó intensamente la devoción al Santo Rosario. 

 

            En gratitud perpetua a Dios por la victoria, el Papa Pío V instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias, después conocida como la Fiesta del Rosario, por decisión del Papa San Pío X.

 

            Cuando San Pío X fijó la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario el 7 de Octubre afirmó:  "Dénme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo".

 

APENDICE

¿Por qué Austria no cayó en manos del Comunismo?

            Austria está rodeada de países que fueron invadidos por las tropas soviéticas y añadidos al Bloque Comunista, los cuales estuvieron separados del resto de Europa por lo que se llamó la cortina de hierro.

 

            Desde el punto de vista humano es incomprensible la liberación de Austria de las garras del poder soviético en 1955, precisamente un 13 de Mayo.

 

            Las tropas Soviéticas se retiraron sin explicación.  Se había formado una cruzada de reparación del Santo Rosario implorando la intercesión de la Virgen de Fátima, que se difundió entre la población.

 

            El Padre Capuchino Petrus Pavlicek, hizo una peregrinación a Mariazell, el principal santuario mariano de Austria, para pedir a la Virgen consejo en medio de la oscuridad que abarcaba a su patria.

 

            El 2 de Febrero de 1946, Fiesta de la Presentación en el Templo, conocida como la Fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria (Virgen de la Luz), oraba ardientemente ante la imagen milagrosa cuando recibió una voz interior que le pidió: “Haz lo que te digo y tendrán paz”.

 

            El Padre Pavlicek fue inspirado a implementar lo que la Virgen había pedido en Fátima.  Fundó la Cruzada de Reparación del Santo Rosario en 1947.  En esta cruzada los austríacos se unieron para honrar a la Virgen con un rosario perpetuo, implorando por la conversión de los pecadores, paz mundial y libertad para Austria.

           

            La Cruzada incluía confesión, bendición de los enfermos, el Santo Rosario y se concluía con la Santa Misa. El padre llamaba estas devociones “asaltos de oración” y podían tomar hasta cinco días.  “La paz es un regalo de Dios y no de los políticos”, le decía a sus compatriotas, y “los regalos de Dios se obtienen con la oración que asalta al cielo como los soldados asaltan un fuerte- con confianza y determinación”.

 

            Se hacían  procesiones de la Cruzada con la estatua de la Virgen de Fátima el 13 de cada mes, y luego se escogió el 12 de Septiembre, la fiesta de Nombre de María para una procesión anual.  (Recordemos que el Papa Inocente XI había establecido esta fiesta en 1683 para conmemorar la victoria de los cristianos que defendían a Viena de la invasión musulmana. La situación de los cristianos parecía imposible pero vencieron por la intercesión de la Virgen y el rezo del Santo Rosario).  Ahora le pedían a la Virgen que los liberara del Comunismo.

 

            El Primer Ministro de Austria, Leopold Figl, dijo al Padre Pavlicek: “Aunque fuésemos solo nosotros dos, yo iría. ¡Mi país lo exige!” En efecto se hizo presente, rosario y vela en mano, en cada ocasión solemne, acompañado de sus ministros.   El Primer Ministro que luego lo sucedió también asistía a las grandes procesiones.

 

            La Cruzada continuó expandiéndose por toda Austria, desbordándose hacia Alemania y Suiza.  Para el año 1955, más de medio millón de austríacos (aprox. 10% de la población de aquel tiempo) se habían comprometido a rezarle diariamente a la Virgen de Fátima, pidiéndole por la conversión de los pecadores, paz en el mundo y libertad para Austria. Un número aún mayor participaba en las procesiones marianas y en los “asaltos de oración”.

 

            Ante la gran sorpresa de todo el mundo, los soviéticos anunciaron en abril que sacarían sus tropas de Austria en el plazo de tres meses.  El 15 de mayo, las fuerzas aliadas que ocupaban Austria firmaron un tratado garantizando su independencia.  El 26 de octubre de 1955 partió el último soldado ruso del suelo austríaco.

 

            En Viena las multitudes marcharon en procesión con rosarios y antorchas, agradeciéndole a la Virgen de Fátima la liberación del comunismo.  El Primer Ministro declaró: “Hoy, nosotros, que tenemos el corazón lleno de fe, aclamamos al Cielo con gozosa oración:  somos libres.  Oh María, te damos gracias”.

 

 

 

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