Guerra de augusto contra cántabros y astures resumen y tema

 

 

 

Guerra de augusto contra cántabros y astures resumen y tema

 

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Guerra de augusto contra cántabros y astures resumen y tema

 

TEXTO : GUERRA DE AUGUSTO CONTRA CÁNTABROS Y ASTURES.

1:CARACTERÍSTICAS BÁSICAS DE LOS PUEBLOS PRERROMANOS.

 

Durante la Edad del Hierro y hasta la llegada de los romanos se configuraron en la Península dos grandes áreas culturales con distinto grado de desarrollo y de relación con los pueblos del Mediterráneo: el área ibera y el área celta.

Los romanos llamaron iberos a los habitantes del sur y el este peninsulares, es decir, a los pueblos cercanos al litoral mediterráneo, que, a los ojos de los conquistadores, resultaban más civilizados y pacíficos. Sus intensos contactos con los pueblos colonizadores habían dado lugar a un cierto desarrollo cultural (conocieron la escritura) y a una economía más avanzada que, hacia el 250 a.C. conoció la acuñación monetaria. Entre ellos, la forma de gobierno más extendida fue la monarquía. Tanto el monarca como su familia formaban parte de una aristocracia guerrera cuya riqueza se basaba en la posesión de la tierra y a cuyo servicio trabajaban una numerosa mano de obra libre o esclava. Igualmente controlaban las explotaciones mineras. Entre los pueblos ibéricos destacan los turdetanos y oretanos, herederos de la cultura tartésica.

Por su parte, en el resto de la Península se asentaron pueblos de origen indoeuropeo. Son los pueblos celtas, de los que ya hablamos más arriba. Éstos tenían una cultura más atrasada y formas de organización social de tipo tribal. Vivían de la agricultura y la ganadería; apenas practicaban el comercio. El grado de urbanización era muy escaso. Los celtíberos constituyen una excepción, ya que su proximidad al área ibérica les llevó a adoptar elementos propios de culturas más avanzadas, como un mayor grado de urbanización, el empleo de la moneda y el desarrollo de la escritura.

En el norte, aislado por las barreras montañosas que separaban la costa cantábrica de la Meseta, se encontraban los astures, los cántabros y los vascones, estos últimos de origen incierto. Los ajuares funerarios revelan la existencia de escasas diferencias sociales y, por tanto, poco grado de jerarquización social en sus comunidades. Tampoco había entre ellos ciudades, sino que vivían en pequeños poblados fortificados estratégicamente situados. El comercio apenas existía y los grupos eran muy cerrados a las influencias exteriores.

 

Esta diversidad de los pueblos peninsulares terminó con la conquista romana, que provocó un cambio radical en su evolución interna. La romanización intentó implantar una uniformidad cultural en la península Ibérica, aunque nunca lo logró.

 

 

2:LA CONQUISTA DE HISPANIA POR ROMA:CAUSAS Y ETAPAS.

.- Etapas de la conquista romana de Hispania.

a) La segunda guerra púnica y la ocupación del área ibérica (218-197 a.C.). Los romanos conquistaron el área ibérica en el transcurso de la segunda guerra púnica (218- 205 a.C.). Esta tarea fue realizada por el prestigioso general Publio Cornelio Escipión, que recibió poderes especiales del Senado para actuar en la Península y al que se aplicó el apelativo de el Africano por haber vencido a Aníbal en su propio territorio. El sometimiento de esta área no ofreció grandes complicaciones. Éstas surgieron cuando los ejércitos romanos decidieron adentrarse hacia el interior.

b) Desde el 197 al 133 a.C. Los pueblos peninsulares del oeste, centro y norte ofrecieron una decidida resistencia encabezada por unos cuantos caudillos. Su estrategia se basó en una guerra de guerrillas contra las legiones romanas. Ésta fue la forma de las guerras lusitanas y las guerras celtibéricas, entre los años 154 y 133 a.C., vinculadas entre sí por las acciones de Viriato. Este caudillo se convirtió, junto con la ciudad celtíbera de Numancia (cerca de Soria), en el mito de la resistencia hispana contra Roma.

c) Desde el 133 al 29 a.C. Esta etapa fue de estabilización del avance conquistador, con una escasa incorporación de nuevos territorios. Coincidió con las guerras civiles que sacudieron a Roma al final de la etapa republicana. La Península se convirtió en un escenario más de tales enfrentamientos, con la movilización de poblaciones indígenas en uno u otro bando.

d) Las guerras cántabro-astures (29-19 a.C.) Dirigidas por el emperador Augusto, culminaron la conquista romana de la Península. Las campañas fueron duras y la resistencia fuerte, dado el escaso grado de civilización de estas poblaciones del norte, que en su mayoría fueron sometidas a esclavitud. Los objetivos de Roma eran varios: el pleno control de la Península, la erradicación del pillaje constante sobre los pueblos de la meseta y la explotación de la riqueza mineral del noroeste con el trabajo forzado de la población esclavizada.

Con el fin de premiar a los soldados veteranos tras esta campaña, Octavio creó para ellos Emérita Augusta (Mérida) en el año 25 a.C., que se convertiría en la “capital” de Hispania.

 

3:DESCRIBE Y ANALIZA EL PROCESO DE ROMANIZACIÓN.

 

Dentro de la Lusitania, la romanización se dejó notar especialmente en los territorios de la actual provincia de Badajoz. Su población fue la que más rápidamente asimiló el latín y las costumbres de Roma, siendo determinante la enorme influencia que sobre toda la región ejerció la ciudad de Emérita Augusta. También debemos tener en cuenta que el territorio de la actual Extremadura está recorrido de sur a norte por la Vía de la Plata, importante zona de tránsito. También cruzaba la región otra que iba desde Olisipo (Lisboa) hasta Caesaraugusta (Zaragoza). Con la llegada de los romanos se inició el proceso de Romanización de Hispania. Por Romanización se entiende el proceso histórico mediante el cual la población indígena asimiló los modos de vida romanos en sus diversas facetas: la Administración provincial, la urbanización y las obras públicas, las estructuras económicas y sociales, el derecho, la cultura y la religión. Se trata, por tanto, de un proceso de “aculturación” (integración cultural). Este proceso se intensificó a partir del siglo I a.C. y no fue homogéneo en todas las áreas de la Península: fue muy acentuada en el litoral mediterráneo, incluidas las islas Baleares, y en el sur de la Península, y más leve en el interior, en el norte y en el noroeste.

a) La Administración provincial: desde el comienzo de la conquista romana hasta el siglo I a.C., Hispania estuvo dividida en dos provincias, Hispania Citerior (con capital en Tarraco) e Hispania Ulterior (con capital en Corduba). La demarcación consistía en una línea diagonal imaginaria que cruzaba desde Cartagena hasta Zamora, aproximadamente. Cada provincia estaba gobernada por un pretor.

Tras someter a cántabros y astures, Augusto procedió a una nueva ordenación provincial que estaría vigente hasta el siglo III d.C. Se mantuvo la antigua Citerior, que pasó a llamarse Tarraconense (por su capital, Tarraco), mientras que la Ulterior se dividió en dos: la Lusitania, con capital en Emérita Augusta, y la Bética, con capital en Corduba y controlada por el Senado romano.

Entre los siglos III y V d.C., y como consecuencia de la crisis por la que atravesaba el Imperio, las estructuras territoriales sufrieron una remodelación. A las tres provincias ya existentes se sumaron Gallaecia, con capital en Bracara Augusta (actual Braga, en Portugal); Cartaginense, con capital en Cartago Nova, y Ballearica, con capital en Palma, las tres segregadas de la Tarraconense. Se creó además, la provincia de Mauritania Tingitana, con capital en Tingis (Tánger), que, aunque en territorio norteafricano, formaba parte de la diócesis de Hispania, al frente de la cual figuraban un vicarius o delegado del emperador para los asuntos civiles (justicia, administración, finanzas, inspección…), y un dux o jefe militar. Todas las provincias pasaron a ser “imperiales” y, al frente de cada una de ellas, una Asamblea Provincial asesoraba a la autoridad civil y militar. Durante esta etapa del Bajo Imperio, comenzaron a celebrarse cada vez con más frecuencia Asambleas de Diócesis o Concilios, sobre los cuales se forjará, cada vez con más fuerza, el concepto de nación. España acusará la primera este sentimiento nacional por boca de los escritores hispanorromanos (Orosio y Prudencio entre otros).

b) La urbanización. Las obras públicas: la unidad administrativa básica establecida por los romanos fue la ciudad, que se convirtió en el instrumento de la romanización en los territorios conquistados. Por un lado, los romanos procedieron a la creación de nuevas ciudades, preferentemente con ciudadanos procedentes de Roma o de Italia y, a veces, con soldados veteranos licenciados, como ya hemos visto. Estas ciudades se conocían como colonias, es decir, ciudades plenamente romanas pero ubicadas fuera de la península Itálica. Entre estas ciudades destacan Itálica, Híspalis, Corduba, Palma, Bracara Augusta y Caesaraugusta (Zaragoza), además de Emérita Augusta.

En otros casos, las ciudades indígenas ya existentes fueron transformadas en ciudades romanas, pasando a llamarse municipios. Se trataba de ciudades federadas o libres de impuestos y de ocupación militar. Las ciudades que siguieron este proceso, o bien habían colaborado con Roma durante la ocupación y recibido desde entonces un trato de privilegio, o bien se habían beneficiado del asentamiento en ellas de una minoría importante de inmigrantes romanos, como son los casos de Malaca, Gades, Tarraco, etc.

El resto de las ciudades indígenas, sometidas a los conquistadores, eran denominadas estipendiarias porque pagaban un estipendio o impuesto; a cambio se respetaba su Administración local. No obstante, en estas ciudades se imitaban las costumbres de los conquistadores, los personajes ilustres romanizaron sus nombres e, incluso, pronto obtuvieron la ciudadanía romana.

Las nuevas ciudades seguían el modelo de la propia Roma, tanto en su gobierno interno, que era autónomo, como en sus instituciones: asambleas populares, Senado (controlado por las oligarquías locales) y magistrados. Imitaban también a Roma en su esquema urbanístico. Por lo general, las obras públicas eran financiadas por particulares adinerados y, a veces, por el propio emperador: teatros, anfiteatros, puentes, calzadas, acueductos, monumentos conmemorativos, etc. Las ciudades estaban comunicadas por una red viaria. Las calzadas principales tenían un trazado fundamentalmente periférico en torno a la Meseta central: la Vía Augusta recorría el litoral mediterráneo y el valle del Guadalquivir; la Vía de la Plata partía desde Híspalis y llegaba hasta León a través de Emérita Augusta; por el norte, otra vía unía Brácara Augusta y Asturica con Tarraco, comunicando los valles del Duero y del Ebro; por último, una última vía enlazaba en diagonal Emérita Augusta y Caesaraugusta a través de Toletum (Toledo) y el valle del Tajo. El propósito primordial de estas calzadas era militar y administrativo: estaban destinadas a facilitar a las legiones un desplazamiento rápido. No obstante, es evidente que mejoraron las comunicaciones, contribuyeron a cimentar la unidad del Imperio y dinamizaron la vida económica.

c) Las estructuras económicas y sociales: los romanos intensificaron y ampliaron la explotación de los recursos económicos de Hispania. El recurso más explotado fue la minería, sobre todo las minas de plata (Cartagena), pero también las de oro, plomo, hierro, cobre, estaño y mercurio. Aunque se empleaba mano de obra libre, predominaban los esclavos y los condenados a trabajos forzados para su explotación. Los principales distritos mineros estaban en la Bética, destacando Sierra Morena, Cartagena y Huelva. En el Norte (León, Galicia, Asturias y Cantabria) y en Lusitania se extraía el oro a cielo abierto (Las Médulas, León) o en galerías y pozos.

Además de minerales y metales, los romanos exportaron a Roma los productos de la tríada mediterránea: vino, aceite y trigo. La exportación de vinos y aceite fue importante, sobre todo a partir del siglo I d.C., cuando se fue imponiendo en Hispania la villa como forma de explotación agrícola. Se trata de una propiedad rural de mediana o gran extensión con una producción agrícola-ganadera destinada a la comercialización. A menudo estas villae utilizaron sistemas de regadío. En Extremadura tenemos algunos ejemplos de estas villae, como La Cocosa (Badajoz), Solana de los Barros (Badajoz) y El Pesquero (Montijo). Sin embargo, la inmensa mayoría de la población practicaba una agricultura de subsistencia.

Los romanos potenciaron la exportación de salazones y garum, sobre todo de los procedentes de la Bética.

Otros sectores económicos relevantes fueron la artesanía textil (lana, lino) y de esparto, la metalurgia, la construcción y la explotación de canteras.

 

En el mundo romano existía una división social fundamental entre ciudadanos libres y esclavos, con una situación intermedia representada por los libertos. Pero dentro de los hombres libres existía también una diferenciación entre ciudadanos romanos y no ciudadanos. Tener la ciudadanía romana suponía gozar de privilegios políticos –participaban y votaban en las asambleas políticas-, militares –podían integrarse en las legiones- y sociales –tenían derecho a la beneficencia pública y privada, como el reparto gratuito de trigo, por ejemplo-. El emperador Caracalla concedió la ciudadanía a todos los habitantes del Imperio en el año 212 d.C. Con anterioridad, este derecho sólo le había sido otorgado a las élites locales con el fin de atraérselas a la causa romana.

d) Derecho, cultura y religión: el latín se fue imponiendo paulatinamente hasta hacer desaparecer las lenguas prerromanas, a excepción del vascuence o eusquera. Las principales aportaciones hispanas a las letras latinas son del siglo I d.C. y se deben al filósofo Séneca (uno de los grandes maestros del estoicismo), a los poetas Lucano y Marcial, al geógrafo Pomponio Mela y al agrónomo Columela.

Durante los primeros siglos de dominio romano, las autoridades respetaron los cultos de los pueblos indígenas de Hispania. Conforme aquél dominio se fue fortaleciendo, se fue intensificando el sincretismo religioso. La tolerancia de las autoridades en materia religiosa exigía a cambio el culto al emperador como elemento de cohesión de los habitantes del imperio. Esta actitud de tolerancia se vio comprometida cuando apareció el cristianismo.

El cristianismo debió llegar a la península Ibérica a mediados del siglo II, probablemente desde el norte de África, pero fue después de que el emperador Constantino promulgara el Edicto de Milán en el año 313, por el que autorizaba a la Iglesia a realizar un culto público, cuando el cristianismo se propagó con más fuerza en Hispania. En el año 380, el emperador de origen hispano Teodosio dispuso que el cristianismo fuera la única religión oficial del Imperio. Entonces, la Iglesia de Hispania, como la de las restantes regiones, se organizó. Siguió para ello el modelo de la administración civil romana: creó provincias, presididas por un arzobispo o metropolitano. Las provincias se dividieron en diócesis, que estaban gobernadas por un obispo. La nueva religión impregnó la cultura romana.

 

4:LA CRISIS DEL BAJO IMPERIO ROMANO Y SUS REPERCUSIONES EN ESPAÑA.LA MONARQUÍA VISIGODA.

A finales del siglo II, el Imperio había alcanzado su máxima expansión territorial. Esta expansión se debió a las campañas militares del emperador Trajano (98-117), natural de la Bética. Sin embargo, desde finales de aquella centuria y comienzos de la siguiente, los pueblos bárbaros comenzaron a presionar sobre la frontera germana. La amenaza dio un protagonismo fundamental al ejército. Pero este protagonismo se extendió también a la vida política y degeneró en un período de Anarquía Militar durante el siglo III.

El comercio se resintió de la inseguridad y decayó. Para sufragar los enormes gastos militares y burocráticos, las autoridades romanas aumentaron la presión fiscal, algo que recaía fundamentalmente sobre las ciudades. Los ciudadanos, para evadir el fisco, prefirieron vivir en el campo, iniciándose un proceso de ruralización o trasvase de población de la ciudad al campo. Con ello, el protagonismo de la vida económica también pasó al ámbito rural. Las grandes explotaciones agrarias (las villae) eran divididas en parcelas y arrendadas a colonos, hombres libres que pagaban una renta al propietario o dominus, quien, a su vez, los protegía. La incapacidad del Estado para garantizar la seguridad de sus ciudadanos favoreció el desarrollo de relaciones de dependencia personal.

Ante la falta de un comercio regular, estos latifundios tendían a la autosuficiencia, no sólo de productos agrícolas sino también artesanales, para lo cual albergaban sus propios talleres. Por consiguiente, en gran parte del Imperio se volvía a una economía cerrada, es decir, una economía en la que la producción no se destinaba al comercio sino al consumo de los propios productores (autoconsumo), por lo que éstos tienden a producir todo lo que les era necesario (autosuficiencia). Esta transformación económica provocó a su vez una polarización social, con la desaparición de las capas sociales intermedias. 

 

A fin de contener la presión de los pueblos bárbaros sobre el limes, Roma se había visto obligada a aliarse con algunos de ellos, que habían sido establecidos en el Imperio en calidad de “federados”. A cambio de tierras, se les pedía que defendieran al Imperio de la amenaza de otros pueblos. Tal era el caso de los Visigodos. Procedentes del norte de Europa, habían realizado una larga migración hasta establecerse en la región del Mar Negro. A finales del siglo IV, el emperador Teodosio los introdujo en el Imperio por medio de un pacto o foedus con el Estado romano por el que, a cambio de ayuda militar, se les permitió asentarse en la región del Danubio.

En el año 409, los suevos, los vándalos y los alanos, pueblos germánicos, cruzaron los Pirineos y se establecieron en Hispania, sembrando la devastación. Para expulsarlos, las autoridades romanas solicitaron de nuevo la ayuda de los visigodos, que fueron establecidos, esta vez, en el sur de la Galia. Desde allí los combatirían. En el año 416 entraron en Hispania como tropas federadas. Los alanos fueron exterminados; los vándalos huyeron al norte de África, donde establecieron un reino en torno a la antigua Cartago, y los suevos quedaron arrinconados en la región del noroeste (la Gallaecia), donde fundaron un reino.

Al desaparecer el gobierno romano en el año 476 (fecha en que fue depuesto el último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo), los visigodos fundaron un reino independiente en el sur de la Galia (Aquitania) y nordeste de Hispania, con capital en Tolosa. Pero la expansión de los francos por la Galia provocó el enfrentamiento con los visigodos, que fueron derrotados y expulsados al sur de los Pirineos (año 509), permaneciendo bajo su dominio sólo la Galia Narbonense o Septimania. Entonces se establecieron en Hispania, donde fundaron un reino con capital en Toledo.

Por esta misma época, el emperador de Constantinopla Justiniano, siguiendo su política de recuperación de los territorios del antiguo Imperio Romano de Occidente, conquistó parte del litoral mediterráneo del sureste peninsular. Esta circunstancia fue aprovechada por astures, cántabros y vascones para afirmar su independencia respecto al poder político visigodo.

Aunque sus antiguos pactos habían hecho de los visigodos un pueblo romanizado, sin embargo, durante el siglo VI se mantuvo la separación entre éstos y la población hispano-romana. Los visigodos eran una minoría dominante (unos 150.000) que se impuso sobre una mayoría dominada de unos cuatro millones de hispanorromanos. Por lo demás, hablaban lenguas diferentes, aunque los visigodos fueron adoptando el latín como idioma común, tenían códigos de leyes separados y diferente credo religioso: los hispano-romanos eran mayoritariamente de religión católica, mientras que los visigodos eran cristianos arrianos. Sin embargo, paulatinamente se iría produciendo un proceso de integración. Este proceso tuvo sus principales realizaciones en los reinados de Leovigildo, Recaredo y Recesvinto.

El primero de ellos anexionó el reino suevo de Galicia en el año 585 y sometió los enclaves costeros del sur peninsular bajo dominio bizantino. El segundo abrazó el catolicismo en el III Concilio de Toledo (589), lo que significaba la conversión de todo su pueblo; la unidad religiosa facilitó la unificación política y cultural, al tiempo que situó a la Iglesia en el primer plano de la vida política del reino. El tercero acabó con la diferenciación jurídica de todos los habitantes de Hispania al promulgar el Liber Iudiciorum o Fuero Juzgo en el año 654, norma jurídica que fundía el derecho romano con la tradición germánica. La Península volvía a tener la unidad territorial, política, religiosa y cultural que conoció en la época romana. Sin embargo, las campañas contra los pueblos montañeses (astures, cántabros y vascones) fueron casi constantes en este período.

 

Los visigodos respetaron la división territorial romana en cinco grandes provincias, que pasaron a llamarse ducados por tener al frente un dux o duque (caudillo militar). A estos cinco ducados se añadieron en el siglo VII otros dos: Asturias y Cantabria.

Desde el punto de vista político, introdujeron en Hispania la monarquía como forma de gobierno. La monarquía visigoda era electiva; los principales nobles elegían al rey. El máximo órgano de gobierno eran los Concilios de Toledo. Además de órganos de disciplina religiosa y moral, estos Concilios, celebrados en la capital del reino, eran asambleas que integraban al rey, a la nobleza y a la Iglesia para realizar funciones de carácter legislativo. Al margen de éstos, el rey se hacía asesorar en su función de gobierno por el Aula Regia, un organismo heredado del tradicional Consejo de Ancianos visigodo. Era una asamblea de carácter consultivo, integrada por magnates que asesoraban al rey en asuntos políticos y militares. De ella, los magnates de mayor confianza del rey formaban el Oficio Palatino, del que salían los principales cargos de la administración del reino.

En el ámbito económico, la época visigoda significó una prolongación de las características ya apuntadas para el bajo imperio. Se fueron debilitando las relaciones comerciales entre Hispania y las otras tierras del antiguo imperio romano. Decayeron las ciudades, núcleos de actividad mercantil y artesanal. Las instituciones municipales fueron vaciándose de contenido y, en su lugar, el obispo y el conde dirigían los destinos de los antiguos núcleos urbanos.

En el aspecto social, el debilitamiento de la ciudad como coordinadora del territorio dejó el mundo rural a expensas de la voluntad de los grandes propietarios de latifundios. Los aristócratas, tanto los de origen romano, que mantenían el control de la administración, como los de origen visigodo, que monopolizaban la dirección militar, poseían numerosas y extensas propiedades rurales, para cuya explotación aún se empleaba mano de obra esclava. Era frecuente caer en situación de esclavitud a causa de las deudas contraídas o bien por confiscaciones de carácter político. Pero la mayoría de la población campesina estaba integrada por los colonos. En la mayor parte de los casos, éstos habían sido con anterioridad propietarios de pequeñas explotaciones, pero las circunstancias los habían empujado a abandonar su libertad y a encomendarse a algún gran propietario que los protegiera con su ejército privado. Como consecuencia, fueron proliferando las relaciones de dependencia entre la mayoría de los habitantes del reino y las minorías aristocráticas, tanto laica como eclesiástica. Estas poderosas aristocracias, como ya apuntamos más arriba, llevaban las directrices del gobierno a través de los Concilios de Toledo.

Otro rasgo importante de la sociedad visigoda fue la creciente hostilidad hacia la población judía, minoría que se vio duramente perseguida a través de la legislación emanada de los sucesivos Concilios toledanos, razón que explica su apoyo a los invasores musulmanes cuando se produjo la conquista de Hispania por éstos.

 

 

 

5:ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN HISPANIA.

 

ECONOMÍA:los romanos intensificaron y ampliaron la explotación de los recursos económicos de Hispania. El recurso más explotado fue la minería, sobre todo las minas de plata (Cartagena), pero también las de oro, plomo, hierro, cobre, estaño y mercurio. Aunque se empleaba mano de obra libre, predominaban los esclavos y los condenados a trabajos forzados para su explotación. Los principales distritos mineros estaban en la Bética, destacando Sierra Morena, Cartagena y Huelva. En el Norte (León, Galicia, Asturias y Cantabria) y en Lusitania se extraía el oro a cielo abierto (Las Médulas, León) o en galerías y pozos.

Además de minerales y metales, los romanos exportaron a Roma los productos de la tríada mediterránea: vino, aceite y trigo. La exportación de vinos y aceite fue importante, sobre todo a partir del siglo I d.C., cuando se fue imponiendo en Hispania la villa como forma de explotación agrícola. Se trata de una propiedad rural de mediana o gran extensión con una producción agrícola-ganadera destinada a la comercialización. A menudo estas villae utilizaron sistemas de regadío. En Extremadura tenemos algunos ejemplos de estas villae, como La Cocosa (Badajoz), Solana de los Barros (Badajoz) y El Pesquero (Montijo). Sin embargo, la inmensa mayoría de la población practicaba una agricultura de subsistencia.

Los romanos potenciaron la exportación de salazones y garum, sobre todo de los procedentes de la Bética.

Otros sectores económicos relevantes fueron la artesanía textil (lana, lino) y de esparto, la metalurgia, la construcción y la explotación de canteras.

 

SOCIEDAD:En el mundo romano existía una división social fundamental entre ciudadanos libres y esclavos, con una situación intermedia representada por los libertos. Pero dentro de los hombres libres existía también una diferenciación entre ciudadanos romanos y no ciudadanos. Tener la ciudadanía romana suponía gozar de privilegios políticos –participaban y votaban en las asambleas políticas-, militares –podían integrarse en las legiones- y sociales –tenían derecho a la beneficencia pública y privada, como el reparto gratuito de trigo, por ejemplo-. El emperador Caracalla concedió la ciudadanía a todos los habitantes del Imperio en el año 212 d.C. Con anterioridad, este derecho sólo le había sido otorgado a las élites locales con el fin de atraérselas a la causa romana.

 

 

 

 

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