Los poetas de la primera guerra mundial resumen y tema

 


 

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Los poetas de la primera guerra mundial resumen y tema

 

Los poetas de la primera guerra mundial

("The Great War Poets")

 

            En agosto de 1914, la primera guerra mundial pondría fin en Europa a un sistema aparentemente estable y a una estructura social y política relativamente sólida que, a su vez, desplazaría irremediablemente a Inglaterra del escenario de primera potencia mundial para ceder progresivamente el testigo a su ex-colonia americana. Gran Bretaña declara la guerra a Alemania el 4 de agosto de 1914 y desde ese momento todo poeta con vocación de tal va a encontrar en ese hecho un punto obligado de referencia que no podrá eludir en mucho tiempo. Esta guerra supuso un hecho de tal magnitud que generó un choque emocional traumático entre los intelectuales y marcó el final de una fase cultural en la historia de la civilización europea. Cuando en noviembre de 1918 se firmó el armisticio se habían perdido casi nueve millones de vidas de las cuales alrededor de 800.000 eran británicos. Los sufrimientos prolongados, la tensión generada por la amenaza, el horror de la guerra de trincheras, el frío, el barro, las ratas y las condiciones insalubres del frente dejarían una huella imborrable en los combatientes. La carnicería llevada a cabo por máquinas de matar cada vez más sofisticadas había borrado cualquier rastro de romanticismo en el enfrentamiento. El honor, la hombría, la fuerza física y el arrojo personal ya no contaban para la victoria. Esta la decidían la perfección de la máquina y los experimentos químicos en sofisticados laboratorios. Hasta ahora, el soldado de a pie asociaba la guerra con temple, valentía y coraje, con enfrentamientos cara a cara regulados por un código romántico donde primaban el reconocimiento y la sumisión ante el vencedor o la generosidad con el vencido. No obstante, lo que allí contemplaba era una carnicería anónima, donde se mataba a distancia, por causas poco convincentes y ante las que él, en general, el soldado medio se mostraba confuso y escéptico. Fueron los poetas, los intelectuales y los artistas los primeros en percibir estos cambios y en adoptar posturas críticas una vez disipados sus primeros sentimientos patrióticos.

            Es más que nada la conveniencia pedagógica la que nos induce a separar este grupo de poetas de guerra del resto de sus contemporáneos que no participan en ella. Algunos muy significativos del grupo, como Sassoon, tienen una producción poética extensa y sólo un reducido porcentaje podría considerarse dentro de la temática de guerra. No obstante, es necesario reconocer que representan un grupo homogéneo, con planteamientos poéticos similares, con una cierta contemporaneidad y una iniciación común en la poesía georgiana. La mayoría acudieron engañados por la propaganda nacionalista que seguía ensalzando el heroísmo decimonónico y el patriotismo romántico, la entrega a una causa justa y la lucha desinteresada por un ideal. Poco a poco, su frustración fue en aumento, sus ilusiones de heroísmo se fueron desvaneciendo, su vida perdía la brillantez esperada ante la acción y atrapados en la inercia monótona de la trinchera se sentían abandonados e infrautilizados. El cuadro en casa no era muy diferente. A medida que avanzaba la guerra, la opinión pública se fue olvidando del romanticismo inicial. De Europa ya no llegaban cantos épicos sino crónicas crueles en tono dramático y cadáveres de soldados o cuerpos horriblemente mutilados. Un fantasma de irresponsabilidad colectiva se fue adueñando poco a poco del país y se comenzaron a sopesar las causas de tanta tragedia innecesaria. La guerra terminó convirtiéndose para todos, pero especialmente para los soldados, en un absurdo inexplicable más que en un escenario de acontecimientos heroicos que relatar a su vuelta a casa. Peor aún, muchos de ellos ni siquiera volverían. Los primeros que mueren en batalla no tienen tiempo de conocer el horrible despertar de sus sentimientos patrióticos, pero los que llegan hasta el final o sobreviven envían crónicas patéticas y demoledoras sobre una empresa poco gloriosa. Brooke todavía canta las glorias de la guerra pero Sassoon, Read y Owen pintan cuadros surrealistas sobre los escenarios del frente. Los supervivientes arrastraron durante años su sentimiento de frustración ante una Europa dividida, violenta y en ruinas donde los valores tradicionales inspirados en el cristianismo parecían haber sido desterrados para siempre. Este sentimiento del subconsciente colectivo será magistralmente documentado por T.S.Eliot en The Waste Land.

            Como consecuencia de esta guerra habría que destacar un hecho fundamental en literatura que es el cambio en la concepción de este tipo de héroe. El concepto de héroe tradicional del que se nutre la literatura épica durante siglos es aquél que demuestra hombría, honorabilidad, caballerosidad y entrega en la defensa de una causa que considera justa. Su fe en el ideal noble y su defensa del código de honor romántico le hacían admirable y admirado ya que sabía ganar siendo generoso con el vencido y sabía perder admitiendo la superioridad del adversario. Había violencia en el proceso de redención pero también había belleza. La inmolación generosa ante el destino exigía sangre y, a veces, muerte pero esa dinámica redentora ponía en marcha una peculiar liturgia de salvación que apaciguaba el sentimiento de culpa. El héroe raras veces reconoce sentimientos de culpa.

            Todos estos valores son atropellados en un conflicto de dimensiones gigantescas donde la frialdad de la máquina domina a la nobleza del espíritu, donde la anterior relación vencedor-vencido, codificada y humanitaria, es atropellada por la insensibilidad del ingenio mecánico. El enfrentamiento cuerpo a cuerpo se suplanta por el más frío anonimato; de sentir el calor o el sufrimiento del enemigo cercano se pasa al asesinato calculado y en masa. Los cronistas de guerra substituyen el canto épico a la valentía y al arrojo del soldado por cifras de muertos desconocidos; las implicaciones morales de matar a distancia con máquinas perfectas y de forma anónima desplazarán el interés deshumanizando el proceso. El héroe ya no es el personaje conocido y admirado sino el ingeniero oscuro y en equipo o el laboratorio sofisticado y lejano. La estatura del héroe se deforma al privar al proceso de un final redentor.

            Por lo que respecta a la mujer, el cambio es, si cabe, más profundo. Hasta ahora, la heroína épica ganaba estatura trágica  a la sombra del varón; se dedicaba casi en exclusiva a la maternidad, condenada a la soledad de la espera del guerrero, enclaustrada a veces para evitar un exhibicionismo peligroso. Ella se ganaba la admiración a base de saber encajar el sufrimiento con dignidad, la soledad con esperanza, la posible viudedad con resignación inculcando en la prole las mismas virtudes de generosidad y entrega que a ella le habían enseñado. Este arquetipo femenino sublimaría sus instintos como mujer para ponerlos al servicio de sus instintos como madre. En semejante proceso, la maternidad ahoga y sublima la sexualidad pero provoca un cierto sentimiento de liberación de culpa y, por tanto, de redención a través precisamente de la inmolación de sus instintos más genuinos.

            Este tipo de mujer se va a transformar en una mujer emprendedora e independiente, que sale de la retaguardia y se acerca al frente corriendo riesgos al lado del varón y compartiendo el mismo destino que el soldado. Va a sacrificar su instinto maternal y lo va a sublimar en un altar diferente; se sentirá realizada más como mujer-parte de un sistema supuestamente asexuado que como mujer-madre en su papel antropológico tradicional. Se sentirá más libre y más independiente porque podrá elegir su destino pero será cada vez más consciente de su vulnerabilidad ante la discriminación de las normas al uso.

             Dentro de este contexto van a surgir los grandes nombres a los que nos vamos a referir inmediatamente. Casi todas las antologías y manuales están de acuerdo en que este grupo posee características lo suficientemente homogéneas como para estudiarlo conjuntamente y lo dividen en dos subgrupos generales, dependiendo de si sobreviven a la guerra o mueren en batalla.

 

 

I. Los muertos en batalla

 

            Rupert Brooke (1887-1915). Suele utilizarse su nombre como el típico paradigma de los poetas de la guerra. Es un creador de gran personalidad. Su tratamiento poético demuestra valentía y arrojo, y su muerte representó una pérdida incalculable para las letras inglesas. Para su corta edad, ha viajado ya ampliamente por Europa, América y Canadá y ha recibido una cuidada educación en Cambridge. Hijo de familia acomodada, sin problemas que resaltar en su infancia y adolescencia, se va a iniciar en la poesía de forma natural rodeado por el paisaje arcádico de la Inglaterra de principios de siglo. Fruto de estas vivencias será la composición de un exaltado poema en plan panegírico titulado  "The Old Vicarage, Grantchester" (1912).

            Sirve principalmente en el frente de Bélgica y durante 8 escasos meses protagoniza varias misiones en diversos puntos de Europa. El destino le deparará una muerte irónica, alejado del frente y por un simple ataque de fiebre. Nada más recibirse la noticia de su muerte, su figura se agrandó y mitificó; la tragedia magnificó su estatura poética y la opinión pública lo convirtió muy pronto en un joven valiente, un poeta inspirado y un patriota idolatrado.

            Lo más destacado de su obra de guerra son los cinco sonetos titulados 1914 que pronto se hacen muy populares. Uno de ellos, "The Soldier", que llegará a leerse públicamente en la catedral de St. Paul, se convertirá desde entonces en un punto inevitable de referencia para el subconsciente colectivo de Gran Bretaña. En todos ellos, se percibe todavía la liturgia romántica sobre la guerra: la lucha como redención, la entrega y la solidaridad del frente en oposición al individualismo y la corrupción de la retaguardia, la labor catártica del soldado en acción contrapuesta a la tácita complicidad de la sociedad civil. En algunos de sus versos de preguerra puede percibirse un incipiente cinismo que nos hace suponer que, de haber sobrevivido, hubiera desembocado en la típica desilusión de posguerra. No hubiera sido posible mantener la misma actitud romántica de haberse enfrentado en los últimos años de la guerra al absurdo de la trinchera, a la enfermedad, al estancamiento del frente y a la sensación de impotencia e inutilidad del enfrentamiento que caracterizó a la contienda en sus últimos tramos. Aunque en algunos de sus poemas iniciales como "Grantchester" reconocemos características típicas de los georgianos, no obstante su verso de guerra va a ser más acerado e incisivo respondiendo a los condicionantes de esas nuevas circunstancias.

 

            Edward Thomas (1878-1917). Nace en Londres y comienza su carrera literaria escribiendo en The Manchester Guardian. En sus inicios como escritor utilizó la prosa pero siempre dentro de un tratamiento georgiano de los temas: atención especial a la naturaleza arcádica al estilo de Thomas Hardy y preponderancia en el acercamiento temático al paisaje inglés como algo idílico. Su cambio de residencia hacia Sussex y su amistad con Robert Frost le inclinarían más tarde hacia el cultivo de la poesía. En sus colecciones iniciales como Poems y Last Poems demuestra su predilección por lo exótico y la belleza natural del paisaje rural inglés. Su poesía destaca más por el sentimiento emotivo que por la descripción. No obstante, su experiencia como soldado endurecería, como es lógico, su actitud poética inicial y le conduciría hasta la dureza típica de su verso de guerra. Los horrores de la trinchera le proporcionarían, irónicamente, una cierta confianza en sí mismo y una súbita revelación personal sobre cuál era su función como poeta. Muere en Arrás (Francia) en 1917 en plena batalla.

            Aunque el destino le llevó a convertirse en un poeta de guerra, muchos críticos lo siguen juzgando como una de las personalidades poéticas más distinguidas del mundo georgiano. No es éste el caso de F. R. Leavis quien piensa que

 

Edward Thomas is concerned with the finer texture of living, the here and now, the ordinary moments, in which for him the 'meaning' (if any) resides. It is as if he were trying to catch some shy intuition on the edge of consciousness that would disappear if looked at directly" ... (his) negativeness has nothing in common with the vacuity of the Georgians. He was exquisitely sincere and sensitive, and he succeeded in expressing in poetry a representative modern sensibility

 

            A pesar de la opinión de Leavis, es precisamente como cronista poético del paisaje y la vida rural inglesa donde más a gusto se siente. En realidad, es el poeta de la contemplación: delicado en la observación, emotivo en el recuerdo, armonioso en el sentimiento emocional y fino en la selección del muestrario poético.

 

            Isaac Rosenberg (1890-1918). Nace en Bristol de familia judía y humilde y se van a Londres en 1897. Abandona la escuela a los 14 años y continúa después sus estudios en el nocturno simultaneando estudio y trabajo en una pequeña imprenta. Este detalle, poco habitual entre familias humildes en esta época, dice mucho sobre su vocación por las artes y las letras. Realmente, su afición temprana sería la pintura aunque nunca tendría tanto éxito como con la poesía. En 1914 se va a Sudáfrica donde pasa un tiempo con una hermana, para volver muy pronto a Inglaterra a enrolarse en el ejército en 1915. Ya antes, en 1912, había publicado por su cuenta un librito de poesía titulado Night and Day al que pronto le seguirán otras dos obras Youth y Mosses, A Play. Muere en batalla en 1918 y a partir de su muerte comienza a ser conocido. Al igual que Owen no alcanza su plena madurez poética pero nos deja impresionantes testimonios de los horrores de la guerra. Es especialmente conocido por sus "trench poems" escritos entre 1916 y 1918 que demuestran una ingeniería poética muy original. En 1937 aparecen sus Collected Works prologados por Siegfried Sassoon. Insiste como el resto de sus compañeros en la violencia innecesaria, en la pérdida de identidad y sobre todo en el sacrificio inútil de ese joven soldado que se inmola generosamente en un altar que le resulta ajeno. A pesar de que la temática de guerra va a estar omnipresente en sus poemas a partir de su alistamiento, no obstante, no hizo de aquélla una vocación personal como sería el caso de Owen. El horror de la trinchera era para él un hecho más, igual de cruel que para Owen, pero más impersonal. Según nos cuenta en una carta a L. Binyon desde Francia en 1916, él era consciente de ese peligro y estaba dispuesto a desafiarlo. Intentaba que la guerra fuera otra experiencia más que sembrada en su consciencia poética la enriqueciera. Confesaba además que no permitiría que la guerra dominara su vena poética en caso de sobrevivir y que ni un sólo escondrijo de su consciencia apareciera dominado, aunque sí influido, por ese sentimiento de horror que con el tiempo sería depurado en sentimiento poético. Pero el destino le negaría esa posibilidad.

 

            Wilfred Owen (1893-1918). Se trata del poeta de más envergadura del grupo. Él les dio cohesión y significó una referencia integradora en el tratamiento de los temas más típicos. Probablemente, la poesía inglesa perdió con su muerte una de las grandes voces de su historial poético.

            Nace en Oswestry (Shropshire) y se educa en la Universidad de Londres. A sus 17 años, en 1910, cuando está en plena vigencia la poesía georgiana comienza a escribir sus primeros versos. Es empujado a ello por un amigo francés al que conoce en una estancia en Burdeos. En 1915 se enrola en el ejército y cae herido en 1917 volviendo a Gran Bretaña (cerca de Edimburgo) para convalecer en un hospital. Su estancia como convaleciente se caracterizó por la alegría, las ganas de vivir y una envidiable plenitud poética. Allí compuso parte de su poesía, leyó con voracidad, recitó en ocasiones algunos de sus poemas e hizo grandes amigos, entre los que habría que contar a Siegfried Sassoon. Teniendo en cuenta lo avanzado de la guerra, la moral entre los heridos era alta y estaban convencidos de su victoria final al término del enfrentamiento. Volvió al frente en octubre de 1918 y murió en batalla en noviembre de ese mismo año a solamente una semana de firmarse el armisticio.

            Sus poemas fueron reunidos por Sassoon primero en 1920 bajo el título Poems. Más tarde, en 1931, E. Blunden confeccionaría una edición más completa y la publicaría bajo el título The Poems of Wilfred Owen. Al contrario que con Brooke o Sassoon, cuyos poemas adquirieron renombre e impacto inmediato, hemos de esperar hasta la edición de Blunden para que Owen sea conocido.

            Fue realmente un poeta malogrado. Poseía inteligencia, sentido del ritmo y profundidad ideológica: "(he) was really a remarkable poet, and his verse is technically interesting. His reputation is becoming well established" . Pocas veces se equivocaba en la selección de la palabra justa y poseía un envidiable oído musical. Respecto a su temática, recoge las mismas preocupaciones que el resto del grupo, es decir, el horror del frente, la violencia innecesaria y el absurdo del enfrentamiento. Pero la originalidad de Owen es que pasa muy pronto de una mera observación y descripción de la violencia física a una meditación en tono filosófico y elegíaco sobre la misma. Esta reflexión gana en profundidad cuando el tema es el de la juventud inútilmente sacrificada ("those who die as cattle"). Respecto a la técnica, descubre un nuevo elemento que se va a denominar para-rhyme, es decir media rima, y que va a ser utilizado con profusión por poetas posteriores, especialmente en los años '30.  Va a rimar, por ejemplo, sonidos como hall y hell consiguiendo efectos hasta ese momento no experimentados. Difíciles de entender, al principio, sus mejores poemas como "Insensibility" o sobre todo "Strange Meeting" representarán, no obstante, las mejores ilustraciones de las penalidades, la desilusión y el horror del frente.

            En el prefacio a uno de sus libros que una muerte abticipada dejó inacabado decía:

 

This book is not about heroes.

 English poetry is not yet fit to speak about them.

 Nor is it about deeds, or lands, nor anything about glory,

 Honour, might, majesty, dominion or power, except war.

Above all, I am not concerned with Poetry.

 My subject is War and the Pity of War.

 Poetry is in the Pity.

 

            Deducimos de estas palabras que el sentimiento patriótico inicial se había ya desvanecido. No sabemos lo que hubiera ocurrido de haber sobrevivido pero nos hace suponer una gran dificultad de adaptación a ese otro mundo sin violencia. Su ego se nos antoja herido, desgarrado, sin otro punto de referencia que la guerra misma. En poemas como "Greater Love" o "Strange Meeting" reconocemos, en brochazos duros y secos, una realidad casi onírica mediatizada por un único punto de referencia: la crueldad y la violencia innecesaria del frente. La rabia y la desesperación alejan del mensaje cualquier posibilidad de redención.

 

            Francis Ledwige (1891-1917). Es probablemente el poeta menos conocido de los que mueren en batalla, posiblemente porque es irlandés. Tampoco sabemos lo que hubiera ocurrido con su carrera poética si no hubiera sido cortada a una edad tan temprana. Influenciado por el folklore y la tradición campesina de su país, Ledwige busca una identidad propia y la guerra europea le resulta un tanto alejada de sus preocupaciones. Estamos ya en los últimos años de las grandes revueltas pre-independentistas en Irlanda y desgraciadamente no sobrevivirá para contemplar el resultado ya muy cercano. Para él la guerra significó un mal sueño que vino a enrarecer sus años felices de infancia y adolescencia y a alejarle definitivamente de su querida Irlanda.

 

            Otros poetas dignos de mención y que también mueren en batalla serían los siguientes: Julian Grenfell (1888-1915), Charles Sorley (1895-1915) y T.E. Hulme (1881-1917).

 

II. Los supervivientes.

 

    Siegfried Sassoon (1886-1967). Al igual que varios de sus compañeros, Sassoon se inicia en el mundo de la poesía de la mano de los georgianos. De hecho, varios de sus poemas aparecen en las antologías georgianas destacando desde el principio como una de las mejores plumas. No obstante, muy pronto reconoce que las limitaciones temáticas del grupo le quedan demasiado estrechas para sus aspiraciones. La lírica del amor o el canto al paisaje inglés no le resultan satisfactorios y comienza a adentrarse en las doctrinas freudianas, la metafísica y la psicología. Su participación en el frente cambiaría completamente su percepción poética y durante años predominarían como temas esenciales el horror y el odio generados por la guerra e inspirarían sátiras agudas y parodias llenas de trasfondo. También él, al igual que Brooke, adoptó una actitud romántica en los primeros momentos para ir poco a poco cediendo ante la desilusión y el desaliento. Su principal preocupación sería la del soldado anónimo que sirve de carne de cañón para defender unos intereses que desconoce y con los que no suele comulgar. En poemas como The Old Huntsman (1917) y Counterattack (1918) despliega sus dardos punzantes en contra de políticos y militares. Es el primer cronista del absurdo y el horror del frente, abandonando muy pronto el tono triunfalista y romántico de algunos de sus compañeros. No existen para él actos heroicos en la trinchera, sólo el frío, la crueldad y la impotencia. Dentro de ese contexto deshumanizado no hay lugar para sentimientos nobles, priman la abulia y el resentimiento.  

            Una vez terminada la guerra continúa escribiendo versos, a menudo bajo pseudónimo y siempre satíricos e hirientes. Su inicial agudeza intelectual va poco a poco degenerando en posicionamientos repetitivos y en obras como Collected Poems (1938) da la impresión de ir en círculos. En colecciones posteriores, como The Path to Peace (1960) se vuelve más objetivo y generoso abandonando su postura agria y crítica con respecto a la vida. En sus dos autobiografías de semificción, The Memoirs of George Sherston [3 vols. (1928-36)] y Siegfried´s Journey [3 vols. (l945)] nos presenta el contraste entre el mundo anterior a la guerra y el posterior. La crítica suele coincidir al catalogarlo como un poeta duro y seco, desilusionado por la fatalidad y la adversidad de la guerra, que arremete contra todo con sus versos precisos e hirientes pero que, a la vez, nos sorprende con su visión honesta de los hechos, su madurez humana y su dominio del arte poético.

       

            David Jones (1895-1974). Nace en Kent de padre galés. Después de terminar sus estudios en la Escuela de Arte, entra en filas en 1915 y allí permanecerá hasta el fin de la guerra. Son precisamente estas experiencias las que le van a servir de base para su gran obra The Anathemata (1952). Se trata de una presentación en forma emotivo-poética de los elementos esenciales que configuran la historia europea, de su cultura y de los hombres que participan en ella. De sus planteamientos se desprende que casi todo lo relacionado con el hombre es respetable, casi sagrado, que nuestras formas de convivencia y nuestras actitudes estéticas constituyen una acumulación de experiencias y afectos consagrados por el uso y redimidos por el tiempo y el sufrimiento, que esas fuerzas misteriosas que dirigen el mundo y afectan nuestras vidas escriben con líneas derechas sobre nuestros renglones torcidos y que la filosofía cristiana es realmente la forjadora de nuestra cultura occidental.

            In Parenthesis (1937) es su primera obra y está inspirada en la primera guerra mundial. Jones evita intencionadamente una excesiva concentración en un solo héroe y prefiere esparcir protagonismo entre todo un grupo. Consta de 7 partes y unas 40.000 palabras. Demuestra aquí sus cualidades imaginativas aunque el poema es de corte realista. Dentro de un tratamiento imaginativo predomina la objetividad poética y el magnífico trenzado de hechos históricos. Compuesto después de los grandes títulos de Eliot y Joyce, podemos observar su influencia. Aunque la temática es muy parecida a la utilizada por Owen o Brooke, su técnica es muy diferente. Al igual que aquéllos introduce lo ritual, lo ceremonioso y lo mitológico en su narrativa y usa notas para explicar las referencias pero al contrario que éstos encuentra un cierto sentido al sufrimiento y a la matanza de la guerra, al misterioso ritual del odio y a la irónica experiencia de tener que aprender de las cenizas y de la destrucción.

            Su último poema The Sleeping Lord and Other Fragments (1973) lo publica poco antes de morir y una vez más combina la prosa y el verso con efectos fantasiosos que le van a dar buenos resultados.

 

            Edmund Blunden (1896-1974). Nace en Suffolk y arranca como poeta, al igual que muchos de sus compañeros, de los georgianos.  Poeta, crítico y humanista puede considerarse como un fiel intérprete de la vida rural inglesa en su vertiente pacífica, pintoresca e idílica. En esta línea produce una importante muestra de su poesía inicial. Destacar un sentimiento especialmente sincero por el paisaje y la vida del campo, una textura muy original del verso y la riqueza de sus expresiones rústicas. En ese ambiente, es capaz de crear un mundo muy personal donde poder refugiarse de las agresiones externas y, sobre todo, de los desagradables recuerdos de la guerra. En su fantasía poética crea una arcadia personal muy peculiar inspirada en sus recuerdos infantiles. Como muy bien apunta F.R. Leavis, “Mr. Blunden's best poetry, with its simple movements, its conventional decorum, and its frank literary quality, is the poetry of simple pieties... because the immemorial rural order that is doomed was real to him. It is not likely that a serious poet will be traditional in that way again” .

            Soldado también en la primera guerra mundial, sus versos de guerra carecen de la agresividad de los de Sassoon u Owen. Adopta un tono más tranquilo aunque no menos persuasivo y las mismas claves del mensaje: el horror de la trinchera y el sacrificio inútil del soldado-víctima. A ello añade su desconfianza sobre si el hombre aprenderá alguna vez a vivir en paz. Al apercibirse de la llegada de la segunda guerra mundial, Blunden intenta disuadir a la alborozada juventud inglesa, insistiendo en lo infructuoso del sacrificio y en el engaño de la gloria militar. Entre sus versos de guerra más conocidos, que empiezan a publicarse en los años '20, habría que citar Undertones of War (l928) que le conseguirán fama y prestigio. La guerra interrumpe sus estudios en Oxford pero vuelve a terminar en 1919. Después enseña en Japón y trabaja para el The Times Literary Supplement. Fue profesor de inglés en la Universidad de Hong Kong (1953-1964) y sucedió a Robert Graves en la Cátedra de Poesía de Oxford (1966-1968). Entre sus títulos más conocidos habría que destacar The Poems of Edmund Blunden 1914-30 (1930), Poems 1930-1940 (1940) y Poems of Many Years (1957).

 

            Herbert Read (1893-1968). Nace en Yorkshire y se educa en una granja donde se contagia de la naturalidad y la candidez de las gentes del campo. Sus experiencias en esta época nos las contará más tarde en sendos escritos autobiográficos titulados The Innocent Eye (1933) y The Contrary Experiences (1963). Después de trabajar en un banco se matricula en la Universidad de Leeds y allí le sorprende la guerra. Participará durante tres años como oficial de infantería en Bélgica y Francia. Fruto de estas experiencias serán Naked Warriors (1919) y Collected Poems (1926). En los años '40 va a significar un punto de referencia importante entre un grupo de poetas que reaccionan en contra de la poesía política y comprometida de los años '30. Enseña en la Universidad de Edimburgo (1931-32) y edita durante varios años el Burlington Magazine (1933-1939). En 1953 es nombrado Sir.

            Además de profesor, poeta y periodista, Herbert Read es también un excelente crítico literario. Sus teorías al respecto pueden ser consultadas en obras tan variadas como Form in Modern Poetry, (1932), Art Now (1933), Art and Society (1936) y The Philosophy of Modern Art (1952).

 

                                                                 Bibliografía

 

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RUTHERFORD, A. The Literature of War, London: Macmillan, 1979.

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     F. R. Leavis, New Bearings in English Poetry, Harmondsworth: Penguin, (1932) 1979, p. 55.

     Ibidem, p. 57.

     Ibidem.

     Ibidem, p. 54.

 

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