Temas de Literatura Latina y resumen

 


 

Temas de Literatura Latina y resumen

 

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Temas de Literatura Latina y resumen

 

     I. ¿Qué es un género literario?

La palabra «género» procede del latín genus, 'género, clase, especie'. En literatura, como en otros campos, el género es un criterio que permite la distinción y la clasificación: género es cada una de las categorías en que se pueden agrupar obras que participan de unas características esenciales y se atienen a reglas comunes.

La teoría de los géneros literarios en Grecia parte de Aristóteles, quien en su Poética, estableció tres como fundamentales: épico, trágico y lírico. Cada uno de ellos venía definido por un modo de expresión y un estilo propio que debía adecuarse a su finalidad estética.

En la civilización romana, fue el poeta Horacio quien recogió las teorías griegas referentes a la creación literaria, en su Epístola a los Pisones, también conocida como Arte poética, propugnando una imitación sin servilismos de los autores y las obras de la Grecia clásica.

 

     II.  La influencia griega.

La literatura latina se desarrolló desde sus comienzos, allá por el siglo III a.C., en un ambiente impregnado de helenismo, de tal manera que la influencia de modelos griegos es perceptible en las obras latinas de todos los géneros literarios.

La influencia griega estuvo presente en la sociedad romana desde la época de los reyes etruscos (siglos VII-VI a.C.), pero no siempre fue directa ni se le dio la misma acogida. Para la plebe romana el influjo griego era antiguo y estaba muy enraizado en el lenguaje, en las costumbres o en la religión, como resultado de las relaciones comerciales y del trato con esclavos helenizados. En el caso de la nobleza, el helenismo penetró durante los siglos III-II a.C. de manera artificial, como un refinamiento que acompañó los despojos de guerra de las ciudades griegas de Italia y de las potencias helenísticas orientales, y caló tan hondo que las familias nobles no tenían reparos en hacer que sus hijos fueran educados por pedagogos griegos traídos como prisioneros

Se creó una nobleza filohelena; pero frente a ella hubo sectores que por orgullo preferían mantenerse alejados de las formas de vida griegas, de los intereses comerciales y de la relación con los vencidos. Con todo, pese a las sospechas que despertaba y las diversas reacciones conservadoras, triunfaron los intereses políticos y económicos y el helenismo acabó por imponerse, al tiempo que el conocimiento de la lengua griega se hizo ya indispensable. 

La literatura latina nació como una manifestación más de ese helenismo asimilado conscientemente entre la aristocracia dirigente. Aunque se siguieron los prototipos griegos, las tendencias itálicas no llegaron a desaparecer en las obras de los autores latinos y sirvieron para dar un sello propio a las dignas imitaciones del arte de los griegos, que en ocasiones llegaron a superar.

Los autores latinos sintieron el deseo de oponer a la cultura griega una cultura «nacional», por más que fuese elaborada a semejanza de aquella. No obstante, es un error tachar a los romanos de poco originales, porque la originalidad sólo se ha considerado criterio para la creación estética desde fines del siglo XVIII. 

 

         TEMA I.

       

        El teatro (Plauto, Terencio, Séneca)

 

     I. Introducción: orígenes y características del teatro romano.

     II. Clasificación del teatro latino.

     III. La comedia: Plauto y Terencio.

     IV. La tragedia: Séneca.

 

     I. Introducción: orígenes y características del teatro romano.

El teatro en Grecia y en Roma era un género poético, es decir, se trata de poesía dramatizada.

  La conquista de las ciudades griegas del sur de Italia, en los siglos IV y III a.C. permitió a los romanos conocer el teatro como género literario y como estructura arquitectónica. Según el testimonio de Tito Livio, en el 364 a.C. tuvieron lugar en Roma las primeras representaciones escénicas, dentro de una serie de actos rituales destinados a combatir una epidemia de peste.

Si en sus orígenes el teatro latino era una celebración cultual, pronto se independizó y quedó exclusivamente como espectáculo de entretenimiento, sufragado por los magistrados que buscaban con ello ganar popularidad. Esto explica la preferencia que los romanos sintieron hacia la comedia y la escasa popularidad de la tragedia. 

El mayor éxito de la comedia podía explicarse también porque el público romano estaba acostumbrado desde antiguo a las danzas escénicas de los etruscos, en las que se mezclaba las chanzas fescenninas con burlas, mimos y cánticos.

Los actores eran siempre varones, que podían representar varios papeles, incluso femeninos, cambiando de indumentaria y de peluca (en la comedia no usaban máscaras como los actores griegos).

Los primeros teatros aparecieron en el siglo III a.C., pero eran estructuras provisionales levantadas para cada ocasión. Los primeros edificios de piedra se erigieron a mediados del siglo I a.C., pero en ellos se aprecian diferencias significativas con respecto a los teatros griegos. 

Los griegos solían aprovechar una ladera o un declive del terreno para disponer el graderío semicircular, mientras que los romanos valiéndose de arcos y estructuras abovedadas pudieron levantar edificios exentos. La práctica eliminación del papel del coro en las representaciones romanas, conllevó que la zona semicircular que le estaba reservada quedase notablemente reducida. 

El escenario romano disponía de un decorado fijo (frons scaenae), que simulaba una estructura arquitectónica: una especie de edificio con tres puertas, adornado con tres pisos de galerías columnadas, que se acomodaba a la convención de que la acción tenía lugar en plena calle, delante de tres casas.

 

     II. Clasificación del teatro latino.

     La primera y fundamental división es entre tragedia y comedia. La tragedia suele presentar como protagonistas a dioses o héroes, con un lenguaje solemne y elevado. La comedia se ocupa del hombre de la calle y su lenguaje es desenfadado y a veces grosero.

     Ambas surgen en Roma con la traducción de obras griegas, cuyo asunto, lugar y personajes son griegos. Más tarde se da la romanización de estos géneros, por lo que existen cuatro tipos de obras:

Tragedia crepidata. De tema griego. Mitológica. Séneca.

Tragedia praetexta. De tema romano. Historia de Roma.

Comedia Palliata. De tema griego. Plauto y Terencio.

Comedia Togata. De tema romano.

 

     III. La comedia: Plauto y Terencio.

La comedia latina más conocida, la de Plauto y Terencio, corresponde al tipo denominado fabula palliata, que toma su nombre del pallium, una especie de manto griego con el que se cubrían los actores. Se trata de representaciones en las que los personajes y la ambientación son griegos. La fabula togata, en la que los personajes y los argumentos eran puramente romanos, no tuvo éxito en Roma.

Los comediógrafos traducían o adaptaban obras griegas, y ocasionalmente se valían del procedimiento llamado contaminatio, que consistía en superponer dos argumentos de comedias griegas.

III a. Tito Maccio Plauto (254-184 a.C.), gozó de gran popularidad en su época. Era originario de Sársina (Umbría). Se cuenta que se trasladó a Roma siendo joven, y allí fue soldado y comerciante, y que, tras arruinarse, se hizo molinero al tiempo que empezaba a escribir comedias.

Se le adscriben hasta 130 obras, de las cuales sólo se tienen por auténticas 21. Plauto se inspiró en los autores de la Comedia Nueva griega, principalmente Menandro. Pero no se limitó a traducir, sino que adaptó los originales introduciendo elementos del gusto romano, canciones y danzas.

Las obras de Plauto, aunque más toscas, superan en comicidad a las griegas. Los personajes eran los mismos de las comedias griegas: jóvenes alocados, viejos gruñones, parásitos, soldados fanfarrones, etc.; el argumento estaba lleno de situaciones de enredo, engaños y confusiones. Pero Plauto añade variedad y originalidad a los temas y a los personajes porque su intención es hacer reír al público romano.

La lista de comedias de Plauto consideradas auténticas es la siguiente: Anphitruo, Asinaria, Aulularia, Bacchides, Captivi, Casina, Cistellaria, Curculio, Epiducus, Menaechmi, Mercator, Miles gloriosus, Mostellaria, Poenulus, Pseudolus, Persa, Rudens, Stichus, Trinummus, Truculentus y Vidularia.   

III b. Publio Terencio Afro (190-159 a.C.) provenía de Cartago, de donde había sido traído como esclavo de Publio Terencio Lucano, un senador que le dio la libertad y una educación según las costumbres romanas. Terencio triunfó en los círculos literarios romanos, mientras que el pueblo prefería a Plauto.

Se conservan seis comedias de Terencio, basadas en obras griegas conocidas. Así por ejemplo, Andria, Heautontimorumenos (El que se atormenta a sí mismo), Eunuchus (El eunuco) y Adelphoe (Los hermanos), se corresponden con comedias de Menandro, mientras que Phormion (Formio) y Hecyra (La suegra) están basadas en obras de Apolodoro de Caristo.

Las comedias de Terencio son sátiras frívolas y ocurrentes sobre la vida de los aristócratas; no tienen la comicidad de las obras de Plauto, sino que recurren a la ironía y a un sutil dominio de la estructura dramática y de los personajes. Hay una doble trama, se mezclan dos romances cuyos desenlaces respectivos se hallan en dependencia.

Terencio toma de Menandro una visión del mundo menos ruda que la que imponía la antigua virtus, y con él comienza a surgir el concepto de humanitas.

 

     IV. La tragedia: Séneca.

Las obras de los gramáticos conservan fragmentos de tragedias de los siglos III y II a.C., y tenemos noticia de que Andronico, Nevio, Ennio, Pacuvio y Accio hicieron traducciones de originales griegos. Parece ser que fueron autores de época arcaica quienes conocieron mayor éxito con sus obras trágicas.

La tragedia romana tenía en Eurípides el modelo fundamental. El coro es una especie de comparsa con un locutor, y la danza ha desaparecido, si bien abundan las partes cantadas, monódicas y corales. Siempre hay una intención moralizadora. Los temas principales son: el destino y las consecuencias de las acciones arbitrarias.

Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.), era oriundo de Córdoba, en Hispania. En Roma estudió retórica y filosofía, decantándose desde un primer momento por el estoicismo. En el 49 d.C., Séneca fue designado tutor de Nerón, quien asumiría el trono en el 54. Cuando el emperador comenzó a mostrar signos de locura, abandonó la vida pública y se consagró a la filosofía. En el 65 hubo una conjura contra Nerón, en la que se le acusó de tomar parte, y tuvo que suicidarse por orden imperial.

Séneca cultivó varios géneros literarios: epistolografía, ciencias naturales, filosofía y drama. Escribió nueve tragedias, concebidas para ser recitadas o leídas, en las que se aprecia la gran influencia de Eurípides. Adaptó leyendas griegas: Hércules Eteo, Hércules furioso, Las troyanas, Las fenicias, Medea, Fedra, Edipo, Agamenón y Tiestes. Se atribuye a Séneca una tragedia más: Octavia, aunque se discute su autoría. 

En sus argumentos, además de los elementos sobrenaturales, se introducen asesinatos, venganzas, horror y pasiones enfermizas, que alcanzan tonos de melodrama. En Séneca el coro se desenvuelve a la manera griega, pero hay que tener en cuenta, que sus tragedias son un puro ejercicio literario, totalmente desvinculado de la escena.

Las tragedias de Séneca, escritas en un estilo retórico, son de una gran solidez formal. En el tratamiento de los personajes muestra una extraordinaria capacidad analítica e introspectiva, puesta al servicio del fatalismo estoico que los caracteriza. 

 

     TEMA II.

 

     La historiografía: César, Salustio, Livio, Tácito.

 

I. Introducción.

      a. Concepto antiguo de historia.

      b. Los analistas.

      c. Las monografías.

II. César.

III. Salustio.

IV. Tito Livio.

V. Tácito.

 

I. Introducción.

a) Concepto antiguo de historia.

Para los griegos el término historía no significaba sólo 'relato de acontecimientos ordenados con un criterio cronológico', sino que designaba genéricamente el conocimiento adquirido por descubrimiento o investigación, especialmente sobre algo que sucedió como consecuencia de la intervención del hombre.

El paso hacia una Historia que implicaba una referencia a hechos acontecidos en un pasado más o menos próximo, pero desvinculados de las tradiciones épicas, y que intentaba dar una descripción global de las transformaciones de una sociedad y de sus causas se produjo en Grecia a mediados del siglo V a.C.

Heródoto (484-420 a.C.) y Tucídides (465-395 a.C.) fueron los primeros historiadores en sentido pleno de la Antigüedad, y sería también un griego, Polibio (llevado a Roma como rehén en el 168 a.C.), quien introduciría la literatura historiográfica de cuño griego en Roma.

La historiografía griega conlleva una visión del mundo racionalista: el historiador debe tratar de justificar el porqué de los hechos ocurridos. Los romanos, a partir de Polibio, objetivarían esa visión griega de la historia; no les interesaba ya el «porqué», sino el «para qué», tenían que encontrar en el pasado la justificación de su poderío presente.

 

b) Primeros historiadores romanos: los analistas

Después de La segunda Guerra Púnica, el orgullo romano no encontró satisfacción en la historiografía griega, que trataba los asuntos de Roma de pasada y secundariamente o emitiendo juicios negativos. No obstante, estos primeros historiadores romanos utilizarían como fuente a los griegos.

Los primeros historiadores romanos (finales del siglo III a.C.) recibieron el nombre de analistas porque recogieron en sus obras acontecimientos históricos que, tomando al troyano Eneas como punto de partida, seguían una cronología anual y, en consecuencia, dieron a sus obras el título de Annales. Los analistas primitivos escribieron sus obras en griego, y no en latín, por el hecho de que la lengua de los griegos era la connatural del género histórico. 

Entre estos primeros analistas se encuentran Fabio Píctor, Cincio Alimento y Postumio Albino.

Aunque su ejemplo no fue seguido inmediatamente, Marco Porcio Catón (234-139 a.C.), conocido como Catón el Viejo, fue el primer historiador que empleó el latín en una obra historiográfica, sus Origines (de la que sólo se conservan unos fragmentos). 

Los analistas tenían una visión muy estrecha de la Historia, tan sólo les interesaba la de Roma, que tuvieron que crear artificialmente, preocupándose más por la coherencia que por la veracidad. Para ello recurrían a veces a la falsificación de documentos; si carecían de documentación se inventaban o deformaban los hechos, siempre para proteger el orgullo nacional.

 

c) Nuevas tendencias: monografías.

Aunque muchos historiadores de los últimos tiempos de la República puedan insertarse todavía dentro de la corriente analística, contrariamente a los que pretenden escribir obras que abarquen la Historia de Roma desde los mismos orígenes, algunos historiadores comienzan a escribir monografías, en las que narran sólo sucesos singulares o breves períodos de tiempo que les parecen importantes.

 

II. César.

César  (100-44 a.C.) fue importante como militar, y como estadista creó los cimientos del futuro sistema imperial romano al final de la República. En lo que atañe a su faceta literaria, por los escasos restos conservados sabemos que sus inquietudes abarcaron diversos géneros: retórica, epistolografía, poesía, etc.; pero, sobre todo, destaca como historiador. 

Bajo el título genérico de Comentarios (Commentarii) se conservan dos obras: La Guerra de las Galias (De Bello Gallico, en siete libros) y La Guerra Civil (De Bello Civili, en tres libros). La primera obra narra en tercera persona las campañas que el propio César dirigió para la conquista de las Galias (entre los años 58-52 a.C.); la segunda obra narra, también en tercera persona, los sucesos ocurridos durante la guerra librada entre César y su rival, Pompeyo (años 49-48 a.C.). 

Con sus Comentarios, redactados a manera de informes militares, trató de justificar ante el Senado y la sociedad romana sus actuaciones, utilizando un lenguaje sencillo y preciso, que produce una sensación de espontaneidad y objetividad.

 

III. Salustio.

Gayo Salustio Crispo (86-35 a.C.), nacido en Amiterno, era un plebeyo de origen sabino. En política, se opuso a los optimates, encabezados por Pompeyo Magno, y desde un principio apoyó al rival de éste, Julio César, quien llegó a nombrarle gobernador de Numidia. A la muerte de César ya había amasado una inmensa fortuna, y se retiró de la vida pública para dedicarse a sus trabajos históricos. 

Las dos obras íntegras que se conservan de Salustio son Bellum Catilinae (La conjuración de Catilina), relato de la conspiración del líder político romano Lucio Sergio Catilina (acaecida en el 63 a.C.), y Bellum Iugurthinum (La guerra de Yugurta), historia de la guerra librada a finales del siglo II a.C. por los romanos contra Yugurta, rey de Numidia.

Salustio tomó como modelo al historiador griego Tucídides para intentar explicar los acontecimientos y hacer que sus relatos fueran legibles y dramáticos. Dominaba los recursos de la retórica greco-latina, y los pone al servicio de sus tendencias políticas que no trata de disimular. Su estilo es arcaizante, pues imita a Catón el Viejo y a Ennio; utiliza un tono enérgico, de frases breves, construidas a menudo en forma de paralelismos y reforzadas por la concisión y la yuxtaposición. En ese estilo tan personal expresó su idea central: que la virtus hizo grande a Roma y que su descomposición ha traído la debilidad y la inmoralidad al Estado (consideraba responsable a la aristocracia romana). 

 

IV. Tito Livio.

Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.) nació en Patavium (act. Padua), en el norte de Italia, pero pasó la mayor parte de su vida en Roma, donde fue tutor del futuro emperador Claudio. Su obra Historia de Roma desde su fundación (Ab urbe condita) era una narración en 142 libros de acontecimientos ocurridos desde la fundación de la ciudad en el 753 a.C. hasta el 9 a.C. 

Del total, sólo se conservan 35: los libros I-X (relatos semilegendarios sobre los orígenes de la ciudad); y los libros XXI-XLV (segunda Guerra Púnica y Guerras Macedónicas). El contenido de los libros restantes se conoce a través de fragmentos y de resúmenes hechos por otros escritores posteriores.

Tito Livio escribió durante el reinado del emperador Augusto, cuando el Imperio romano dominaba el mundo mediterráneo. Su intención era doble: por un lado, pretendía demostrar que Roma había sido destinada a la grandeza, ya desde los días de sus humildes orígenes; por otro, deseaba proporcionar un fondo adecuado para las glorias de la época de Augusto. 

Su obra se estructura como un relato lineal y orgánico, es una «historia perpetua». En su base se observan los esquemas de la antigua analística, que utiliza como fuente y de la que es continuador, pero Livio los emplea para configurar un discurso literario nuevo. En ese discurso se conjugan dos elementos: una Historia con pretensiones de veracidad (rehúsa la conjetura si no dispone de testimonios) y una elaboración artística que recurre a la elocuencia y a la retórica (quiere que su Historia sea comparable en estilo y espíritu a la poesía). 

Livio logra una dramatización de los hechos, combinando magistralmente los elementos narrativos con las descripciones, los retratos y los discursos, y eludiendo la tosquedad expresiva de los analistas primitivos. Su espíritu estoico lo lleva a idealizar todo lo que ponga de relieve la grandeza de Roma, y a servirse de la pietas y la virtus para justificar sobre ellas la prosperidad de Roma. 

 

V. Tácito.

Gayo Cornelio Tácito (55-120 d.C.) provenía de una familia senatorial  originaria de la Galia. Fue discípulo de Quintiliano y amigo de Plinio el Joven. Desempeñó diversos cargos y magistraturas y destacó como orador antes de dedicarse a la historiografía. 

Dentro del género historiográfico, cultivó la biografía con De vita et moribus Iulii Agricolae, obra en la que retrata a su propio suegro como un romano tradicional en un mundo decadente. Escribió también Germania, en la que hace una descripción de pueblos en los que cree ver las mismas virtudes que dieron a Roma su grandeza.

Pero las dos obras con las que se consagró fueron Historias (parcialmente conservada) y Annales. Los cinco libros que restan de la primera (se cree que constaba de catorce) abarcan los sucesos del año 68, en el que se sucedieron los emperadores Nerón, Galba, Otón y Vitelio, y el comienzo del reinado de Vespasiano. La segunda obra, en dieciséis libros, abarca de Augusto a Nerón.

Tácito pone su arte al servicio del análisis histórico, creando una historia llena de patetismo y de efectos estéticos que ponen su relato muy próximo a la tragedia. Es un pensador más profundo que Salustio; se opone al Imperio, pero lo presenta como inevitable. También lleva las características del estilo de Salustio (brevedad, concisión y solemnidad) hasta sus últimas consecuencias. 

 

 

 

     TEMA III.

     La épica: Virgilio, Lucano..

 

I. Introducción: significado y orígenes griegos.

II. Primeros poetas épicos en lengua latina.

III. El hexámetro, verso épico.

IV. Virgilio.

V. Lucano.

 

I. Introducción: significado y orígenes griegos.

Forman parte del género épico poemas narrativos extensos, que refieren acciones bélicas y hazañas notables realizadas por personajes heroicos, en los que también intervienen divinidades.

Los términos griegos epikós y epopoiía, de los que en última instancia derivan nuestras palabras «épico» y «epopeya», aluden al carácter oral de las composiciones más primitivas de este género, ya que épos en griego significa 'palabra'. 

Los poemas épicos de Homero, Ilíada y Odisea fueron puestos por escrito en la Grecia del siglo VIII a.C., pero dejaron establecidas las reglas del género para la posteridad. Tienen un fondo antiquísimo de tradiciones indoeuropeas y están en dependencia de la técnica de difusión oral, es decir de la recitación ante un auditorio. 

Cuando el género épico llegó a Roma (s. III a.C.), siendo Homero el modelo, el estilo grandilocuente y solemne de las obras se mantuvo, pero se produjo un cambio importante: la epopeya se convirtió en obra de autores individuales, que tienen una intención determinada previamente y manejan los recursos de un arte sometido ya a reglas fijas. Se pasó, pues, de una épica tradicional y oral, expresión de una colectividad, a una épica culta y escrita, obra de artistas con conciencia de autor.  

Un factor decisivo para que el género arraigara en Roma fue el deseo de los romanos de dar forma literaria al remoto pasado de su ciudad y a los recientes éxitos militares que la habían convertido en dominadora de pueblos.

 

      II. Primeros poetas épicos en lengua latina

Livio Andronico (segunda mitad del siglo III a. C.) fue un griego hecho prisionero en la toma de Tarento. Su dueño, Marco Livio Salinátor, lo puso como preceptor de sus hijos, y más tarde lo liberó por sus méritos. Adaptó al latín la Odisea de Homero en el tosco verso saturnio (el verso latino anterior al uso del hexámetro griego). Su obra se convirtió en libro de texto escolar, usado todavía en época de Horacio. Sólo se conservan unos pocos fragmentos.

Nevio (finales del siglo III a.C.) compuso en verso saturnio el Bellum Punicum, un poema épico inspirado en la primera Guerra Púnica, en la que él mismo luchó. En este poema, Nevio recogió la leyenda fundacional de Roma y el tema de los amores de Eneas y Dido como causa del odio entre Roma y Cartago.

Ennio (primera mitad del siglo II) no era un romano, sino un itálico originario de Calabria. Escribió una historia de Roma, Annales, en hexámetros, forma métrica griega de que introdujo en Roma junto con las leyes de este ritmo poético. Los Annales se convirtieron en la epopeya nacional de Roma hasta la Eneida de Virgilio. En Ennio la forma y el estilo son griegos, pero el espíritu es puramente romano.

 

      III. El hexámetro, verso épico

El verso en el que fueron compuestas la Ilíada y la Odisea, y el que quedó como consustancial del género épico, fue el hexámetro, pese a que las primeras obras en lengua latina fueron redactadas en el verso saturnio. Pero ¿qué es un hexámetro?

La métrica griega y la latina se basan en un ritmo cuantitativo, dado que las palabras están compuestas en esas lenguas de sílabas de cantidad larga o breve. Los poetas ordenan las palabras en cada verso de modo que se adapten a determinados esquemas de alternancia de sílabas largas y breves. Uno de esos esquemas es el hexámetro.

La forma básica del hexámetro (del griego héx, 'seis', y metron, 'medida') es una serie de cinco dáctilos, o pies dactílicos, y un espondeo o un troqueo. 

Un dáctilo es la combinación de una sílaba larga y dos breves, como en la palabra lumina (-uu). Un espondeo se compone de dos sílabas largas, como en la palabra gentes. Un troqueo se compone de una sílaba larga y otra breve, como en la palabra arma. Debe tenerse en cuenta, no obstante, que los pies métricos no coinciden necesariamente con las palabras en el verso, y que ocasionalmente dos sílabas breves pueden ser sustituidas por una larga.

     

      IV. Virgilio.

Publio Virgilio Marón (70 -19 a. C.), cuya juventud había transcurrido en un ambiente influido por la cultura helenística, logró encontrar una fórmula de unión entre la influencia griega y el patriotismo romano. 

Tras una época en que Roma había sufrido constantes guerras civiles, el poeta se había asociado al movimiento promovido por Augusto en pro de una restauración moral y cívica en Roma. Virgilio se propuso escribir un poema nacional que vinculase a la familia imperial con Eneas, el héroe troyano; el resultado fue el poema épico titulado Eneida. 

La Eneida comprende doce libros, en los que se cuentan las penalidades por las que tiene que pasar su héroe, Eneas, para cumplir la misión que el destino le ha encomendado como representante idealizado de un pueblo, misión que no es otra que refundar Troya. Los seis primeros libros constituyen una especie de Odisea, pues narran las peripecias de Eneas, desde su huida de Troya hasta su arribada a Italia, mientras que los seis restantes son una especie de Ilíada ya que relatan las guerras de Eneas en suelo itálico para conseguir establecer allí la raza troyana.

Los poemas homéricos sirvieron de base a Virgilio desde el punto de vista formal, pero en el aspecto ideológico y religioso el poeta imprime a su obra un cuño netamente romano.

 

V. Lucano.

Lucano (39 - 65 d. C.) era sobrino de Séneca. Cordobés de nacimiento, se educó en Roma. Escribió una epopeya, La Farsalia, en la que relata la guerra civil entre César y Pompeyo. Su obra representa la vuelta a la epopeya romana primitiva, ya que sustituyó el tema mítico y lejano por otro patriótico y casi contemporáneo, sin que los dioses intervengan en la acción. Las características fundamentales de su obra son:

  • Ausencia del aparato divino.
  • Ausencia de un héroe-protagonista. Sobresalen tres personajes: César, Pompeyo y Catón.
  • Racionalismo. En ausencia de los dioses lo que cuenta es el hombre y su razón. Todo se explica por sucesos naturales y son abundantes las digresiones de geografía, científicas, …
  • Historicismo. Alejado de la leyenda, hubo quien lo consideró un historiador y sigue técnicas propias de os historiadores como catálogos de tropas, descripciones, …

         Su estilo se caracteriza por un profundo retoricismo. En La Farsalia predomina lo patético, lo trágico, lo misterioso.

          

 

 

 

 

 

 

 

     TEMA IV.

     La lírica: Catulo, Horacio, Ovidio.

     I. Generalidades y primeras manifestaciones.

     II. Catulo.

     III. Horacio.

     IV. Los Elegíacos:

               a) Generalidades.

               b) Catulo, Tibulo, Propercio y Ovidio.

 

     I. Generalidades y primeras manifestaciones.

El nombre del género lírico se explica porque originariamente, en Grecia, los poemas eran cantados o recitados con acompañamiento de la lira. 

Bajo la amplia denominación de «género lírico» se incluyen composiciones poéticas de temas muy variados (erótico, patriótico, idílico, elegíaco, religioso, etc.) y diversas formas métricas, pero que siempre tienen un enfoque personal y subjetivo (el poeta expresa sus sentimientos más íntimos). Los nombres más corrientes para el poema lírico son oda (término de origen griego) o carmen (término latino).

Las primeras manifestaciones líricas en latín son el Himno de los Salios (Carmen Saliorum), los sacerdotes saltadores de Marte, y el Himno de los hermanos Arvales (Carmen fratrum Arvalium), sacerdotes de la divinidad agrícola Dea Día. También hay referencias, aunque nada se conserva, a un himno en honor de Juno Regina compuesto por Livio Andronico (207 a.C.) y a unos antiquísimos carmina triumphalia y carmina convivalia, es decir himnos de victoria y de banquete.

Aparte de estos testimonios de la lírica coral arcaica, la poesía lírica al estilo helenístico se introdujo en Roma en el siglo II a.C., y los primeros poetas líricos puros de nombre conocido son ya de finales del siglo II a.C. y comienzos del I a.C., dentro del círculo de Quinto Lutacio Cátulo (150-87 a.C.), aunque de su obra no se conservan más que citas. 

La siguiente generación de poetas, en la primera mitad del s. I a. C., es la que se agrupa bajo el nombre de poetas nuevos (poetae novi) o neotéricos (neoteroi), expresiones con las que Cicerón se refirió a ellos con cierto desprecio. Sus composiciones breves (el epilio, es la principal muestra), de gran perfección técnica y de gran belleza formal y estilística presentan la marca del influjo alejandrino: «el arte por el arte».  

Todas las características de la lírica de los neotéricos se observan en Catulo. Pero él es primer poeta lírico con una obra conservada relativamente extensa y coherente.

 

II. Catulo.

Gayo Valerio Catulo (87-54 a.C.) era natural de Verona, en la Galia Cisalpina, de donde procedían algunos poetae novi con los que Catulo coincidió en Roma y mantuvo una relación de amistad. Pertenecía a una familia acaudalada e influyente y llegó a Roma en el 62 a.C., introduciéndose pronto en los ambientes de la nobleza más refinada y sus cenáculos literarios.

Fue notoria su tumultuosa relación con Clodia, hermana de Publio Apio Clodio, el enemigo de Cicerón, a la que cantó en sus poemas bajo el nombre de Lesbia.

La colección de sus poemas consta de 116 composiciones de diversa extensión y algunos fragmentos. Catulo emplea metros variados en estos poemas: yambos en los más breves; hexámetros en los más extensos; dísticos elegíacos en los epigramas.

Catulo recoge una doble tradición griega, por una parte se inspira en los líricos arcaicos griegos (Safo, Alceo y Anacreonte) abriendo un camino por el que proseguirá Horacio, y por otra en los alejandrinos (Calímaco, Filodemo).

Los poemas de Catulo podrían clasificarse en tres grupos de acuerdo con los motivos que los inspiran:

 1) poemas mitológicos eruditos (los más extensos) de clara elaboración alejandrina.

 2) poemas satíricos y epigramas, en los que lanza invectivas contra sus enemigos y critica la sociedad de su época e incluso a los políticos.

 3) poemas líricos puros que tratan con expresión sincera de sus sentimientos, ya de amistad, ya de amor. Salvo las composiciones del primer grupo, todas las demás tienen un carácter autobiográfico.

 

III. Horacio

Horacio (65-8 a.C.), nacido en Venusia, en el sur de Italia, era hijo de un liberto que hizo todo lo que pudo para que tuviera una buena educación. Estudió en Roma hasta los veinte años, y luego marchó a Atenas para estudiar filosofía (se inclinó hacia el epicureísmo). Tomó parte en la batalla de Filipos del lado de los asesinos de César, Bruto y Casio. Tras su regreso a Roma, trabó amistad con Virgilio, quien lo introdujo en el círculo de Mecenas, y a través de éste pudo conocer a Augusto. Con todo, siempre fue un celoso defensor de su libertad personal.

La obra de Horacio comprende en un orden cronológico, primero los Epodos (41-30 a.C.); después los tres primeros libros de Odas y el primer libro de las Sátiras (30-20 a.C.); y, finalmente, el segundo de las Sátiras, el Arte Poética, el Carmen Saeculare y el cuarto libro de Odas (20-8 a.C.).

Aunque ya nos hemos referido a los Epodos a propósito de Horacio como autor del género satírico, aquí cabe decir que también hay entre ellos composiciones que preludian el espíritu lírico de las Odas, se trata de aquellas que van dirigidos a sus amigos, en los que la amistad brilla como un sentimiento al que Horacio abre su corazón de modo sincero.

La parte más propiamente lírica de la obra de Horacio está constituida por los cuatro libros de Odas, que Horacio llamó Carmina. Abarcan gran variedad de temas y de tonos, y poseen una extraordinaria perfección formal. Se inspira principalmente en los líricos monódicos arcaicos, Alceo y Safo, también en la lírica coral de Píndaro o Simónides, a los que a veces sobrepasa en algunas de sus odas. De estos líricos arcaicos griegos Horacio toma, además, las combinaciones estróficas.

En cuanto a los temas de las Odas, encontramos reflexiones filosóficas en las que transmite su ideal de vida epicúrea, temas patrióticos, escenas mitológicas, dedicatorias, actualidad política, acontecimientos públicos o privados, banquetes, victorias, la amistad y el amor, pero no sentido, sino academicista.

Su poesía alcanza una extraordinaria maestría porque Horacio, educado en el arte griego, concibe cada poema como una estructura arquitectónica: cada verso se presenta como un elemento independiente perfectamente ensamblado con el siguiente.

Horacio vaticina su fama venidera y quiere que su poesía sirva de canon; por ello, a diferencia de Catulo, en sus composiciones predomina lo formal sobre lo subjetivo. La melancolía, el escepticismo, el disfrute del momento presente (carpe diem), pero acomodándose a una vida apartada y contentándose con poco (aurea mediocritas) se insertan en los poemas de Horacio en forma de situaciones y reflexiones tópicas, teñidas de epicureísmo, pero no suelen ser elementos vivenciales del poeta.

    

     IV. Los elegíacos: Catulo, Tibulo, Propercio y Ovidio.

El género elegíaco está estrechamente asociado al lírico, hasta el punto de que a veces se lo incluye dentro de éste. Está especializado en temas amorosos y tiene una forma métrica especial, dístico elegíaco.

     a) Generalidades

La elegía latina se suele considerar como un subgénero de la lírica por su carácter íntimo y personal, frente a la elegía griega que abarca, además de los sentimentales, otros muchos temas: mitológico, guerrero, político, filosófico, etc. La forma métrica que define este género es el dístico elegíaco: una pequeña estrofa de dos versos, un hexámetro y un pentámetro dactílicos.  

Algunos poetas alejandrinos, como Filetas de Cos y Calímaco (s. IV-III a.C.), compusieron en dísticos poemas mitológicos, en los que se exaltaba la pasión erótica y el amor, con sus alegrías y sus penas; motivos de carácter erótico y pasional se encuentran también dispersos entre las composiciones helenísticas de otros géneros poéticos (comedia, poemas líricos, relatos eróticos, epístolas amorosas, epigramas, etc.). Aunque de diversas fuentes, a Roma llegó abundante material para inspirar a poetas como Catulo, Tibulo, Propercio, Ovidio y Cornelio Galo, quienes crearon una elegía sentimental y subjetiva inexistente entre los griegos. 

La elegía romana, pues, es la expresión de sentimientos personales, entre los que figura en primer lugar la experiencia amorosa, que casi siempre es desgraciada, de ahí que dolor y sufrimiento estén casi siempre presentes en este tipo de composiciones.

Además de este amor desgraciado, casi romántico, los poetas elegíacos utilizan un repertorio común de tópicos:  

1. Pseudónimo de la amada: Catulo: Lesbia; Tibulo: Delia y Némesis; Propercio: Cintia.

2. Encantamientos para lograr el amor.

3. El poeta se presenta como un peritus amoris, un experto en las penas del amor, que pretende ayudar a los demás.

4. El paraklausithyron, o lamento ante la puerta cerrada de la amada.

5. El paralelismo del amor con la milicia: militia amoris.

5. Exhortación a disfrutar del presente: carpe diem.

6. Alabanza convencional de la vida en el campo, de la paz, de la paupertas, es decir, de la vida humilde, o de la aurea mediocritas, por la cual el poeta dice contentarse con poco. 

 

Catulo

A comienzos del siglo I a.C. habían surgido en Roma poetas imitadores y traductores de los epigramas eróticos alejandrinos. Se trata de los precursores de los poetae novi (de los que se habla en la página dedicada a la poesía lírica), cuyo principal representante fue Gayo Valerio Catulo, al que cabe considerar (junto con Cornelio Galo, del que nada se conserva), como primer poeta elegíaco latino; fue una innovación de Catulo la expresión de los sentimientos eróticos en primera persona. Entre sus epigramas en dísticos elegíacos, los hay de  tema fúnebre y satírico, pero también de tema subjetivo y erótico: aquellos en los que introduce el motivo de su relación de amor-desengaño-despecho con Lesbia. 

Tibulo

Se han conservado dos libros de elegías suyas dentro del llamado Corpus Tibullianum, que incluye un tercer libro de composiciones de poetas del círculo de Tibulo y de la poetisa Sulpicia (hermana de Mesala Corvino). Cada libro está dedicado a una amada distinta: el primero está dedicado a Delia, su tierno e idílico amor del que se sintió esclavo (se trataba de una mujer casada de origen plebeyo llamada Plania); el segundo, a Némesis, por quien experimentó una pasión arrebatadora. 

Los temas de la mayoría de sus elegías son los propios del género: rechazo de la guerra, del comercio, de la riqueza, cultivo de la vida sencilla y tranquila al lado de su amada y predilección por lo bucólico.

Su poesía se caracteriza por la expresión sincera de sus sentimientos amorosos. Claridad, sencillez, armonía y precisión distinguen el estilo de Tibulo, que, además, prescinde de la erudición mitológica en sus poemas.

 

Propercio.

Propercio escribió cuatro libros de Elegías. Los tres primeros están dedicados a su amada Cintia, mientras que en el cuarto se ocupa de temas religiosos (viejas leyendas romanas) y patrióticos, en consonancia con el programa de recuperación de los valores tradicionales de Roma (segunda amada de Propercio) propugnado por el emperador Augusto. 

La poesía de Propercio imita a los poetas alejandrinos, especialmente a Calímaco, de quien adopta el barroquismo de estilo y el gusto por la erudición y las curiosidades mitológicas. 

La violenta pasión que sintió por Cintia hizo que el poeta expresara con gran patetismo su concepto trágico del amor, el tormento de los celos, la tristeza y la desilusión.

 

Ovidio

Publio Ovidio Nasón (43 a.C.-17 d.C.), nació en Sulmona de una familia acomodada de rango ecuestre. Introducido en ambientes intelectuales, rehusó seguir la carrera de abogado para dedicarse plenamente a la poesía. En el año 8 a.C. fue objeto de una acusación, aún no aclarada, y se le condenó al destierro en Tomos (en la Dacia), y tuvo que abandonar la familia que había formado, su círculo de amistades y la fama y el éxito que ya conocía como poeta. 

Ovidio murió en el destierro, añorando Roma y suplicando angustiosamente a unos y a otros que intercedieran ante el emperador Augusto para que le fuera levantado el castigo.

La obra elegíaca de Ovidio está compuesta por Amores, y Heroidas, obras de su juventud, y por Tristia y Epistulae ex Ponto, escritas en el destierro.

Amores es una colección de poemas elegíacos recogida en tres libros, en la que el poeta canta a Corina, su amada tal vez imaginaria. En las elegías amorosas, expresa sentimientos más bien convencionales; no se basa en su experiencia personal. Pero Ovidio es un poeta de talento extraordinario, su estilo es brillante y refinado, abundante en recursos, y por ello consigue evitar la monotonía de una inspiración más superficial que en los poetas anteriores

Heroidas se compone de quince epístolas poéticas en dísticos elegíacos. Salvo en el caso de Safo, que escribe una carta a Faón, se trata de cartas dirigidas por heroínas legendarias a sus amados: Penélope a Ulises, Fedra a Hipólito, Dido a Eneas, etc; se incluyen también entre estas cartas las respuestas de algunos amantes, como la de Paris a Helena. En las Heroidas, Ovidio aprovecha al límite el tema amoroso, aunque sea de manera académica, sacando partido de los amores míticos de mujeres abandonadas o alejadas de sus amantes.

Tristia es una recopilación de cartas en dísticos elegíacos, distribuidas en doce libros. Por deseo del poeta no parecen los nombres de los destinatarios de las cartas.

Epistulae ex Ponto son cuatro libros de cartas poéticas en dísticos elegíacos, dirigidas a su mujer y a sus amigos, para pedirles que intercedan por él ante Augusto. Como en la obra anterior, la mayoría de las cartas está presidida por el tono de lamentación y queja, pero Ovidio es capaz de hacer poesía a partir de su desgracia personal, poesía pura en la que la forma sobrepasa el contenido.

 

 

 

 

 

 

TEMA V.

La fábula, la sátira y el epigrama: Fedro, Juvenal y Marcial.

     I. La fábula: Fedro.

     II. La sátira: Juvenal y otros autores (Lucilio, Varrón,               Horacio y Persio).

     III. El epigrama: Marcial.

 

     I. La fábula: Fedro.

La fábula es una obra de ficción en verso, en que los personajes que intervienen y dialogan son generalmente animales. Se tiene a Esopo por creador del género en Grecia, en el siglo VI a.C., aunque sus raíces hay que buscarlas en oriente. Fue un género que surgió como reacción a la poesía de tono elevado y solemne. Frente a los personajes de la epopeya, los personajes del mundo de la fábula son seres vulgares e insignificantes, lo mismo que los hombres del mundo real. 

 

      Fedro.

El género fabulístico fue trasplantado a Roma por Fedro, un liberto de origen tracio que había llegado en su juventud a Roma como esclavo de Augusto, quien finalmente le dio la libertad en consideración a su elevada cultura. 

Fedro adoptó como forma métrica el senario yámbico. Ennio, Lucilio y Horacio ya habían recurrido a la Fábula de manera ocasional, pero fue Fedro quien introdujo la novedad de escribir libros, de los que llegó a publicar hasta cinco, bajo el título de Fabulae Aesopicae.

En general, las fábulas esópicas que sirvieron de modelo a Fedro constituían una reivindicación burlona del pueblo llano frente a los privilegiados, que aparecían en ellas vistos desde la perspectiva más grotesca. Fedro, de origen servil, vio en este género la posibilidad de expresar sus convicciones en una época en que era peligroso hablar libremente. Tal vez algunas de sus fábulas fueron consideradas como sátiras políticas porque llegó a ser acusado y condenado. 

En las 143 composiciones conservadas se aprecia que Fedro añadió a sus modelos esópicos otros elementos tomados también de fuentes griegas, e incluso algunas fábulas son de su propia invención. Su espíritu satírico lo aproxima a Persio, Juvenal u Horacio, pero su estilo es un tanto seco, razón por la que fue poco apreciado en su tiempo. No obstante, sus versos están cuidadosamente elaborados y son un modelo de sencillez y concisión.

 

     II. La sátira: Juvenal y otros autores (Lucilio, Varrón,               Horacio y Persio).

     El género satírico incluye composiciones en verso, en las que son caricaturizados personajes y situaciones con el fin principal de criticar los vicios de la sociedad.

La sátira, al decir de Quintiliano (satura tota nostra est), era el único género literario que no había sido importado de Grecia. Desde luego es difícil encontrar precedentes griegos, y el término parece latino, tal vez relacionado con el adjetivo satur, 'harto, lleno'. Satura era, además, una especie de macedonia de frutas que se ofrecía a Ceres; y el mismo nombre se podía aplicar figuradamente al producto resultante de la mezcla de componentes diversos. 

La etimología propuesta se corresponde pues con el hecho de que la sátira es un género misceláneo, en el que cabe la prosa junto al verso, en diversos metros, y cualquier tipo de temas, con alternancia del tono serio y el cómico, y con una patente intención moralizadora y de censura de vicios sociales.

Hay también quien cree que satura es un término de origen etrusco, derivado de satr o satir = 'hablar'. Esta creencia no carece de fundamento, ya que entonces saturae sería lo mismo que sermones, el título que ostentan las obras satíricas de Lucilio y Horacio.

En todo caso, el espíritu mordaz de los romanos (italum acetum) encontró un cauce adecuado en este género literario, al que le imprimieron el cuño de su carácter polémico y cáustico.

 

     Lucilio.

Se considera a Gayo Lucilio (180-102 a.C.) como el primer autor satírico en sentido pleno, aunque hubo autores anteriores (Ennio, Nevio, Pacuvio, Pomponio) que escribieron obras con el título de Saturae

Sólo quedan fragmentos (unos 1400 versos) de sus treinta libros de sátiras en hexámetros dactílicos, el verso que se convertiría en preceptivo del género. Están escritas con un estilo rudo, pero vigoroso; se vale del sermo cotidianus y del sermo castrensis (el habla de la gente de la calle y la jerga de los soldados), mezcla el griego con el latín y no vacila en recurrir a la grosería y la obscenidad.

En sus sátiras, Lucilio censura las costumbres licenciosas de su época y a todo aquel que se exceda en sus límites o atribuciones: magistrados corruptos, poetas helenizantes en demasía, aristócratas inútiles, etc.

 

     Varrón.

De su obra poética se conservan fragmentariamente sus Satirae Menippeae, una mezcla de prosa y verso compuesta bajo la inspiración del cinismo estrafalario de Menipo (s. IV-III a.C.). Por los fragmentos conservados se aprecia que los temas de Varrón son: la disputa entre escuelas filosóficas, la burla de las religiones exóticas, la parodia de los mitos, el contraste entre el pasado y el presente, los banquetes. 

La norma por la que Varrón se guía al realizar su crítica son las costumbres tradicionales romanas y su apego a los tiempos antiguos. 

 

     Horacio.

Horacio admiraba el espíritu mordaz de Lucilio, pero le critica su estilo rudo y descuidado. Escribió dos libros de sátiras, Sermones, en hexámetros dactílicos. Aunque se presenta como renovador de Lucilio, en Horacio la crítica social y política cede ante los temas filosóficos. Censura todos los defectos humanos. Su moral es la del justo medio, y es por eso por lo que aprovecha sus sátiras para dar lecciones de moderación, de vida sencilla, de búsqueda de la felicidad y el placer, pero sometido a las reglas de la razón.

El mismo espíritu impregna la mayoría de sus Epodos, que Horacio denominaba Iambi por la forma métrica utilizada, influidos por el carácter violento y agresivo de los poetas yambógrafos griegos Arquíloco e Hiponacte. Horacio abomina tanto de las guerras civiles como de personas de la vida pública o privada contra las que lanza sus invectivas.

 

     Persio.

Tuvo a Lucilio y a Horacio como modelos, pero critica las irregularidades y los vicios de su tiempo de manera más virulenta que aquellos. 

Se conservan seis sátiras escritas en un lenguaje coloquial, libre de ornato pero muy expresivo, aunque ocasionalmente rebuscado y oscuro.

 

     Juvenal.

Décimo Junio Juvenal (60-129 d.C.), originario de Aquino, en Campania, comenzó publicar sus obras satíricas ya en edad madura, hacia el año 100, durante reinado de Trajano, bajo el cual se relajó el despotismo imperial. Con anterioridad había declamado en las escuelas de retórica. 

Escribió dieciséis sátiras, recogidas en cinco libros. En ellas lanza violentos ataques contra los vicios de la sociedad de su tiempo y contra los abusos de los emperadores anteriores a Trajano, sobre todo de Domiciano. En las últimas sátiras predomina la predicación moral.

Se definía a sí mismo como un castigator morum. Además de los lugares comunes de la censura moralizadora: avaricia, ambición, nobleza inepta, etc. Juvenal introduce nuevos elementos para la crítica: el cosmopolitismo de Roma, la degeneración de la cultura, la competencia con los literatos griegos en la captación de benefactores o la proliferación de religiones orientales. Estos elementos surgen más de su moral provinciana que de su escasa ética filosófica. 

Juvenal destaca sobre todo por su vigoroso realismo, que desciende hasta los detalles más crueles. Impresiona la pintura de la vida en la disoluta y deshumanizada Roma, la soledad del individuo perdido en medio de una muchedumbre insensible a las preocupaciones ajenas.

 Frente a los problemas que critica, sus ideas, teñidas de un ligero estoicismo, son más bien ingenuas: propugna la recuperación de la Roma primitiva idealizada por Cicerón y Tito Livio, el retorno a las aldeas, en las que aún se conservan los valores que hicieron grande a Roma, o la adopción de la vida castrense. 

A Juvenal le interesa exponer con crudeza la realidad que caricaturiza; para ello utiliza un lenguaje libre de artificio, que llega a dar impresión de un cierto abandono.

 

     III. El epigrama: Marcial.

     El epigrama, género que a veces se agrupa junto con la poesía lírica, como un subgénero de ésta, incluye las composiciones poéticas breves (generalmente entre dos y seis versos) en las que se expresa un pensamiento festivo o burlesco. Los metros son variados, aunque abunda el dístico elegíaco, una estrofa compuesta por un hexámetro y pentámetro dactílicos.

El epigrama primitivo, como indica su etimología griega (epí-, 'sobre', gramma, 'escritura') era un texto breve destinado a figurar como inscripción en un sepulcro, una base de estatua o un exvoto, aunque en su desarrollo el epigrama sirvió para expresar toda clase de temas y sentimientos, si bien los griegos alejandrinos sintieron predilección por los temas amorosos.

 Safo, Arquíloco y Simónides cultivaron el género epigramático en Grecia, pero floreció sobre todo en época helenística, con Leónidas de Tarento y Meleagro de Gadara. Aunque pueden considerarse como antecedentes los primitivos elogia, las inscripciones laudatorias de los sepulcros (s. III a.C.), el epigrama debió de llegar a Roma a finales del siglo II a.C., desde entonces fue cultivado de modo esporádico hasta Catulo, que fue el primero que se valió de esta forma poética por extenso.  

La concisión de la lengua latina, por su espíritu lacónico y sentencioso, encontró un vehículo apropiado en este tipo de poemitas, cuyas características principales son precisamente la brevedad, la agudeza y la fuerza expresiva.

     Primeros autores latinos.

Una buena parte de la obra conservada de Catulo está compuesta por epigramas en dísticos. En ellos Catulo relata su azarosa relación con su amada Lesbia, y arremete contra sus rivales, revelándose como un verdadero maestro tanto para la expresión de lo más íntimo como para el improperio.

Siguen a Catulo los epigramas del Catalepton, incluidos en la Appendix Vergeliana, atribuidos a Virgilio y escritos también en dísticos elegíacos. También cultivaron el epigrama Ovidio, Séneca y Petronio, y, más tardíamente, Ausonio.

 

     Marcial.

El epigrama literario alcanzó su más alta cima con Marco Valerio Marcial (40 d.C-104), que lo cultivó en exclusiva y estableció las características que hoy sirven para definirlo, superando con creces a los autores griegos.

Marcial nació en Bílbilis (act. Calatayud). Marchó a Roma para completar sus estudios de jurisprudencia, y allí se estableció para pasar la mayor parte de su vida. En Roma se puso como cliente al servicio de los Flavios, Tito y Domiciano, a quienes adulaba y divertía componiendo obras de circunstancias, y de los que recibió algunos honores. Sin embargo, con el advenimiento de Nerva y Trajano cayó en desgracia, a tal punto que en año 98, ya pobre y viejo, decidió regresar a su ciudad natal, aceptando la finca que un dama rica, admiradora suya, le regaló.

Marcial había llevado una vida agitada en Roma, cuyos encantos lo sedujeron siempre, pese a la añoranza de su lugar de origen. Hizo una pequeña fortuna que le permitió logra el rango ecuestre. Allí conoció a Quintiliano, a Plinio el Joven y a Juvenal. 

Tenía un extraordinario poder de concentración cómica, similar al de Aristófanes o Plauto, al que se unían su gran capacidad de improvisación, su ingenio agudo y sus dotes de observación. En sus poemas ofrece una visión penetrante de la sociedad y pinta con maestría la vida cotidiana de Roma, con sus chismes, anécdotas y sucesos.

Cataloga diferentes tipos de hombres: el débil, el criticón, el charlatán; sin embargo, y a diferencia de los poetas satíricos, cuando el ataque es grosero designa a sus víctimas mediante pseudónimos. En realidad, con su burla mordaz no pretende moralizar, ya que él mismo es un parásito.

Marcial escribió alrededor de 1500 epigramas, editados en quince libros, uno a uno o por grupos, precedidos de un prólogo en verso o en prosa en el que se defiende de los ataques de los autores clasicistas y retóricos, que entonces estaban de moda. 

El primer libro, Liber spectaculorum, tiene por objeto los festivales circenses de Tito y Domiciano, una de las vivencias que más le atraían de Roma. Los libros XIII y XIV, Xenia y Apophoreta, recogen los epigramas utilizados para acompañar los regalos que se hacían con ocasión de las fiestas Saturnales. Los doce libros restantes son de temas variados: literatura, sociedad, temas personales, etc.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TEMA VI.

La oratoria y la retórica: Cicerón y Quintiliano.

I. La oratoria.    

a) Generalidades.                   b) Tipos de discurso.

c) Partes de la oratoria.                  d) Partes del discurso.

     e) La retórica romana.

II. Cicerón.

III. La retórica: Quintiliano.

 

a) Generalidades.

Como género literario, la oratoria comprende los discursos que han sido elaborados según las reglas de la retórica.

La oratoria es el arte de hablar ante un auditorio (ars dicendi) con el fin de agradarle y persuadirlo en algún sentido. El orador (orator) es el artífice (artifex), quien elabora y pronuncia el discurso (oratio). El conocimiento y dominio de las reglas de este arte, denominadas en su conjunto retórica (rhetorica), es la elocuencia (eloquentia). El orador debe ser, pues, un experto en el arte de hablar (dicendi peritus).

Posidonio de Rodas, a quien Cicerón tuvo como maestro, incluyó la retórica entre las llamadas artes liberales, aquellas que cultiva un ciudadano libre sin ánimo de lucro. Las artes liberales eran siete: retórica, dialéctica, gramática, música, aritmética, geometría y astronomía. Las tres primeras pasaron a la Edad Media agrupadas con el nombre de trivium, y las cuatro restantes, con el de quadrivium.

La retórica floreció en las ciudades democráticas de Grecia en el siglo V a.C. Fueron los sicilianos Córax y Tisias quienes elaboraron las primeras teorías acerca de las técnicas expositivas útiles para el orador. Esas teorías fueron desarrolladas por los sofistas Protágoras y Gorgias, y más tarde sistematizadas por Aristóteles en su Ars rhetorica. Las escuelas de retórica se difundieron por las ciudades más importantes del mundo griego. 

Cuando las conquistas de los siglos III y II a.C. permitieron a los romanos conocer la cultura griega, la retórica fue acogida con entusiasmo por la nobleza filohelena; pero también cayó bajo las sospechas de la facción conservadora, que consideraba la elocuencia como una herramienta con la que manejar fácilmente al pueblo, y que logró que se promulgara un decreto por el que se expulsaba de Roma a los rétores griegos (161 a.C.), y luego, a los romanos (92 a.C.).

Finalmente los maestros de retórica volvieron a Roma, y este arte acabó por formar parte, junto con la gramática, de los planes de estudios de los jóvenes de la nobleza, con vistas a su preparación para la carrera política o el ejercicio de la abogacía.

 

b) Tipos de discurso.

La retórica es un ars (gr. téchne), susceptible, por tanto, de ser enseñada y aprendida mediante las reglas (regulae, praecepta). La asimilación de estas reglas fue total por parte de los romanos, que se limitaron a traducir y adaptar al latín la terminología griega.     

La primera distinción que cabe hacer es la que afecta a los tipos de discurso. Aristóteles los clasificó según su objeto, hay tres: judicial, deliberativo y demostrativo.

1. Tò dikanikòn génos = lat. genus iudiciale = 'género judicial'. El caso modelo es el discurso ante los jueces de un tribunal, a los que se invita a pronunciar un veredicto respecto a un hecho pasado a favor de la parte acusadora o de la defensa. El desarrollo total de los alegatos de la acusación y de la defensa se denomina en latín actio, 'proceso'.

2. Tò symbouleutikòn génos = lat. genus deliberativum = 'género deliberativo'. El caso modelo es el discurso político pronunciado ante una asamblea popular, contio, que se ha reunido para deliberar y a la que se invita a tomar una decisión respecto a una acción futura que el orador aconseja o desaconseja.

3. Tò epideiktikòn génos = lat. genus demonstrativum = 'género demostrativo'. En latín se llama también genus laudativum, 'género laudatorio', porque el caso modelo es el del discurso pronunciado ante una reunión solemne en alabanza de una persona (laudationes funebres, elogia), de una comunidad, de una actividad o de una cosa que se quiere celebrar. Pero también forman parte de este tipo de discurso los que se pronuncian con intenciones opuestas, es decir, para vituperar y desacreditar.

Los discursos de cada uno de los tres géneros pueden contener elementos de los otros dos géneros, especialmente cuando la extensión del discurso permite la inserción de digresiones.

 

c) Partes de la oratoria

Para elaborar un discurso, el orador debía prestar atención a las siguientes fases, llamadas «oratoriae partes»:

1. Inventio. El orador extrae las posibilidades de desarrollo de las ideas verdaderas, o verosímiles, que le permitan probar su causa. 

2. Ordo o dispositio. Es la distribución adecuada, en el lugar oportuno dentro del discurso, de las ideas y pensamientos encontrados gracias a la inventio. 

3. Elocutio. Traslada al lenguaje las ideas previamente extraídas y ordenadas; suministra el «ropaje lingüístico»: selección de los términos apropiados, orden en la frase, ritmo, empleo de figuras retóricas, etc. 

4. Memoria. Es el ejercicio por medio del cual se llega a dominar el conjunto del discurso y la distribución de cada una de sus partes. Un discurso leído era algo insólito. La memoria se cuenta entre las cualidades que el orador debe tener por naturaleza.

5. Pronuntiatio, declamatio o actio. Afecta a la exposición oral del discurso. El orador debe desarrollar determinadas técnicas para modular la voz y controlar los ademanes y desplazamientos, que  deben acomodarse al tono y al asunto de que se vaya a hablar.

 

d) Partes del discurso.

En la elaboración del texto del discurso, las ideas halladas (inventio) debían quedar distribuidas (dispositio) en cuatro partes las llamadas «orationis partes», de acuerdo con el llamado «orden natural» (que si se alteraba se convertía en «artificial»): 

1. Exordium. Es el comienzo del discurso. El objeto del exordio es ganarse la simpatía (benevolentiam captare) del auditorio hacia el asunto del discurso.

2. Narratio. En la narratio se hace partícipe al auditorio del estado de la cuestión, exponiendo de manera concisa, clara y verosímil los hechos sobre los que se va a tomar una decisión. La verosimilitud se consigue mediante la correcta concatenación de los siete elementa narrationis, 'elementos de la narración': quis 'quién', quid 'qué', cur 'por qué', ubi 'dónde', quando 'cuando', quemadmodum 'cómo', quibus adminiculis 'con qué medios'.

Como es lógico, el orador resaltará aquellos aspectos de la narración que le convengan y atenuará u omitirá los que lo perjudiquen.

3. Argumentatio. Es una confirmación complementaria de la narratio, que hace hincapié en lo que favorece al orador. Algunos tratadistas dividen la argumentatio en dos partes, distinguiendo la presentación de las pruebas favorables (confirmatio, probatio) y la refutación de las pruebas desfavorables (refutatio, confutatio).

4. Epilogus o peroratio: La parte final del discurso tiene un doble objetivo: refrescar la memoria haciendo una recapitulación, e influir en los sentimientos del auditorio.

En cada una de estas partes el orador seguía determinadas pautas para cumplir la finalidad del discurso: hablar de manera apropiada para convencer. Si quiere convencer (persuadere) el orador debe antes instruir o demostrar (docere), deleitar (delectare) e impresionar (movere), combinando estos elementos en diversos grados.

Escuchar un discurso elaborado según estas reglas, sobre todo si se trataba de un orador afamado, constituía un gran espectáculo, una verdadera «puesta en escena», que los romanos tenían como uno de sus entretenimientos preferidos. 

    

     e) La retórica romana.

El lugar donde la elocuencia adquiría plenamente su valor, era el Foro. Allí, en el ángulo que formaban junto a la Vía Sacra el edificio de la Curia y la Basílica Emilia, se encontraba el Comitium, lugar de celebración de los Comitia tributa, la asamblea legislativa de Roma, en la que los oradores se lucían, ya fuese proponiendo leyes o combatiéndolas desde los Rostra, la tribuna construída con las proas de las naves ganadas al enemigo el año 338 a.C. en la batalla de Antium, durante la guerra latina.

El aspecto político del foro también lo representaba el edificio de la Curia, sede del Senado, donde pronunciaban sus discursos los patres, o senadores. No muy lejos, al este del Foro, entre el templo de Cástor y el de Venus, se encontraba el puteal de Libón, donde el pretor tenía su tribunal y concedía audiencia a los querellantes, cuyos abogados intentaban hacer prevalecer las razones de su cliente.   

La República romana favoreció hasta sus últimos tiempos el desarrollo de la oratoria, y aunque existía una tradición autóctona, fue a partir de mediados del siglo II a.C., con la llegada de maestros griegos (rhétores), cuando la oratoria se desarrolló y consolidó como un arte, forjado sobre modelos helenos. 

Antes de que los rétores griegos comenzasen a difundir sus enseñanzas en Roma, todo lo que no fueran cualidades naturales de la persona para la elocuencia se explicaba a través de la tradición o la practica. 

Hubo una primitiva oratoria en Roma, que propugnaba un estilo natural, totalmente latino, los oradores improvisaban sus discursos más preocupados por el contenido de lo que exponían que por la forma, tal y como expresa la siguiente frase atribuida a Marco Porcio Catón, representante de esta corriente: Rem tene verba sequentur. No obstante, la oratoria griega debió de comenzar a influir ya en el siglo III a.C., incluso sobre quienes, como Catón se presentaban como detractores del helenismo. 

Hasta el siglo I a.C. la oratoria se enseñó en griego. Y cuando surgieron los primeros maestros que usaron el latín en sus enseñanzas, el contenido siguió basándose en los conocimientos de los griegos. 

También en el siglo I a.C. aparecieron tratados de retórica escritos en latín. El primero, de autor anónimo, aunque en un tiempo se atribuyó a Cicerón, fue la Rhetorica ad Herennium, una especie de resumen escolar de retórica griega. En este siglo florecieron varias escuelas de retórica: la asiática, partidaria de un estilo florido y exuberante (Hortensio es el orador más destacado); la ática, partidaria de la sobriedad de estilo (representada por Licinio Calvo y M. Junio Bruto); y la rodia, próxima a la asiática, aunque más moderada (Cicerón, aunque ecléctico, se formó en esta escuela).  

Se conocen los nombres de grandes oradores romanos anteriores a Cicerón, como el ya citado Catón, Cornelio Cetego, Sulpicio Galba, Escipión Emiliano, Cayo Lelio, los hermanos Graco, Marco Antonio, Licinio Craso, etc. Pero la máxima autoridad es para nosotros Marco Tulio Cicerón.

 

II. Cicerón.

Nació en Arpino en el año 106 a.C. de una familia poco conocida, pero acomodada, Realizó sus estudios superiores en Roma, donde conoció a las mentes más preclaras de su época. 

Era una persona ávida de saber, dotada de una gran inteligencia y agudeza intelectual y con pretensiones acceder a la vida pública. 

No le fue fácil acceder a las magistraturas, pero lo hizo, Fue cuestor en Sicilia el 75 a.C., edil en el 69 a.C., pretor en el 66 a.C.,. Por último, llegó a ser cónsul en el 63 a.C., y en el ejercicio de su cargo descubrió y sofocó una conspiración, la de Catilina (denunciado mediante cuatro discursos, Catilinariae), por lo que le fue conferido el título de pater patriae

En política defendió la concordia ordinum, la colaboración armónica de las diversas clases para el sostenimiento de las instituciones republicanas. Pero se granjeó tanto las iras de los optimates (conservadores), como de los populares (demócratas). Los unos por haber apoyado a Pompeyo, los otros por su dictamen de pena de muerte contra los partidarios de Catilina.

Al formarse el triunvirato con Pompeyo, Craso y César, éste último buscó la amistad de Cicerón sin conseguirlo, por lo que pagaría las consecuencias: fue desterrado por mediación del tribuno de la plebe Clodio a causa de la ejecución ilegal de ciudadanos romanos (Catilina y sus partidarios) y sus bienes se confiscaron.  

En el 57 a.C. regresó a Roma a petición de la Asamblea del pueblo, cargado de escepticismo ante su antigua idea de colaboración entre las clases, que sustituyó por la del consensus omnium bonorum, reunión de los nobiles dignos de llamarse así junto a los hombres de bien, ante todo de la clase de los caballeros.

En el año 51 a.C. fue procónsul de Cilicia, donde actuó con justicia e incluso obtuvo algunos triunfos militares contra los partos.

Antes de estallar la guerra civil trató de mediar entre los adversarios sin éxito, y durante el transcurso de ésta se inclinó por el bando de Pompeyo. Cuando éste fue derrotado, César trató a Cicerón con benevolencia. A partir de ese momento se dedicó más a las letras que a la política. Tras el asesinato de César, Cicerón retornó a la política, apoyando a Octavio y oponiéndose con fuerza a Antonio, pero Octavio le dio la espalda cuando Antonio, contra el que Cicerón había lanzado duras invectivas, pidió su proscripción. En el 43 a.C., partidarios de Antonio lo detuvieron cuando intentaba huir y lo asesinaron.

Cicerón escribió varios tratados de retórica en los que recopilaba todos los conocimientos que había adquirido estudiando la retórica griega e investigando la historia de la oratoria romana, junto con los que había extraído de su experiencia personal como abogado y estadista.

En De oratore (acerca de la formación del orador) y Orator (retrato del orador ideal) enumera las cualidades innatas que debe reunir un orador: figura, tono de voz, memoria, etc.; a ellas debe añadirse una formación que abarque todos los campos del saber: leyes, historia, filosofía, literatura, etc., y el conocimiento de las técnicas del discurso.

En Brutus, obra que recibe el nombre de la persona a la que va dedicada, Cicerón reconstruye la historia de la elocuencia griega y romana.

 

Cicerón puso en práctica sus principios sobre retórica en sus propios discursos, que, publicados en gran número, se convirtieron en obras literarias. Sus secretarios los tomaban taquigráficamente, y después él los retocaba a su conveniencia (aunque de algunos se sabe que nunca llegaron a ser pronunciados). Es en los discursos donde más brilla el genio de Cicerón; gracias a la maestría demostrada en ellos, llegó a la cumbre de la política romana de su tiempo. Se conservan más de cincuenta. 

Discursos judiciales. Predominan los de defensa: en favor de amigos, protegidos o simples clientes (Pro Archia poeta, Pro Roscio, Pro Murena, Pro Milone...); pero también los hay de acusación: por ejemplo, los discursos In Verrem (Contra Verres, un propretor de Sicilia acusado de abusos y corrupción), conocidos con el título de Verrinas.

Discursos políticos. Fueron pronunciados ante el Senado o ante la Asamblea del pueblo. Destacan las Catilinarias, serie de cuatro discursos famosísimos con los que consiguió abortar la conjuración de Catilina durante el año del consulado de Cicerón (63 a.C.), y las Filípicas, 17 discursos con los que intentó frenar la subida al poder de Marco Antonio (antiguo lugarteniente de César) y que serían la causa de su muerte. 

 

III. La retórica: Quintiliano.

Natural de Calahorra, tuvo una brillante carrera como retor en Roma, donde llegó a ser maestro de los sobrinos del emperador Domiciano.

Escribió “De institutione oratoria”, obra en doce libros sobre la formación del orador. Escribe tanto sobre la educación como sobre las partes, géneros y cualidades de la oratoria.  Se trata de un compendio sobre la oratoria latina, en la que vuelve a la pureza de Cicerón.

 Su obra destaca por la pedagogía, sobre la que da muy ponderados consejos sobre cómo debe ser la educación de un niño.  

 

 

 

 

 

 

TEMA VII.

La novela: Petronio y Apuleyo.

I. El satiricón de Petronio.

II. El asno de oro de Apuleyo.

Una novela es un relato extenso en prosa sobre temas ficticios. Este género apareció en época muy tardía (a comienzos de nuestra era), fue poco cultivado en Grecia y en Roma y siempre tuvo un carácter secundario. La novela se alejaba demasiado de los cánones clásicos y satisfacía a un público que deseaba evadirse con este tipo obras que, al decir de Macrobio, eran pura diversión. En la Antigüedad no hubo un término específico para referirse al tipo de obra que hoy llamamos «novela»; los griegos lo llamaron mýthos, historía o mythistoría, términos que los romanos adaptaron como mythus, historia y mythistoria.

La novela no está tan estrictamente delimitada desde el punto de vista formal y temático, como los otros géneros considerados «clásicos». Su origen es muy incierto, pero pudo haber surgido a partir de la fusión de elementos tomados de otros géneros, algunos de los cuales ya estaban en decadencia: los relatos épicos, que proporcionaron la base narrativa; el mimo, que aportó la variedad de temas, los efectos burlescos, e incluso eróticos; la fábula milesia, tipo de relato popular corto que resaltaba también los aspectos licenciosos; la sátira menípea, con su mezcla de prosa y verso y su espíritu caricaturesco; y la diatriba filosófica de la escuela cínica, ejercida por los oradores peregrinantes, con sus artificios retóricos, sus anécdotas y su unión de lo serio y lo jocoso. Todos estos elementos se reparten en desigual medida en la novela griega y en la latina, según veremos.

           

     I. El Satiricón de Petronio.

Petronio es el autor a quien se atribuye la composición de la novela titulada El Satiricón. Aunque la cuestión sobre la identidad de este personaje sigue abierta, y hay quienes lo sitúan en fecha tardía (s. III d.C.), se impone la opinión de quienes consideran que se trata del Petronio (c. 27-66 d.C.) que vivió en época de Nerón y fue llamado Arbiter elegantiarum, al cual se refiere el historiador Tácito, describiéndolo como un hombre refinado y original.

 Este Petronio fue amigo de Nerón y, acusado como Séneca y Lucano de haber participado en una conjura para matar al emperador, se suicidó.

El Satiricón, calificado como novela por su carácter narrativo y su estructura abierta, se componía de veinte libros, de los cuales se conservan los libros XV y XVI y fragmentos del libro XIV.

El argumento de los fragmentos conservados es el siguiente: 

La acción se inicia en la ciudad de Campania. Encolpio es un individuo bohemio que va en busca de su enamorado Ascilto, y lo encuentra en compañía de Gitón, un joven por el que ambos rivalizarán; luego se les une otro compañero de aventuras, Agamenón, y todos juntos se dirigen a una cena en casa de un nuevo rico, donde tiene lugar el pasaje más conocido de la obra, el banquete de Trimalción. Luego Encolpio se encontrará con el poeta Eumolpo, que le contará una historia y le recitará un poema sobre Troya. Encolpio, Gitón y el poeta deciden embarcarse para huir de Ascilto, pero el barco naufraga cerca de la ciudad de Crotona; allí Eumolpo se fingirá un hombre adinerado, pero enfermo y sin herederos, para aprovecharse de los cazadores de herencias.

Se trata de una parodia de las novelas amorosas en las que los amantes quedaban separados, solo que aquí los amantes son dos hombres. Su separación se debe a la venganza del dios Príapo, al que Encolpio había ofendido, lo mismo que en La Odisea homérica Ulises era objeto de la venganza de Posidón. 

A pesar del argumento lineal, en El Satiricón hay una gran libertad de tonos y una original fusión de elementos literarios: novela de amor, novela de viajes y aventuras, cuentos milesios (el muchacho de Pérgamo, la matrona de Éfeso), relato costumbrista, cuentos populares (el hombre-lobo, las brujas), crítica literaria y mezcla de prosa y verso (poema de la destrucción de Troya).   

Destaca la abundancia de situaciones y efectos cómicos, factor que caracteriza la novela latina frente a la griega. También es notable la fuerza satírica, sobre todo en la descripción de la conducta de los libertos enriquecidos. 

Frente a las novelas griegas, ajenas a los acontecimientos políticos y sociales, El Satiricón arremete contra los defectos de una sociedad opulenta y depravada que se basa en la hipocresía: la educación de los jóvenes en una retórica hueca y en las doctrinas de filósofos embaucadores y el contraste entre la miseria del pueblo llano frente a la frivolidad y el sibaritismo de los ricos.

Petronio logra una perfecta correspondencia entre la conducta y el lenguaje de sus personajes y su nivel social y cultural. En su prosa fluida se alterna la lengua literaria con la lengua coloquial, el lenguaje soez con el técnico, todo ello con una extraordinaria riqueza de vocabulario, por lo cual El Satiricón es un documento histórico y lingüístico de primer orden.

     II. El Asno de Oro de Apuleyo.

Apuleyo (124-180 d.C.) era norteafricano, nacido en la colonia de Madaura, en Numidia. Su variada obra refleja el barroquismo propio de la época de los antoninos y la formación retórica que había recibido en Cartago, Atenas y Roma. Cultivó la filosofía (decía ser platónico), la gramática y la retórica (llegó a ejercer de abogado) se interesó por las religiones orientales, los cultos mistéricos y la magia (fue acusado de hechicería, aunque resultó absuelto). 

De su obra destaca la novela El Asno de oro (Asinus aureus) llamada también Metamorfosis. La cuestión de la originalidad de esta obra sigue abierta. Al parecer Apuleyo se inspiró en un relato corto, Lucio o el asno, del autor griego Lucio de Patrás, de quien Luciano de Samosata hizo también un resumen. No obstante, Apuleyo introduce novedades en el argumento de los autores griegos: inserta varias novelas breves en la narración original y pone un final en el que la diosa Isis interviene ex machina para salvar al protagonista, elementos que no están en el texto griego.

La novela cuenta en primera persona las peripecias de Lucio, un mercader corintio que se encuentra viajando por Tesalia y que se convierte accidentalmente en asno, conservando, sin embargo, su alma humana. 

Con la figura de asno entra al servicio de distintos amos, como si de una novela picaresca se tratase: bandidos, comerciantes, soldados, falsos sacerdotes, esclavos, etc. Aunque no tiene el don de la palabra, Lucio observa y describe todas las capas de la sociedad de modo vívido y realista. 

A lo largo de la obra se van mezclando el patetismo, la comicidad y la sátira, a veces representados en las historias menores que se van engarzando para complicar la trama. Pero Apuleyo también se vale de los tonos románticos y míticos, como en el caso del cuento de Cupido y Psique, relatado por la criada de unos bandidos, que ocupa casi una quinta parte del total.

Psique era una princesa que tenía tres hermanas, a las cuales sobrepasaba en belleza. Las hermanas se fueron casando, pero la belleza de Psique alejaba a los pretendientes. Instigados por el oráculo, los padres de Psique la ataron en una roca para que la tomase un monstruo. En ese trance, Psique fue arrastrada por el viento; se durmió, y al despertar se encontró en un palacio en el que sintió una presencia que identificó con el esposo del que había hablado el oráculo. Así pasó el tiempo; durante el día Psique vivía sola y por la noche era visitada por su esposo, al que no podía ver. Pidió permiso para visitar a su familia; durante la visita, sus hermanas la convencieron para que tratase de ver a su marido encendiendo una lámpara mientras éste dormía. Temblorosa al ver el hermoso cuerpo de Cupido, Psique dejó caer sobre él una gota de aceite de la lámpara y lo despertó. El dios repudió a la joven, quien desde entonces anduvo errante. Perseguida y apresada por Venus, celosa de su belleza, fue finalmente rescatada por Cupido. Luego, con el beneplácito de Júpiter, el dios Cupido y la mortal Psique contrajeron matrimonio definitivamente.

 

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